Crónica de un viaje reciente
Escribo esta crónica de memoria. No tomé notas. Al contrario que muchos escritores nunca he sido muy partidario de llevar un cuadernito donde ir apuntando porque tengo la creencia -probablemente errónea- de que si se tiene la intención de pasar a papel lo vivido es mejor que sea la memoria la que se encargue de apuntar, que sea la memoria lápiz y papel a un mismo tiempo... poemarias...
El segundo día es el primer paseo con Valentín por la ribera del Cubia, la playa de La Concha de Artedo, Blanca y Tino. El gris y el verde. Amanece lluvioso el día. Puro Asturias. De Grao a la playa de la Concha de Artedo habrá un poco más de cuarenta kilómetros.
Intensidad de bosques esos cuarenta kilómetros. Pravia. El olor del eucalipto -árbol al que Luis defiende con verdadera pasión como defiende de igual forma la cultura inglesa y la memoria-. La portentosa memoria de Luis.
Dice Valentín de la Concha de Artedo que es su paraíso en la tierra. Por esas carreteras de Dios. Una curva tras otra. Castaños. Helechos. Hayas. Y manzanos. ¡Cuántos manzanos! ¡Cuántos pastos!. Curva tras curva camino del mar y justo antes de llegar a nuestro destino la visión, a gran altura, de un viaducto inacabado que se yergue en paralelo a otro que sí tuvo buen fin. Naturaleza e industria abortada. Ya en el mar. El mar Cantábrico. Mi mar Cantábrico. Ortiguera. Navia. Luanco. Cudillero. Mis hitos. Mis ritos.
Antes de llegar a la playa, bajo la lluvia que ya es más que un calabobos, caminamos por un bosque tupido por el que corre un río que va a morir en el mar de la Concha. Caminamos en paralelo a él. Huele a vida verde. Recuerdo un pensamiento de Emilio LLedó: nada hay más inmutable que el fluir de un río.
El mar junto a Valentín y Luis después de tantos años.
La terraza del restaurante donde comeremos.
El frío de un día de lluvia.
La Concha de Artedo, como su nombre indica, forma una pequeña bahía entre dos cabos. Los acantilados de Asturias. La oquedad en el acantilado este mirando al mar. Como quisiera llegar hasta ella. Cómo quisiera entrar en ella. Un vientre húmedo de la tierra. Salado y húmedo.
Nos sentamos en la terraza cubierta. Pedimos calamares fritos, sidra y luego un Albariño. Fiesta de los sabores. Fiesta de la amistad. Me inquieta que Luis haya quedado con sus amigos Blanca y Tino; me he vuelto un ermitaño, mi timidez ha ido en aumento con el paso de los años y siento que cada vez más me cuesta abrirme, me cuesta querer mirar dentro de los demás.
Llegan Blanca y Tino. A los pocos minutos mi inquietud se ha ido. Estoy entre los míos. Así será desde ese momento. Recuerdo las zamburiñas; recuerdo las ventrescas de bonito -las últimas de la temporada-; recuerdo los buenos caldos y frescos; recuerdo una sensación de conversación ininterrumpida; recuerdo el aire de celebración y el momento en el que -obligaciones de rito (y quizá también un por si no vuelvo a tener la oportunidad de)- Luis y yo nos decidimos a darnos un baño. Sigue nublado el día. Sigue fresco el día. En el camino hacia la playa nos encontramos con Blanca. Nos acompaña. Rocas. Dificultad para andar. Luis me ayuda. Luego será Blanca quien me ayude. Nos dirigimos a la orilla. El agua es más que un estilete de acero. Es un machete frío que nos paraliza las piernas y nos corta la respiración y aún así, menos de un minuto, nos sumergiremos y saldremos de las heladas aguas del Norte mientras a nuestras espaldas los surferos, enfundados en sus trajes de neopreno, tan sólo han de temer su fuerza.
La vuelta hacia Grao tiene dos paradas. La primera, propuesta por Valentín, es un cabo estrecho y de una altura insoportable donde vemos un atardecer naranja y gris en el que sol, moribundo, desaparecerá tras la curva del horizonte; la segunda parada, propuesta por mí, es ir al pueblo de Cudillero donde en los años ochenta recalé y conocí a una tabernera que regentaba La taberna del Puerto. Cuando la conocí, aquella mujer debía tener unos cuarenta años y yo debía rondar los veinticuatro. Fue un amor platónico. Me enamoré de ella porque más que un tabernera -con todo el amor y atracción que siento por el estereotipo de una tabernera- aquella mujer más bien parecía una catedrática de latín en la Universidad de la Sorbonne; su voz era grave y dulce; recuerdo -imagino que idealmente- sus manos largas y delicadas e incluso me atrevería a decir que vestía con recato y aún dentro de él su cuerpo emanaba una sensualidad que trascendía ese estilo en su vestir. La tabernera del puerto debía rondar los ochenta años en la actualidad. No la vi. Justo llegamos cuando cerraban la taberna. No me atreví a entrar. No me atreví a preguntar. Timideces... y un traspiés que me había provocado un fuerte dolor en la nalga izquierda.
Aquella noche la pasamos en la casa de Grao de conversación. Yo conociendo a Blanca y Tino. Ellos conociéndome a mí. También tuvo lugar la segunda discusión entre Valentín y yo en la que Luis y Tino mediaron. Recuerdo que ya en la cama empecé a preguntarme algo ¿por qué me violento en un debate?
Crónica de un viaje reciente
...han pasado cuarenta años. El norte de Iberia es mi patria chica. Aunque no naciera allí mis células sienten, en cuanto el sentido del olfato se lo transmite, que me acerco al origen de mis días. Esta estancia en el mundo. Sin anhelo. Sólo es memoria recobrada.
Siempre un Renault con Luis. Sentarme a su lado. Han pasado tantos años. Tan moreno. Tan moro (con algo de judío) siendo como es cristiano. Se le podría apelar El Toledo por aunar en su fisonomía las tres culturas. Las tres del Libro.
Carreteras castellanas. Meseta vieja. Los amarillos. Los vinos. Tierras altas que parecen anticipar lo que serán los macizos, las cordilleras, los bosques, lo verde, profundamente verde, fondo de mar bajo cielo. Hay un momento (seguro que por algún motivo alguien habrá establecido la linde precisa en la que la tierra parió más hierro -si es cuestión de hierro-) en el que los ocres dominan a los amarillos (sí: el amarillo es un ocre pálido por eso los distingo), la vegetación se hace más frondosa, verdes, naranjas, grises del cielo. León. Tierras de León.
Luis y la vuelta ciclista a España. Kilómetros. El Viaducto (no diré nombres. No quiero decir nombres. Tendría que ir a una enciclopedia. Perder el tiempo con los nombres. A veces se pierde el tiempo con los nombres. A veces los nombres no hablan sino de la pedantería de quien los nombra). El viaducto construido con tirantes de acero. Cruzarlo. El aire huele a vida. Una vez más después de tantos años Barrios de Luna (sí el nombre porque lo recuerdo, porque me evoca. Poemaria). Una vez más Asturias desde aquella primera vez de 1972.
Es una tarde calurosa la del primer día de septiembre. Durante el viaje Luis y yo hablamos. ¡Vaya si hablamos! ¡Nos hemos hablado tanto! Así es que no es difícil retornar a hablarnos. Hace tantos, tantos años... I was a child and he was a child in a Kingdom by the sea...
Llegamos a Grao (en realidad el pueblo se llama Grado pero hay lugares que no se nombran como se llaman sino que en realidad se nombran como se pronuncian y así Grado no es Grado, Grado es Grao). Allí vamos a estar, en la casa de Valentín. De nuevo Valentín. Tras tantos años de nuevo con Valentín en Asturias. Su Asturias.
La casa es amplia, vieja y con el encanto propio de las casas que han sido muy vividas, por las que han pasado generaciones de una misma familia. Los fantasmas anidan. A veces son objetos. Por ejemplo: considero que uno de los fantasmas más visibles es siempre un piano del todo desafinado (sombra del sueño de sonar armónicamente). Allí está ese piano. Lo más hermoso: la galería.
Parabienes. Dejamos nuestros equipajes en nuestras habitaciones. El cielo está nublado. Llovizna a ratos. Salimos a las calles de Grao. Primera cena. ¡Qué cena tan alegre! ¡Cómo corre la sidra -o cómo cae-! Y los chipirones y la noche que llega y la primera discusión que se acerca y que alcanza su cenit cuando la terraza en la que estamos cenando se llena con trabajadores de la Vuelta Ciclista a España, la que Luis venía escuchando durante el viaje y que comentaba por mensajería con su amigo Tino.
La discusión versa sobre temas metafísicos y llama la atención de los que acaban de llegar (estamos en una terraza pequeña, de un pueblo del interior de Asturias, un día primero de septiembre). Al final nos hermanaremos. Charlaremos un rato con ellos y uno nos dirá justo antes de marchar: es un gusto escuchar discusiones que no sean una gilipollez.
Valentín, Luis, yo y la discusión. Tendría que escribir mucho sobre la discusión y mi forma de reaccionar en ella. No valdría esta primera discusión porque estábamos muy borrachos. En la borrachera el carácter se altera... el carácter... alterarse.
No me olvido.
Sólo que estoy en otros mundos.
Vuelvo a otros mundos. Pienso si son garbeos, cosas sin importancia. Pienso más: pequeñas distracciones. Sólo eso.
No me olvido.
Claro que no me olvido.
Soy Fernando Loygorri, escritor que ha triunfado y que ahora quiere apartarse, dueño de su vida.
O: soy Fernando Loygorri, escritor que ha triunfado porque ha logrado sobrevivir con su oficio y ahora, en la última recta, quisiera descansar más lejos de sus orígenes de lo que se encuentra ahora.
No me olvido.
La vida no es más que voluntad y representación.
No hay una sola verdad absoluta (ni tan siquiera ésa).
Probablemente entonces la mente no sea el cerebro.
No, no me olvido.
Garabateo cuando camino al caer la tarde por el sendero que he recorrido a lo largo de los últimos años. Garabateo ideas en mi cabeza. Sueño con ser un hombre metódico. No soy un hombre metódico. No tan metódico como pienso a veces que se debe ser o como lo pienso debido a una impronta que no sé de dónde viene y que se fue generando en mis circuitos neuronales la cual marcó ese límite ideal de método a partir del cual ya se es metódico perfecto. No sé si alguna vez he logrado girarme lo suficiente como para ver la realidad que la sombra proyecta en la pared del fondo de la cueva. Mi cueva. Cada ser humano y su cueva. Me atrevería a afirmar: cada ser vivo y su cueva.
Aquí estoy un 28 de agosto más en el que escribí alguna línea. Hoy he escrito muchas. Me siento hasta cierto punto satisfecho con la cantidad de líneas que he escrito hoy. Un 28 de agosto más.
May cumplió hace tres días 90 años. Son muchos años. Para nosotros, digo.
No, no me olvido sólo que cuando me llaman desde otros lugares de mi mente he de acudir a la llamada. Sentarme y comenzar a impregnarme de nuevo del aire de aquellas historias que parecían haber quedado atrás. Vuelvo a ellas con un doble motivo: ambición y gozo. Vuelvo a ellas a pluma (hoy ocurrió que el émbolo de una de mis plumas favoritas -tengo tres- se rompió tras más de quince años de uso. Quiero escribir con esa pluma la novela que empecé hace ya dos años, así es que he vertido tinta en un tintero de porcelana que me trajo Violeta de Portugal, y he seguido escribiendo la novela mojando el plumín a cada rato. Sensación de otros tiempos. Sensación de Flaubert o de Galdós. Escribo la novela en tres soportes: el primero, como acabo de decir, a pluma, el segundo a máquina de escribir -y esa es la segunda corrección porque en el manuscrito ya empiezo a corregir- y el tercero -donde realizo la tercera corrección- en la computadora y de ahí supongo que quedará el primer texto definitivo. No sé para qué quedará ese texto. No sé si lo terminaré. Sólo que en estos días de agosto me ha atraído con mucha fuerza y he vuelto a la novela que tiene por título Amor. Título provisional aunque no tanto.
No me olvido no. Sólo que ha hecho mucho calor y escribir cansa.
No sé esta tarde cuando el terror estacional del calor se anuncia como si fuera el no va más. El calor del verano en España. El puto y pegajoso calor. No sé en esta tarde por dónde empezar. Y no saberlo me parece un buen comienzo. Empezar a recorrer un día más las posibles combinaciones comprensibles de las letras y los signos de puntuación. No saber si podré trascender las propias palabras -que es tarea a la que aspira todo escritor- y al describir el momento en el que llego hasta un fresno del camino al que saludo con la mirada baja (porque el Anima Mundi sólo puede verse de reojo, nunca directamente) para que él responda a mi saludo con un leve fruncirse de sus hojas, digo que, tras describir ese momento, quizá logre trascender lo que describe y genere en quien lo lee una sensación próxima al déjà vu. El fresno me saluda muchas veces. Jamás lo hace si lo miro de frente.
Eso es. Sentir el silencio como dueño mío. Necesitarlo para vivir, para no volverme loco, en estas tardes de agosto que me están devolviendo una pelota a la que tendré que convertir en cubo. Escribir así. Insinuaciones.
¿Por qué la mujer que el otro día me ayudó dándome un caramelo con jengibre apenas me saludó ayer cuando nos cruzamos? Sólo es la pregunta. Dejo esa pregunta. Voy a intentar no admirarme de ella. No busco una respuesta. He vuelto a Krishnamurti. Me gusta el no-maestro Krishnamurti. Me gustan sus pausas. Me gustan sus no-enseñanzas. Debo emocionarme. Sin juicio. Con valor pero sin juicio. Mirar de frente: está la pantalla que se va vistiendo con las letras que voy pulsando en un teclado inalámbrico que mediante impulsos eléctricos -gracias a la potencia de una pila alcalina- envía la información binaria necesaria para que el hardware sepa interpretarla y surjan entonces unas As o unas Es o unas Emes. ¿Cómo se escribe M en lenguaje binario? Respuesta: 01001101.
Despertar. Oler la mañana. Sentir el pulso al apretar con fuerza la muñeca. Pensar: 'Hay en el aire' Volverlo a pensar: 'Hay en el aire'. Luego ha de venir el paseo. El fuego en los pulmones. La ascensión. En estos días de agosto en los que hasta estas latitudes llega el polvo del Sahara. Quizás ahora mismo estoy inhalando los restos de un antílope.
El calor distorsionó las frecuencias de las emisoras. Vuelvo a respirar con hondura. Sé que para muchos... esa es la enseñanza: ¡Atención sí!
...también, quizá, inhalo polvo de un naufragio ocurrido frente a las costas de la isla de Santa Elena justo al comienzo del siglo XXI. El Mar Tenebroso cuajaíto de islas. Tengo un islario.
Así avanza la tarde. Nadie gime. Los abrazos siguen quedando muy lejos. De repente el hombre que estaba impartiendo una conferencia exclama, ¡Creo que ya es suficiente por hoy! Se levanta y, con cierta prisa, se marcha por el lado opuesto al público. Tan cierto es esto como que una de las principales causas del inicio de la Primera Guerra Mundial fue que aquel verano de 1914 hacía calor en centroeuropa.
Recuerdo la frase de C., 'Metemos los móviles en el microondas'. Los móviles son el gran panóptico digital. De ahí derivo a: volver a Foucault. Vigilar y castigar. En los tiempos occidentales de la palabra Libertad. Exclamaría, '¡En bocas burguesas no entran moscas!' Me iría corriendo agarrándome el pito como hacen los niños muy pequeños cuando descubren que agarrarse el pito es recordar la tierra. Vigilar. Castigar. Aceptar. Rechazar. Atención. Esperanza no. Fe no.
Convalecencias. Derivas. Sé que a no mucho tardar, unas montañas me esperan.
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Tags : Asturias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/09/2021 a las 13:50 | {0}