
El Diccionario de Autoridades aporta tres definiciones para la palabra Pujo
PUJO: Enfermedad muy penosa que consiste en la gana continua de hacer cámara, con gran dificultad de lograrlo lo cual causa mui graves dolores en el siesso. Procede de algunas porciónes de humór acre, dentro del intestino recto, que maltrata y hiere el esphínter. Úsase regularmente en plural. Puede traher su origen la voz del verbo Pujar, por la fuerza que se hace para expeler el humór o las heces. Lat. Tenasmus, i. LAG. Diosc. lib. 2 cap. 63. Restriñe los fluxos del vientre acompañados de llagas y semejantemente los pujos.
PUJO: Por extensión se toma por la gana violenta de prorrumpir en algún afecto exterior: como risa o llanto. Lat. Pruritus
PUJO: Por metáphora se toma por el deseo eficaz, o ansia de lograr algún fin. Lat. Anxietas. PIC. JUST. f. 177. Llevaba un pujo de decir necedades, como si huviera tomado alguna purga confeccionada con hojas de calepino. A pujos. Modo adverb. que vale poco a poco, ù con dificultad. Lat. Intercadenter. Difficulter.
El nervio propio de las pujas.
El deseo irrefrenable de relinchar al salir a la calle.
La salvaguarda de los principios.
El amor por una palabra. Una sola palabra. Una ventura. Una aproximación.
Un deseo se arremolinaba. La noche lo incluía en su dominio. Al despertar sentía el regusto de su fuerza. Y los nervios habían de calmarse a base de silencios. Había -se decía- que permanecer callado.
La atención -por puja- se dirigió hacia otro lado.
¿El matrimonio entre el cielo y el infierno daba como resultado la Tierra?
Retengo mi lengua con estoicismo
para que no enferme de desmesura.
Soneto de Pierre de Ronsard.
Traducción libre.

Gabrielle d'Estrée y su hija. Anónimo de la Escuela de Fontainebleau
Quand vous serez bien vieille, au soir à la chandelle,
Assise aupres du feu, devidant et filant,
Direz chantant mes verses, en vous esmerveillant:
"Ronsard me celebroit du temps que j'estois belle."
Lors vous n'aurez servante oyant telle nouvelle,
Desja sous le labeur à demy sommeillant,
Qui au bruit de mon nom ne s'aille resveillant,
Benissant vostre nom de louange immortelle.
Je seray sous la terre, et fantôme sans os
Par les ombres myrteux, je prendray mon repos;
Vous serez au fouyer une vieille accroupie,
Regrettant mon amour et vostre fier desdain.
Vivez, si m'en croyez, n'attendez demain:
Cueillez dés aujourdhuy les roses de la vie.
Cuando vos seáis muy vieja, en la noche a la luz de una vela,
sentada junto al fuego, mientras devanáis e hiláis,
diréis cantando mis versos, deslumbrándoos:
"Ronsard me celebró el tiempo que fui bella".
Entonces no habrá doncella que escuche tal nueva
ya sobre sus labores dormitando
que ante el ruido de mi nombre no vaya despertando
y bendiga vuestro nombre con alabanza inmortal.
Yo estaré bajo tierra y, fantasma sin hueso
entre los umbríos arrayanes, descansaré en paz;
vos estaréis ante el hogar como una vieja ovillada
lamentando mi amor y vuestro fiero desdén.
Vivid, si me creéis, no esperéis a mañana:
recoged desde hoy mismo las rosas de la vida.
Assise aupres du feu, devidant et filant,
Direz chantant mes verses, en vous esmerveillant:
"Ronsard me celebroit du temps que j'estois belle."
Lors vous n'aurez servante oyant telle nouvelle,
Desja sous le labeur à demy sommeillant,
Qui au bruit de mon nom ne s'aille resveillant,
Benissant vostre nom de louange immortelle.
Je seray sous la terre, et fantôme sans os
Par les ombres myrteux, je prendray mon repos;
Vous serez au fouyer une vieille accroupie,
Regrettant mon amour et vostre fier desdain.
Vivez, si m'en croyez, n'attendez demain:
Cueillez dés aujourdhuy les roses de la vie.
Cuando vos seáis muy vieja, en la noche a la luz de una vela,
sentada junto al fuego, mientras devanáis e hiláis,
diréis cantando mis versos, deslumbrándoos:
"Ronsard me celebró el tiempo que fui bella".
Entonces no habrá doncella que escuche tal nueva
ya sobre sus labores dormitando
que ante el ruido de mi nombre no vaya despertando
y bendiga vuestro nombre con alabanza inmortal.
Yo estaré bajo tierra y, fantasma sin hueso
entre los umbríos arrayanes, descansaré en paz;
vos estaréis ante el hogar como una vieja ovillada
lamentando mi amor y vuestro fiero desdén.
Vivid, si me creéis, no esperéis a mañana:
recoged desde hoy mismo las rosas de la vida.
Lo más sublime del amor es no sentir miedo. Ser amado es desterrar el miedo a ser uno mismo con sus oscuridades, sus vacíos, sus latidos por medio del Otro.
Amar es aligerar el peso del amado, ofrecerse como espejo cuyo reflejo le resulte grato.
Las caricias ¿no son sino una ausencia de tensión, el descubrimiento de la suavidad de uno mismo surgida de las manos del Otro? ¿no es eso lo que generan? Suavidad de uno mismo.
Amar es exaltar la libertad. Amar es desafío a una verdad que desde la niñez se hurta: el miedo es ausencia de afectos.
Cuando dos seres se aman comparten durante ese tiempo la energía más pura del universo. Amar es declarar inocente al Otro.
Una sucesión de besos en la boca, de besos sostenidos, infunden en todo el cuerpo la gratitud del viento deslizándose sin esfuerzo por la precisa conformación de las alas de las aves. Besar la boca es besar el hálito del Otro, su necesidad primera.
Dos cuerpos que se aman. El goce intenso y despierto. La búsqueda larga y extenuante. Dos cuerpos que se aman con sus hallazgos, sus súplicas, sus dilataciones urden un juego que conduce a la exaltación del Otro desde el placer propio. Amar pervierte el orden brutal de las cosas.
Madame L. susurró al oído del señor L., Tienes mil cuerpos.
La última frase que el señor L. escribió en la casa de madame L. fue, ¡Tiempo, detente!
FIN DE LA SERIE EL VIAJE
Amar es aligerar el peso del amado, ofrecerse como espejo cuyo reflejo le resulte grato.
Las caricias ¿no son sino una ausencia de tensión, el descubrimiento de la suavidad de uno mismo surgida de las manos del Otro? ¿no es eso lo que generan? Suavidad de uno mismo.
Amar es exaltar la libertad. Amar es desafío a una verdad que desde la niñez se hurta: el miedo es ausencia de afectos.
Cuando dos seres se aman comparten durante ese tiempo la energía más pura del universo. Amar es declarar inocente al Otro.
Una sucesión de besos en la boca, de besos sostenidos, infunden en todo el cuerpo la gratitud del viento deslizándose sin esfuerzo por la precisa conformación de las alas de las aves. Besar la boca es besar el hálito del Otro, su necesidad primera.
Dos cuerpos que se aman. El goce intenso y despierto. La búsqueda larga y extenuante. Dos cuerpos que se aman con sus hallazgos, sus súplicas, sus dilataciones urden un juego que conduce a la exaltación del Otro desde el placer propio. Amar pervierte el orden brutal de las cosas.
Madame L. susurró al oído del señor L., Tienes mil cuerpos.
La última frase que el señor L. escribió en la casa de madame L. fue, ¡Tiempo, detente!
FIN DE LA SERIE EL VIAJE

Madame L. escucha a L. -un amigo del señor L.-cómo describe la escenografía de Las Alegres comadres de Windsor, obra que está dirigiendo en La Comédie Française y ríe con ganas cuando L. le cuenta la traducción que han hecho al francés de todos los improperios con que es descrito Falstaf en las distintas obras de Shakespeare o cuando imita el sonido del francés que hacen sus actores cuando se enfadan. El señor L. se siente a gusto junto a su amigo L.. Tras un largo café y una interesante charla L. y el señor L. se abrazan en la esquina del café Fiore y se despiden.
La belleza de la rue Saint André des Arts.
Madame L. y el señor L, tomaron el tren de las 19 h. 45 m. a Caen en la Gare de Saint Lazare. Recordará el señor L. mucho más tarde la cúpula iluminada de la basílica de Santa Teresa en Lisieux por el recuerdo de Joseph Roth y su Leyenda del Santo Bebedor.
Durante el trayecto madame L. y el señor L. se pusieron a corregir unos ejercicios de español. El tren avanzaba. Madame L. con su rotulador rojo sentía un inmenso placer junto al señor L. mientras corregían faltas y proponían soluciones. Había en ese hecho tan cotidiano una belleza de siempre unido al ahora del tren, camino de su casa, en su ciudad normanda, junto a un amor de su adolescencia, cuando era el verano... Rieron con algunas expresiones. Alabaron otras. En algún momento mientras leían uno de los ejercicios se cogieron de las manos.
Cuando estaban llegando a Lisieux, madame L. le preguntó al señor L. ¿No vas a mirar el lugar donde viví mi infancia y mi adolescencia? El señor L. se levantó y le respondió, Por supuesto que sí y salió del vagón y miró, a través del cristal de la puerta, los puntos de luz que alumbraban la noche de Lisieux.
A madame L. le pareció un poco tonto el señor L. cuando ya en Caen, en el taxi camino de su casa, le dijo, Mira, ahí está el hipódromo -como todo hipódromo una extensión considerable al aire libre-y el señor L. le señaló un muro con una pequeña puerta y contestó, ¡Ah, qué curioso! y madame L. dijo, ¿Cómo se te ocurre que pueda estar el hipódromo ahí? No lo entiendo.
Madame L. abre la puerta de su casa al señor L.. Le mira con ternura. Querría abrazarle. Querría besarle.
Madame L. le dice al señor L. que va a tomar un baño. El señor L. querría bañarse con ella. Mientras ella se baña, él escribe.
En el baño madame L. sintió la fatiga que de improviso, a ráfagas, todos los días desde hacía cuatro meses, le sobrevenía. Sabía que estaba enferma. No sabía aun la gravedad. Madame L. sintió miedo, se sumergió en el agua caliente, cerró los ojos e intentó no pensar.
La belleza de la rue Saint André des Arts.
Madame L. y el señor L, tomaron el tren de las 19 h. 45 m. a Caen en la Gare de Saint Lazare. Recordará el señor L. mucho más tarde la cúpula iluminada de la basílica de Santa Teresa en Lisieux por el recuerdo de Joseph Roth y su Leyenda del Santo Bebedor.
Durante el trayecto madame L. y el señor L. se pusieron a corregir unos ejercicios de español. El tren avanzaba. Madame L. con su rotulador rojo sentía un inmenso placer junto al señor L. mientras corregían faltas y proponían soluciones. Había en ese hecho tan cotidiano una belleza de siempre unido al ahora del tren, camino de su casa, en su ciudad normanda, junto a un amor de su adolescencia, cuando era el verano... Rieron con algunas expresiones. Alabaron otras. En algún momento mientras leían uno de los ejercicios se cogieron de las manos.
Cuando estaban llegando a Lisieux, madame L. le preguntó al señor L. ¿No vas a mirar el lugar donde viví mi infancia y mi adolescencia? El señor L. se levantó y le respondió, Por supuesto que sí y salió del vagón y miró, a través del cristal de la puerta, los puntos de luz que alumbraban la noche de Lisieux.
A madame L. le pareció un poco tonto el señor L. cuando ya en Caen, en el taxi camino de su casa, le dijo, Mira, ahí está el hipódromo -como todo hipódromo una extensión considerable al aire libre-y el señor L. le señaló un muro con una pequeña puerta y contestó, ¡Ah, qué curioso! y madame L. dijo, ¿Cómo se te ocurre que pueda estar el hipódromo ahí? No lo entiendo.
Madame L. abre la puerta de su casa al señor L.. Le mira con ternura. Querría abrazarle. Querría besarle.
Madame L. le dice al señor L. que va a tomar un baño. El señor L. querría bañarse con ella. Mientras ella se baña, él escribe.
En el baño madame L. sintió la fatiga que de improviso, a ráfagas, todos los días desde hacía cuatro meses, le sobrevenía. Sabía que estaba enferma. No sabía aun la gravedad. Madame L. sintió miedo, se sumergió en el agua caliente, cerró los ojos e intentó no pensar.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/11/2009 a las 10:42 |