...
Escoba
cierta túnica que contiene y encierra
...
Esclirótica
lo casi curado, purificado de la peste
...
Desapego
el premio o galardón que se da por el trabajo
...
Justa
acomodarse a los dictámenes de otros
...
Talón
el que peina
...
Pernigón
hilo demasiado fino para aguantar la vuelta violenta que hace el ciervo
...
Que
callar la caca
...
Comitiva
don Ricardo Le Preux: Doctrina de sangradores
...
Historia
cosa que se pega y comunica por el contacto
...
Calamar
ensoberbecer, ocasionar hinchazón y orgullo, infundir arrogacia, generar vanidad
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Escoba
cierta túnica que contiene y encierra
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Esclirótica
lo casi curado, purificado de la peste
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Desapego
el premio o galardón que se da por el trabajo
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Justa
acomodarse a los dictámenes de otros
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Talón
el que peina
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Pernigón
hilo demasiado fino para aguantar la vuelta violenta que hace el ciervo
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Que
callar la caca
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Comitiva
don Ricardo Le Preux: Doctrina de sangradores
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Historia
cosa que se pega y comunica por el contacto
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Calamar
ensoberbecer, ocasionar hinchazón y orgullo, infundir arrogacia, generar vanidad
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Ardí ósculo vierte vierte
Ósculo ardí vierte ardí vierte os ar ver
Vi er te Os lo Cu os Ardí verter verter verter
Di vierte ra ósculo diar Idra
Ardí ósculo vierte vierte
Ver ar os vierte ardí verte ardí Ósculo
verter verter verter Ardí os Cu lo Os te er Vi
Idra diar ósculo ra vierte Di
vierte vierte ósculo Ardí ...
No tendría sentido recurrir al discurso largo
El tiempo se pasea mansamente y deja que las cuitas de los hombres se enreden en sí mismas hasta agotar unas fuerzas extrañas a la condición de la Tierra
A veces me pregunto: ¿Puede el arte hacer arte de algo que no esté relacionado con los hombres? Ni siquiera lejanamente
A veces me pregunto: ¿Todo este orden que se nos repite con insistencia en todo ámbito, no tiene por fin tejer el velo que nos impida ver la verdad? Porque la verdad sería aterradora –nos dejaría sin tierra-
Entonces acudo a un concierto de música libre justo un día antes de nochebuena (esa noche extraña, ambigua como nuestra especie que aún no se ha definido en nada ni parece que tenga visos de hacerlo. Tengo la impresión de que, cuando llegue el fin de nuestro universo, entre las esencias abortadas nosotros seremos una de ellas [no así la rosa, no así la escolopendra, no así la mies]). Tengo esa impresión desolada mientras abogo por esta conciencia y no dejo de esforzarme día tras día –y hasta cierto punto- en aprender algo más, en sentir la libertad en estas cárceles cuyos carceleros son más inmensos que los Gigantes, más fuertes que Hércules, más astutos que Odiseo, más sutiles que la Gorgona. No pretendo una desolación de la quimera. No busco al intelectual “necesariamente” pesimista. No busco el aplauso. Busco ya ahora lugares de placer, nalgas enrojecidas, gemidos cuando ha caído la noche, el favor del amigo y el favor al amigo, el manjar a la hora justa, el beso de la mujer que amo en mi boca. Eso busco hasta que siento la necesidad de contar y buceo en autores tan elevados, tan cultos, tan extremos que al llegar a la sala de conciertos (que no es un sala de conciertos es una cave en la plaza Tirso de Molina de Madrid) todo ese peso sigue en mí y se irá perdiendo cuando empiece a escuchar la música de insectos y me deje llevar por la ligereza de los sonidos inocentes, entremezclados, como si fuera martes y ese concierto buscara como público a cucarachas, mosquitos, arañas, escorpiones, abejas, zánganos, hormigas, escarabajos, tijeretas, moscas, abejorros, moscardones, pulgas, chinches, termitas, jejenes, hermosos todos, sentados todos, escuchando todos, sin crítica todos, en una noche previa, en una ciudad previa, justo antes de morir el Mundo, enterrados bajo un montón de orden, ordenancista especie que busca de vez en cuando lugares donde se ilumine no la esencia –la cual desconozco- sino una presencia en nuestra genética, una especie de virus –los innumerables zombies de la existencia del Dasein- que en ocasiones se despereza y se replica con nuestro ARN ordenancista para poder mostrar ese desorden, esa “desinquietud” de las formas, un alejamiento de las supertribus, una entrañable broma a la gran Oración. Sin dogma. Sin enseñanza. Sin acólitos. Un mástil de guitarra. Una guitarra tocada como si fuera masa de pizza. Una percusión que se aleja del continente África y se mantiene cerca como si dijéramos en el archipiélago de Cabo Verde. Un teclado sin teclas. Mil sonidos sin instrumento. Quince. Veinte. En esta noche de luna llena, en estas soledades con jardín, en una cocina tan grande que no puedo evitar irme hasta el Peqod y descubrir de nuevo el ámbar gris, sin locura ninguna, sin tendencia ninguna, sabiendo que la matriz del mundo se quedará en su más desconocida dimensión (aunque sepa sin la más mínima duda que la vida acaba en el instante mismo de estar muerto y que la única muerte que no viviremos será la nuestra –como tan bien comenta Derrida-). Ayer fue hermoso. Los sonidos duran el mundo. Luego las aceras estaban húmedas y tuve que hacerme daño en un pie y atravesar una hondonada por una carretera peligrosa, llena de curvas lentas y grandes depresiones donde las almas parecen haberse escondido y puede resultar en cualquier instante la aparición de un ciervo o una rata o un oso o un tanque aunque en realidad nada aparezca y tan sólo haya que mantenerse muy atento a las grandes piedras, las conformaciones de los límites, el no dejarse llevar por la rutina y esperar con la paciencia de una sirena -alejada de cualquier ruta comercial- que termine el camino serpenteante y nazca la carretera recta, tan inocente como la anterior, sin más razón de ser que llevar a alguna parte.
El tiempo se pasea mansamente y deja que las cuitas de los hombres se enreden en sí mismas hasta agotar unas fuerzas extrañas a la condición de la Tierra
A veces me pregunto: ¿Puede el arte hacer arte de algo que no esté relacionado con los hombres? Ni siquiera lejanamente
A veces me pregunto: ¿Todo este orden que se nos repite con insistencia en todo ámbito, no tiene por fin tejer el velo que nos impida ver la verdad? Porque la verdad sería aterradora –nos dejaría sin tierra-
Entonces acudo a un concierto de música libre justo un día antes de nochebuena (esa noche extraña, ambigua como nuestra especie que aún no se ha definido en nada ni parece que tenga visos de hacerlo. Tengo la impresión de que, cuando llegue el fin de nuestro universo, entre las esencias abortadas nosotros seremos una de ellas [no así la rosa, no así la escolopendra, no así la mies]). Tengo esa impresión desolada mientras abogo por esta conciencia y no dejo de esforzarme día tras día –y hasta cierto punto- en aprender algo más, en sentir la libertad en estas cárceles cuyos carceleros son más inmensos que los Gigantes, más fuertes que Hércules, más astutos que Odiseo, más sutiles que la Gorgona. No pretendo una desolación de la quimera. No busco al intelectual “necesariamente” pesimista. No busco el aplauso. Busco ya ahora lugares de placer, nalgas enrojecidas, gemidos cuando ha caído la noche, el favor del amigo y el favor al amigo, el manjar a la hora justa, el beso de la mujer que amo en mi boca. Eso busco hasta que siento la necesidad de contar y buceo en autores tan elevados, tan cultos, tan extremos que al llegar a la sala de conciertos (que no es un sala de conciertos es una cave en la plaza Tirso de Molina de Madrid) todo ese peso sigue en mí y se irá perdiendo cuando empiece a escuchar la música de insectos y me deje llevar por la ligereza de los sonidos inocentes, entremezclados, como si fuera martes y ese concierto buscara como público a cucarachas, mosquitos, arañas, escorpiones, abejas, zánganos, hormigas, escarabajos, tijeretas, moscas, abejorros, moscardones, pulgas, chinches, termitas, jejenes, hermosos todos, sentados todos, escuchando todos, sin crítica todos, en una noche previa, en una ciudad previa, justo antes de morir el Mundo, enterrados bajo un montón de orden, ordenancista especie que busca de vez en cuando lugares donde se ilumine no la esencia –la cual desconozco- sino una presencia en nuestra genética, una especie de virus –los innumerables zombies de la existencia del Dasein- que en ocasiones se despereza y se replica con nuestro ARN ordenancista para poder mostrar ese desorden, esa “desinquietud” de las formas, un alejamiento de las supertribus, una entrañable broma a la gran Oración. Sin dogma. Sin enseñanza. Sin acólitos. Un mástil de guitarra. Una guitarra tocada como si fuera masa de pizza. Una percusión que se aleja del continente África y se mantiene cerca como si dijéramos en el archipiélago de Cabo Verde. Un teclado sin teclas. Mil sonidos sin instrumento. Quince. Veinte. En esta noche de luna llena, en estas soledades con jardín, en una cocina tan grande que no puedo evitar irme hasta el Peqod y descubrir de nuevo el ámbar gris, sin locura ninguna, sin tendencia ninguna, sabiendo que la matriz del mundo se quedará en su más desconocida dimensión (aunque sepa sin la más mínima duda que la vida acaba en el instante mismo de estar muerto y que la única muerte que no viviremos será la nuestra –como tan bien comenta Derrida-). Ayer fue hermoso. Los sonidos duran el mundo. Luego las aceras estaban húmedas y tuve que hacerme daño en un pie y atravesar una hondonada por una carretera peligrosa, llena de curvas lentas y grandes depresiones donde las almas parecen haberse escondido y puede resultar en cualquier instante la aparición de un ciervo o una rata o un oso o un tanque aunque en realidad nada aparezca y tan sólo haya que mantenerse muy atento a las grandes piedras, las conformaciones de los límites, el no dejarse llevar por la rutina y esperar con la paciencia de una sirena -alejada de cualquier ruta comercial- que termine el camino serpenteante y nazca la carretera recta, tan inocente como la anterior, sin más razón de ser que llevar a alguna parte.
Texto escrito por Isaac Alexander en la ciudad de Caen en marzo de 1940
Documento 2º de los Archivos
No hay en la noche del mundo la más mínima sospecha del día. Unos más de los seres vivos y móviles se encuentran atrapados entre dos tormentas. Si ya tuvieran la palabra habrían dedicado, a esas lluvias que se cruzan y se pelean, una dedicatoria por ver si de esa manera amainan en su batalla, endulzan la noche con el silencio desde el cielo. Siempre oscuro el mundo es un prólogo del mundo y esos dos seres de una misma especie (ahora no son nada. Ahora no son ni especie. Tampoco cuando se decida un grupo vivo a la manía de clasificar serán realmente especie. Tan sólo lo serán por el afán de orden de este grupo no porque haya un orden en sí) andan a cientos de miles de años de que otros de entre ellos a los que se clasificará como poetas y juglares, pasen su tiempo creando historias de los tiempos oscuros cuando el mundo era siempre siervo de la luna; decimos entonces nosotros -los que clasificamos, los que nos denominamos poetas o juglares- que esta pareja que vive entre dos tormentas en el tiempo oscuro que duró milenios no entiende que llegue un día en que su especie –sus semejantes- hablen, no pueden vislumbrar siquiera el pensamiento y menos aún que alguien llegue a la conclusión de que el habla es anterior al pensamiento (ni habla, ni pensamiento, ni conclusión); esta pareja se ha juntado porque en su encuentro en la noche se han sentido semejantes excepto por los atributos que darán en que a uno se le llame él y al otro ella; esta pareja se ha juntado con el temor a una batalla entre árboles y con el recelo que se ha de tener a los animales de colmillos afilados como el perro y la salivación que produce el corzo –no diremos más que todas estas palabras que conforman la cosa árbol, perro o corzo no caben en la mente de estos dos elementos él/ella que se sienten diferentes por afinidad o temor de árbol, perro o corzo- o la extrañeza que surge cuando atraviesa el cielo un avefría. Estos seres pálidos, sin pelos ni plumas, sujetos a las inclemencias del tiempo quisieran –seguro- idear una protectora, quisieran explicarse la necesidad infecunda de la noche, llamar Diosa y Blanca –por ejemplo- a esa constancia de la oscuridad y a ese círculo blanco que pende sobre ellos sin llegar nunca a desaparecer; esos dos seres quisieran (aunque no lo sepan, ni lo sepan las siguientes dos mil generaciones) ponerse nombres, nombres que los diferencien, nombres que los hagan únicos y al mismo tiempo quisieran saberse también complementarios y construir. También construir. Mucho estamos adelantando porque ahora Él y Ella se resguardan en una gruta de la furia de las dos tormentas que luchan con vientos y ráfagas furiosas de granizo, con descargas eléctricas y tenebrosos y aterradores retumbos de los cielos y cuando el techo de una colosal montaña los protege y la oscuridad se hace aún mayor una mezcla de temblores –temblor de terror, temblor de frío, temblor de premonición, temblor de hambre, temblor de negritud hondísima en la profundidad de la gruta- los junta y sus miembros superiores rodean el torso del otro y tan sólo ese gesto provoca al unísono, en ambos especímenes -de una especie que como tal será denominada millones de años más tarde- una calma que atravesará los siglos, los océanos del tiempo y cuando surja el habla se contará como acertijo y será una de las llaves del descubrimiento o del número grandísimo del loto e incluso esa calma llena de ardor provocará herejías entre los que crearon el orden. Ellos nada saben del futuro. En su presente oscuro, bajo la presencia azulina del astro blanco, protegidos bajo la bóveda de una montaña, abrazados, la lucha de dos tormentas pierde parte de su brío y algo que se podría decir intimidad nace en ellos, los acoge, los acuna y les permite -por primera vez en muchas noches- dormir.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2015 a las 22:45 | {0}
Se puede dormir de muchas maneras
He dormido en un sueño y en el sueño que dormía he despertado
Se puede dormir en una idea y derivar en ella hacia la esencia
Yo he estado dormido
Quizá siga dormido (la celebración de una victoria, la última vez que sentí algo parecido a morir)
Tengo en mi memoria a Vishnu dormido
Siempre tengo en mi memoria a Vishnu dormido (recuerdo a lo lejos la sonrisa en su boca, recuerdo también unas uñas muy largas pintadas en rojo)
La ausencia es dormir
Dejar es dormir
El rostro que veo pasar un segundo es un rostro que duerme para siempre en mí
Ese dormir
Ese no despertar nunca
No llegar a nuncar a los cinco sentidos
Esa gran dificultad en no llegar a creer al hombre que dice que la muerte de un hijo es una gran oportunidad para crecer y no poder evitar soñar que ese hombre no es más que un estafador, que quizá alivie la vigilia pero ¿y el sueño? ¿y el estar dormido?
Porque duermo no puedo creer en los hombres que siempre ven lo bueno donde lo terrible aturde
Porque duermo no llego a entender si mi mezquindad es verdaderamente obra mía
Porque duermo se achican las islas y se agrandan las fallas
Probablemente sea diciembre
y el verbo se haga carne
Probablemente la historia de occidente es la historia del olvido del ser
Estoy dormido y porque no sueño podría afirmar que estoy muerto
Estoy dormido en una cama que no reconozco
No quiero abrir los párpados
Han dejado de importarme mis ojos
La luz del exterior será llama que llama a mis sentidos para que despierten y se tumben en el nacimiento del día para disfrutar de la última conquista
Porque estoy dormido he dejado de esforzarme
Porque estoy dormido mis manos van quedándose secas (no acude a ellas la sangre; no acude a ellas la movilidad -o el aire-)
Húyeme
Gota a gota
En la última curva
Tras el último encuentro (los dos amigos, el fuego entre ellos y el paso del tiempo)
He dormido en un sueño y en el sueño que dormía he despertado
Se puede dormir en una idea y derivar en ella hacia la esencia
Yo he estado dormido
Quizá siga dormido (la celebración de una victoria, la última vez que sentí algo parecido a morir)
Tengo en mi memoria a Vishnu dormido
Siempre tengo en mi memoria a Vishnu dormido (recuerdo a lo lejos la sonrisa en su boca, recuerdo también unas uñas muy largas pintadas en rojo)
La ausencia es dormir
Dejar es dormir
El rostro que veo pasar un segundo es un rostro que duerme para siempre en mí
Ese dormir
Ese no despertar nunca
No llegar a nuncar a los cinco sentidos
Esa gran dificultad en no llegar a creer al hombre que dice que la muerte de un hijo es una gran oportunidad para crecer y no poder evitar soñar que ese hombre no es más que un estafador, que quizá alivie la vigilia pero ¿y el sueño? ¿y el estar dormido?
Porque duermo no puedo creer en los hombres que siempre ven lo bueno donde lo terrible aturde
Porque duermo no llego a entender si mi mezquindad es verdaderamente obra mía
Porque duermo se achican las islas y se agrandan las fallas
Probablemente sea diciembre
y el verbo se haga carne
Probablemente la historia de occidente es la historia del olvido del ser
Estoy dormido y porque no sueño podría afirmar que estoy muerto
Estoy dormido en una cama que no reconozco
No quiero abrir los párpados
Han dejado de importarme mis ojos
La luz del exterior será llama que llama a mis sentidos para que despierten y se tumben en el nacimiento del día para disfrutar de la última conquista
Porque estoy dormido he dejado de esforzarme
Porque estoy dormido mis manos van quedándose secas (no acude a ellas la sangre; no acude a ellas la movilidad -o el aire-)
Húyeme
Gota a gota
En la última curva
Tras el último encuentro (los dos amigos, el fuego entre ellos y el paso del tiempo)
Ventanas
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Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
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Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
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El mes de noviembre
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La mujer de las areolas doradas
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Composición
Tags : Fragmento Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2015 a las 14:34 | {0}