Veo el ojo del mundo
la vela también la veo
Veo el inicio de un poema muy famoso
(no me he comido por dentro porque me he arriesgado a que me muerdan por fuera)
Ying+Yang = Qui
¡Oh, Rosalinda si tu foras a pragia!
Esa navaja, minúscula como supernova, esa navaja de Ockam, esa sutil navaja de Ockam, de Ockam, de Ockam.
Las pastillas para dormir dejábanle el cuerpo hipnotizado, una cualidad etérea, una saliva mágica, una papilla.
Veo el ojo de la luna
una mula me lo ha señalado con su pezuña
Estéril hablar si no es para evitar pudrirse por dentro
(¿por qué no te pudres? ¿por qué quieres bañarte y oler a limpio? ¿cuándo vendrá la navaja a cortarte el pescuezo?)
Dijo una inconsciente: ¡Vale ya de especular sobre el sufrimiento en el mundo! ¡Actúa sobre él!
¿Qué moral superior tienen los activos con respecto a los contemplativos?
¿Cómo no pueden pensar -¿la acción permite pensar?- que acción/contemplación son iguales, fraternas y libres?
Vem, Lidia, enlaçemos as maos!
Estaban a la vera de un río que no era el Tajo y sin embargo era tan importante como el Tajo. Porque estaban ellos, a su vera, con las manos enlazadas.
Dieron las once.
La mucama paró el tiempo.
Dieron la once para siempre.
Fueran las dos o las cinco sonaban las once.
También en aquella casa. En su fuero interno. En la niña recién parida. En Alcolea del Campo. Y en Los Negrales.
Sólo hubo una vez -cuando regaron la calle para despejarla de semillas- que en vez de las once, sonaron las once y cinco.
Fue un tumulto.
Fue una provocación.
Fue un asunto de Estado solucionado en Reposo por unos Rapaces que se negaron, por supuesto, a decir sus Nombres.
¡Bendita seas!
¡Maldito seas!
¡Eneas, Eneas, las once!
- ¡Como siempre, mamá, como siempre! ¡No me lo digas más veces!
Vem, vem, vem!
Si el corazón pudiese pensar, se pararía.
Dijo el filósofo.
Pedro Pablo Pascual Pereira Primer Pintor Portugués Pidió Permiso Para Pasar Por Portugal Pintando Puertas Para Pobres Por Poco Precio.
Debiera llamarse P en vez de K.
¡No, no, potenciales no!
Gracias.
la vela también la veo
Veo el inicio de un poema muy famoso
(no me he comido por dentro porque me he arriesgado a que me muerdan por fuera)
Ying+Yang = Qui
¡Oh, Rosalinda si tu foras a pragia!
Esa navaja, minúscula como supernova, esa navaja de Ockam, esa sutil navaja de Ockam, de Ockam, de Ockam.
Las pastillas para dormir dejábanle el cuerpo hipnotizado, una cualidad etérea, una saliva mágica, una papilla.
Veo el ojo de la luna
una mula me lo ha señalado con su pezuña
Estéril hablar si no es para evitar pudrirse por dentro
(¿por qué no te pudres? ¿por qué quieres bañarte y oler a limpio? ¿cuándo vendrá la navaja a cortarte el pescuezo?)
Dijo una inconsciente: ¡Vale ya de especular sobre el sufrimiento en el mundo! ¡Actúa sobre él!
¿Qué moral superior tienen los activos con respecto a los contemplativos?
¿Cómo no pueden pensar -¿la acción permite pensar?- que acción/contemplación son iguales, fraternas y libres?
Vem, Lidia, enlaçemos as maos!
Estaban a la vera de un río que no era el Tajo y sin embargo era tan importante como el Tajo. Porque estaban ellos, a su vera, con las manos enlazadas.
Dieron las once.
La mucama paró el tiempo.
Dieron la once para siempre.
Fueran las dos o las cinco sonaban las once.
También en aquella casa. En su fuero interno. En la niña recién parida. En Alcolea del Campo. Y en Los Negrales.
Sólo hubo una vez -cuando regaron la calle para despejarla de semillas- que en vez de las once, sonaron las once y cinco.
Fue un tumulto.
Fue una provocación.
Fue un asunto de Estado solucionado en Reposo por unos Rapaces que se negaron, por supuesto, a decir sus Nombres.
¡Bendita seas!
¡Maldito seas!
¡Eneas, Eneas, las once!
- ¡Como siempre, mamá, como siempre! ¡No me lo digas más veces!
Vem, vem, vem!
Si el corazón pudiese pensar, se pararía.
Dijo el filósofo.
Pedro Pablo Pascual Pereira Primer Pintor Portugués Pidió Permiso Para Pasar Por Portugal Pintando Puertas Para Pobres Por Poco Precio.
Debiera llamarse P en vez de K.
¡No, no, potenciales no!
Gracias.
Extractos y comentarios acerca del libro Cosmos y Psique
Para escribir este artículo voy a escuchar Music for Airport de Brian Eno. Me he puesto los cascos no muy altos porque fuera se gesta una tormenta y el sonido del trueno mezclado con el olor húmedo del aire más la grisura cada vez más oscura del cielo y el frescor del suelo de piedra a mis pies, invitan a que cada sentido se armonice y una sensación devenga en otra y varias se mezclen.
Saturno, Plutón y Urano forman (ahora estalla el trueno, justo ahora, al terminar el último de los planetas -sincronicidad-) tormentas en los ritmos humanos. No me voy a extender en los arquetipos que encarnan cada uno de los planetas ni en las deducciones de Tarnas (repetitivas e interesantes). Sólo decir, a modo de ejemplo, que durante la alineación de Urano y Plutón se produjeron hechos históricos tan excitantes como la Revolución Francesa, La Contracultura de los años 60 o las Revoluciones Románticas de 1840 y que durante la alineación de Saturno y Plutón estallaron las dos guerras mundiales del siglo XX o los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los del 11 de marzo de 2004 en Madrid. El corpus documental de Richard Tarnas es exhaustivo y sorprendente. Sin embargo a veces las pequeñas cosas (o las cosas más pequeñas) sirven mejor para comprender la macrovisión de lo que se nos está planteando. Por eso la historia de Hemann Melville y las ballenas es verdaderamente ejemplar con respecto a la tesis de Tarnas (tesis: los asuntos humanos tienen su trasunto en el Cosmos. Formamos parte de un anima mundi.)
Extractos: (De nuevo el trueno, esta vez largo y profundo. La tormenta se acerca)
En el caso de Melville y Moby Dick, podemos reconocer la potente interacción de estos dos fuertes complejos arquetípicos: por un lado, los temas uranoplutonianos del despertar de la irrupción de fuerzas de la naturaleza en la ballena, el desencadenamiento del ello instintivo en el capitán Akab, su titánico desafío, así como el gigantesco poder y la intensidad creativa del propio libro, Moby Dick (de nuevo un trueno); y por otro lado los temas saturnoplutonianos de compensación punitiva contra la naturaleza y la implacable obsesión por el mal proyectado, la caldera de los instintos que en el corazón de Akab impulsaba con fuerza inexorable su compulsión a la venganza.
Once días después del nacimiento de Melville, en agosto de 1819, el barco ballenero Essex partía de Nantucket hacia el Pacífico Sur, donde fue atacado por una ballena de veinticuatro metros y se hundió. De acuerdo con el relato posterior del segundo oficial del Essex, Owen Chase, la ballena chocó contra el barco deliberada y repetidamente con "furia y sed de venganza" hasta destruirlo y hundirlo [...] Este fatídico viaje, desde su partida hasta el ataque, se produjo durante la misma conjunción de Saturno y Plutón y la cuadratura de Urano y Plutón del nacimiento de Melville [...]
Melville se crió sin tener noticia de este dramático suceso, temporalmente tan cercano a su nacimiento, y a comienzos de la veintena firmó un contrato para un viaje de tres años en un barco ballenero que lo llevó a la misma zona del Pacífico Sur donde naufragó el Essex (ahora ha sido un rayo seguido de un trueno muy poderoso). La suerte quiso que durante el viaje, Melville se encontrará con el hijo de Owen Chase, el segundo oficial del Essex, quien le prestó una copia de la narración original de su padre. [...]
Exactamente un ciclo completo de Saturno-Plutón después del nacimiento de Melville y del hundimiento del Essex, durante la conjunción inmediatamente posterior de esos dos planetas, en 1850-1851, Melville escribió y publicó Moby Dick. Es asombro que precisamente cuando Melville estaba acabando el libro, en agosto de 1851, con la conjunción de Saturno y Plutón a menos de 4º de su alineamiento exacto, el ballenero Ann Alexander fue embestido y hundido por un cachalote enfurecido al que había estado persiguiendo en las mismas aguas en las que, más de treinta años antes, el Essex había sufrido el mismo destino, los dos únicos casos bien documentados de semejante acontecimiento hasta el día de hoy. Enterarse de esa gran coincidencia produjo en Melville un profundo impacto. (Ya llueve)
Como cabe recordar, la publicación de Moby Dick y el hundimiento del Ann Alexander no sólo coincidieron con la conjunción de Saturmo y Plutón , sino también con la de Urano y Plutón de 1845-1856, es decir, con la triple conjunción de estos planetas, la única de los últimos doscientos años. [...]
Esta poderosa configuración, que opera en tantos niveles de lo humano y de los mundos naturales, guarda íntima relación con la posibilidad de que en "todas las cosas" -tanto en las profundidades de la psique humana como en las de la propia naturaleza- resida un anima mundi, esto es, una profunda interioridad arquetípicamente informada. La poderosa obra de Melville es algo más que una obra humana: representa la violenta irrupción de la fuerza misma de la naturaleza, imbuida de oscuro y numinoso significado. Fuerzas elementales de sentido y finalidad que surgen del fondo del océano, dos veces como ballenas y dos veces con formas humanas, en el nacimiento de Melville y en el de su libro. Estas sincronicidades dobles en el reino humano y en el de los cetáceos son suficientemente asombrosas por sí mismas como para suscitar una reflexión en profundidad. Sin embargo, de alguna manera ligado a todos estos acontecimientos y coincidencias y dándoles unidad está el gran macrocosmos mismo, los movimientos planetarios en el vasto cielo estrellado, muy por encima del océano de las ballenas y de los hombres, reflejando una profundidad de configuración significativa y misteriosa finalidad en el fondo de todas las cosas.
La tormenta ha cesado justo ahora. Será tiempo entonces de poner unas palabras de Melville durante la redacción de Moby Dick y terminar.
¡Denme el cráter del Vesubio como tintero! ¡Sostengan mis brazos, amigos! Porque en el simple acto de escribir mis pensamientos sobre este leviatán, estos pensamientos me agotan, me consumen con la extensión de su envergadura, como si quisieran incluir todo el ámbito de la ciencia y todas las generaciones presentes, pasadas y futuras de ballenas, hombres, mastodontes, con todos los mudables panoramas de los imperios terrestres y del universo entero... ¡Tal es la virtud magnificadora de un tema inmenso y libre! Crecemos con su volumen. Para producir un gran libro hay que elegir un gran tema.
Saturno, Plutón y Urano forman (ahora estalla el trueno, justo ahora, al terminar el último de los planetas -sincronicidad-) tormentas en los ritmos humanos. No me voy a extender en los arquetipos que encarnan cada uno de los planetas ni en las deducciones de Tarnas (repetitivas e interesantes). Sólo decir, a modo de ejemplo, que durante la alineación de Urano y Plutón se produjeron hechos históricos tan excitantes como la Revolución Francesa, La Contracultura de los años 60 o las Revoluciones Románticas de 1840 y que durante la alineación de Saturno y Plutón estallaron las dos guerras mundiales del siglo XX o los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los del 11 de marzo de 2004 en Madrid. El corpus documental de Richard Tarnas es exhaustivo y sorprendente. Sin embargo a veces las pequeñas cosas (o las cosas más pequeñas) sirven mejor para comprender la macrovisión de lo que se nos está planteando. Por eso la historia de Hemann Melville y las ballenas es verdaderamente ejemplar con respecto a la tesis de Tarnas (tesis: los asuntos humanos tienen su trasunto en el Cosmos. Formamos parte de un anima mundi.)
Extractos: (De nuevo el trueno, esta vez largo y profundo. La tormenta se acerca)
En el caso de Melville y Moby Dick, podemos reconocer la potente interacción de estos dos fuertes complejos arquetípicos: por un lado, los temas uranoplutonianos del despertar de la irrupción de fuerzas de la naturaleza en la ballena, el desencadenamiento del ello instintivo en el capitán Akab, su titánico desafío, así como el gigantesco poder y la intensidad creativa del propio libro, Moby Dick (de nuevo un trueno); y por otro lado los temas saturnoplutonianos de compensación punitiva contra la naturaleza y la implacable obsesión por el mal proyectado, la caldera de los instintos que en el corazón de Akab impulsaba con fuerza inexorable su compulsión a la venganza.
Once días después del nacimiento de Melville, en agosto de 1819, el barco ballenero Essex partía de Nantucket hacia el Pacífico Sur, donde fue atacado por una ballena de veinticuatro metros y se hundió. De acuerdo con el relato posterior del segundo oficial del Essex, Owen Chase, la ballena chocó contra el barco deliberada y repetidamente con "furia y sed de venganza" hasta destruirlo y hundirlo [...] Este fatídico viaje, desde su partida hasta el ataque, se produjo durante la misma conjunción de Saturno y Plutón y la cuadratura de Urano y Plutón del nacimiento de Melville [...]
Melville se crió sin tener noticia de este dramático suceso, temporalmente tan cercano a su nacimiento, y a comienzos de la veintena firmó un contrato para un viaje de tres años en un barco ballenero que lo llevó a la misma zona del Pacífico Sur donde naufragó el Essex (ahora ha sido un rayo seguido de un trueno muy poderoso). La suerte quiso que durante el viaje, Melville se encontrará con el hijo de Owen Chase, el segundo oficial del Essex, quien le prestó una copia de la narración original de su padre. [...]
Exactamente un ciclo completo de Saturno-Plutón después del nacimiento de Melville y del hundimiento del Essex, durante la conjunción inmediatamente posterior de esos dos planetas, en 1850-1851, Melville escribió y publicó Moby Dick. Es asombro que precisamente cuando Melville estaba acabando el libro, en agosto de 1851, con la conjunción de Saturno y Plutón a menos de 4º de su alineamiento exacto, el ballenero Ann Alexander fue embestido y hundido por un cachalote enfurecido al que había estado persiguiendo en las mismas aguas en las que, más de treinta años antes, el Essex había sufrido el mismo destino, los dos únicos casos bien documentados de semejante acontecimiento hasta el día de hoy. Enterarse de esa gran coincidencia produjo en Melville un profundo impacto. (Ya llueve)
Como cabe recordar, la publicación de Moby Dick y el hundimiento del Ann Alexander no sólo coincidieron con la conjunción de Saturmo y Plutón , sino también con la de Urano y Plutón de 1845-1856, es decir, con la triple conjunción de estos planetas, la única de los últimos doscientos años. [...]
Esta poderosa configuración, que opera en tantos niveles de lo humano y de los mundos naturales, guarda íntima relación con la posibilidad de que en "todas las cosas" -tanto en las profundidades de la psique humana como en las de la propia naturaleza- resida un anima mundi, esto es, una profunda interioridad arquetípicamente informada. La poderosa obra de Melville es algo más que una obra humana: representa la violenta irrupción de la fuerza misma de la naturaleza, imbuida de oscuro y numinoso significado. Fuerzas elementales de sentido y finalidad que surgen del fondo del océano, dos veces como ballenas y dos veces con formas humanas, en el nacimiento de Melville y en el de su libro. Estas sincronicidades dobles en el reino humano y en el de los cetáceos son suficientemente asombrosas por sí mismas como para suscitar una reflexión en profundidad. Sin embargo, de alguna manera ligado a todos estos acontecimientos y coincidencias y dándoles unidad está el gran macrocosmos mismo, los movimientos planetarios en el vasto cielo estrellado, muy por encima del océano de las ballenas y de los hombres, reflejando una profundidad de configuración significativa y misteriosa finalidad en el fondo de todas las cosas.
La tormenta ha cesado justo ahora. Será tiempo entonces de poner unas palabras de Melville durante la redacción de Moby Dick y terminar.
¡Denme el cráter del Vesubio como tintero! ¡Sostengan mis brazos, amigos! Porque en el simple acto de escribir mis pensamientos sobre este leviatán, estos pensamientos me agotan, me consumen con la extensión de su envergadura, como si quisieran incluir todo el ámbito de la ciencia y todas las generaciones presentes, pasadas y futuras de ballenas, hombres, mastodontes, con todos los mudables panoramas de los imperios terrestres y del universo entero... ¡Tal es la virtud magnificadora de un tema inmenso y libre! Crecemos con su volumen. Para producir un gran libro hay que elegir un gran tema.
Existen grupos que no pueden criticar la lapidación de la señora Shakiné Mohammadi-Ashtiani. Nosotros sí podemos. Este nosotros comprende a todos aquellos que estamos en contra de la pena de muerte.
Ningún gobierno que aplique la pena de muerte tiene derecho a criticar la decisión judicial de los tribunales iraníes.
No pueden invocar su moral para criticar la moral del otro (al fin y al cabo la moral es el uso de la costumbre) y si en las leyes de ese país se establece la muerte por lapidación de una mujer, ésas son las leyes de ese país y serán los ciudadanos de ese país y los ciudadanos del mundo que estén radicalmente en contra de la pena de muerte como castigo jurídico, quienes habrán de luchar por los cambios de las leyes . Pero no porque se trate de discriminación contra la mujer, de antigualla moral, de muerte indecente, sino porque se está radicalmente en contra de la pena de muerte (las otras tres razones serían fundamentos de la argumentación).
La hipocresía se define como el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Lo importante de la noticia no es la señora Shakiné Mohammadi-Ashtani, la injusticia que se comete contra ella, sino la imagen que se exporta al mundo del Diablo Iraní. Es una noticia de propaganda de guerra.
No hace falta en absoluto acudir a ejemplos donde la muerte bárbara se realiza a diario. Ni tampoco recurrir al argumento de los métodos de guerra que los países invasores han ejercido en los países invadidos (los mismos, claro, que critican esta sentencia). Ni recurrir argumentalmente a sus propias ejecuciones (en el caso de los Estados Unidos, principalmente, negros y pobres). Ni recordar (como hoy he tenido la desgracia de hacer) las atrocidades que se produjeron durante la guerra de Yugoslavia de los años 90 en la civilizadísima Europa.
El mundo es cruel e injusto y por señalar lo malo e injusto que es el de enfrente no se es necesariamente menos cruel y más justo. Sólo desde la integridad moral (dentro de la moral propia) se puede intentar dar lecciones de la misma a otras morales y otras sensibilidades. Si no es papel mojado o propaganda de guerra. Y eso solivianta aún más los ánimos.
Ningún gobierno que aplique la pena de muerte tiene derecho a criticar la decisión judicial de los tribunales iraníes.
No pueden invocar su moral para criticar la moral del otro (al fin y al cabo la moral es el uso de la costumbre) y si en las leyes de ese país se establece la muerte por lapidación de una mujer, ésas son las leyes de ese país y serán los ciudadanos de ese país y los ciudadanos del mundo que estén radicalmente en contra de la pena de muerte como castigo jurídico, quienes habrán de luchar por los cambios de las leyes . Pero no porque se trate de discriminación contra la mujer, de antigualla moral, de muerte indecente, sino porque se está radicalmente en contra de la pena de muerte (las otras tres razones serían fundamentos de la argumentación).
La hipocresía se define como el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Lo importante de la noticia no es la señora Shakiné Mohammadi-Ashtani, la injusticia que se comete contra ella, sino la imagen que se exporta al mundo del Diablo Iraní. Es una noticia de propaganda de guerra.
No hace falta en absoluto acudir a ejemplos donde la muerte bárbara se realiza a diario. Ni tampoco recurrir al argumento de los métodos de guerra que los países invasores han ejercido en los países invadidos (los mismos, claro, que critican esta sentencia). Ni recurrir argumentalmente a sus propias ejecuciones (en el caso de los Estados Unidos, principalmente, negros y pobres). Ni recordar (como hoy he tenido la desgracia de hacer) las atrocidades que se produjeron durante la guerra de Yugoslavia de los años 90 en la civilizadísima Europa.
El mundo es cruel e injusto y por señalar lo malo e injusto que es el de enfrente no se es necesariamente menos cruel y más justo. Sólo desde la integridad moral (dentro de la moral propia) se puede intentar dar lecciones de la misma a otras morales y otras sensibilidades. Si no es papel mojado o propaganda de guerra. Y eso solivianta aún más los ánimos.
Extracto de la novela Los hermanos Karamázov de F.M. Dostoyevski
Traducción del ruso Augusto Vidal.
Iván calló unos instantes; su rostro adquirió, de pronto, una profunda expresión de tristeza
- Escúchame: me he referido sólo a los niños, para que resultara más evidente lo que decía. De las otras lágrimas humanas con que está empapada la tierra desde la corteza hasta su centro, no diré ni una palabra; adrede he reducido mi tema. Soy un gusano y confieso humildemente que no puedo comprender en lo más mínimo con qué objetivo están así las cosas ordenadas. Tenemos, pues, que los propios hombres son culpables: se les dio el paraíso, ellos quisieron la libertad y robaron el fuego de los cielos, sabiendo a ciencia cierta que serían desgraciados; por tanto, no son dignos de lástima. Pero, según mi lamentable entendimiento, terreno y euclidiano, lo único que sé es que el dolor existe y que no hay culpables, que una cosa se desprende de otra de manera directa y sencilla, que todo fluye y se equilibra, pero esto no es más que un absurdo euclidiano, yo lo sé y no puedo estar de acuerdo con vivir ateniéndome a él ¿Qué me importa a mí que no haya culpables y que yo lo sepa? Lo que necesito yo es que se castigue; de lo contrario, me destruiré a mí mismo. Y que el castigo se aplique no en el infinito, en algún tiempo y en algún lugar imprecisos, sino aquí, en la tierra, y que yo mismo lo vea. He tenido fe, quiero ver por mí mismo, y si cuando la hora llegue ya he muerto, que me resuciten, pues si todo ocurre sin mí, resultará demasiado ofensivo. No he sufrido yo para estercolar con mi ser, con mis maldades y sufrimientos, la futura armonía a alguien. Quiero ver con mis propios ojos cómo la cierva yace junto al león y cómo el acuchillado se levanta y abraza a su asesino. Quiero estar presente cuando todos, de súbito, se enteren de porqué las cosas han sido como han sido. En este deseo se asientan todas las religiones de la tierra, y yo tengo fe. Sin embargo, ahí están los niños ¿qué voy a hacer con ellos entonces? Éste es un problema que no puedo resolver. Lo repito por centésima vez: los problemas son múltiples, pero he tomado sólo el de los niños porque en éste se refleja con nítida claridad lo que quiero expresar. Escucha: si todos hemos de sufrir para comprar con nuestro sufrimiento la eterna armonía ¿qué tienen que ver con ello los niños? ¿Puedes explicármelo, por ventura? es totalmente incomprensible por qué han de sufrir ellos también y por qué han de contribuir con su sufrimiento al logro de la armonía ¿Por qué han de servir de material para estercolar la futura armonía, sabe Dios para quién? Comprendo la solidaridad de los hombres en el pecado, también la comprendo en el castigo, pero no se puede hacer solidarios a los niños en el pecado, y si la verdad está en que ellos son, en efecto, solidarios con sus padres en todas las atrocidades por éstos cometidas, tal verdad no es, desde luego, de nuestro mundo, y a mí me resulta incomprensible. Algún guasón dirá, sin duda, que de todos modos el niño crecerá y tendrá tiempo sobrado para pecar, pero ése no creció; a los ocho años le despedazaron los perros ¡Oh, Aliosha, yo no blasfemo! Bien comprendo cuál deberá ser la conmoción del universo cuando cielo y tierra se unan en un solo grito de alabanza y todo cuanto viva o haya vivido exclame: “¡Tienes razón, Señor, pues se han abierto tus caminos!”; cuando la madre se abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros y los tres juntos proclamen, bañados los ojos en lágrimas: “Tienes razón, Señor”. Entonces, naturalmente, se llegará a la apoteosis del conocimiento y todo se explicará. Pero aquí está, precisamente, el obstáculo, esto es lo que no puedo aceptar. Y mientras estoy en la tierra, me apresuro a tomar mis medidas. Verás, Aliosha, es muy posible que en realidad, cuando yo mismo vea ese momento, sea porque viva hasta entonces, sea porque resucite, exclame junto con los demás, al ver a la madre abrazando al asesino de su hijo: “¡Tienes razón, Señor!”, pero no quiero hacerlo. Mientras me queda tiempo, procuro proteger mi posición y por esto renuncio por completo a la armonía suprema, que no vale las lágrimas ni de aquella sola niña atormentada que se daba golpes en el pecho con sus manitas, ¡y en su maloliente encierro rogaba al “Dios de los niños” con sus lágrimas imperdonables! Estas lágrimas no han sido expiadas. Han de serlo: de lo contrario, no puede haber armonía. Pero ¿cómo quieres expiarlas? ¿Acaso es posible? ¿Acaso por el castigo futuro? ¿Pero de qué me sirve el castigo, de qué me sirve el infierno para los verdugos, qué puede rectificar el infierno, cuando aquéllos han sido ya torturados? Y qué armonía puede haber si existe el infierno: lo que quiero yo es perdonar, abrazar, y no que se sufra más. Y si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad entera no vale semejante precio ¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros! ¡Que no se atreva a perdonarle! Si quiere, que perdone al torturador su infinito dolor de madre; pero no tiene ningún derecho a perdonar los sufrimientos de su hijo despedazado, ¡y que no se atreva a perdonar al verdugo, aunque la propia criatura se lo perdonara! Si es así, si las víctimas no se han de atrever a perdonar, ¿dónde está la armonía? ¿Hay en todo el mundo un ser que pueda y tenga derecho a perdonar? No quiero la armonía, no la quiero por amor a la humanidad. Prefiero quedarme con los sufrimientos sin castigar. Mejor es que me quede con mi dolor sin vengar y con mi indignación pendiente, aunque no tenga razón. Muy alto han puesto el precio a la armonía, no es para nuestro bolsillo pagar tanto por la entrada. Me apresuro, pues, a devolver mi billete de entrada. Y si soy un hombre honrado, tengo la obligación de devolverlo cuanto antes. Esto es lo que hago. No es que no admita a Dios, Aliosha; me limito a devolverle respetuosamente el billete.
- Esto es una rebelión –replicó Aliosha, en voz queda y bajando los ojos.
- Escúchame: me he referido sólo a los niños, para que resultara más evidente lo que decía. De las otras lágrimas humanas con que está empapada la tierra desde la corteza hasta su centro, no diré ni una palabra; adrede he reducido mi tema. Soy un gusano y confieso humildemente que no puedo comprender en lo más mínimo con qué objetivo están así las cosas ordenadas. Tenemos, pues, que los propios hombres son culpables: se les dio el paraíso, ellos quisieron la libertad y robaron el fuego de los cielos, sabiendo a ciencia cierta que serían desgraciados; por tanto, no son dignos de lástima. Pero, según mi lamentable entendimiento, terreno y euclidiano, lo único que sé es que el dolor existe y que no hay culpables, que una cosa se desprende de otra de manera directa y sencilla, que todo fluye y se equilibra, pero esto no es más que un absurdo euclidiano, yo lo sé y no puedo estar de acuerdo con vivir ateniéndome a él ¿Qué me importa a mí que no haya culpables y que yo lo sepa? Lo que necesito yo es que se castigue; de lo contrario, me destruiré a mí mismo. Y que el castigo se aplique no en el infinito, en algún tiempo y en algún lugar imprecisos, sino aquí, en la tierra, y que yo mismo lo vea. He tenido fe, quiero ver por mí mismo, y si cuando la hora llegue ya he muerto, que me resuciten, pues si todo ocurre sin mí, resultará demasiado ofensivo. No he sufrido yo para estercolar con mi ser, con mis maldades y sufrimientos, la futura armonía a alguien. Quiero ver con mis propios ojos cómo la cierva yace junto al león y cómo el acuchillado se levanta y abraza a su asesino. Quiero estar presente cuando todos, de súbito, se enteren de porqué las cosas han sido como han sido. En este deseo se asientan todas las religiones de la tierra, y yo tengo fe. Sin embargo, ahí están los niños ¿qué voy a hacer con ellos entonces? Éste es un problema que no puedo resolver. Lo repito por centésima vez: los problemas son múltiples, pero he tomado sólo el de los niños porque en éste se refleja con nítida claridad lo que quiero expresar. Escucha: si todos hemos de sufrir para comprar con nuestro sufrimiento la eterna armonía ¿qué tienen que ver con ello los niños? ¿Puedes explicármelo, por ventura? es totalmente incomprensible por qué han de sufrir ellos también y por qué han de contribuir con su sufrimiento al logro de la armonía ¿Por qué han de servir de material para estercolar la futura armonía, sabe Dios para quién? Comprendo la solidaridad de los hombres en el pecado, también la comprendo en el castigo, pero no se puede hacer solidarios a los niños en el pecado, y si la verdad está en que ellos son, en efecto, solidarios con sus padres en todas las atrocidades por éstos cometidas, tal verdad no es, desde luego, de nuestro mundo, y a mí me resulta incomprensible. Algún guasón dirá, sin duda, que de todos modos el niño crecerá y tendrá tiempo sobrado para pecar, pero ése no creció; a los ocho años le despedazaron los perros ¡Oh, Aliosha, yo no blasfemo! Bien comprendo cuál deberá ser la conmoción del universo cuando cielo y tierra se unan en un solo grito de alabanza y todo cuanto viva o haya vivido exclame: “¡Tienes razón, Señor, pues se han abierto tus caminos!”; cuando la madre se abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros y los tres juntos proclamen, bañados los ojos en lágrimas: “Tienes razón, Señor”. Entonces, naturalmente, se llegará a la apoteosis del conocimiento y todo se explicará. Pero aquí está, precisamente, el obstáculo, esto es lo que no puedo aceptar. Y mientras estoy en la tierra, me apresuro a tomar mis medidas. Verás, Aliosha, es muy posible que en realidad, cuando yo mismo vea ese momento, sea porque viva hasta entonces, sea porque resucite, exclame junto con los demás, al ver a la madre abrazando al asesino de su hijo: “¡Tienes razón, Señor!”, pero no quiero hacerlo. Mientras me queda tiempo, procuro proteger mi posición y por esto renuncio por completo a la armonía suprema, que no vale las lágrimas ni de aquella sola niña atormentada que se daba golpes en el pecho con sus manitas, ¡y en su maloliente encierro rogaba al “Dios de los niños” con sus lágrimas imperdonables! Estas lágrimas no han sido expiadas. Han de serlo: de lo contrario, no puede haber armonía. Pero ¿cómo quieres expiarlas? ¿Acaso es posible? ¿Acaso por el castigo futuro? ¿Pero de qué me sirve el castigo, de qué me sirve el infierno para los verdugos, qué puede rectificar el infierno, cuando aquéllos han sido ya torturados? Y qué armonía puede haber si existe el infierno: lo que quiero yo es perdonar, abrazar, y no que se sufra más. Y si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad entera no vale semejante precio ¡No quiero, en fin, que la madre abrace al verdugo que ha hecho despedazar a su hijo por los perros! ¡Que no se atreva a perdonarle! Si quiere, que perdone al torturador su infinito dolor de madre; pero no tiene ningún derecho a perdonar los sufrimientos de su hijo despedazado, ¡y que no se atreva a perdonar al verdugo, aunque la propia criatura se lo perdonara! Si es así, si las víctimas no se han de atrever a perdonar, ¿dónde está la armonía? ¿Hay en todo el mundo un ser que pueda y tenga derecho a perdonar? No quiero la armonía, no la quiero por amor a la humanidad. Prefiero quedarme con los sufrimientos sin castigar. Mejor es que me quede con mi dolor sin vengar y con mi indignación pendiente, aunque no tenga razón. Muy alto han puesto el precio a la armonía, no es para nuestro bolsillo pagar tanto por la entrada. Me apresuro, pues, a devolver mi billete de entrada. Y si soy un hombre honrado, tengo la obligación de devolverlo cuanto antes. Esto es lo que hago. No es que no admita a Dios, Aliosha; me limito a devolverle respetuosamente el billete.
- Esto es una rebelión –replicó Aliosha, en voz queda y bajando los ojos.
Extracto de la novela Los hermanos Karamázov de F.M. Dostoyevski
Traducción del ruso Augusto Vidal.
Iván Karamázov:
Unos padres, “gente honorabilísima, funcionarios cultos y educados”, le tomaron odio a su hijita, una niña de cinco años ¿Ves?, afirmo una vez más sin vacilar que son muchos los seres humanos con una propiedad especial, la de sentir afición a pegar a los niños, pero sólo a los niños. Respecto a todos los demás sujetos se comportan hasta como personas amables y humildes, como europeos instruidos y humanos, pero son muy amigos de torturar a los niños, e incluso, por esto, llegan a sentir inclinación por ellos. Es, precisamente, el desamparo de estas criaturas, la confianza angelical de los pequeñuelos, que no tienen adónde acudir ni a quién dirigirse, lo que seduce a estos torturadores, lo que enciende la sangre vil de los desalmados. En todo hombre, desde luego, anida una fiera, una fiera que por nada monta en cólera; una fiera que se exalta voluptuosamente al oír los gritos de la víctima torturada, una fiera violenta, soltada de la cadena, una fiera con dolencias contraídas en el libertinaje, con la gota, los riñones enfermos, etcétera. A esta pobre niña de cinco años, sus cultos padres la sometían a infinitos tormentos. Le pegaban, la azotaban, le daban puntapiés sin saber ellos mismos por qué, le cubrían el cuerpo de cardenales; llegaron, por fin, al máximo refinamiento: en noches frías, heladas, la encerraban en el lugar excusado, y con el pretexto de que por la noche no pedía hacer sus necesidades (como si una criatura de cinco años, que duerme con profundo sueño angelical, ya hubiera podido aprender), le embadurnaban la cara con sus excrementos y se los hacían comer, y quien la obligaba a comérselos era su madre, ¡su propia madre!, ¡Y esa madre podía dormir cuando por la noche se oían los gemidos de la pequeña criaturita encerrada en un lugar infamante! ¿Te imaginas al pequeño ser, incapaz de comprender aún lo que pasa, dándose golpes a su lacerado pecho con sus puñitos, en el lugar vil, oscuro y helado, llorando con lágrimas de sangre, sin malicia y humildes, pidiendo al “Dios de los niños” que la defienda? ¿Eres capaz de comprender este absurdo, amigo y hermano mío, tú, humilde novicio del Señor, eres capaz de comprender por qué es necesaria y ha sido creada tal absurdidad? Dicen que sin ella no podría existir el hombre en la tierra, pues no conocería el bien y el mal ¿para qué conocer este diabólico bien y este mal, si cuestan tan caros? Todo el mundo del conocimiento no vale esas lagrimitas infantiles dirigidas al “Dios de los niños”. No hablo de los sufrimientos de los adultos: éstos han comido la manzana y al diablo con ellos y que el diablo se los lleve a todos, ¡pero ésos, ésos! Te estoy atormentando, Aliosha, parece que estás muy turbado. Me callaré si quieres.
- No importa, yo también quiero atormentarme –balbuceó Aliosha
- Voy a presentarte otro cuadro, sólo otro, y aun por curiosidad muy característico. Esto sucedió en la época más tenebrosa de la servidumbre, a comienzos de siglo (la esclavitud fue abolida en Rusia en 1861). Había un general con excelentes relaciones y riquísimo propietario, pero de aquéllos que, al retirarse del servicio activo, habían llegado poco más o menos que a la convicción de haberse ganado el derecho a la vida y la muerte de sus siervos. Los había así entonces. Vive, pues, este general retirado en su finca, que contaba dos mil almas; se da humos, desdeña a sus modestos vecinos, a los que trata como parásitos y bufones suyos. Tiene centenares de perros y casi cien perreros, todos de uniforme, todos con sus caballos. Un día, el hijo de un siervo de la casa, un niño que no pasaba de los ocho años, tiró una piedra, jugando, e hirió en una pata al perro preferido del general. “¿por qué mi perro predilecto cojea?”. Le informan de que aquel muchacho había tirado una piedra y lo había herido en una pata. “¿Has sido tú? (el general le dirigió una mirada) ¡Prendedle!” Le cogieron, le arrancaron de los brazos de su madre, le hicieron pasar toda la noche en las mazmorras; por la mañana, no bien apunta el alba, el general sale vestido de gala para ir de caza, monta a caballo, rodeado de gentes que viven a sus costas, de canes, perreros y monteros, todos a caballo. Hace reunir a la servidumbre para dar ejemplo, y en primera fila a la madre del niño culpable. Sacan al muchacho de la mazmorra. Era un sombrío día de otoño, frío, brumoso, ideal para la caza. El señor manda desnudar al muchachito; le desnudan por completo, el niño tiembla, está loco de miedo, no se atreve a decir ni pío… “¡hacedle correr!” (ordena el general). “¡Corre, corre!”, le gritan los perreros; el pequeño echa a correr… “¡Hala, hala!”, vocifera entonces el general, y lanza contra el niño toda la jauría de perros. Le acorralaron a la vista de la madre y los perros hicieron pedazos al niño […]
- ¿Para qué me estás poniendo a prueba? –exclamó Aliosha, en una explosión de amargura-. ¿Me lo dirás por fin?
Unos padres, “gente honorabilísima, funcionarios cultos y educados”, le tomaron odio a su hijita, una niña de cinco años ¿Ves?, afirmo una vez más sin vacilar que son muchos los seres humanos con una propiedad especial, la de sentir afición a pegar a los niños, pero sólo a los niños. Respecto a todos los demás sujetos se comportan hasta como personas amables y humildes, como europeos instruidos y humanos, pero son muy amigos de torturar a los niños, e incluso, por esto, llegan a sentir inclinación por ellos. Es, precisamente, el desamparo de estas criaturas, la confianza angelical de los pequeñuelos, que no tienen adónde acudir ni a quién dirigirse, lo que seduce a estos torturadores, lo que enciende la sangre vil de los desalmados. En todo hombre, desde luego, anida una fiera, una fiera que por nada monta en cólera; una fiera que se exalta voluptuosamente al oír los gritos de la víctima torturada, una fiera violenta, soltada de la cadena, una fiera con dolencias contraídas en el libertinaje, con la gota, los riñones enfermos, etcétera. A esta pobre niña de cinco años, sus cultos padres la sometían a infinitos tormentos. Le pegaban, la azotaban, le daban puntapiés sin saber ellos mismos por qué, le cubrían el cuerpo de cardenales; llegaron, por fin, al máximo refinamiento: en noches frías, heladas, la encerraban en el lugar excusado, y con el pretexto de que por la noche no pedía hacer sus necesidades (como si una criatura de cinco años, que duerme con profundo sueño angelical, ya hubiera podido aprender), le embadurnaban la cara con sus excrementos y se los hacían comer, y quien la obligaba a comérselos era su madre, ¡su propia madre!, ¡Y esa madre podía dormir cuando por la noche se oían los gemidos de la pequeña criaturita encerrada en un lugar infamante! ¿Te imaginas al pequeño ser, incapaz de comprender aún lo que pasa, dándose golpes a su lacerado pecho con sus puñitos, en el lugar vil, oscuro y helado, llorando con lágrimas de sangre, sin malicia y humildes, pidiendo al “Dios de los niños” que la defienda? ¿Eres capaz de comprender este absurdo, amigo y hermano mío, tú, humilde novicio del Señor, eres capaz de comprender por qué es necesaria y ha sido creada tal absurdidad? Dicen que sin ella no podría existir el hombre en la tierra, pues no conocería el bien y el mal ¿para qué conocer este diabólico bien y este mal, si cuestan tan caros? Todo el mundo del conocimiento no vale esas lagrimitas infantiles dirigidas al “Dios de los niños”. No hablo de los sufrimientos de los adultos: éstos han comido la manzana y al diablo con ellos y que el diablo se los lleve a todos, ¡pero ésos, ésos! Te estoy atormentando, Aliosha, parece que estás muy turbado. Me callaré si quieres.
- No importa, yo también quiero atormentarme –balbuceó Aliosha
- Voy a presentarte otro cuadro, sólo otro, y aun por curiosidad muy característico. Esto sucedió en la época más tenebrosa de la servidumbre, a comienzos de siglo (la esclavitud fue abolida en Rusia en 1861). Había un general con excelentes relaciones y riquísimo propietario, pero de aquéllos que, al retirarse del servicio activo, habían llegado poco más o menos que a la convicción de haberse ganado el derecho a la vida y la muerte de sus siervos. Los había así entonces. Vive, pues, este general retirado en su finca, que contaba dos mil almas; se da humos, desdeña a sus modestos vecinos, a los que trata como parásitos y bufones suyos. Tiene centenares de perros y casi cien perreros, todos de uniforme, todos con sus caballos. Un día, el hijo de un siervo de la casa, un niño que no pasaba de los ocho años, tiró una piedra, jugando, e hirió en una pata al perro preferido del general. “¿por qué mi perro predilecto cojea?”. Le informan de que aquel muchacho había tirado una piedra y lo había herido en una pata. “¿Has sido tú? (el general le dirigió una mirada) ¡Prendedle!” Le cogieron, le arrancaron de los brazos de su madre, le hicieron pasar toda la noche en las mazmorras; por la mañana, no bien apunta el alba, el general sale vestido de gala para ir de caza, monta a caballo, rodeado de gentes que viven a sus costas, de canes, perreros y monteros, todos a caballo. Hace reunir a la servidumbre para dar ejemplo, y en primera fila a la madre del niño culpable. Sacan al muchacho de la mazmorra. Era un sombrío día de otoño, frío, brumoso, ideal para la caza. El señor manda desnudar al muchachito; le desnudan por completo, el niño tiembla, está loco de miedo, no se atreve a decir ni pío… “¡hacedle correr!” (ordena el general). “¡Corre, corre!”, le gritan los perreros; el pequeño echa a correr… “¡Hala, hala!”, vocifera entonces el general, y lanza contra el niño toda la jauría de perros. Le acorralaron a la vista de la madre y los perros hicieron pedazos al niño […]
- ¿Para qué me estás poniendo a prueba? –exclamó Aliosha, en una explosión de amargura-. ¿Me lo dirás por fin?
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/08/2010 a las 10:49 | {0}