Escrito por Isaac Alexander
Edición y notas Fernando Loygorri
Prólogo escrito por Fernando Loygorri
Sólo unas breves palabras para presentar este Libro de las soledades de mi querido amigo Isaac Alexander. El 28 de noviembre de 2015 publiqué en esta revista el primero de los documentos póstumos que me entregó su amante tras la muerte de Isaac. Estos documentos los recogí en el serial o tag titulado Escritos de Isaac Alexander. (Clica sobre el título y te llevará al tag).
El primero de estos documentos se titulaba Panóptico y el último que publiqué fue el 30 de agosto de 2019 y llevaba el título de Sobre el fracaso. Desde entonces no volví a publicar ninguno de estos documentos. Lo que no quiere decir que no los siguiera estudiando. El motivo es que uno de los archivos -bastante voluminoso- incluía una serie de textos que tenía el aire de un libro desde el momento en que la terminé de leer. Quizás un libro inconcluso. Quizás aún no se había decidido a ponerle un título. También por supuesto cabe la posibilidad de que esta serie de textos no tuvieran un nexo, que Isaac, en una palabra, no los hubiera escrito con esa intención. Esta posibilidad me parece la más improbable porque Isaac, dentro de toda su anarquía -a él le gustaba más llamarse un libre vividor- no daba puntada sin hilo y por otra parte (quizás este sea un recuerdo más de mi deseo que de la realidad) guarda mi memoria que una noche en la que el alcohol ya había hecho de las suyas, él me habló de una serie de textos, en apariencia independientes, que guardaban una misteriosa relación entre sí. Son estos los textos que he compilado en este libro al que me he permitido darle este título Libro de las soledades por un motivo: son textos que escribió a lo largo de los quince últimos años de su vida. Esos años Isaac los vivió en una casa pequeña cerca de sus queridas montañas. Vivía solo. Acompañado por dos perros y dos gatas. Que viviera solo no quiere decir, en su caso, que estuviera solo.
Sólo me he permitido una licencia: Isaac fecha cada documento, incluso pone la hora exacta en la que empieza a escribir. Tanto la fecha como la hora las he suprimido porque creo que restan más que añaden a la belleza y originalidad de los textos y a medida que los lean verán que no creo que haya sido una mala decisión y si las energías de Isaac vagan por algún sitio del espacio/tiempo, me caben pocas dudas de que me aceptará esta licencia.
El primero de estos documentos se titulaba Panóptico y el último que publiqué fue el 30 de agosto de 2019 y llevaba el título de Sobre el fracaso. Desde entonces no volví a publicar ninguno de estos documentos. Lo que no quiere decir que no los siguiera estudiando. El motivo es que uno de los archivos -bastante voluminoso- incluía una serie de textos que tenía el aire de un libro desde el momento en que la terminé de leer. Quizás un libro inconcluso. Quizás aún no se había decidido a ponerle un título. También por supuesto cabe la posibilidad de que esta serie de textos no tuvieran un nexo, que Isaac, en una palabra, no los hubiera escrito con esa intención. Esta posibilidad me parece la más improbable porque Isaac, dentro de toda su anarquía -a él le gustaba más llamarse un libre vividor- no daba puntada sin hilo y por otra parte (quizás este sea un recuerdo más de mi deseo que de la realidad) guarda mi memoria que una noche en la que el alcohol ya había hecho de las suyas, él me habló de una serie de textos, en apariencia independientes, que guardaban una misteriosa relación entre sí. Son estos los textos que he compilado en este libro al que me he permitido darle este título Libro de las soledades por un motivo: son textos que escribió a lo largo de los quince últimos años de su vida. Esos años Isaac los vivió en una casa pequeña cerca de sus queridas montañas. Vivía solo. Acompañado por dos perros y dos gatas. Que viviera solo no quiere decir, en su caso, que estuviera solo.
Sólo me he permitido una licencia: Isaac fecha cada documento, incluso pone la hora exacta en la que empieza a escribir. Tanto la fecha como la hora las he suprimido porque creo que restan más que añaden a la belleza y originalidad de los textos y a medida que los lean verán que no creo que haya sido una mala decisión y si las energías de Isaac vagan por algún sitio del espacio/tiempo, me caben pocas dudas de que me aceptará esta licencia.
312.- La brutalidad del poder me encoge el corazón.
313.- No la brutalidad del bruto, es la del hombre la que me encoge el corazón.
314.- Son ya tantos los días en la isla que apenas puedo soportar las formas de una mujer.
315.- Porque la exaltación de lo bello es una cuestión estética.
316.- Estética (Katya Mandoki): Estesis es la receptividad, lo abierto al entorno, lo sentiente o sensorial a cualquier escala. No sólo Beethoven y Rembrandt tienen sensibilidad; también la tienen las bacterias y las libélulas (de su libro El indispensable exceso de la estética).
317.- También: ver una cola de pavo real me enferma (Charles Darwin). Y no era para menos: esa esplendorosa cola de pavo real echaba por tierra el principio explicativo de la evolución por mutación azarosa y selección natural planteado en El origen de las especies. (Katya Mandoki)
318.- Entonces para poder explicar el motivo de la anti-evolutiva magnificencia de la cola del pavo real escribió un tomo mucho más amplio que el de El origen... y que se llamó El origen del hombre y La selección en relación con el sexo. (Katya Mandoki)
319.- Porque las formas de una mujer en mi aislamiento (en mi ser isla) son símbolo estético de la consagración de la vida.
320.- Estamos aislados porque el poder entiende que debemos dejar un tiempo que la muerte y la enfermedad campen por nuestros dominios.
321.- El abrazo, el beso, la boca, el aliento, la saliva, el flujo, el semen, las lágrimas, las manos, su torso y mi torso -me viene una extraña relación mítica entre la palabra torso y la palabras toros que se diferencian tan sólo en la posición de la s-.
322.- La evolución se produce porque la hembra elige al macho más bello.
323.- En muchos momentos cuando escucho al profesor Enrique Dussel impartir sus clases de Estética de la liberación, me parece estar escuchando a un viejo rapsoda que entonara sus Cantos.
313.- No la brutalidad del bruto, es la del hombre la que me encoge el corazón.
314.- Son ya tantos los días en la isla que apenas puedo soportar las formas de una mujer.
315.- Porque la exaltación de lo bello es una cuestión estética.
316.- Estética (Katya Mandoki): Estesis es la receptividad, lo abierto al entorno, lo sentiente o sensorial a cualquier escala. No sólo Beethoven y Rembrandt tienen sensibilidad; también la tienen las bacterias y las libélulas (de su libro El indispensable exceso de la estética).
317.- También: ver una cola de pavo real me enferma (Charles Darwin). Y no era para menos: esa esplendorosa cola de pavo real echaba por tierra el principio explicativo de la evolución por mutación azarosa y selección natural planteado en El origen de las especies. (Katya Mandoki)
318.- Entonces para poder explicar el motivo de la anti-evolutiva magnificencia de la cola del pavo real escribió un tomo mucho más amplio que el de El origen... y que se llamó El origen del hombre y La selección en relación con el sexo. (Katya Mandoki)
319.- Porque las formas de una mujer en mi aislamiento (en mi ser isla) son símbolo estético de la consagración de la vida.
320.- Estamos aislados porque el poder entiende que debemos dejar un tiempo que la muerte y la enfermedad campen por nuestros dominios.
321.- El abrazo, el beso, la boca, el aliento, la saliva, el flujo, el semen, las lágrimas, las manos, su torso y mi torso -me viene una extraña relación mítica entre la palabra torso y la palabras toros que se diferencian tan sólo en la posición de la s-.
322.- La evolución se produce porque la hembra elige al macho más bello.
323.- En muchos momentos cuando escucho al profesor Enrique Dussel impartir sus clases de Estética de la liberación, me parece estar escuchando a un viejo rapsoda que entonara sus Cantos.
Los aforismos que van desde el nº 312 al nº 323
-y que se compendian bajo el título de Aforismos (31)-,
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista excepto los que
llevan el nombre de Katya Mandoki y Charles Darwin.
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista excepto los que
llevan el nombre de Katya Mandoki y Charles Darwin.
Estética: el canario da mata saluda al sol
Cuando se sube con miedo es más fácil caerse. Eso fue lo que le dije. No tenía dobles intenciones conscientes. Según algunas escuelas de la mente las intenciones ocultas, por su propia naturaleza, nunca se conocen. Él me miró de una manera agresiva. Cambió su mirada. Hasta ese momento todo había ido bien. Le había invitado a venir a mi casa a tomarnos un whisky o un ron y luego si nos apetecía podríamos enrollarnos. Un plan perfecto para un sábado por la tarde. Es cierto que no le conocía. ¿A quién se conoce hoy mucho? Sólo que nos había hecho gracia cómo nos conocimos porque había sido como de telefilme de domingo: un supermercado, el último paquete de papel higiénico, las dos manos que se lanzan al mismo tiempo a por él, la educada cortesía de no, cógelo tú, ¿seguro?, sí, seguro, a mí aún me quedan un par de rollos; el típico juego de palabras, ¡qué rollo lo de los rollos! y una solución de compromiso, Mira, hacemos una cosa: lo compro yo y al salir te paso la mitad. Le pareció bien. Rió con ganas y dijo, ¡Joder con la epidemia de la mierda! Y claro, la epidemia, la mierda, los rollos de papel higiénico, nos volvieron a hacer reír. Así es que al salir me preguntó si cuando acabara esto me gustaría tomar una cerveza y yo le respondí que si podía ser algo más fuerte, mejor. Nos dimos los teléfonos y pasaron cincuenta y cinco días sin vernos. Mantuvimos encendida esa pequeña llama de nuestro primer encuentro con algunos mensajes escritos y un par de veces quedamos para hacer la compra. Me gustaba que se mantuviera cauto, que sintiera que teníamos el mismo ritmo. No había prisas. No había urgencias. Éramos adultos que habían pasado los cuarenta. Así es que, según se dice, ya empezábamos a volver. ¿A dónde? No lo sé. Al origen quizá. Al agujero negro. A la nada. Al nacer/morir. Tenía la impresión de que él, como yo y tantos, había sentido a Tánatos tan cerca que su contrapunto, Eros, tenía que ejercer su impulso. Acostarme con él. Acostarse él conmigo iba a ser una celebración. Porque no hay órganos más nobles en los seres vivos que los órganos sexuales y por lo tanto nada más noble que un acto sexual para celebrar la vida. Fui yo quien le propuso que fuera este sábado nuestro encuentro. Él aceptó y me dijo que si quedábamos en mi casa, él se encargaba de las bebidas. A los dos nos gusta el whisky. Llegó a las ocho cuando el sol ya iniciaba su descenso. No nos besamos. No sabíamos si podíamos besarnos. Le propuse que saliéramos a la terraza y me pareció correcto empezar por una cerveza pero él me dijo que no, que quería whisky directamente. Sonreí con una sonrisa que fue acompañada en mi cerebro con un aviso de desconfianza. No sé por qué. Debe de ser una cuestión de educación. Cosas aprendidas hace mucho que cuando no se cumplen resuenan en el neocórtex y generan un pequeño cortocircuito que se solventa con la sonrisa a la que he hecho mención. Traje hielo y comenzamos una conversación sin demasiado interés que derivó en la frase con la que he empezado este relato. La pronuncié cuando ya había venido la noche. Había refrescado. Yo me había enfriado y tenía ganas de que se fuera. Él lo notó. Esbozó una disculpa. Dijo que era tarde. Me agradeció la invitación. Se levantó para marcharse y se fue. Cuando se hubo marchado lo limpié todo con hidroalcohol. Metí el vaso en el que había bebido en la lavavajillas. La puse a alta temperatura. Borré su número de teléfono. Cuando me metí en la cama sentí como si me hubiera librado de un gran peligro y supe que nunca, jamás, sabría si en realidad lo corrí.
Petite digression lo publica François-Marie Arouet -Voltaire- en el Filósofo ignorante en diciembre de 1766.
Pasa el tiempo, las actitudes se mantienen.
Sigo la traducción de Marta Salís excepto un par de matizaciones.
En los inicios de la fundación de los Trescientos*, se sabe que todos eran iguales, y que los asuntos menores se decidían por mayoría de votos. Distinguían perfectamente con el tacto la moneda de cobre de la de plata; ninguno confundía nunca el vino de Brie con el vino de Borgoña. Su olfato era más fino que el de sus vecinos que tenían dos ojos. Interpretaban perfectamente los cuatro sentidos, es decir, sabían cuanto está permitido saber de ellos; y vivieron todo lo tranquilos y felices que pueden ser los ciegos. Por desgracia, uno de sus profesores pretendió tener nociones claras sobre el sentido de la vista; consiguió que lo escucharan, intrigó, se hizo con un grupo de entusiastas y acabó reconocido como jefe de la comunidad. Empezó entonces a opinar con autoridad sobre los colores y todo se estropeó.
Este primer dictador de los Trescientos creó enseguida un pequeño consejo que le convirtió en el dueño de todas las limosnas. Por ese motivo nadie se atrevió a desafiarlo. Decidió que toda la ropa de los Trescientos era blanca; los ciegos le creyeron; sólo hablaban de su bonita ropa blanca, aunque ninguno vistiera ese color. Todo el mundo se burló de ellos; fueron a quejarse al dictador el cual los recibió de mala manera; los trató de innovadores, de descreídos, de rebeldes que se dejaban seducir por las opiniones erróneas de los que tenían ojos y como consecuencia osaban dudar de su infalibilidad. Esta disputa creó dos bandos. El dictador, para apaciguarlos, decretó que toda su ropa era roja. Ninguno de los Trescientos vestía de rojo. Se burlaron de ellos más que nunca. Se alzaron nuevas quejas por parte de la comunidad. El dictador se enfureció, los demás ciegos también. Discutieron mucho tiempo y no se restableció la concordia hasta que permitieron a todos los ciegos dejar de juzgar sobre el color de sus ropas.
Un sordo, al leer esta pequeña historia, reconoció que los ciegos habían cometido un error al querer juzgar los colores; pero se mantuvo firme en la opinión de que sólo les corresponde a los sordos juzgar la música.
* Los Trescientos -traducción de Les Quinze-Vingts- es un hospicio parisino fundado por el rey San Luis XI en 1260 en el que vivían asilados trecientos ciegos gracias a las limosnas.
Este primer dictador de los Trescientos creó enseguida un pequeño consejo que le convirtió en el dueño de todas las limosnas. Por ese motivo nadie se atrevió a desafiarlo. Decidió que toda la ropa de los Trescientos era blanca; los ciegos le creyeron; sólo hablaban de su bonita ropa blanca, aunque ninguno vistiera ese color. Todo el mundo se burló de ellos; fueron a quejarse al dictador el cual los recibió de mala manera; los trató de innovadores, de descreídos, de rebeldes que se dejaban seducir por las opiniones erróneas de los que tenían ojos y como consecuencia osaban dudar de su infalibilidad. Esta disputa creó dos bandos. El dictador, para apaciguarlos, decretó que toda su ropa era roja. Ninguno de los Trescientos vestía de rojo. Se burlaron de ellos más que nunca. Se alzaron nuevas quejas por parte de la comunidad. El dictador se enfureció, los demás ciegos también. Discutieron mucho tiempo y no se restableció la concordia hasta que permitieron a todos los ciegos dejar de juzgar sobre el color de sus ropas.
Un sordo, al leer esta pequeña historia, reconoció que los ciegos habían cometido un error al querer juzgar los colores; pero se mantuvo firme en la opinión de que sólo les corresponde a los sordos juzgar la música.
* Los Trescientos -traducción de Les Quinze-Vingts- es un hospicio parisino fundado por el rey San Luis XI en 1260 en el que vivían asilados trecientos ciegos gracias a las limosnas.
14 h. 42m.
Dedicada a la contemplación, ya no sé moverme entre los sátiros. Me asalta a cada rato un ansia de tomar un viejo Kalashnikov y empezar a disparar contra todo lo que se menee; un ansia tal me da tanto asco que quiero salir de mí, quiero ser otra, llamarme de otro modo, vivir en otra época, en la ciudad de Pérgamo cuando aquella ciudad era envidia de romanos; ser oriunda del Asia Menor entonces, ser escultora en el taller de un varón que desconoce que soy mujer; ser una manceba que aún no ha desarrollado sus caracteres sexuales primarios y que se oprime con vendas los pechos antes de salir a la calle; ser, ya digo, antigua, movediza, ocultarme, vivir sola en aquella ciudad magnífica donde reina Átalo I Sóter -el salvador- el vencedor contra los gálatas, los que más tarde -en su peregrinación hacia el Oeste- se convertirán en los galos y en los celtas. O ser celta. Estoy montada en un caballo. He sido raptada cual sabina para dar hijos a los gálatas que de tan diezmados tras sus guerras contra Átalo I, se quedaron sin mujeres a las que fecundar. A mí me fecundará un gálata. Pariré siete hijas y doce hijos. De todos ellos tan sólo sobrevivirán tres niñas y un varón el cual se convertirá con el paso de los años en uno de los más respetados druidas de la Antigüedad. O ser patricia romana, una Cordelia madre de Gracos que con mi dignidad y mis riquezas haré de mí un símbolo de lo que una mujer romana debe ser. Ser símbolo entonces. Ser taza de plata, cáliz donde libar sangre de vino, icono ortodoxo, pantocrátor quizá, o rueda hindú; o ser árbol místico como la higuera o ser planta embriagadora como el cáñamo y quedarme dormida entre mis propios brazos, a salvo de mí, de mi ira y de cierto rencor que asoma por donde menos me lo espero en forma de Kalashnikov en plena primavera, en un país tecnificado y complejo y por lo mismo menos libre; asoma en una sociedad que sigue adorando las jerarquías y los milagros, en una sociedad donde la humildad es la última de las virtudes; ¿por qué aquí y no en Pérgamo siendo una muchacha llamada Apolónide que quiere ser escultora y que oculta su condición de mujer en el taller del maestro que trabaja en el Altar de Zeus, altar que hoy puede contemplarse en una de las salas más hermosas del museo de Pérgamo de Berlín? Mi maestro esculpe parte de la Gigantomaquia y a mí me encarga desbastar los bloques mármol. Quizá mientras lo hago invoque a Atenea o quizá me mantenga callada para que el tono de mi voz no me delate. Todo antes que ser esta mujer contemplativa que en el día de hoy mira la mañana de este día del siglo XXI con una mezcla de ansia e ira y que no alcanza a dejarse llevar como un río hasta la mar sino que más bien parece un salmón que remonta el río -su fluir natural- a contracorriente, que lucha contra la sal y que desea tras el esfuerzo salvaje de vencer corrientes ser una aprendiz de escultura en una ciudad que ya no existe.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/05/2020 a las 01:01 | {0}