Sit zu
La araña meditando su crimen es un color de tela que se ofrecía en la Inglaterra restauradora del siglo XVIII. También lo eran sapo enamorado y ratón asustado. Podría subir los escalones y mirar desde arriba. Vivir las sensaciones de este extraño fin de semana. Muy extraño por muchas cosas. Sobre todo por el vaivén de la vida, por los recuerdos que me han invadido y por los lugares donde he estado, donde he dormido. Color de vida tan extraño como los arriba reseñados. Es como si no supiera a qué carta emocional quedarme (si se me permite decirlo de esta forma un tanto cursi). El día es largo en emociones. Cambiantes como los cielos que han inundado de tormentas la tierra de Madrid. Con viento y sin él. Por la noche del viernes conduciendo por la carretera de El Escorial y al fondo truenos y rayos. O al volver hacia Madrid una tromba de agua tan intensa como la tristeza o la nostalgia o el simple deseo de unas horas antes. Luego el sábado fue volver. El viernes ya me inundó la jara. El sábado seguía inundado. El olor atrae el recuerdo como la miel a las moscas. Recuerdos, hermosos recuerdos, ¡qué bella! Luego ese mismo sábado todo fue cambiando o, mejor dicho, como todos los días todo fue cambiando, sin saber a qué carta quedarme. Estábamos en una casa donde nunca había estado. Habíamos sido invitados por dos perras sitzus. Pasamos la tarde y al final también la noche. Dormí en un sofá. Sin saber dónde estaba, sin querer saber qué eran los sonidos que escuchaba (suspiros, palabras a media voz, carreras, gemidos, risas, vuelos), despertándome, durmiéndome, soñando o no hasta que llegó la mañana y las emociones fluctuaban y seguí haciendo lo que tenía que hacer. Nos fuimos de la casa y dejamos en ella a nuestras anfitrionas y a una amiga que iba a pasar un rato más con ellas. Una hermosa casa, en una urbanización aislada allá por Valdemorillo. Dejé a la amiga con su madre, dejé a mi hija con su madre, dejé el coche donde debe estar y ella me trajo de vuelta a Madrid y miré su perfil y recordé su piel y la bondad suya y los tiempos juntos y lo hermosa que es. Llegué a casa. Había pasado de nuevo toda una vida en menos de treinta y seis horas. No supe qué hacer. Me quedé en blanco. Me sentí cansado y recordé entonces el color araña meditando un crimen y ese nombre me sugirió la sensaciones que ahora siento, indefinidas a no ser que por un azar de la vida alguien (o algo) me mostrara ese color como debía hacer el sastre cuando ante la curiosa mirada de la clienta, le enseñara el catálogo de colores y pudiera ver por fin ese último color llegado, seguramente, de París.
A Raúl
Ya caía el sol
en la azotea
pasaban unas gambas
sonaban unas trompetas
y nadie decía nada
y nadie sonreía alto
Allí estábamos
callados
al calor
de unos versos
que siempre supimos
que existían.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/05/2009 a las 12:02 | {1}
Haré
el estanque
quieto
luego
alguien
vendrá
el estanque
quieto
luego
alguien
vendrá
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/05/2009 a las 00:12 | {1}
Tirando al suelo una urna de la dinastía Han. Autor: Ai Weiwei
Ayer Matilde se hizo añicos y aunque todos lo esperábamos desde hace meses, algunos incluso años, no dejó de estremecernos su figura partida en mitad de la calle. La primera en dar la voz de alarma fue Gertrudis, la modista del cuarto, vecina desde el cuarenta y dos de Matilde, porque en aquel momento se encontraba en el balcón disfrutando una ligera brisa que se había levantado al final de la tarde y miraba hacia abajo bendiciendo el cielo. Luego nos confesó que la vio más inclinada que de costumbre hacia el lado derecho y que le notaba como un perfil de cristal que nunca antes había visto. Pero también nos confesó tras un largo silencio que aquello le pareció un espejismo. Nada más.
Mientras Paca la portera recogía con escoba y recogedor los pedazos de Matilde y los humedecía, todo hay que decirlo, con alguna que otra lágrima y eso que Matilde siempre había dicho de Paca que era una guarra y una sucia, Amparito, la del segundo, a su lado, le decía: "Mismamente esta mañana la había oído decir a la Matilde: De mi corazón al aire hay un suspiro". Y la Paca suspiraba y decía entre dientes: "Siempre fue una artista". Comentario que fue corroborado tanto por doña Angustias, la del primero, como por doña Mercedes, mejor llamada la Melancólica, porque no se le conocía sonrisa. Pero sin lugar a dudas la que más sufrió el destrozo de Matilde fue Encarnación, la del sexto. ¡Dios santo cómo se puso la pobre mujer!. Se mesó los cabellos, se desgarró las ropas, se mordió las manos y surgiendo como un vendaval trágico exclamó delante de todos: "Ay, ay, ay, viene la vida y se va volando y apenas se ha disfrutado de un instante ya la negrura de lo eterno arrasa con todo y nos deja desnudas bajo la tierra a merced de los naturales mecanismos del abono orgánico" (en este punto del planto hubo general consenso al afirmar que la pobre Encarnación empezaba a desvariar) "¡Matilde, vieja amiga, cabellos blancos llenos de sabiduría, apóstola de la senectud, pedacito de cerámica a punto de quebrarse, encarnación de la humanidad, humanidad misma siempre limpia y estable, barométricamente". En este momento se acercaron Lourdes, la del segundo interior derecha, y Mónica, la hija de la Melancólica y tomaron suavemente por los codos a Encarnación porque todos sabíamos que cuando Encarnación decía barométricamente estaba a punto de producirse su ataque epiléptico y bastante teníamos con el espectáculo de Matilde hecha pedazos como para añadir a Encarnación en trance. Por fin pudieron conseguir que le diera el ataque en el zaguán al resguardo de las terribles sombras del crepúsculo.
Dos horas invirtió Paca la portera en recoger todos los añicos de Matilde. Tan sólo esparció por la acera polvillo del corazón porque se negaba a dejarse recoger y un par de tendones del pie derecho. Todo lo demás lo metió en una bolsa de basura de las modernas con asas de plástico que, al tirar de ellas hacia arriba, hacen que la bolsa se cierre. Cuando hubo terminado el trabajo, aplaudido por todos, tocó el timbre asambleario y la presidenta de la comunidad, doña Juliana, la del quinto interior izquierda, decidió convocar junta extraordinaria aquella misma noche tras el anuncio por los distintos canales de televisión de los azares de la jornada. Ya todos reunidos en el cuarto de las calderas, Juliana habló en voz baja tras rezar un responso por la finada. Y Juliana dijo: "Mal haríamos queridas mías si dejáramos que a Matilde se la llevara la funeraria municipal. Porque nunca en este inmueble se ha vengado nadie de las muertas ni tan siquiera de aquella gran víbora que fue doña Adelaida, más puta que las gallinas y más golfa que una compañía de legionarios la cual como todas, perdón todos (y me miró a mí como disculpándose), recordaréis se benefició al calzonazos de mi marido una lúgubre tarde de verano. Por cierto que no sé por qué siendo todas mujeres y habiendo tan sólo un hombre hemos de tomar el genérico masculino; si me disculpa usted don Atanasio le trataré en femenino cuando me refiera a la comunidad. Como iba diciendo queridas (de nuevo me miró doña Juliana con una sonrisilla pícara) ni aún entonces dejamos a aquella gilipollas a su suerte. Y hoy de nuevo, cuando la muerte llama a nuestra puerta, y Matilde se deshace ante nosotras hemos de ser caritativas por más que Matilde fuera una sucia usurera y una clasista de mierda que no podía ver a una verdulera sin ponerse antes un pañuelito perfumado en la nariz. Y propongo como presidenta de esta comunidad de vecinas que hagamos lo mismo que hicimos con la puta Adelaida, con la ingenua Elvira, con la oligofrénica no entrenable Alfonsina y con la despampanante Lucrecia. Y propongo como siempre que sea nuestro buen Atanasio el que realice de nuevo la obra pues no otro sino él podría hacerlo. He dicho". Cerrada sonó la ovación en el cuarto de las calderas porque, en general, los discursos de Juliana elevaban nuestros ánimos y nos hacía sentirnos importantes porque nos hablaba como cuando ella formó parte de un parlamento allá por Camerún según siempre nos contó.
Así pues me entregaron la bolsa con los añicos de Matilde y pacientemente como ya hice en su día con Adelaida, Elvira, Alfonsina y la, ciertamente, despampanante Lucrecia de la que alguna día contaremos su historia, fui recomponiendo su figura hasta que al alba toqué el timbre comunal para que las vecinas mediante votación secreta dieran su visto bueno al trabajo. Una a una fueron pasando por mi modesto taller y examinaron concienzudamente la obra. Allí estaba Matilde reconstruida y pegada añico a añico; alguna parte, como es natural faltó, pero todas lo comprendieron y fueron dando su asentimiento e introdujeron su voto en la urna oscura del fondo del salón. A media mañana aceptada mi obra por treinta votos a favor, dos en contra y una abstención (la mía como es natural) se decidió colocar a Matilde en la Galería de las Vecinas Muertas, junto a Adelaida su confidente en vida. Y allí reposa ya, tan frágil, tan callada y con sus ojillos de usurera tan brillantes como los tuvo en vida.
Mientras Paca la portera recogía con escoba y recogedor los pedazos de Matilde y los humedecía, todo hay que decirlo, con alguna que otra lágrima y eso que Matilde siempre había dicho de Paca que era una guarra y una sucia, Amparito, la del segundo, a su lado, le decía: "Mismamente esta mañana la había oído decir a la Matilde: De mi corazón al aire hay un suspiro". Y la Paca suspiraba y decía entre dientes: "Siempre fue una artista". Comentario que fue corroborado tanto por doña Angustias, la del primero, como por doña Mercedes, mejor llamada la Melancólica, porque no se le conocía sonrisa. Pero sin lugar a dudas la que más sufrió el destrozo de Matilde fue Encarnación, la del sexto. ¡Dios santo cómo se puso la pobre mujer!. Se mesó los cabellos, se desgarró las ropas, se mordió las manos y surgiendo como un vendaval trágico exclamó delante de todos: "Ay, ay, ay, viene la vida y se va volando y apenas se ha disfrutado de un instante ya la negrura de lo eterno arrasa con todo y nos deja desnudas bajo la tierra a merced de los naturales mecanismos del abono orgánico" (en este punto del planto hubo general consenso al afirmar que la pobre Encarnación empezaba a desvariar) "¡Matilde, vieja amiga, cabellos blancos llenos de sabiduría, apóstola de la senectud, pedacito de cerámica a punto de quebrarse, encarnación de la humanidad, humanidad misma siempre limpia y estable, barométricamente". En este momento se acercaron Lourdes, la del segundo interior derecha, y Mónica, la hija de la Melancólica y tomaron suavemente por los codos a Encarnación porque todos sabíamos que cuando Encarnación decía barométricamente estaba a punto de producirse su ataque epiléptico y bastante teníamos con el espectáculo de Matilde hecha pedazos como para añadir a Encarnación en trance. Por fin pudieron conseguir que le diera el ataque en el zaguán al resguardo de las terribles sombras del crepúsculo.
Dos horas invirtió Paca la portera en recoger todos los añicos de Matilde. Tan sólo esparció por la acera polvillo del corazón porque se negaba a dejarse recoger y un par de tendones del pie derecho. Todo lo demás lo metió en una bolsa de basura de las modernas con asas de plástico que, al tirar de ellas hacia arriba, hacen que la bolsa se cierre. Cuando hubo terminado el trabajo, aplaudido por todos, tocó el timbre asambleario y la presidenta de la comunidad, doña Juliana, la del quinto interior izquierda, decidió convocar junta extraordinaria aquella misma noche tras el anuncio por los distintos canales de televisión de los azares de la jornada. Ya todos reunidos en el cuarto de las calderas, Juliana habló en voz baja tras rezar un responso por la finada. Y Juliana dijo: "Mal haríamos queridas mías si dejáramos que a Matilde se la llevara la funeraria municipal. Porque nunca en este inmueble se ha vengado nadie de las muertas ni tan siquiera de aquella gran víbora que fue doña Adelaida, más puta que las gallinas y más golfa que una compañía de legionarios la cual como todas, perdón todos (y me miró a mí como disculpándose), recordaréis se benefició al calzonazos de mi marido una lúgubre tarde de verano. Por cierto que no sé por qué siendo todas mujeres y habiendo tan sólo un hombre hemos de tomar el genérico masculino; si me disculpa usted don Atanasio le trataré en femenino cuando me refiera a la comunidad. Como iba diciendo queridas (de nuevo me miró doña Juliana con una sonrisilla pícara) ni aún entonces dejamos a aquella gilipollas a su suerte. Y hoy de nuevo, cuando la muerte llama a nuestra puerta, y Matilde se deshace ante nosotras hemos de ser caritativas por más que Matilde fuera una sucia usurera y una clasista de mierda que no podía ver a una verdulera sin ponerse antes un pañuelito perfumado en la nariz. Y propongo como presidenta de esta comunidad de vecinas que hagamos lo mismo que hicimos con la puta Adelaida, con la ingenua Elvira, con la oligofrénica no entrenable Alfonsina y con la despampanante Lucrecia. Y propongo como siempre que sea nuestro buen Atanasio el que realice de nuevo la obra pues no otro sino él podría hacerlo. He dicho". Cerrada sonó la ovación en el cuarto de las calderas porque, en general, los discursos de Juliana elevaban nuestros ánimos y nos hacía sentirnos importantes porque nos hablaba como cuando ella formó parte de un parlamento allá por Camerún según siempre nos contó.
Así pues me entregaron la bolsa con los añicos de Matilde y pacientemente como ya hice en su día con Adelaida, Elvira, Alfonsina y la, ciertamente, despampanante Lucrecia de la que alguna día contaremos su historia, fui recomponiendo su figura hasta que al alba toqué el timbre comunal para que las vecinas mediante votación secreta dieran su visto bueno al trabajo. Una a una fueron pasando por mi modesto taller y examinaron concienzudamente la obra. Allí estaba Matilde reconstruida y pegada añico a añico; alguna parte, como es natural faltó, pero todas lo comprendieron y fueron dando su asentimiento e introdujeron su voto en la urna oscura del fondo del salón. A media mañana aceptada mi obra por treinta votos a favor, dos en contra y una abstención (la mía como es natural) se decidió colocar a Matilde en la Galería de las Vecinas Muertas, junto a Adelaida su confidente en vida. Y allí reposa ya, tan frágil, tan callada y con sus ojillos de usurera tan brillantes como los tuvo en vida.
Cuento
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2009 a las 20:00 | {0}
Hace tiempo que no sentía la gana de quedarme un rato más en la cama. El sonido del despertador, sin los cantos de los pájaros. Las campanadas del reloj. Bajo el cielo cubierto de nubes o despejado. El aire fresco de la mañana. Desayuno. Ducha. Vestirme. El camino por la calle Mayor. Y los días de fiesta. Los días de asueto. Como éste de hoy, fiesta en Madrid, que celebra el día de su patrón, y que, como siempre que hay una celebración pública, lo festeja con bandas musicales y algarabía popular en esta calle tan castiza (curiosa palabra que viene a decir lo propio de un lugar -sobre todo en Madrid- y cuya etimología primera nos remitiría a la noción de castas. Recomiendo en esta digresión el libro de Américo Castro Cervantes y los casticismos españoles, editado por Trotta ), tan de pueblo.
He dormido todo el día. Y ahora, cuando la tarde cae, recuerdo el cambio en el ritmo de vida y la naturalidad con que el cuerpo acepta el reto. He estado casi continuamente a lo largo de los diez últimos años llevando una vida de interior. Solía trabajar en mi casa. Apenas veía a nadie fuera de esos muros. Yo marcaba las horas del día y las horas, siempre flexibles, lo asumían. No sé cuánto tiempo habré derrochado ni creo que sea ahora el momento de echar cuentas. En la actualidad son las horas quienes me gobiernan y, semejante a ellas, lo acepto de buen grado. Redescubro que en la concentración de cuestiones ajenas el tiempo se aligera y marcha al galope por un espacio con un final claro y oscuro llamado muerte. Y me monto en el caballo alado de las horas y viajo por el tiempo tomando con dulzura las bridas (o quizá sea yo el caballo y las horas sean mi jinete), algo echado hacia delante, casi rozando con mi boca las crines de una hora, para que el viento no me golpee de continuo en el rostro.
En ese galopar escucho las notas de una guitarra, el grito de una gitana, el vuelo de las faldas de una muchacha que agita al mismo tiempo una sílaba entre sus labios; atisbo en la carrera el color rojo de la muleta de un hombre, el suave cosquilleo de los bigotes de una gata en la naricilla de un bebé, las gentes pacíficas en la espera de un semáforo que les dé el paso, el aroma de una comida echa con el amor que merece alimentar a otro ser, las risas de unos amigos ante un brandy añejo, de otro siglo, y presencio, aunque sea fugazmente, una mirada verde como el verde de la hierba en las Highlands de Escocia y en noviembre, un fogonazo de luz en los túneles del mundo, una mano negra de grandes uñas hermosa como un paisaje lunar a punto de nacer.
Así va diciéndome el día que la noche entra.
La banda de pueblo se ha ido.
Voy a levantar la persiana.
A lo mejor salgo a la calle.
Hasta mañana.
He dormido todo el día. Y ahora, cuando la tarde cae, recuerdo el cambio en el ritmo de vida y la naturalidad con que el cuerpo acepta el reto. He estado casi continuamente a lo largo de los diez últimos años llevando una vida de interior. Solía trabajar en mi casa. Apenas veía a nadie fuera de esos muros. Yo marcaba las horas del día y las horas, siempre flexibles, lo asumían. No sé cuánto tiempo habré derrochado ni creo que sea ahora el momento de echar cuentas. En la actualidad son las horas quienes me gobiernan y, semejante a ellas, lo acepto de buen grado. Redescubro que en la concentración de cuestiones ajenas el tiempo se aligera y marcha al galope por un espacio con un final claro y oscuro llamado muerte. Y me monto en el caballo alado de las horas y viajo por el tiempo tomando con dulzura las bridas (o quizá sea yo el caballo y las horas sean mi jinete), algo echado hacia delante, casi rozando con mi boca las crines de una hora, para que el viento no me golpee de continuo en el rostro.
En ese galopar escucho las notas de una guitarra, el grito de una gitana, el vuelo de las faldas de una muchacha que agita al mismo tiempo una sílaba entre sus labios; atisbo en la carrera el color rojo de la muleta de un hombre, el suave cosquilleo de los bigotes de una gata en la naricilla de un bebé, las gentes pacíficas en la espera de un semáforo que les dé el paso, el aroma de una comida echa con el amor que merece alimentar a otro ser, las risas de unos amigos ante un brandy añejo, de otro siglo, y presencio, aunque sea fugazmente, una mirada verde como el verde de la hierba en las Highlands de Escocia y en noviembre, un fogonazo de luz en los túneles del mundo, una mano negra de grandes uñas hermosa como un paisaje lunar a punto de nacer.
Así va diciéndome el día que la noche entra.
La banda de pueblo se ha ido.
Voy a levantar la persiana.
A lo mejor salgo a la calle.
Hasta mañana.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/05/2009 a las 20:08 | {0}
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Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/05/2009 a las 19:45 | {1}