Veo ayer un documental sobre Bob Dylan y escucho a muchas personas -músicos, escritores, críticos, fans y fons- alimentando la noción de mito.
Supongo la desolación de un hombre -si ese hombre es un hombre- al que las personas han subido a un pedestal, cualquier pedestal. El ansia de soledad que debe sentir.
Nunca fui mitómano. No entiendo muy bien cómo a nadie se le puede elevar a la categoría de semidios. Lo entiendo mejor en gentes que no han intentando lo que adoran de su mito. Me cuesta más entenderlo de quienes sí realizan una labor parecida. Porque tengo la impresión de que si alguien se dedica, por ejemplo, a escribir canciones sabrá en qué consiste ese trabajo. Se puede admirar el genio de un creador en particular pero no entiendo la elevación a ningún altar (o trono).
Como me ocurre con todo tipo de ritos o iniciaciones por muy democráticas que sean. Por ejemplo el mito del voto y la negación a admitir que la abstención en una votación no implica un rechazo del sistema -puesto que la abstención forma parte de la estadística de ese sistema- y sí puede implicar una estrategia tan válida como cualquier otra. Por ejemplo: ayer mantuve una discusión bien interesante y divertida -cosa que suele estar en contradicción- sobre este tema y aunque no pude decir todo lo que pensaba por la cascada de comentarios que se argüían, sí tengo la impresión de que si yo he concluido que el partido al que suelo votar, ha perdido su poder frente a otro (en este caso el poder económico) y se ha movido en los últimos años como una marioneta cuyos hilos ha movido este poder económico, una buena forma de hacérselo ver será no dándole de nuevo mi voto sino negándoselo hasta que vuelva a conquistar lo que, a mi parecer, ha perdido y le ha debilitado. ¡Cómo voy a entregar yo mi voto a un Poder que no es tal!
Quizás el librepensamiento -en su antigua acepción- tenga estas soledades en las que se cae al no tener siempre un pensamiento constante sobre nada y provocando, por lo tanto, cara a los demás, dudas y regaños.
Me pasa igual con Bob Dylan o con otros artistas muy queridos por mí: Julio Cortázar, William Shakespeare, Ramón María del Valle-Inclán, Miguel de Cervantes o Fernando Pessoa, en este caso escritores a los que admiro y cuya admiración parte más de su condición de saberlos hombres como cualquiera y que sin embargo han logrado hacer de cada ser humano un ser particular cuando los leen.
Supongo la desolación de un hombre -si ese hombre es un hombre- al que las personas han subido a un pedestal, cualquier pedestal. El ansia de soledad que debe sentir.
Nunca fui mitómano. No entiendo muy bien cómo a nadie se le puede elevar a la categoría de semidios. Lo entiendo mejor en gentes que no han intentando lo que adoran de su mito. Me cuesta más entenderlo de quienes sí realizan una labor parecida. Porque tengo la impresión de que si alguien se dedica, por ejemplo, a escribir canciones sabrá en qué consiste ese trabajo. Se puede admirar el genio de un creador en particular pero no entiendo la elevación a ningún altar (o trono).
Como me ocurre con todo tipo de ritos o iniciaciones por muy democráticas que sean. Por ejemplo el mito del voto y la negación a admitir que la abstención en una votación no implica un rechazo del sistema -puesto que la abstención forma parte de la estadística de ese sistema- y sí puede implicar una estrategia tan válida como cualquier otra. Por ejemplo: ayer mantuve una discusión bien interesante y divertida -cosa que suele estar en contradicción- sobre este tema y aunque no pude decir todo lo que pensaba por la cascada de comentarios que se argüían, sí tengo la impresión de que si yo he concluido que el partido al que suelo votar, ha perdido su poder frente a otro (en este caso el poder económico) y se ha movido en los últimos años como una marioneta cuyos hilos ha movido este poder económico, una buena forma de hacérselo ver será no dándole de nuevo mi voto sino negándoselo hasta que vuelva a conquistar lo que, a mi parecer, ha perdido y le ha debilitado. ¡Cómo voy a entregar yo mi voto a un Poder que no es tal!
Quizás el librepensamiento -en su antigua acepción- tenga estas soledades en las que se cae al no tener siempre un pensamiento constante sobre nada y provocando, por lo tanto, cara a los demás, dudas y regaños.
Me pasa igual con Bob Dylan o con otros artistas muy queridos por mí: Julio Cortázar, William Shakespeare, Ramón María del Valle-Inclán, Miguel de Cervantes o Fernando Pessoa, en este caso escritores a los que admiro y cuya admiración parte más de su condición de saberlos hombres como cualquiera y que sin embargo han logrado hacer de cada ser humano un ser particular cuando los leen.
En aquel entonces no existía la aurora. El magma se movía con espesura de selva y por doquier borboteaba el azufre. No había planta. No había proceso de fotosíntesis. No había depredación ni guerra. Sometido al calor, el planeta era un caldo de un color entre rojo y amarillo. No había agua. Sí había hierro derretido. No existían células eucariotas. Una sola bacteria clonaba en sí y seguía en otra. El ruido era constante. Un ruido de metal líquido que fluctúa sobre las pendientes y se atasca ante las cuestas, que se remansa en los llanos y se hunde en las honduras. La atmósfera no ha terminado aún por concretarse. La música del Mundo tiene algo que más tarde (millones de años después) Olivier Messiaen (un ser complejo con características que en absoluto parecen predecibles en el momento del que hablamos) intentará recuperar y que se podría comparar con el sonido del capapuerco.
El azufre será el dador de vida.
La felicidad es completa.
El amor no existe aún entre bacterias. Amar será anhelo de fusionarse con otro (definición extraída del pensamiento de otro ser complejo llamado Eduard Punset -el cual, por cierto, la habrá deducido de otro- millones de años después del tiempo del que ahora hablamos).
En ese caldo ardiente.
Tras ese caldo ardiente.
Durante el enfriamiento.
No había ARN replicante.
Y siempre el sonido de las materias espesas disolviéndose, concentrándose, en cauces, atraídos por la débil energía de la gravedad, sin querer explorar más espacios.
Y también el sonido de los meteoritos que caían como lluvia sobre la masa espesa de un suelo sin sólido. Meteoritos en cuyo ser viajaban microbios.
El azufre será el dador de vida.
La felicidad es completa.
El amor no existe aún entre bacterias. Amar será anhelo de fusionarse con otro (definición extraída del pensamiento de otro ser complejo llamado Eduard Punset -el cual, por cierto, la habrá deducido de otro- millones de años después del tiempo del que ahora hablamos).
En ese caldo ardiente.
Tras ese caldo ardiente.
Durante el enfriamiento.
No había ARN replicante.
Y siempre el sonido de las materias espesas disolviéndose, concentrándose, en cauces, atraídos por la débil energía de la gravedad, sin querer explorar más espacios.
Y también el sonido de los meteoritos que caían como lluvia sobre la masa espesa de un suelo sin sólido. Meteoritos en cuyo ser viajaban microbios.
Peter Watson. Ideas. Historia intelectual de la Humanidad.
Capítulo 32. Nuevas ideas acerca del orden humano: los orígenes de las ciencias sociales y la estadística.
Editado por Crítica.
Las personas venimos y vamos. Hay una canción muy hermosa de Mercedes Sosa que se llama Todo cambia. Y también es cierto que algunos asuntos se resuelven siempre de la misma forma. Los Mossos d'Esquadra (policía autonómica del País Catalán) han arremetido contra los concentrados del movimiento 15-M en la Plaça de Catalunya. A uno de los concentrados le han reventado un pulmón y le han perforado el bazo. Las imágenes no merecen ni ser vistas. El País Catalán está gobernado por CiU, partido nacionalista y de derechas.
Sin solución de continuidad (siempre me gustó esta expresión que viene a significar: sin interrupción) leo lo siguiente:
Joseph-Ignace Guillotin nació en Saintes al oeste de Francia el 28 de mayo de 1738 y era el noveno de doce hijos. Por una curiosa ironía del destino su nacimiento fue prematuro, consecuencia de que su madre presenciara por casualidad una angustiosa ejecución pública. Quizá por esto, Joseph-Ignace siempre fue muy consciente de que en Francia, así como en otros lugares, las técnicas de ejecución variaban muchísimo en función del estatus social del condenado. En general, los miembros de la aristocracia disfrutaban de una muerte rápida, mientras que los criminales procedentes de los estratos más bajos de la sociedad a menudo se los ajusticiaba de forma lenta y atroz. En la Francia del siglo XVIII, existían más de un centenar de delitos castigados con la pena de muerte, la peor de las cuales se reservó a François Damiens (1714-1757), el desgraciado que atacó a Luis XV con una navaja y consiguió arañar el brazo del monarca. A Damiens se le arrancó la piel del pecho, de los brazos y de los muslos con tenazas al rojo vivo, su mano derecha (la que había sostenido la navaja) fue quemada con sulfuro; sobre la carne expuesta allí donde se había arrancado la piel se vertió plomo fundido y aceite hirviendo, y por último su cuerpo fue descuartizado utilizando cuatro caballos que tiraban en direcciones diferentes. El verdugo mostró su simpatía por la víctima cortando con un cuchillo los tendones de las articulaciones para que los caballos pudieran desmembrarlo con más facilidad.
Para la época de la revolución, Joseph-Ignace era ya una figura importante, un médico distinguido, destacaba también como profesor de anatomía y consejero de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, y se convirtió en diputado de la Asamblea Nacional. Guillotin era un pacifista y, motivado por sus preocupaciones humanitarias, en diciembre de 1789 presentó a la Asamblea seis proposiciones con el fin de crear un código penal nuevo y mucho más humano, en el que todos los hombres fueran considerados iguales y las penas impuestas no hicieran ningún tipo de distinción entre los diferentes estratos. El segundo artículo de este nuevo código recomendaba que la pena capital fuera de ahora en adelante la decapitación y que se la aplicara mediante un mecanismo simple y novedoso. La Asamblea dedicó algún tiempo a examinar las recomendaciones del doctor Guillotin antes de adoptarlas, y durante los debates que tuvieron lugar entonces, un periodista preguntó a propósito del nuevo mecanismo si éste había de llevar el nombre de Guillotin o el de Mirabeau, una pregunta sarcástica y retórica, pues el nuevo mecanismo no había sido todavía diseñado y menos aún construido.
Guillotin no diseñó ni construyó el instrumento que terminaría llevando su nombre. El diseñador fue otro médico, el doctor Antoine Louis (en algún momento se planeó llamar al nuevo dispositivo "Louisette"), mientras que el hombre que de verdad construyó la máquina de ejecución fue un tal monsieur Guedon o Guidon, el carpintero que normalmente se había encargado de proporcionar patíbulos al Estado. El nuevo artilugio se probó el 17 de abril de 1792. Tras unos cuantos ajustes se celebró un banquete para dar la bienvenida a la hija del doctor Guillotin y se brindó por la igualdad que traería consigo el insigne proyecto.
Hasta aquí la cita de Peter Watson. Y yo me pregunto: ¿por qué a unos ciudadanos que están en sus calles debatiendo democráticamente ideas que luego elevar a quien corresponda, se los desaloja con porras con pinchos, balas de goma, puñetazos e insultos y a tipos como Carlos Fabra -un corrupto inclemente- no sólo no se le desaloja sino que se le otorga un sueldo de 90.000 € anuales por parte de la Cámara de Comercio de Castellón y aunque deja la Diputación mantiene sueldo, coche oficial, chófer y guardaespaldas?
Si realmente estuviéramos en una democracia habría que dar un sueldo a los ciudadanos de la Plaza de Catalunya (y de tantas otras plazas) -que están haciendo el trabajo del Congreso de los Diputados- y desalojar, a la fuerza si fuera necesario, a indeseables como el señor de Castellón antes citado.
Guillotina para igualar la muerte. ¿Qué instrumento inventamos para igualar la vida?
Sin solución de continuidad (siempre me gustó esta expresión que viene a significar: sin interrupción) leo lo siguiente:
Joseph-Ignace Guillotin nació en Saintes al oeste de Francia el 28 de mayo de 1738 y era el noveno de doce hijos. Por una curiosa ironía del destino su nacimiento fue prematuro, consecuencia de que su madre presenciara por casualidad una angustiosa ejecución pública. Quizá por esto, Joseph-Ignace siempre fue muy consciente de que en Francia, así como en otros lugares, las técnicas de ejecución variaban muchísimo en función del estatus social del condenado. En general, los miembros de la aristocracia disfrutaban de una muerte rápida, mientras que los criminales procedentes de los estratos más bajos de la sociedad a menudo se los ajusticiaba de forma lenta y atroz. En la Francia del siglo XVIII, existían más de un centenar de delitos castigados con la pena de muerte, la peor de las cuales se reservó a François Damiens (1714-1757), el desgraciado que atacó a Luis XV con una navaja y consiguió arañar el brazo del monarca. A Damiens se le arrancó la piel del pecho, de los brazos y de los muslos con tenazas al rojo vivo, su mano derecha (la que había sostenido la navaja) fue quemada con sulfuro; sobre la carne expuesta allí donde se había arrancado la piel se vertió plomo fundido y aceite hirviendo, y por último su cuerpo fue descuartizado utilizando cuatro caballos que tiraban en direcciones diferentes. El verdugo mostró su simpatía por la víctima cortando con un cuchillo los tendones de las articulaciones para que los caballos pudieran desmembrarlo con más facilidad.
Para la época de la revolución, Joseph-Ignace era ya una figura importante, un médico distinguido, destacaba también como profesor de anatomía y consejero de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, y se convirtió en diputado de la Asamblea Nacional. Guillotin era un pacifista y, motivado por sus preocupaciones humanitarias, en diciembre de 1789 presentó a la Asamblea seis proposiciones con el fin de crear un código penal nuevo y mucho más humano, en el que todos los hombres fueran considerados iguales y las penas impuestas no hicieran ningún tipo de distinción entre los diferentes estratos. El segundo artículo de este nuevo código recomendaba que la pena capital fuera de ahora en adelante la decapitación y que se la aplicara mediante un mecanismo simple y novedoso. La Asamblea dedicó algún tiempo a examinar las recomendaciones del doctor Guillotin antes de adoptarlas, y durante los debates que tuvieron lugar entonces, un periodista preguntó a propósito del nuevo mecanismo si éste había de llevar el nombre de Guillotin o el de Mirabeau, una pregunta sarcástica y retórica, pues el nuevo mecanismo no había sido todavía diseñado y menos aún construido.
Guillotin no diseñó ni construyó el instrumento que terminaría llevando su nombre. El diseñador fue otro médico, el doctor Antoine Louis (en algún momento se planeó llamar al nuevo dispositivo "Louisette"), mientras que el hombre que de verdad construyó la máquina de ejecución fue un tal monsieur Guedon o Guidon, el carpintero que normalmente se había encargado de proporcionar patíbulos al Estado. El nuevo artilugio se probó el 17 de abril de 1792. Tras unos cuantos ajustes se celebró un banquete para dar la bienvenida a la hija del doctor Guillotin y se brindó por la igualdad que traería consigo el insigne proyecto.
Hasta aquí la cita de Peter Watson. Y yo me pregunto: ¿por qué a unos ciudadanos que están en sus calles debatiendo democráticamente ideas que luego elevar a quien corresponda, se los desaloja con porras con pinchos, balas de goma, puñetazos e insultos y a tipos como Carlos Fabra -un corrupto inclemente- no sólo no se le desaloja sino que se le otorga un sueldo de 90.000 € anuales por parte de la Cámara de Comercio de Castellón y aunque deja la Diputación mantiene sueldo, coche oficial, chófer y guardaespaldas?
Si realmente estuviéramos en una democracia habría que dar un sueldo a los ciudadanos de la Plaza de Catalunya (y de tantas otras plazas) -que están haciendo el trabajo del Congreso de los Diputados- y desalojar, a la fuerza si fuera necesario, a indeseables como el señor de Castellón antes citado.
Guillotina para igualar la muerte. ¿Qué instrumento inventamos para igualar la vida?
01 Todo Cambia.mp3 (10.96 Mb)
León Felipe. Ganarás la Luz. Libro III Prometeo. Editado por Austral.
A mi amigo Valentín Alvárez tras la lectura de un texto suyo (con el permiso -que estoy seguro de que me lo concedería- del poeta).
El poeta León Felipe
Hay poetas que trabajan con la palabra solamente, como los lapidarios;
otros trabajan con la metáfora, como los joyeros que cambian las piedras de lugar;
otros empalman y enciman los ladrillos con una musiquilla monótona e interminable de romance;
otros se valen del termómetro y del compás, como los geómetras impasibles que miden los ángulos y la temperatura del tabernáculo;
otros trabajan con el símbolo y con la fábula, como los estofadores y los que emploman los vidrios de los grandes ventanales;
algunos muy entendidos son maestros en el arabesco, en el jeroglífico y en la alegoría, como los tejedores sagrados y los criptógrafos que dejan su secreto en las cenefas de las casullas y los frisos de los cenotafios;
otros trabajan con la arcilla blanda de su ejido solamente, como el alfarero municipal;
otros cavan en las profundidades del subterráneo donde se han de apoyar un día los cimientos, como los tejones y los topos;
otros se afanan allá arriba, cerca del cielo, en las cornisas de los campanarios, como la cigüeña y las golondrinas...
Pero el Poeta Prometeico trabaja con su sangre donde van disueltos los esfuerzos de todos estos poetas especializados.
Y a todos estos artifices humildes, cuyo nombre se llevará un día despiadadamente el Viento, el Poeta Prometeico les agradece todo lo que le han dado, todo lo que han traído para edificar el templo venidero y levantar la torre donde se ha de colocar mañana el pabellón rojo del hombre.
otros trabajan con la metáfora, como los joyeros que cambian las piedras de lugar;
otros empalman y enciman los ladrillos con una musiquilla monótona e interminable de romance;
otros se valen del termómetro y del compás, como los geómetras impasibles que miden los ángulos y la temperatura del tabernáculo;
otros trabajan con el símbolo y con la fábula, como los estofadores y los que emploman los vidrios de los grandes ventanales;
algunos muy entendidos son maestros en el arabesco, en el jeroglífico y en la alegoría, como los tejedores sagrados y los criptógrafos que dejan su secreto en las cenefas de las casullas y los frisos de los cenotafios;
otros trabajan con la arcilla blanda de su ejido solamente, como el alfarero municipal;
otros cavan en las profundidades del subterráneo donde se han de apoyar un día los cimientos, como los tejones y los topos;
otros se afanan allá arriba, cerca del cielo, en las cornisas de los campanarios, como la cigüeña y las golondrinas...
Pero el Poeta Prometeico trabaja con su sangre donde van disueltos los esfuerzos de todos estos poetas especializados.
Y a todos estos artifices humildes, cuyo nombre se llevará un día despiadadamente el Viento, el Poeta Prometeico les agradece todo lo que le han dado, todo lo que han traído para edificar el templo venidero y levantar la torre donde se ha de colocar mañana el pabellón rojo del hombre.
Querida Julia:
Han pasado tantas cosas desde que moriste. Dicen los científicos que los recuerdos se construyen cada vez que se recuerdan, es decir, que cuando yo te recuerdo se produce una reacción bioquímica en mi cerebro que anima las sinapsis de determinadas neuronas que construyen de nuevo, en mi mente, tu cuerpo menudo, tu sonrisa amplia y tus manos de trabajadora. También dicen que a partir de ese descubrimiento se llega a la conclusión de que los recuerdos no son lo que pasó sino recreaciones, interpretaciones de lo que pasó.
También dicen que ningún gen ha sido descubierto que contenga en sí la marca de la muerte y que por lo tanto, el hombre no está condenado a morir. Incluso aventuran existencias de más de cuatrocientos años. No sé, querida mía, no sé.
Desde que moriste, porque tu cuerpo sí acabó por ceder ante la actual naturaleza de los seres vivos, sentí el más grande vacío que había sentido y se inició un proceso del cual he sido conscientemente inconsciente. En muchos momentos de ese proceso, al que llamo El Proceso Gobi, te he sentido cerca, te he sentido presente, como la línea del horizonte se entrevé cuando los tonos del cielo y el mar son idénticos y he elucubrado, en momento de ensueño, con una escena en la que, juntos tú y yo, me dabas la mano y me animabas a seguir.
Es cierto, como me recordaba Caroline (a la que tú atendiste hace muchos años en la casa de mis padres mientras ella me esperaba), que durante la travesía por los desiertos -cualquier desierto, con cualquier nombre- la queja acude, el desaliento daña el paso, desaparece la música del aire y todo se vuelve espeso pero convendrás conmigo (tú que atravesaste el desierto de la dictadura de Franco y que supiste mantener la boca cerrada, haciendo que tus quejas se quedaran para mejor ocasión y tirando hacia delante con todo el dolor de tus compañeros muertos a cuestas) que en las noches frías de los desiertos, en la soledad del paisaje -donde el árbol desapareció, la hierba se secó, la arena se mete por todas partes produciendo picor, el tono marrón del mundo no invita a la esperanza y el agua escasea- quizá sea la queja más que una exaltación de víctima, una oración oculta de esperanza. El problema, diría yo, es cuando no nos queda queja de la que quejarnos, cuando todo lo asumimos como fatalidad o destino, cuando nos quedamos sentados y ya no buscamos el manantial, es entonces cuando la marca de la muerte nace en nosotros.
Julia, desde que moriste, surgió el Gobi y una tarde de sábado me adentré en él solo y sin equipaje. Ha habido momentos de soledad solemne; ha habido pequeñas fuentes que me permitían beber un poco y me daban fuerzas para seguir; ha habido instantes de revelación y así he entendido a Cristo en sus cuarenta días desiertos; ha habido añoranza; ha habido profunda oscuridad plena de melancolía; ha habido deseos terribles de volver sólo que sin brújula y sin alimento no sabía de dónde había partido y por supuesto desconocía el camino de vuelta. El proceso Gobi también consiste en eso: en no saber volver para seguir hacia no se sabe dónde. Y así, confiando abramánicamente, fui atravesando la extensión infinita del Gobi y -estrella polar de mis fuerzas- tu presencia ha sido siempre aliento y vida, tú que ya estás muerta. Y al fin, un día, no hace mucho, vislumbré en el clarear de una noche más fría que el invierno de una desventura, una línea verde, pura como la anchura de la mar y clara como el agua que trasluce el fondo. He caminado hacia ella y se ha ido haciendo grande a mis ojos y antes de adentrarme entre sus palmeras y antes de probar sus dátiles y antes de bañarme en sus dulces pozas y antes de vestirme de nuevo y quitarme las greñas, he querido volver a ti, Julia amada, por haber sido, tú también, pequeña fuente en el centro de la nada.
Han pasado tantas cosas desde que moriste. Dicen los científicos que los recuerdos se construyen cada vez que se recuerdan, es decir, que cuando yo te recuerdo se produce una reacción bioquímica en mi cerebro que anima las sinapsis de determinadas neuronas que construyen de nuevo, en mi mente, tu cuerpo menudo, tu sonrisa amplia y tus manos de trabajadora. También dicen que a partir de ese descubrimiento se llega a la conclusión de que los recuerdos no son lo que pasó sino recreaciones, interpretaciones de lo que pasó.
También dicen que ningún gen ha sido descubierto que contenga en sí la marca de la muerte y que por lo tanto, el hombre no está condenado a morir. Incluso aventuran existencias de más de cuatrocientos años. No sé, querida mía, no sé.
Desde que moriste, porque tu cuerpo sí acabó por ceder ante la actual naturaleza de los seres vivos, sentí el más grande vacío que había sentido y se inició un proceso del cual he sido conscientemente inconsciente. En muchos momentos de ese proceso, al que llamo El Proceso Gobi, te he sentido cerca, te he sentido presente, como la línea del horizonte se entrevé cuando los tonos del cielo y el mar son idénticos y he elucubrado, en momento de ensueño, con una escena en la que, juntos tú y yo, me dabas la mano y me animabas a seguir.
Es cierto, como me recordaba Caroline (a la que tú atendiste hace muchos años en la casa de mis padres mientras ella me esperaba), que durante la travesía por los desiertos -cualquier desierto, con cualquier nombre- la queja acude, el desaliento daña el paso, desaparece la música del aire y todo se vuelve espeso pero convendrás conmigo (tú que atravesaste el desierto de la dictadura de Franco y que supiste mantener la boca cerrada, haciendo que tus quejas se quedaran para mejor ocasión y tirando hacia delante con todo el dolor de tus compañeros muertos a cuestas) que en las noches frías de los desiertos, en la soledad del paisaje -donde el árbol desapareció, la hierba se secó, la arena se mete por todas partes produciendo picor, el tono marrón del mundo no invita a la esperanza y el agua escasea- quizá sea la queja más que una exaltación de víctima, una oración oculta de esperanza. El problema, diría yo, es cuando no nos queda queja de la que quejarnos, cuando todo lo asumimos como fatalidad o destino, cuando nos quedamos sentados y ya no buscamos el manantial, es entonces cuando la marca de la muerte nace en nosotros.
Julia, desde que moriste, surgió el Gobi y una tarde de sábado me adentré en él solo y sin equipaje. Ha habido momentos de soledad solemne; ha habido pequeñas fuentes que me permitían beber un poco y me daban fuerzas para seguir; ha habido instantes de revelación y así he entendido a Cristo en sus cuarenta días desiertos; ha habido añoranza; ha habido profunda oscuridad plena de melancolía; ha habido deseos terribles de volver sólo que sin brújula y sin alimento no sabía de dónde había partido y por supuesto desconocía el camino de vuelta. El proceso Gobi también consiste en eso: en no saber volver para seguir hacia no se sabe dónde. Y así, confiando abramánicamente, fui atravesando la extensión infinita del Gobi y -estrella polar de mis fuerzas- tu presencia ha sido siempre aliento y vida, tú que ya estás muerta. Y al fin, un día, no hace mucho, vislumbré en el clarear de una noche más fría que el invierno de una desventura, una línea verde, pura como la anchura de la mar y clara como el agua que trasluce el fondo. He caminado hacia ella y se ha ido haciendo grande a mis ojos y antes de adentrarme entre sus palmeras y antes de probar sus dátiles y antes de bañarme en sus dulces pozas y antes de vestirme de nuevo y quitarme las greñas, he querido volver a ti, Julia amada, por haber sido, tú también, pequeña fuente en el centro de la nada.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/05/2011 a las 11:28 | {1}