18h. 00m.
Al mirarme el dedo anular sin anillo descubro que no estoy anillada.
Si me desescamo las planta del pie en una soledad de cuarto de baño, hago un gesto feliz frente al espejo.
Vuela la mirada por los azulejos. Me siento en el borde la bañera y paso la mano por el agua que va llenando poco a poco la bañera. Me gusta que en mi cuarto de baño haya una bañera.
La perra se ha metido debajo de la cama. Sabe que pasa algo. La demostración de la energía oscura es la percepción de mi perra de sucesos extraordinarios.
La Peste. Albert Camus: Les grands malheurs sont monotones (las grandes catástrofes/desgracias son monótonas).
Estás ahí. Te siento. Sabes que estoy desnuda para ti aunque mi cuerpo ya no sea aquél de los veinte años; es mi cuerpo desnudo para ti o -ya sabes- cubierto con prendas ligeras como debería de ser la existencia. No olvides, amigo, (amigo en el sentido en que se pronunciaba este nombre común en las jarchas, en las que el amigo es el amado, el amado ausente, el amado que lucha lejos, el amado que quizá nunca vuelva) que nuestra civilización occidental -mezcla sabrosa entre lo grecolatino y lo judío- tiene un don y muchos males: el don es que nos empeñamos en la libertad del pensamiento, los males, los males son densos y hay que meditarlos. No te olvides, amigo, de volver; volver hasta mi casa; llamar a mi ventana; dejar que yo te abra y te ofrezca mi mano para que puedas atravesar el vano. No te olvides amigo que mi cuerpo es tuyo y que siento un calor constante en mis mejillas que es rubor por tu recuerdo. Vuelve a mi lecho amigo, acomódate en mi pecho mientras acaricias mis cabellos como si fuera la penúltima vez. No te olvides, amigo, que te espera tu amiga, cepillándose, arreglándose las uñas, desescamándose las plantas de los pies, haciéndose un té con hierbabuena, un té moro para recordar nuestros largos paseos en el Sáhara.
La perra se ha acercado sigilosa a mí. Quiere salir. La llevaré por el pueblo. El Templo de la Montaña quedó ayer clausurado por la Autoridad Secular vestida de Guardia Civil. No decaeremos. Hay que ventilar las casas. Hay que hacer limpiezas interiores. Son tiempos de monótonas calamidades.
Si me desescamo las planta del pie en una soledad de cuarto de baño, hago un gesto feliz frente al espejo.
Vuela la mirada por los azulejos. Me siento en el borde la bañera y paso la mano por el agua que va llenando poco a poco la bañera. Me gusta que en mi cuarto de baño haya una bañera.
La perra se ha metido debajo de la cama. Sabe que pasa algo. La demostración de la energía oscura es la percepción de mi perra de sucesos extraordinarios.
La Peste. Albert Camus: Les grands malheurs sont monotones (las grandes catástrofes/desgracias son monótonas).
Estás ahí. Te siento. Sabes que estoy desnuda para ti aunque mi cuerpo ya no sea aquél de los veinte años; es mi cuerpo desnudo para ti o -ya sabes- cubierto con prendas ligeras como debería de ser la existencia. No olvides, amigo, (amigo en el sentido en que se pronunciaba este nombre común en las jarchas, en las que el amigo es el amado, el amado ausente, el amado que lucha lejos, el amado que quizá nunca vuelva) que nuestra civilización occidental -mezcla sabrosa entre lo grecolatino y lo judío- tiene un don y muchos males: el don es que nos empeñamos en la libertad del pensamiento, los males, los males son densos y hay que meditarlos. No te olvides, amigo, de volver; volver hasta mi casa; llamar a mi ventana; dejar que yo te abra y te ofrezca mi mano para que puedas atravesar el vano. No te olvides amigo que mi cuerpo es tuyo y que siento un calor constante en mis mejillas que es rubor por tu recuerdo. Vuelve a mi lecho amigo, acomódate en mi pecho mientras acaricias mis cabellos como si fuera la penúltima vez. No te olvides, amigo, que te espera tu amiga, cepillándose, arreglándose las uñas, desescamándose las plantas de los pies, haciéndose un té con hierbabuena, un té moro para recordar nuestros largos paseos en el Sáhara.
La perra se ha acercado sigilosa a mí. Quiere salir. La llevaré por el pueblo. El Templo de la Montaña quedó ayer clausurado por la Autoridad Secular vestida de Guardia Civil. No decaeremos. Hay que ventilar las casas. Hay que hacer limpiezas interiores. Son tiempos de monótonas calamidades.
19 de marzo 23h 45m.
El mundo, el mío, el de todos, es un gran maremoto de emociones. Están saltando constantemente, de un corazón a otro, de una mente a otra. Desde Islandia hasta Nueva Zelanda hay una misma sensación de abandono y plenitud, de contingencia y fragilidad, de brío y quietud. Así mis caderas forman parte de ese vaivén sentimental. 21 de marzo 20h. 51m.
Me desnudo frente al espejo y me miro con el corsé que mandé hacer a imagen y semejanza del primer corsé que la historia conoce, que es uno de Creta, allá por el 2000 a.C. Mis caderas se ven lanzadas hacia los lados y me siento más mujer que nunca porque en esta época se nos permite a las mujeres que no fuimos madres sentirnos tan mujeres como las que parieron. ¡Sí, el valor de parir! (valor como conducta que se mantiene en el tiempo. Todo aquello que no se mantenga como conducta en el tiempo no puede ser considerado un valor; así si no hubo justicia con constancia, la Justicia no puede ser un valor porque nunca existió como conducta en el tiempo). Lo pienso mientras me miro en el espejo y siento mis caderas realzadas a base de estrechar, casi ahogar mi cintura, lo que produce un tercer efecto, en apariencia ajeno, y es que mis senos se ven realzados cuando las cintas aprietan bien el corsé a mi espalda. Me duele la cintura. Noto cómo la sangre sufre por la presión sobre las paredes de las venas. Ese dolor mezclado con el adormecimiento de mis costados me produce un placer contrario que llega hasta mi vulva e hincha mis labios mayores como si unos labios y una lengua maestros me estuvieran succionando los jugos del coño hasta hacerme delirar. Sin embargo hoy no me siento quemada por dentro y así estas alegrías eróticas son un poco tristes y no quiero escribir mucho sobre ellas. Más quisiera, sí, ser Penélope y escribir una larga epístola a mi amado Odiseo en la que, entre reproches coquetos y ausencias dolorosas, le rogara que volviera pronto para hacerse con los mandos de la patria y expulsar con autoridad a los pretendientes que quieren su lecho como yo -Penélope- lo quiero a él.
Es un día de más de encierro.
No quiero nombrar estas memorias con la memoria de una Peste que me impide ir a orar al Templo de las Montañas. Bastante tenemos ya con soportarla. Lo borro también de las entradas anteriores.
23h. 56m.
Ha dicho, el amigo, Estamos en la dictadura perfecta. Es el quinto día. Se me han ocurrido varias cosas. Se me han ocurrido muchas cosas. Hay momentos en los que me siento una mujer buena. Creo que he sido buena a lo largo de mi vida. En esos momentos lo creo. En mi fuero interno sé que no es verdad. Ya no me importa tanto. Ya no me importa nada. Divago. Vagueo. Me entran temores (que siento muy antiguos. El temor que me ha ido persiguiendo toda la vida. Ese que me previene del día en el que ya no tendré recursos. Es un temor, como todos los temores, fruto de la mente. Todo esto lo he pensado a lo largo del día. En algún momento de este día tan silencioso. El confinamiento de una mujer sola como yo es silencio. Me miro en silencio. Pienso en silencio. Me lavo en silencio. Los paseos son de un silencio cargados de plomo (quizás en esa carga el Estado me ha vendido que es oro. Hipnotizados con las constantes consignas. Una hora tras otra si no tuviera la fuerza de voluntad de alejarme de los destellos poderosos de la televisión y dedicarme al pensamiento crítico, a mi esencia más pura: soy una libertina en el sentido que se le daba a esta palabra en el siglo XVIII que no era solo una libertad en lo sexual sino una libertad en el pensamiento: Casanova era más libertino por su pensamiento que por su polla; también Sade, tan feminista... también él, mi querido Marqués con el que hubiera mantenido largas y profundas conversaciones sobre lo divino y lo humano, sobre mi ano y su ano, sobre literatura y cosmos...) que llegan -los paseos- a suponer un peso sobre los hombros capaz casi de doblegarme, a mí, una mujer sola, en un mundo asolado -el mundo se quedó sin suelo- y voy sintiendo a medida que avanzan los días cómo este estado de sitio tiene algo de ensayo general y cómo la amenaza de la muerte sirve -como desde el principio de los tiempos de los hombres- como dogal para mantenernos atados. He pensado a lo largo del día en la estupidez humana reflejada en su necesidad de verse en los otros; la necesidad de estas bestias que somos en que alguien se fije en nosotras y aunque estemos encerradas -como bestias- en nuestros pesebres, buscamos la manera de ser vistas, la manera de llamar la atención y así formar parte del grupo. Yo siempre fui una zorra solitaria. Este confinamiento no me está suponiendo un esfuerzo insoportable. No sé cuál de las dos le echó el lazo a quién: si Soledad a mí o yo a Soledad.
Lo menos grato en mis soledades es la tarde. Siempre en mi vida la tarde ha sido inquieta. Me gusta la mañana. Me gusta la noche y su madrugada; la tarde, sin saber por qué, la relaciono con el tedio y aunque ese estado no sea para mí mórbido sí tiene algo de amenazador. Lo que inquieta amenaza.
Ahora es tiempo de mandarina.
Lo menos grato en mis soledades es la tarde. Siempre en mi vida la tarde ha sido inquieta. Me gusta la mañana. Me gusta la noche y su madrugada; la tarde, sin saber por qué, la relaciono con el tedio y aunque ese estado no sea para mí mórbido sí tiene algo de amenazador. Lo que inquieta amenaza.
Ahora es tiempo de mandarina.
17h. 32m.
No he desempolvado nada. La soledad y yo somos pareja desde hace años. Es la única ventaja que tengo. Estoy pensando si ocurriera que me contagio qué decisión tomaré. Ensueño si sería capaz de morir ahogándome. Si sería capaz de estar callada y no acabar pidiendo ayuda. ¿Qué ocurriría si pidiera ayuda? ¿Me contestaría alguien desde el otro de la pared? Una de las casas frontera con la mía está ocupada por una familia con tres hijos. Es una familia recta. Es una familia cuyos hijos son pequeños. La niña, que es la mayor, no tendrá más de trece años. El pequeño debe de andar por los dos. La mujer es guineana y se nota cierto aire tradicional en la forma que tiene -o que intuyo que tiene- a la hora de educar a los niños. También el padre parece tradicional. Nació en Aguilar de Campoó. El padre a veces grita. Pocas veces. Con razón, creo, cuando lo oigo. Pienso, Debe tener razón. Es un hombre con cara de pájaro y aires de pájaro y lo curioso es que su gran afición es la ornitología. En su casa suele haber pájaros. Ahora tiene tres canarios. Dos hembras y un macho. Creo que me dijo. Quizá sea una invención. Tampoco importa. ¡Qué contingencia la nuestra! ¡Qué chiquitas nuestras aficiones! A mí siempre me gustó que mi ropa íntima fuera suave, sugerentes sus formas, eróticas sus confecciones . Me he gastado miles de euros en bragas, corpiños, sostenes, enaguas, combinaciones. Me gustan el tul, la seda, el lino y el algodón (no sé si por ese orden. Esa será tarea para mañana. Decidir por orden de placer la jerarquía de los tejidos). Aficiones que no podrán entrar en la tumba. ¿Cuál será el gesto de mi muerte? ¿Tendré un bello gesto si muero ahogada? En el suelo. Si tardan días en descubrirme, mi perra Flora se habrá comido mi cara. Nada me gustaría más que si muero sirviera de alimento a mi perra Flora. ¡Cuánto hemos pasado juntas!
La vida se escapa entonces. Tengo la hermosa sensación de que la humanidad sea un árbol y que este contagio no sea sino la forma que tiene Naturaleza de podar este árbol que se está haciendo demasiado acaparador. Desearía que fuera Naturaleza la creadora de esta destrucción (aunque si el patógeno hubiera sido creado en un laboratorio también sería obra de Naturaleza su invención pues hasta el matraz es en última instancia creación de la Creación).
Creación como mujer. Creación como sabiduría. ¡Qué gran colapso de almas muertas se va a generar en las orillas de la Estigia! Y tú, Caronte, no dejes de cobrar tu moneda. Si voy pronto te ofreceré dos de oro: una por mí y otra por una nutria que jugó conmigo hace años en un regato. Al norte. Entonces en los regatos de los bosques había agua. La nutria se bañaba y me dejó acompañarla. ¡Dos monedas de oro te ofrezco, Caronte! Por Flora no te preocupes, ella sabe muy bien dónde tiene que ir.
La vida se escapa entonces. Tengo la hermosa sensación de que la humanidad sea un árbol y que este contagio no sea sino la forma que tiene Naturaleza de podar este árbol que se está haciendo demasiado acaparador. Desearía que fuera Naturaleza la creadora de esta destrucción (aunque si el patógeno hubiera sido creado en un laboratorio también sería obra de Naturaleza su invención pues hasta el matraz es en última instancia creación de la Creación).
Creación como mujer. Creación como sabiduría. ¡Qué gran colapso de almas muertas se va a generar en las orillas de la Estigia! Y tú, Caronte, no dejes de cobrar tu moneda. Si voy pronto te ofreceré dos de oro: una por mí y otra por una nutria que jugó conmigo hace años en un regato. Al norte. Entonces en los regatos de los bosques había agua. La nutria se bañaba y me dejó acompañarla. ¡Dos monedas de oro te ofrezco, Caronte! Por Flora no te preocupes, ella sabe muy bien dónde tiene que ir.
23h. 46m.
... quería decirte que la lluvia ha calado las ventanas y tiene la sensación de haber sido sometidas las gotas a 9,807 m/s2 de aceleración. No se asusta por ello. No se asusta por nada. Tan sólo, esta noche, en la soledad y el confinamiento propios de una mala novela de ciencia-ficción, ha dudado si volverse virgen. Virgen de cuerpo y mente cosa que sería hasta cierto punto imposible si no nos ceñimos simplemente a rehacer un himen –o una juntura no forzada de ciertos músculos- sino a la idea misma de la virginidad. Ahí rotunda se ha mesado los cabellos como si fuera Medea en uno de sus arrebatos de pasión, ante Jasón, al que acusa de tantas cosas, al que acusa de tantas infidelidades, al que destrozará con sus acciones a no tardar mucho; y se los ha mesado de una manera bien teatral. No se mesaba y arrancaba los cabellos sino que con una estudiada mímica conseguía generar en el espectador –si lo hubiera habido- la sensación de estar sufriendo horriblemente. Luego se ha detenido. Estaba en el suelo. Como adormecida. Preguntándose cómo se le había ocurrido la idea de querer ser la Doncella de Orleans. Esa muchacha tan hermosa. Tan audaz. Ungida de Dios. Arrodillada ante Él. Llena de él. Virgen para hoguera. Inglaterra. Aquellos años. Símbolos. Ausencias. El salón de su casa. La televisión encendida No había alcohol. No había embriaguez. Se había detenido en el tiempo y se había hecho una pregunta. Nada más. ¿Por qué no detenerse entonces aquí? Si es tan sólo un apunte. La posibilidad de seguir. La posibilidad de entrever. Se ha quedado sentada en el sofá. Ha acariciado a su perra. La vista vaga. El aire de la habitación. El último muro. En ese confinamiento. Aturdida por la pregunta. Inquieta por la deriva mental. Vuelve la lluvia a golpear con saña en los cristales de las ventanas
...
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/03/2020 a las 18:00 | {0}