Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Es al entrar. La sala iluminada de blanco no ayuda a lo que va a pasar. Son luces de neón. No sabe si previamente hay una mirada. No sabe si quedó el amor colgado en el último encuentro. Sí, la palabra amor está bien utilizada.

No se dicen nada. Transcurre el tiempo como siempre. Es posible que haya empezado a levantarse una brisa que trae esos aromas de una primavera anticipada y que provocan una especie de felicidad de planta que crece, de solicitud de sol, de caricia, sí, de caricia.

Es el pelo de ella y es la mano de él. Es su pecho que se muestra bajo el jersey y el pecho de él que respira hondo y sano. Es la curva de su cuello. Es el principio de su nuez. Es la tersura de la piel de ella y la fragancia que hoy él exhala.

Cuando termina el trabajo, se miran. Todos, conjurados por su destino, se van yendo y se quedan solos. Se acerca a ella y le ayuda a ponerse el abrigo. Ella sonríe a sus ojos. Él sonríe a su boca. Vuelven a mirarse. No se han dicho nada. Ya se dijeron todo estas semanas sin decirse nada. Aparta un mechón de cabello de su boca. Inclina su cabeza. Se ofrece ella. Se besan.

La tarde anochece. Se han cogido de la mano. Son una pareja más en la ciudad. Pasean y apenas hablan. Tan sólo son sus pieles las que están conversando. El palpitar del corazón de él se va atenuando. Le comenta, entonces sí, que siempre es mejor besarse antes de cenar en la primera cita. Lo dice Woody Allen en Annie Hall. Ríen. Se vuelven a besar. En la iglesia de San Francisco dan las nueve.

Entran en un pequeño restaurante en la Plaza de la Paja que ella conoce. Beben vino oscuro. Comen frugalmente. Frente a frente. Sólo están ellos. Sigue, fuera, el aroma invernal con primavera.

Estoy cansada, dice ella. La acompaña hasta su casa. Se besan por última vez al pie de la escalera.

Él camina por la calle hasta el coche. No pone la radio. Tan sólo deja que su pensamiento se relaje. Ráfagas de imágenes corretean. De pronto la nada se instala. Se diría que incluso el coche se conduce solo. Hay una luna creciente que sale justo ahora. Pestañea un par de veces. Ya ha llegado.

Ya he llegado.

Guión

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/02/2011 a las 21:25 | Comentarios {0}


Acudid a las calles de Jericó!
Suenen las alabanzas
de las bellas muchachas
con sus danzas
y sobre el pretil del puente
haz que los dientes sentencien
su condición de jazmín.

Canta, oh Diosa, la cólera de Aquiles
y venga a mí la flor de ti
-viejo romance
que como una perfomance
se revuelva en abril-.

Sea sueño la penumbra
o la penumbra sea sueño,
yo quisiera ser el dueño
de mi propio corazón
para cantar la canción
de las océanas ubres
con sus marineros ebrios
y sus putas de salón
y su viejo acordeón
y el acordeonista cojo
y el muchacho pelirrojo
que embarca por vez primera
en la nave Septentrión.

Canta, oh Diosa,
las tierras de ultramar
y muéstrame el caftán
y la sombra de la higuera
y el asombro en la ribera
por donde juntos pasean
dos lilas con almohadón.

Boga vaga la boa
bossa nova en mi loa.


Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/02/2011 a las 13:57 | Comentarios {0}


Ha amanecido. Milos Amós está enfermo. Tras veinte días sin comer y teniendo como único alimento el rocío de las hierbas, sus defensas empiezan a abandonarle.
Seis buitres le vigilan.
Una manada de lobos asciende la montaña.
Los pies de Milos Amós ya no le responden. Quizás estén congelados. Unas ronchas han aparecido en la piel de su pierna derecha, justo bajo la rodilla. Hay momentos en que el prurito le enloquece. Quisiera gritar, arrancarse la piel, bajar de la cima.
Milos se esfuerza en no pensar pero no para de hacerlo. Son palabras y palabras que surgen como fuente de agua envenenada.

Nunca conseguiré. Nunca. No fue dada la sabiduría a este cerebro. Podré, si quiero, achacárselo a las circunstancias y quizá consiga así cierta tranquilidad de alma. Sé que no soy. Sé que no existo. No sé nada. Y no saber nada es ser estúpido. Soy estúpido. Muy estúpido. Me creí... me creí y así ascendí hasta esta nada. Suprema estupidez tan cerca del cielo. El cielo es nada. Los buitres son nada. No temo el colmillo del lobo. No me amamantarán. No soy Rómulo ni tampoco Remo. Estúpido en mis vanaglorias. Pensé. Pensé. Pensé. Pensar es nada. Nada te mereces si haces nada. La visión de la soledad es barata. Mis pies ya no andan. Jamás saldré de aquí. Ya estoy muerto. Morir es nada. Parece mi mente una. Se suceden en ella fotografías. Personas. Unas y otras. Muchas sonríen. No sabría ahora qué hacer con ellas. No sabrían, de seguro, qué hacer conmigo. No sé si existe la llanura. No sé si más allá de mi vista se encuentra el mar. No tengo miedo. Tengo garrapatas. Debe ser mi pelo largo. Tan estúpido soy que ni tan siquiera eso sé. Supe contar nadas y me abracé a una idea peregrina. Luego solté amarras. Me dejé llevar pensando, pensando -pensar es nada- que alcanzaría la plenitud, la cómoda certidumbre del fin. Nada es fin. Y así sigo con un hambre de mil demonios. Incapaz de conseguir mi alimento. Menos libre que la hierba. Más estúpido que la ciénaga. En el fondo deseo que alguien suba hasta esta cima, me abrigue con un saco, me caliente un caldo y a cucharadas me haga entrar en calor. Añoro esa mano sobre el hombro y la conversación con lumbre. Estúpido al contemplar las estrellas. Estúpido al cerciorarme de ellas. Estúpido de soberbia. Estúpido de esperas. Nada he aprendido. Cada vez sé menos cuando nunca supe nada ¿cómo es ese menos que esa nada? La yegua relincha. Trota el caballo. El jinete espolea. La espuela daña. No llego a más. No hay más tierra por encima de mí. Si así fuera, estúpidamente, me arrastraría. ¡El picor, el picor de la pierna! Añoro la fuerza de mis manos para arrancarme a arañazos estas pústulas. Añoro la fuerza de mis labios para succionar a chorros el pus y las devastaciones. Venid ya buitres. Llegad ya lobos. Mordedme la estúpida yugular que sigue funcionando. Arrancad este estúpido corazón enamorado. Tendedme. Miradme. Daros el turno de mi carne. No enterréis los restos. Dejad que sea la tierra quien los muestre hasta que se diluyan en hierba o en nitrato. ¿Tengo harapos? ¿Estoy sucio? ¿Lo merezco? ¿Subirá el maestro hasta mí? El que diga en mi oído las últimas palabras, las que me convenzan, por fin, de que yo no existe, que ya estoy en comunión con las algas y el universo es mucho más que una palabra. Llegará ese maestro envuelto en luz y llamas, algo enfadado conmigo, su alumno más estúpido, el que más soberbia asumió en su estado de vivo moribundo; llegará mi maestro con los ojos encendidos y la barba larga; llegará y ungirá con aceite sagrado mis labios y ungirá con aceite sagrado mi sexo y ungirá con aceite sagrado mis desvelos y cerrará despacio mis ojos, y cerrará con amor mis agujeros y dejará en lo alto de la cima la cruz que guiará a los viajeros. Ven, maestro, ven, fantasma. Mi padre murió hace hoy once años y aún le quiero. Ven, esfuérzate un poco, apoya con suavidad tu cayado y empuja con tus riñones el cuerpo hacia la cima. No retrocedas cuando me veas tan sucio, tan espantoso, tan desolado, tan envidioso. Perdona mi envidia, perdona mi espanto, perdona mi suciedad. Y dime al oído las palabras que nunca supe oír.

Cuento

Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/02/2011 a las 12:27 | Comentarios {1}


será piel y un regusto de linfa en la visión muerde el polvo se altera el pulso y los recuerdos llegan sin avistar ninguno
querría un vuelo de bombón o la incertidumbre de una noche cuando casi llegaron a besarse las bocas o si no aquel otro momento tras un funeral cuando se abría el mundo el mundo nuevo y tras las risas por el proselitismo de un viejo sacerdote con sentido del humor
fue el frío fue esa aceleración de la vida fue la palidez fue el calor de la casa tras la manta en la hierba y el lago sin luz
¿por qué ahora? ¿por qué te quedas? si debieras alejarte infundirte ánimos y no rasgar velos deberías atender a tu linfa jugo de los jugos que se asienta bajo tus axilas y se mantiene en su tensión natural y no colocarte frente a un cuerpo que tan sólo se ve a través de ondas muy lejanas y ese cabello y esa sonrisa sana y esa broma que sabe a broma
no revuelvas no no revuelvas el tiempo ha pasado y tú definitivamente deberías amoldarte a la muerte dejar escapar lo que ha huido y no te empeñes en ser un perro olisqueando un recuerdo allá donde el recuerdo tan sólo te causa dolor o cierta ansiedad o cierta gana de volver a una cama de la que saliste para siempre
no hay cuerpo ya lo sabes no hay horizonte ya lo sabes lo sabes tienes que seguir sin luchar tienes que seguir sin desear aunque en la nuca se te atraviese un alfiler y sientas el bulbo raquídeo a punto de estallar
aunque recuerdes en una de las brazadas de este mediodía una sílaba suya con algo de silbido aunque olieras en la mañana de ayer un viento de hace años cuando el saledizo de un tejado te parecía el lugar más hermoso del mundo
nada hay todo ha pasado
debes olvidarte
debes acostumbrarte
y seguir escribiendo sin pausas para que todo quede en una confusión cubierta de letras
apresúrate vete a la cama y sueña sueña sueña pero abandona de la vigilia los sueños en la vigilia has de mantenerte despierto ya sé que te cuesta ya sé que la soledad hace claudicar a los hombres ya sé que el plasma germinal desea salir de aventuras y para ello te andas fijando en lo que no debes
no hay nadie no va a haber nadie quizás hasta la tumba alégrate entonces alégrate porque estás sano y mañana podrás seguir viviendo aquí y dentro de dos minutos podrás levantarte de esta silla ir hasta la cocina y hacerte una tortilla francesa con un aguacate y mandarinas y si nada se opone a tu normalidad descansarás un rato verás una película te irás a la cama y si es tu deseo soñarás en cuerpos yendo hacia ellos como la nieve cae hacia la tierra en este año con tan poca nieve así has de pasar los días te quedan muchos muchos días no apresures y no vuelvas al lugar donde alguna vez fuiste feliz

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/02/2011 a las 21:04 | Comentarios {1}


Extracto del capítulo Humaniora de la novela La Montaña Mágica escrita entre 1911 y 1923 por Thomas Mann.
Traducción de Mario Verdaguer
Editado por Plaza & Janés


Habla el doctor Behrens con Hans Castorp y su primo Joachim en el gabinete de su casa

- Así pues, ¿la piel...? ¿Qué quiere que le cuente de esa superficie de sus sentidos? Es un cerebro externo, ¿lo comprende? Ontogénicamente hablando, tiene el mismo origen que nuestros pretendidos órganos superiores, aquí arriba, en nuestro cráneo: el sistema nervioso central. El sistema nervioso central, y esto es muy conveniente que lo sepa, no es más que una forma evolucionada de la epidermis, y en las especies inferiores no hay diferencias entre el centro y la periferia, esos animales huelen y saborean por la piel, ¡imagínese!, no tienen más sentido que el de su piel, lo que debe ser muy agradable si nos ponemos en su lugar. Por el contrario, en los seres como usted y yo la ambición de la piel se reduce a mostrarse quisquillosa, porque no es más que un órgano de defensa y transmisión, pero presta una atención infernal hacia todo lo que se acerca demasiado al cuerpo, puesto que se extiende más allá de los órganos del tacto, a saber: los pelos, el vello del cuerpo, que no se compone más que de pequeñas células de piel endurecidas y que permiten distinguir la menor aproximación antes de que la piel misma sea tocada [...]
- Doctor -dijo Hans Castorp, y contempló el retrato que estaba sobre sus rodillas (el retrato es el de madame Clawdia Chauchat, pintado por el doctor Bherens y de la cual Hans está perdidamente enamorado)-, desearía saber... Usted hablaba hace unos momentos de los fenómenos interiores, del movimiento de la linfa y de cosas análogas... ¿Qué es eso? Me gustaría saber algo más sobre el movimiento de la linfa, por ejemplo: si fuese tan amable, eso me interesa vivamente.
- Lo supongo -replicó Behrens-. La linfa es lo más fino, lo más íntimo y delicado que hay en toda la actividad del cuerpo. Supongo que usted se da claramente cuenta de ello puesto que me lo pregunta. Hablo de la sangre y sus misterios, pues se considera a la sangre un líquido muy especial. Pero la linfa es el jugo de los jugos, la esencia, ¿sabe usted?, una leche sanguínea, un líquido absolutamente delicioso que después de una alimentación grasa tiene precisamente el aspecto de la leche.
Y muy vivamente comenzó, en un lenguaje lleno de imágenes, a describir cómo esa sangre, ese caldo de un rojo de capa de teatro, producido por la respiración y la digestión, saturado de gas, cargado de quilo alimenticio, hecho de grasa, albúmina, hierro, azúcar y sal, es impelido, a una temperatura de 38 grados, por la bomba del corazón a través de los vasos y mantiene en todas partes del cuerpo la nutrición, el calor animal, en una palabra: la vida misma; cómo esa misma sangre no llega a las células, sino que la presión bajo la cual se halla hace traspirar un extracto lechoso de la sangre a través de las paredes de los vasos y lo infiltra en los tejidos, de tal manera que penetra en todas partes y llena cada hendidura, dilata y tensa el elástico tejido conjuntivo-. Eso es la tensión de los tejidos, la turgor, y es gracias a esa turgor cómo la linfa, después de haber recorrido amablemente las células y asegurado su nutrición, es enviada a los vasos linfáticos, a los vasa lymphatica, y vuelve a la sangre, a razón de un litro y medio cada día.
Describió el sistema de conductos y aspiración de los vasos linfáticos, habló del canal galactóforo, que recoge la linfa de las piernas, del vientre y el pecho, de un brazo y un lado de la cabeza; luego de los delicados órganos que se forman en todas partes de los vasos linfáticos, llamados glándulas linfáticas y situados en el cuello, el sobaco, las articulaciones, los codos, el tobillo, y en otros lugares no menos íntimos y delicados [...]
Firma de Thomas Mann
Firma de Thomas Mann

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/02/2011 a las 12:51 | Comentarios {0}


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