Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Capítulo 6º La conversación (1)


Cuando me enteré de la muerte de Constance, volví a Barcelona. Hacía un año que se habían casado. Yo no había vuelto a hablar con Olmo y sólo por amigos intermedios supe que a los seis meses habían tenido un hijo al que llamaron Paolo. El niño y Constance murieron bajando la colina donde tenían la torre. Constance perdió el control del coche y cayeron hasta el mar. Ella tenía treinta y siete años y Paolo no alcanzó los cuatro meses.
También mi vida se me había muerto. Al poco tiempo de volver de Barcelona, Gema pidió el divorcio. Los primeros momentos fueron de una liberación tremenda. No quería ver a los niños. No quería saber nada de mi vida con Gema. Salía todas las noches. Y tomé la costumbre de acostarme con putas. Así estuve varios meses. Siete exactamente hasta que una mañana en mitad de una resaca espantosa, una amigo común me contó la tragedia de Olmo. No lo dudé. Me despejé como pude (es decir con un bloody mary bien cargado) y cogí el primer AVE que salía para Barcelona. Desde la estación de Sants me dirigí al tanatorio de Les Corts. Era muy de mañana, no más de las ocho y media. Cuando llegué a la sala donde descansaban Constance y Paolo, no había nadie. Así pude verlos a través del cristal. Constance seguía estando hermosa. La tanatopráctica -no sé por qué supuse que había sido una mujer- había hecho un buen trabajo en ella y en Paolo. El bebé parecía dormido, incluso creí ver cómo su corazón palpitaba. Era en todo parecido a Olmo. Sin saber por qué se me escaparon dos lágrimas. Rápidamente me recompuse, salí de allí, me fui a la estación y volví a mi ciudad.
Los meses pasaron y fueron extraños. No sé por qué dejé de salir. Fue poco a poco, sin darme cuenta. Había alquilado un piso en las afueras de la ciudad, casi en la sierra, en una urbanización aislada, sin bares, casi sin gentes. Cuando salía del estudio, cogía el coche y aunque muchas veces pensaba en pasarme por los tugurios donde tan bien sería recibido, al final siempre enfilaba la autopista y me metía en mi casa y en ella bebía y navegaba por internet. Fue así como encontré una página de contactos. No estaba borracho cuando me apunté. Ni apurado por tener una mujer. Ni deseaba enamorarme y menos de esa manera. Me apunté, sencillamente. Y entonces ocurrió algo inesperado. El método de esa página consistía en cruzar perfiles y luego, si interesaba, se ponía uno en contacto con la mujer que había aceptado. Nos dábamos los teléfonos y si tras una charla absolutamente absurda apetecía, quedábamos. La primera cita la tuve, a petición de ella, en un bar que se llama El Brillante. Se encuentra en una plaza muy conocida de mi ciudad. La mujer con la que quedé era triste y fea. Nati, se llamaba. Hablamos un par de horas y nos despedimos para siempre. La segunda cita fue con María, una mujer polaca. Le pregunté dónde quería quedar y me dijo que en El Brillante de la plaza conocida de mi ciudad. La polaca era triste y fea como Nati. Se había quedado viuda recientemente y quería rehacer su vida. Charlamos un par de horas y nos despedimos para siempre. La tercera mujer con la que quedé se llamaba Norma. Le pregunté dónde quería que nos viéramos y sin dudarlo me dijo que en El Brillante.
Mi ciudad es grande. Viven en ella millones de personas. Hay millares de bares y de plazas. ¿Por qué siempre, mujeres que nada tenían que ver unas con otras, me proponían quedar en el Brillante? Reconozco que me sentí inquieto ante la casualidad y decidí no volver a quedar con mujer alguna. La costumbre, como se sabe, es enemiga de las decisiones y así, poco antes de acostarme, solía echar un último vistazo a mi correo para ver los contactos que se me proponían. Aquella noche sólo me habían enviado este perfil:

Número de contacto: 75BNS6RT
Pseudónimo: Constance37
Edad: 37
Estado civil: Casada
Estatura: 173 centímetros
Figura: Estilizada
Ojos: Negros
Pelo: Negro ondulado
Longitud del pelo: Largo
Preferencia sexual: Sexo normal. Sexo oral. Sexo anal. Masturbaciones, Squirting. Fotografiar. Juguete sexy. Palabrotas. Lencería sexy.
Qué busca: Una picaresca aventura. Un flirteo muy normal. Charlas eróticas. Sitios particulares. Una relación duradera.
Signo del Zodiaco: Escorpio.

La escribí. Claro. Y me contestó. Y le pedí el teléfono. Y me lo envió. Y la llamé. Y me contestó y su voz, su voz... Le pregunté dónde quería quedar y ella me dijo, En el Brillante, el que está... sí, en la plaza conocida de mi ciudad. Quedamos al día siguiente a las ocho y media. Colgué y temblé y cuando estaba temblando brilló la pantalla de mi móvil y apareció sobre el fondo azul el nombre en negro de Olmo. Lo cogí y le escuché decir.
- Estoy en la ciudad. ¿Nos vemos?
Atónito le di la dirección de mi casa.
- En media hora estoy allí, me dijo y colgó.
Y yo le esperé.

Cuento

Tags : El Brillante Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/09/2011 a las 19:14 | Comentarios {0}


Capítulo 5º. Fin de los antecedentes (2). Constance


Conocí a Constance en la Torre del Reloj en el molls dels pescadors de la Barceloneta. Se casaron a los pies del viejo faro y en las palabras que pronunció ella dijo algo así como: Este enlace entre Olmo y yo es el faro que guiará nuestras vidas, por eso celebramos aquí nuestra unión. A mí me pareció una puta cursilada y mientras lanzaban los discursos propios de las bodas laicas, me metí en un bar a beber y a ponerme un poco.
Contance era tan hermosa como no había podido describírmela Olmo. Sobre todo tenía un aire alegre que me llenó de envidia. Supe nada más verla que había perdido a Olmo para muchos años si no para siempre. Gema -a la que Olmo había invitado especialmente. Mantuvieron una conversación días antes. Gema no me quiso contar mucho de lo que hablaron. Tan sólo dijo que había aceptado al final- hizo migas de inmediato con Constance y Olmo estuvo especialmente amable con ella.
A mí el calor de Barcelona me toca los cojones y los lugares con encanto más todavía. Es cierto que era el atardecer y los pesqueros volvían. Es cierto que el mar debe ser hermoso y que la alegría que destilaban los novios y los invitados tendría que haberme bastado para sumarme a la fiesta y desearle de todo corazón a mi mejor amigo la felicidad que había encontrado. Pero no fue así. De hecho cuando Olmo me la presentó, yo le dije, Sí, soy El amigo que ninguna mujer quiere que tenga su chico, Constance sonrió y me respondió, Seguro que se me olvida un nombre tan largo. Te llamaré Tú.
Estaba descalza y sus tobillos eran finos y se movía por el asfalto como si fuera hierba. Era esbelta. Su pelo negro, rizado, volaba y creaba trazos negros sobre el fondo azul del mar. Su pecho parecía cincelado por un viejo griego, quizás el misterioso Praxíteles, o por un cirujano plástico al que ella hubiera acudido con una foto de su Afrodita para que le hiciera un pecho a imagen y semejanza del de la Diosa. Era, me jode decirlo, perfecta, no tan sólo en el cuerpo sino en el carácter, en la elegancia de sus gestos, en la cadencia de su paso, en sus silencios, en su actitud al escuchar. Yo intentaba rebajarla diciéndome, Tío es una puta camarera ¿No lo ves? Y la verdad es que no lo veía.
El banquete se celebró en el dúplex que había comprado Olmo a las afueras de la ciudad. Una torre, como llaman allí a los chalets, en lo alto de una colina que se abría, de nuevo, al mar. Olmo lo había reformado y por primera vez reconocí el valor de su arquitectura (o el valor de haber hecho la carrera). Toda la casa reposaba, podría decir, y el jardín ofrecía una extraña serenidad. Los invitados fueron felices. Los novios se abrazaban, se besaban, se alejaban con una naturalidad que me produjo escalofríos. Quería irme de allí. Cada dos por tres me apartaba y en un rincón del jardín (una pequeña glorieta con una fuente donde Nausítoe, en su centro, celebraba desnuda la frescura del agua sobre su cuerpo de piedra) me metía una raya tras otra. Supe que me estaba pasando. Mi corazón estaba acelerado. Tenía una sudoración fría. No dejaba de pasarme la lengua por los labios. Me estaba poniendo agresivo. Detestaba la música que en esos momentos interpretaba un grupo en directo con esos aires orientales que tanto invitan a que las mujeres cimbreen las caderas, ¡jodidas seductoras! ¡dueñas de nuestros apetitos! Allí estaba Gema bailando frente a un tipo con coleta; allí estaba mi mujer adelantándole el coño para que se lo comiera; allí estaba subiéndose su vestido largo; mostrando hasta lo insólito su pecho; asquerosa hija de puta; poniéndome en ridículo delante de Olmo que estaba junto al cabrón de la coleta y que intuí que le estaba contando lo desgraciada que era conmigo para aliviar -si la tuviera- la culpa por intentar tirarse a la mujer de su mejor amigo. Se cruzaron nuestras miradas. Olmo adivinó la mía y se acercó a mí. Me tomó por el brazo y me apartó de la gente.
- ¿Por qué no dejas de meterte coca de una puta vez? Estás pasado, tío.
- Olmo, Olmito. Se te ha olvidado una cosa: Las mujeres si no son putas, son hijas de puta.
- No te voy a permitir un comentario como ése nunca más.
- ¡Oh, perdona, claro, es que ya estás casado con una dulce doncella!
- Preferiría que te fueras.
- ¿Para qué? Para que tu amigo de la coleta se pueda follar con tranquilidad a mi mujer...
- Estás enfermo, tío...
- Antes estabas de acuerdo.
- Antes era un gilipollas como tú.
- ¿No has dicho enfermo?
- No, digo gilipollas. Vete. No quiero volver a verte en mi vida.
- Se dice en mi puta vida, ¡ah, no, que no se puede decir puta!
- Fuera.
Olmo se alejó. Tras él vi la mirada fina en mí de Constance. Fue la última vez que la vi viva.

Cuento

Tags : El Brillante Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/09/2011 a las 20:53 | Comentarios {0}


Ser
The atrocity exhibition
The atrocity exhibition
Cuando escucho o leo las elucubraciones sobre el ser, suelo sentir primero una intensa admiración (una persona -reflexiono- ha indagado sobre el ser y ha llegado a éstas o aquéllas conclusiones) ya sea si es Mengano, Zutano o Fulano; si pertenece a la cultura occidental o si viene de las misteriosas inmanencias orientales o también si son seres que han elaborado complejos sincretismos entre unas nociones y otras (los más audaces producen en mí audacia; los más cautos cautelas; los más exuberantes, exuberancia en mí producen). Luego suelo entrar en una segunda fase, yo la llamaría melancolía del pensar que me lleva a una tierna idea cuyo limo sería que los hombres apenas saben nada y que creer -ciega o sesudamente en algo- no es más que una forma de aliviar el miedo a este terrible estigma que nos ha tocado en suerte. Porque al fin y al cabo vivir, lo que es vivir, tiene ese mucho de abismo y ese poco de claridad. Porque no somos babosas -las cuales parece ser que no tienen la espada de Damocles de la autoconciencia, como tampoco la tiene el león y parece ser que sí un poquito el chimpancé- sino que nos levantamos por las mañanas y al ver el mundo (o su apariencia, ¡qué más da!) nos colocamos en él y sabemos que somos quienes somos, Petra, Alfredo, William, Najbadar, Mambrú o Clitemnestra, y con nosotros hemos atravesar el día y soportar las cargas que ninguno eligió a priori.

Hay personas para quienes somos un cúmulo de esfuerzos y superaciones; personas que creen, terriblemente, en la superación y exigen de cada ser humano que detenga sus vendavales, que airee las casas cuando toca, que alardee como pavo de su fuerza y que vuelva, en la noche, con la cabeza bien alta y el corazón a su ritmo.
Los hay que fían su devenir en un Dios Altísimo, para el cual no somos más que unas marionetas cuyo libre albedrío él nos tuvo a gracia conceder -quedando así la libertad y el albedrío francamente menguados- y al cual debemos una obediencia ciega y un alma de asesino si tiene a bien exigírnosla. Por él inmolaremos a nuestros hijos. Por él iremos a la guerra. Por él seremos mártires con la promesa de que tras el dolor vendrá el placer (ya sea en forma de huríes o en forma de contemplación de la dicha eterna).
También están los que nos calman advirtiéndonos de que el cuerpo que nos habita no somos nosotros. Nos dicen -cuales tatas al llegar la noche- que somos personajes que se han acostumbrado a su personaje y se han olvidado que tras él hay un actor. Nos quieren desvelar el rostro del actor con la esperanza de que al verlo, al dejarlo salir, todas las cuitas del personaje que habíamos venido representando se nos aparecerán como lejanas, de otro y ese descubrimiento nos aliviará tanto que seremos luz de donde el sol la toma.
Para no hacer cansina la enumeración de las posibles formas de entender el ser, también existen los que ya no están estando; los que han encontrado la realidad última; los que han descubierto que el mundo es tan sólo una apariencia cuyas magnitudes -espacio y tiempo- son tan sólo pálidos reflejos de la realidad verdadera; hombres por encima del bien y del mal o por mejor decir, por encima del placer y el dolor: personas que nada les atañe, que nada les implica, que nada les invoca y que te dicen que ésa es la verdadera naturaleza del ser (no ser siéndolo todo).
Los hay, por último, que arguyen que el ser se rige por unas leyes naturales que en nada le importa. Ocurrió esto. Siguió aquello. Surgiste tú. Desapareciste. La química ordenó. La física produjo. Se dieron las circuntancias oportunas. No le des más vueltas. No va contigo.

Suelo sufrir luego una tercera fase: es la angustia más pavorosa que se pueda dar. Abro los ojos, veo la vida y me siento inútil. Y sé que nunca podré abrazar creencia alguna porque todas me quieren alejar de lo que es estar vivo: sentir placer y sentir dolor. Todas tienen una última tentación de anestesiar los rigores del hombre sobre la tierra. Pero la tierra es al hombre, lo que el hombre a la idea: el único suelo que puede habitar. Sin hombres no habría ideas y sin tierra no habría hombres.

La cuarta es ésta en la que me encuentro: muy cansado. Con ganas de dormir. Tan sólo dormir... y no soñar.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/09/2011 a las 14:04 | Comentarios {0}


Escrito por Américo Castro

Capítulo 1º El drama de la honra en la literatura dramática. Parte 3ª Honra y limpieza de sangre. Pag. 72, 3ª Edición. Editado por Taurus año 1972


[...] Esa conciencia del propio y estrechado existir halló en Quevedo expresión y forma interior de subida belleza, es decir, cargadas de tal virtud que nos obligan a alzarnos hasta sus palabras en un movimiento de adhesión grata y reverente:

"Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o secundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos,
al sueño de la vida hablan despiertos."

O sea, que el motivo y la finalidad de la expresión literaria en España respondían [en el siglo XVII] a un estado de cosas sin parejo en Europa, en donde las fallas y los conflictos fueron muy otros.

Nota: De la edad conflictiva de Américo Castro abunda en su teoría de que la particular historia de España en el contexto europeo proviene de que en ella convivieron durante siglos tres castas: moros, judíos y cristianos y cuando la casta cristiana venció a las otras dos se produjo un desequilibrio que influyó decisivamente en el gobierno y subdesarrollo del país durante siglos.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/09/2011 a las 19:00 | Comentarios {0}


Me reenvía esta carta Marina escrita por un amigo.


Viva l'Italia!
Dilectissimi:

Ya que estamos metidos en política y mencionando a personajes indeseables de la misma, hablemos de Berlusconi quien el pasado 12 de marzo tuvo que contemplar una inesperada realidad:
Italia festejaba el 150 aniversario de su creación y para ello se representó en Roma la ópera Nabucco de Verdi, dirigida por el maestro Ricardo Mutti. Nabucco evoca el episodio de la esclavitud de los judíos en Babilonia (siglo V a.C.) y el famoso canto "Va pensiero" es el canto de los esclavos hebreos oprimidos que añoran su patria perdida. En Italia este canto es un símbolo de la búsqueda de la libertad (cuando se escribió, Italia estaba bajo el imperio de los Habsburgo).
Antes de la representación, Gianni Alemanno, alcalde de Roma, subió al escenario para pronunciar un discurso en el que denunciaba los recortes del presupuesto de Cultura que estaba llevando a cabo el gobierno de Berlusconi, allí presente.

Ricardo Mutti declaró más tarde: "La ópera se desarrolló normalmente hasta que llegamos al famoso canto Va pensiero. Inmediatamente sentí que el público se ponía en tensión. Hay cosas que no se pueden describir pero que uno las percibe; era el silencio del público el que se sentía hasta entonces, pero cuando empezó el "Va pensiero", el silencio se llenó de fervor verdadero. Se podía sentir la reacción del público ante el lamento de los esclavos que cantan: "Oh patria mía, tan bella y perdida". Cuando el coro llegaba a su fin, el público empezó a pedir un "bis" gritando "Viva Italia" "Viva Verdi" y "Larga vida a Italia".

A Mutti no le gusta hacer un "bis" en mitad de la representación. En un gesto teatral, se dió la vuelta, miró al público y a Berlusconi y dijo: "Estoy de acuerdo: "Larga vida a Italia" y hoy siento verguenza de lo que ocurre en mi país. Accedo a vuestra petición de un "bis" del "Va pensiero". No es sólo por la dicha patriótica que siento sino porque esta noche cuando dirigía al coro que cantó "Ay mi país tan bello y perdido" pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la que se construyó la historia; en tal caso nuestro país estaría de verdad "bello y perdido". Muchos aplausos, incluidos los de los artistas en escena. Mutti prosiguió: "Yo he callado muchos años; ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que se unan al coro y que cantemos todos Va pensiero"

Toda la ópera de Roma se levantó. El coro también. Se produjo un momento mágico, lleno de emoción con Mutti dirigiendo al público.

En este enlace se puede ver este momento.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2011 a las 12:06 | Comentarios {0}


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