¡Oh, Marción! Aún hoy nos preguntamos cómo tuviste la idea de crear una nueva Biblia. Luego olvidamos la pregunta e intentamos ubicar en el tiempo los sucesos. ¿Cómo podríamos entender lo mágico si no fuera por ti, Marción? Más tarde matizamos (somos mucho de matizar. Nos pasamos los años haciéndolo. Hemos llegado a creer que somos el matiz que antecede al matiz de mañana el cual nos niega en parte, nos cercena algo de lo que éramos; matizar, decimos, matizar es velar y al velar algo se oculta, algo queda fuera de la mirada; y ese matiz de mañana a su vez será velado -será en parte ocultado- por el siguiente, ¿hasta el infinito?) o, mejor, empezamos a acotar lo que nosotros podemos intuir que sentían por mágico las personas que habitaban Mesopotamia en el siglo II d.e.c. ¿Nos queda algo de su percepción de lo mágico?
Al salir lo he olvidado todo. Luce el sol. El cielo está muy azul. Siento la inquietud que causa la toma de una decisión. Intuyo que no habrá respuesta o yo no seré capaz de percibirla. Mientras camino discurro mucho. Discurro sobre el significado de la responsabilidad y lo que ese significado influye en el devenir y lo moldea. Respiro el aire que está muy limpio y también es azul. Me detengo para ver el planeo de un halcón y la carrera acompañada de ladridos del perro como si así le hiciera saber al halcón que él no es alimento para sus polluelos ni para él. Asciendo. Miro el viaducto a lo lejos que hoy se ve diáfano. Une laderas de gargantas.
Dime tú, Marción, cómo llegaste a pulir el cristianismo, el cual, tras de ti, dejó de ser primitivo. Verduras con huevo y tacos de jamón. Algo de la tarde entretenido. Venir aquí. Salir y contemplar el rosa de unas nubes con el blanco de la luna y colegir que es una buena imagen para representar el frío. El sol declina enfrente. Queda sólo una nube gris y amarilla. El hombre mayor quita hierbajos. Pasa el padre con sus dos hijos pequeños. La escalera a oscuras.
Todo -ismo es un istmo
Por la carretera de abajo se encuentra a la mujer ya entrada en años, de una edad -eso sí- extraña e indefinida, la que corre entre los setenta y los ochenta y cinco años. A partir de los ochenta y cinco, la vejez cae de golpe y se adueña del cuerpo que le viene como un guante... o mortaja. Dice la mujer, ¡Qué día tan bueno ha hecho ! que no parece el día de todos los santos. Con este tiempo hace nada nos reuníamos allí donde los bancos, ¿sabes? nos reuníamos allí lo menos catorce, catorce éramos hace nada y mira ahora, ahora sólo quedo yo... bueno y una señora de noventa y uno que ya no se puede mover. (Pausa. Sonríe) Como dice el refrán: La Conseja ni guarda la vaca ni guarda la oveja. Sólo yo. Que eran las cinco, ahí sola con la televisión que me me he dicho, mira, te vas hasta el reguerillo y se te hacen las seis. Andando el tiempo se hace más corto y eso que ya he venido dos veces esta mañana, una al cementerio este -por el que pasamos en ese momento- y otra vez para ir al nuevo. Otros días voy al Centro pero allí todas están jugando a las cartas y a mí no me gusta, nunca me gustó, me pongo a mirar pero jugar no, desde las seis y media hasta las nueve y así el tiempo se hace más corto. Bueno, me voy hasta el reguerillo otra vez y cuando esté de vuelta ya serán las seis. Que tenga buena tarde.
Se aleja la mujer entrada en años. Es robusta y pequeña. Tiene los ojos malos. Viste una falda de tela gris y una rebeca azul. Tiene color en las mejillas, color que seguro que se ha forjado aguantando de frente los vientos que vienen de Buitrago. De las catorce que quedaban en el camino de las Eras para hacer una conseja ya sólo camina ella.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2022 a las 18:06 | {0}Cuando se levantó sintió el temor propio de la despedida. Él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Ella se acercó a la cocina de carbón y la encendió como si se tratara de una mañana cualquiera y eso que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Recordó una mirada de él la noche anterior, el deseo y el cariño con el que le miraba medio pecho que sobresalía por el escote del camisón. Lo que siguió no fue especial. No podía serlo cuando él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Se despidieron en la puerta de la cocina, el día era lluvioso y la bruma no se acababa de levantar. Cuando acarició su mejilla pensó que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Lo miró alejarse. Se metió en la casa. Noviembre la había dejado fría. Lloró un poco sentada a la mesa de la cocina mientras sorbía a sorbos pequeños el café que recién había hecho y a cada sorbo, como una letanía, se le venía al pensamiento que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo.
No volvió a verlo.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/10/2022 a las 19:01 | {0}Había descubierto por la luz la llegada de la tormenta
Se le ocurrió la forma de escribir una entrada
Supo diferenciar varios tonos de verde muy cercanos entre sí
Se maravilló de las curvas de un sendero
Aceptó con llaneza un paraguas
Se alimentó de una esperanza secreta
Dijo, a quien pudiera escucharle, que iba a disfrutar la estancia
Entendió ¿para siempre? la diferencia entre responsabilidad y culpa
La tormenta se anunció a lo lejos. Corrieron rápidas las nubes. Cayó el aguacero sobre ellos. Llegaron a casa justo a tiempo
La marcha será larga
Habrá nuevos páramos cubiertos por la niebla y la escarcha
Le temblarán las piernas. Probablemente dé el paso. Nadie se inmiscuirá
Pasó la tarde
Creyó en sí mismo
Podía respirar
Se bastaba
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/10/2022 a las 20:13 | {0}
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/11/2022 a las 19:24 | {0}