Apuntes y croquis para una Conferencia Internacional sobre Indocencia organizada por Juan de Mairena en su Gymnasium. Estos apuntes quedaron encima de un perchero, en extraño equilibrio, y se atribuyen a Isaac Alexander.
¡Qué bien huele el Diccionario de Autoridades! Despiden sus hojas el aroma de las palabras, las palabras en sí mismas, con orden colocadas en columnas de dos por página.
¿No es lo justo enseñar que no se sabe?
Mostrar la ignorancia es enseñar el conocimiento.
La imposición. La autoridad. La tarima. La pizarra. Los libros sobre la mesa mayor que las de los alumnos. De frente, ¡Ar!
¿No es sonreír? ¿No es jugar?
O admirarse de las largas narraciones de reglamentos (disfrazados tantas veces de principios) como si se trataran de una ficción hiperrealista.
Declarar: Utilizaremos el método de la mayéutica. Sólo se puede enseñar a preguntar(se).
Enseñar: v.a. Instruir, doctrinar, amaestrar, dar reglas y preceptos para la inteligencia de las cosas. La raíz de este verbo parece sale del Latino Insinuare. Lat. Docere, Instruere, Erudire. M. Avil. Trat. Oye hija, cap. 48. Esta sabiduría es la que enseña el agradamiento de Dios en particular, la qual no mora en los malos.. Saav. Empr. 65. Más debemos algunas veces a nuestros errores que a nuestros aciertos: porque aquéllos nos enseñan y éstos nos desvanecen.
¿Cuál es tu pasión? ¿Cómo se describe el cambio? ¿Quién descubrió el olvido?
Tras preguntar sobre la insondable paciencia de las fotos el profesor Benedetti se interesó por el bazo del alumno (como era de esperar el interrogado ignoraba del todo su existir).
¿No es lo justo enseñar que no se sabe?
Mostrar la ignorancia es enseñar el conocimiento.
La imposición. La autoridad. La tarima. La pizarra. Los libros sobre la mesa mayor que las de los alumnos. De frente, ¡Ar!
¿No es sonreír? ¿No es jugar?
O admirarse de las largas narraciones de reglamentos (disfrazados tantas veces de principios) como si se trataran de una ficción hiperrealista.
Declarar: Utilizaremos el método de la mayéutica. Sólo se puede enseñar a preguntar(se).
Enseñar: v.a. Instruir, doctrinar, amaestrar, dar reglas y preceptos para la inteligencia de las cosas. La raíz de este verbo parece sale del Latino Insinuare. Lat. Docere, Instruere, Erudire. M. Avil. Trat. Oye hija, cap. 48. Esta sabiduría es la que enseña el agradamiento de Dios en particular, la qual no mora en los malos.. Saav. Empr. 65. Más debemos algunas veces a nuestros errores que a nuestros aciertos: porque aquéllos nos enseñan y éstos nos desvanecen.
¿Cuál es tu pasión? ¿Cómo se describe el cambio? ¿Quién descubrió el olvido?
Tras preguntar sobre la insondable paciencia de las fotos el profesor Benedetti se interesó por el bazo del alumno (como era de esperar el interrogado ignoraba del todo su existir).
Querida [...]
¡Cuánto me duele tu ausencia! Esta noche dormía, eran las tres de la madrugada (lo sé porque inmediatamente después del hecho han sonado las campanadas en el reloj de pared) y me han despertado tres golpes en la puerta. Golpes con los nudillos. He sabido que quien llamaba era un fantasma o un ser desencarnado. En la casa donde vivo pululan estos seres -ectoplasmas los llama P.- que son inofensivos y tan sólo quieren, de vez en cuando, dejar constancia de su presencia. Tras los golpes han sonado las campanas y yo me he mantenido despierto, sin miedo, lleno, lleno de ausencia, de ausencia de ti. Lo he sabido porque nada más sonar los golpes en vez de invadirme un miedo atávico a los muertos, me ha invadido una ensoñación maravillosa y tristísima. Eras tú quien abría la puerta. Te quedabas en el umbral e intentabas vislumbrar si yo estaba dormido. Yo me lo hacía y esperaba. Tú cerrabas la puerta y muy despacito, casi elevada sobre el suelo de piedra, te ibas acercando a mí e, igual de ligera, te sentabas en la alfombra, junto a mi cara y me mirabas y me mirabas y me mirabas y me mirabas... Yo no sé si esto es el amor o es la necesidad (¿maldita o bendita?) de sentir algo llamado así. Tampoco permanezco mucho en este debate. Intento ser realista. Decirme: Esta ausencia no existe. Llegaste demasiado tarde. Ya es tarde. Tarde. Arde mi corazón nada más despertarme y quisiera salir corriendo y atravesar las ciudades, los campos y los páramos, las montañas y los puentes sobre los caudalosos ríos, siempre corriendo, sin descansar, corriendo hacia ti que estás en ese momento mirando en el puerto de tu ciudad cómo un barco es rodeado de estibadores y, alegres de alcohol, cantan una vieja canción marinera. Siento en el pecho la ansiedad de tu ausencia y descubro que ésta no es vacío sino plenitud de cuerda. Miro unas drogas farmacéuticas que aseguran con su ingesta la calma de la ansiedad pero no quiero tomarlas, no quiero que ninguna sustancia externa atenúe mi propia química, la que me ha traído hasta aquí, hasta ti. Yo sé que mi medio interno anda enloquecido, sé que la biología de las pasiones navega por mis órganos con mensajes subidos de tono, es mi cuerpo un gran cuadro expresionista, es mi linfa verde y mi sangre pálida y mis neuronas provocan terribles descargas eléctricas que dejan mi corazón y mis riñones llenitos de piedras (como si fueran perlas pero siendo piedras) y así en esta mañana oscura de diciembre, tras dar un trago al café, tu cara azul y tus cabellos, el perfil de tu pecho y el perfil de tu vientre, un eco de tu voz y un matiz en las aletas de tu nariz, un resto de tu pie en mi muslo derecho abarcan todas mis palabras, cubren mi cerebro entero y me lanzan de nuevo a viejas batallas que de seguro están perdidas. Como perdida estás tú, querida [...] y yo tan sólo quisiera encontrarte en el viejo soto sagrado, en el centro del bosque, donde los druidas acaban de terminar sus ritos y han dejado -previsiblemente a propósito- un resto de pócima mágica sobre el ara de piedra y musgo. Cogidos de la mano nos hemos acercado, anticipando la gloria hemos impregnado nuestros dedos anulares con los restos de la pócima y al unísono la hemos chupado (tú la pócima de mi dedo, yo la del tuyo). Hemos esperado. Aún esperamos. Convertidos en piedra. Tan alejados.
¡Cuánto me duele tu ausencia! Esta noche dormía, eran las tres de la madrugada (lo sé porque inmediatamente después del hecho han sonado las campanadas en el reloj de pared) y me han despertado tres golpes en la puerta. Golpes con los nudillos. He sabido que quien llamaba era un fantasma o un ser desencarnado. En la casa donde vivo pululan estos seres -ectoplasmas los llama P.- que son inofensivos y tan sólo quieren, de vez en cuando, dejar constancia de su presencia. Tras los golpes han sonado las campanas y yo me he mantenido despierto, sin miedo, lleno, lleno de ausencia, de ausencia de ti. Lo he sabido porque nada más sonar los golpes en vez de invadirme un miedo atávico a los muertos, me ha invadido una ensoñación maravillosa y tristísima. Eras tú quien abría la puerta. Te quedabas en el umbral e intentabas vislumbrar si yo estaba dormido. Yo me lo hacía y esperaba. Tú cerrabas la puerta y muy despacito, casi elevada sobre el suelo de piedra, te ibas acercando a mí e, igual de ligera, te sentabas en la alfombra, junto a mi cara y me mirabas y me mirabas y me mirabas y me mirabas... Yo no sé si esto es el amor o es la necesidad (¿maldita o bendita?) de sentir algo llamado así. Tampoco permanezco mucho en este debate. Intento ser realista. Decirme: Esta ausencia no existe. Llegaste demasiado tarde. Ya es tarde. Tarde. Arde mi corazón nada más despertarme y quisiera salir corriendo y atravesar las ciudades, los campos y los páramos, las montañas y los puentes sobre los caudalosos ríos, siempre corriendo, sin descansar, corriendo hacia ti que estás en ese momento mirando en el puerto de tu ciudad cómo un barco es rodeado de estibadores y, alegres de alcohol, cantan una vieja canción marinera. Siento en el pecho la ansiedad de tu ausencia y descubro que ésta no es vacío sino plenitud de cuerda. Miro unas drogas farmacéuticas que aseguran con su ingesta la calma de la ansiedad pero no quiero tomarlas, no quiero que ninguna sustancia externa atenúe mi propia química, la que me ha traído hasta aquí, hasta ti. Yo sé que mi medio interno anda enloquecido, sé que la biología de las pasiones navega por mis órganos con mensajes subidos de tono, es mi cuerpo un gran cuadro expresionista, es mi linfa verde y mi sangre pálida y mis neuronas provocan terribles descargas eléctricas que dejan mi corazón y mis riñones llenitos de piedras (como si fueran perlas pero siendo piedras) y así en esta mañana oscura de diciembre, tras dar un trago al café, tu cara azul y tus cabellos, el perfil de tu pecho y el perfil de tu vientre, un eco de tu voz y un matiz en las aletas de tu nariz, un resto de tu pie en mi muslo derecho abarcan todas mis palabras, cubren mi cerebro entero y me lanzan de nuevo a viejas batallas que de seguro están perdidas. Como perdida estás tú, querida [...] y yo tan sólo quisiera encontrarte en el viejo soto sagrado, en el centro del bosque, donde los druidas acaban de terminar sus ritos y han dejado -previsiblemente a propósito- un resto de pócima mágica sobre el ara de piedra y musgo. Cogidos de la mano nos hemos acercado, anticipando la gloria hemos impregnado nuestros dedos anulares con los restos de la pócima y al unísono la hemos chupado (tú la pócima de mi dedo, yo la del tuyo). Hemos esperado. Aún esperamos. Convertidos en piedra. Tan alejados.
Datos extraídos de Historia de las creencias y las ideas religiosas. Tomo I. Mircea Eliade
Venus de Laussel
Hace 300.000 años algo nos dejaron los paleontrópidos para seguirles el rastro, son unos depósitos de osos como, quizá, ofrendas al Señor de los Animales.
En el Paleolítico Antiguo (Torralba, Chu ku-tien, Lehringer) no se puede afirmar que los sacrificios se hacían con fines sobrenaturales (o religiosos).
En el Paleolítico Medio (Draschenloch, Petershöle) tampoco.
Sólo en el Paleolítico tardío (Willendorf, Meierdorf, Stellmoore, Montespan) se puede hablar ya con mayor o menor certeza de este tipo de sacrificios.
En las pinturas rupestres algo que llama poderosamente la atención es que entre los años 30.000 y 9.000 antes de nuestra era el significado aparente de las pinturas no parece haber variado y permanecen idénticos desde Asturias hasta el Don.
Ciertas tribus cazadoras del Asia Septentrional fabrican unas pequeñas figuras antropomórficas de madera llamadas dzuli. En las tribus en que las dzuli son femeninas estas estatuillas representan a la abuela mítica de la que se supone descienden todos los miembros de la tribu.
El misterio de la existencia femenina en su forma específica ha desempeñado un papel importante en diversas religiones.
Era la época de los cazadores. El mundo de las cuevas y el frío. El recién descubierto fuego. Aún no había llegado el descubrimiento de la agricultura y cuando llegó -8.000 años antes de Cristo, al final de la cuarta glaciación- y se fueron asentando las tribus junto a los ríos y los lagos, la vida de los hombres cambió y la vegetación se hizo dueña de sus mentes, sus esfuerzos y sus ensoñaciones. Hubo una relación misteriosa (¿religiosa?) entre la tierra y la mujer: la tierra fecundada y luego arrancado de sus entrañas su fruto (los tubérculos). Y los hombres sintieron que esa acción era violenta y para propiciar que esa tierra/mujer se dejara de nuevo fecundar se hicieron ritos sangrientos. Más tarde, con el descubrimiento del arado, el trabajo agrícola se asimila al acto sexual.
La sacralidad de la vida sexual, y en primer lugar de la sexualidad femenina, se confunde con el enigma milagroso de la creación. Un simbolismo complejo asocia la mujer y la sexualidad a los ritmos lunares, a la Tierra (asimilada a la matriz) y a lo que se puede llamar el misterio de la vegetación. Un misterio que exige la muerte de la semilla para asegurarle un nuevo nacimiento aún más maravilloso por el hecho de que se multiplica casi exponencialmente.
Las culturas agrícolas elaboran una religión cósmica en la que la actividad religiosa se centra en torno al misterio central: la renovación periódica del mundo.
En el Paleolítico Antiguo (Torralba, Chu ku-tien, Lehringer) no se puede afirmar que los sacrificios se hacían con fines sobrenaturales (o religiosos).
En el Paleolítico Medio (Draschenloch, Petershöle) tampoco.
Sólo en el Paleolítico tardío (Willendorf, Meierdorf, Stellmoore, Montespan) se puede hablar ya con mayor o menor certeza de este tipo de sacrificios.
En las pinturas rupestres algo que llama poderosamente la atención es que entre los años 30.000 y 9.000 antes de nuestra era el significado aparente de las pinturas no parece haber variado y permanecen idénticos desde Asturias hasta el Don.
Ciertas tribus cazadoras del Asia Septentrional fabrican unas pequeñas figuras antropomórficas de madera llamadas dzuli. En las tribus en que las dzuli son femeninas estas estatuillas representan a la abuela mítica de la que se supone descienden todos los miembros de la tribu.
El misterio de la existencia femenina en su forma específica ha desempeñado un papel importante en diversas religiones.
Era la época de los cazadores. El mundo de las cuevas y el frío. El recién descubierto fuego. Aún no había llegado el descubrimiento de la agricultura y cuando llegó -8.000 años antes de Cristo, al final de la cuarta glaciación- y se fueron asentando las tribus junto a los ríos y los lagos, la vida de los hombres cambió y la vegetación se hizo dueña de sus mentes, sus esfuerzos y sus ensoñaciones. Hubo una relación misteriosa (¿religiosa?) entre la tierra y la mujer: la tierra fecundada y luego arrancado de sus entrañas su fruto (los tubérculos). Y los hombres sintieron que esa acción era violenta y para propiciar que esa tierra/mujer se dejara de nuevo fecundar se hicieron ritos sangrientos. Más tarde, con el descubrimiento del arado, el trabajo agrícola se asimila al acto sexual.
La sacralidad de la vida sexual, y en primer lugar de la sexualidad femenina, se confunde con el enigma milagroso de la creación. Un simbolismo complejo asocia la mujer y la sexualidad a los ritmos lunares, a la Tierra (asimilada a la matriz) y a lo que se puede llamar el misterio de la vegetación. Un misterio que exige la muerte de la semilla para asegurarle un nuevo nacimiento aún más maravilloso por el hecho de que se multiplica casi exponencialmente.
Las culturas agrícolas elaboran una religión cósmica en la que la actividad religiosa se centra en torno al misterio central: la renovación periódica del mundo.
Ensayo
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/12/2009 a las 11:32 | {0}
¡Cómo no voy a recordar sus manos! O su figura menuda todas las tardes, excepto los miércoles que libraba, a la salida del colegio y su gesto de los viernes cuando me daban las notas y siempre había suspendido varias asignaturas. La calle de Lista y sus bocadillos con tomate untado ¿Será recuerdo del recuerdo el tamaño y color de los tomates? ¡Tan grandes, tan rojos! Íbamos de sus manos por la plaza de Salamanca cuando su suelo era de arena.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
En las noches sus manos colocaban el embozo de las sábanas bajo nuestras barbillas. Su beso en la frente antes de despedirse hasta el día siguiente. Su manos en mis piernas colocando paños muy calientes. Su cuerpo acogedor una noche en que tuve una horrible pesadilla. Sus manos en las mañanas de verano, en Cullera, cuando dejaba sobre la mesa aquellas inmensas bandejas de tostadas con mantequilla para desayunar. Sus manos en los hospitales. Su compañía año tras año de la infancia en el gimnasio del doctor Quintana donde íbamos para recuperarnos tras cada operación. Su sufrimiento por nuestro sufrimiento. Sus manos en gesto jubiloso cuando nos ocurría algo hermoso. Sus ocurrencias geniales. Su ingenio manchego. Su bondad a prueba de matones. Su compasión (cum pasione=con la pasión) por los más débiles. Su dignidad.
¿Cómo olvidar a quien me dio la vida que me faltaba? ¿a quien me enseñó cómo se ama (y que para mi desgracia aún no he aprendido. Confía en mí, soy lento, pero aprendo)? ¡Y su risa blanca y sus uñas rojas y sus huevos fritos con jamón y patatas! Julia.
Traducción José María Valverde
Mientras ella reía, me di cuenta de que me iba enredando en su risa y haciéndome parte de ella, hasta que sus dientes fueron sólo estrellas casuales con talento para la instrucción por pelotones. Era absorbido en cortos jadeos, inhalados a cada recuperación momentánea, perdido al fin en las oscuras cavernas de su garganta, restregado por la ondulación de músculos no vistos. Un camarero de cierta edad, con manos temblorosas, extendió apresuradamente un mantel a cuadros rosas y blancos sobre la oxidada mesa verde de hierro, diciendo: "Si la señora y el caballero quisieran tomar el té en el jardín, si la señora y el caballero quisieran tomar el té en el jardín..." Decidí que si fuera posible pararle el temblor de sus pechos, cabría recoger algunos trozos de la tarde, y concentré mi atención con cuidadosa sutileza en ese objetivo.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/12/2009 a las 09:34 | {0}