No lo dirían los ojos
(los ojos tienen la cualidad de la apariencia. Ojos de esperma. Ojos de menstruación. Ojos de yema)
sí, quizá, el sapo
(sapo es orbe convulso, cualidad sonora, masturbación del aire, delicada lira)
cuando se estremece en la noche bajo el sonido de una balada de Johny Cash
y también, probablemente, la cuerda
(¡Oh, mágica, quisiste ayer subirme a la parra, derramar sobre mí -ya mujer, ya rata, ya alba- una memoria ajena y no sabías que para mí memoria es refractaria como el barro o un tipo de barro, ya tú sabes, mágica, que los arquetipos se vuelven oscuros cuando llega la explicación y que nadie podrá arrugarse tanto como para ser pliegue de sí; ni tú)
se deshizo en elogios, en elogios pera y elogios mínimos (los que se dicen secreteando al oído del amante mientras se desea, íntimamente, ser Brian Eno);
lo dirían, obsesivamente, los renos
(cuando en la nieve, ya sabes; cuando las coníferas y los saltos de agua; cuando el lobo blanco y el zorro polar; y la balsa de hielo sobre la que un oso navega sin saberlo; ya la traición, por supuesto, tenue y lenta casi cáncer de esófago o miscelánea para niños)
y quizá, si no están muy gallitos, los cerdos
(piaras de cerdos en sus cochiqueras y en las benditas iglesias masticando los desechos del cura con regüeldos propios de tradición; o en las mezquitas admitiendo como propias las injurias del ulema impropias de desierto y menos aún de palmera -y aún diría más: imposibles-; o en las sinagogas, ¡ay, las sinagogas, cuánto quebranto para un apéndice nasal!; o en el templo sagrado de las místicas orientales y sus stupas y su dioses durmiendo un sueño inmenso como la eternidad);
lo diría la hierba si se tomara la molestia de hablar
y el charco, impulsado por el orgullo, se dejaría clavar una estaquita en medio del mar.
Lo dirían.
Estoy seguro.
Lo dirían
(los ojos tienen la cualidad de la apariencia. Ojos de esperma. Ojos de menstruación. Ojos de yema)
sí, quizá, el sapo
(sapo es orbe convulso, cualidad sonora, masturbación del aire, delicada lira)
cuando se estremece en la noche bajo el sonido de una balada de Johny Cash
y también, probablemente, la cuerda
(¡Oh, mágica, quisiste ayer subirme a la parra, derramar sobre mí -ya mujer, ya rata, ya alba- una memoria ajena y no sabías que para mí memoria es refractaria como el barro o un tipo de barro, ya tú sabes, mágica, que los arquetipos se vuelven oscuros cuando llega la explicación y que nadie podrá arrugarse tanto como para ser pliegue de sí; ni tú)
se deshizo en elogios, en elogios pera y elogios mínimos (los que se dicen secreteando al oído del amante mientras se desea, íntimamente, ser Brian Eno);
lo dirían, obsesivamente, los renos
(cuando en la nieve, ya sabes; cuando las coníferas y los saltos de agua; cuando el lobo blanco y el zorro polar; y la balsa de hielo sobre la que un oso navega sin saberlo; ya la traición, por supuesto, tenue y lenta casi cáncer de esófago o miscelánea para niños)
y quizá, si no están muy gallitos, los cerdos
(piaras de cerdos en sus cochiqueras y en las benditas iglesias masticando los desechos del cura con regüeldos propios de tradición; o en las mezquitas admitiendo como propias las injurias del ulema impropias de desierto y menos aún de palmera -y aún diría más: imposibles-; o en las sinagogas, ¡ay, las sinagogas, cuánto quebranto para un apéndice nasal!; o en el templo sagrado de las místicas orientales y sus stupas y su dioses durmiendo un sueño inmenso como la eternidad);
lo diría la hierba si se tomara la molestia de hablar
y el charco, impulsado por el orgullo, se dejaría clavar una estaquita en medio del mar.
Lo dirían.
Estoy seguro.
Lo dirían
Escrito entre el cuatro y el cinco del mes de marzo del año 2000
La composición sonora ha sido realizada entre el 22 y el 23 de septiembre de 2014
Indagaciones.mp3 (14.27 Mb)
Sobre la lenta y cariñosa urdimbre soñé de nuevo un esquema y una cautela. No vino la ausencia a decirme nada, ni las flores sorbieron del aire un polen apenas agradecido. Hubo cantos y largas letanías que sonaron como espejos casi salados y dramáticos. Pero en general las ínfulas y las sófulas se cubrieron de enredado ramaje, suave sarpullido, escueto son y algo de contraste. Las nociones, extrañas en cuanto a número, tuvieron un resultado salvífico y candente. Temblaron las miradas y se urdieron en sinforosa armonía, casi laustral, los armisticios y las murallas, los cogollos de las merluzas y las agallas de las lechugas. Vino en fin, un aparte, un candor, la cálida evocación de un remilgo y la nada desdeñable conflagración de un mundo. Y se elevaron por encima de las ínsulas y los amarillos ungüentos, unos ladrones de manos que hicieron inventario de todo aquello y quedaron luego exculpados de todo mal. Pero nada tenía que ver con la lenta crepitación de las estacas, lo húmedos lodazales del ensueño y un vigor facineroso, es cierto, pero también festivo que incubó en nosotros una costra de ausencias y también respeto. No quise darme por perdido, no sufrí lo indecible hasta perderte ni la letanía de un rebuzno ocultó a la noche su belleza, más bien el alma se entretuvo en unas cuantas estrofas y las lamias se escudaron en la ardora para pasar desapercibidas. ¿Díme entonces, cauteloso guardián de las nociones, si el viento este estuvo enfriado o si por el contrario la cálida y constante y tenaz esfera de las horas acabó con todo aquello? He de decir que el tiempo fue una balsa, una oligofrénica enredada de lamentos, que hubo árabes y cipayos y una larga lista de cometas paseó ante nuestras narices sin que nos diéramos cuenta. Pero ahora, pasado el duro trance, sin esquema que llevarme a la boca, más bien hambriento y por supuesto relajado he de reconocer que la aurora tuvo de lo suyo y que un instante de paz con colibrí mantuvo el cielo detenido (pero sólo un poco, ¿eh?). Vinieron Aquiles y pedazos de su tortuga y se cobraron su ración de olvido y las medusas, finas en sus filos, se hundieron para siempre en los abismos y dejaron un rebrillo de transpariencias apenas soportable para un ojo erótico.
Hoy te has levantado tarde. Por las lamas de la persiana la luz entraba y apenas llegaba a tus ojos. No querías levantarte porque sabes lo que ocurrirá, en tu propia conformación de la realidad, lo sabes. Al final has hecho ese ligerísimo esfuerzo de voluntad y en el momento en que has puesto los pies en el suelo has sentido el miedo de ser lo que eres y te has puesto a calcular lo que cuesta apretar el botón de la cisterna, el gas que incendia el quemador, la leche que viertes en el café, el café mismo. Has abierto las ventanas. Has dejado que el aire -con restos de la humedad de la lluvia de la noche pasada- entrara y mentalmente, mientras fumas el cigarrillo, sorbes el café, y tiemblas, te has hecho un mapa del día y luego has pensado, Un territorio que no recorreré. Por el camino en el que el perro husmea lo que se convertirá en memoria y reconstrucción -por aquí pasó una perra; esto es de macho; esta hierba podría venirme bien para el estómago; aquí he de mear; aquí puedo cagar; ahora he de dispersar la mierda para que no me sigan el rastro; ¿por qué no me deja este mamarracho ir por ese camino?; ¿por qué tenemos que ir siempre por donde él quiera?- recuerdas la tarde anterior con esa chica que tan feliz te hace; esa chica de quince años que te pone sus canciones favoritas y a la que cuando bajáis en el coche camino de la ciudad donde ella vive, le cuentas la historia de tu nueva novela, la que no sabes si acabarás, y ella se retuerce un poco en el asiento y dice, ¡Joder, menuda historia! Y tú le preguntas si no le gusta y ella te dice que sí pero que es muy bestia y te dice también, Esa sí la leeré -la anterior no la ha leído- y te promete que se encargará de vendértela. Y a ti ese comentario te pone un nudo en la garganta y tienes que respirar y concentrarte mucho en el autobús que vas a adelantar.
Yo no puedo ponerme en tu piel. Ni quiero. Es como el amigo que escucha y que sabe que tan sólo debe escuchar. Sé que tiene que sacudirte un terremoto. Sé que estás a punto de rendirte y también sé que esa rendición te hará verdaderamente libre. Sé que quieres ver crecer a esa chica de quince años, casi a punto de cumplir dieciseis. Pero también y te lo diré sólo una vez: tú debes renunciar; tú debes ser consciente de que tu representación del mundo no es más que una ínfima parte de todo lo que pasa; tú debes asumir tus decisiones y ser consciente de que realmente no hay juicio de valor -no puede haberlo- sobre ellas pero no dejes, mi personaje, que lo desconocido te conozca y te guíe; no dejes de alumbrar en cada inspiración la posibilidad de una expiración que te calme; no dejes que la sombra se haga primero penumbra y en última instancia total oscuridad.
¡Vamos, querido, vivir es hermoso porque tiene la fragilidad de lo móvil y lo pesado de la gravedad! ¡Vamos, querido, anima las células! ¡Pon en práctica los poemas de física y arguye frente a ti la sinrazón de cualquier razón venga de donde venga, vaya a donde vaya!
Yo te construiré según me vayas diciendo. Te maltrataré si te maltratas. Te hundiré en el pozo si te ahogas. Te haré volar si te embriagas. Te dejaré dormir si tienes sueño y te levantaré temprano si lo quieres. Prometo devolverte entero y consecuente y cuando ponga fin a tu aventura has de saber que será de una vez y para siempre. Te prometo lealtad y los dos nos entendemos y si he de machacarte lo haré con entusiasmo y si de darte vuelo te miraré sonriente desde tierra mientras tú te elevas y no eres Ícaro aunque yo sea Dédalo.
Respira. No vuelvas a la cama y cierres los ojos. Hay mucho que admirar en este día en el que me permito cogerte por la solapas y sacudirte un poco. Y estáte seguro de que la calma es atributo de valientes.
Yo no puedo ponerme en tu piel. Ni quiero. Es como el amigo que escucha y que sabe que tan sólo debe escuchar. Sé que tiene que sacudirte un terremoto. Sé que estás a punto de rendirte y también sé que esa rendición te hará verdaderamente libre. Sé que quieres ver crecer a esa chica de quince años, casi a punto de cumplir dieciseis. Pero también y te lo diré sólo una vez: tú debes renunciar; tú debes ser consciente de que tu representación del mundo no es más que una ínfima parte de todo lo que pasa; tú debes asumir tus decisiones y ser consciente de que realmente no hay juicio de valor -no puede haberlo- sobre ellas pero no dejes, mi personaje, que lo desconocido te conozca y te guíe; no dejes de alumbrar en cada inspiración la posibilidad de una expiración que te calme; no dejes que la sombra se haga primero penumbra y en última instancia total oscuridad.
¡Vamos, querido, vivir es hermoso porque tiene la fragilidad de lo móvil y lo pesado de la gravedad! ¡Vamos, querido, anima las células! ¡Pon en práctica los poemas de física y arguye frente a ti la sinrazón de cualquier razón venga de donde venga, vaya a donde vaya!
Yo te construiré según me vayas diciendo. Te maltrataré si te maltratas. Te hundiré en el pozo si te ahogas. Te haré volar si te embriagas. Te dejaré dormir si tienes sueño y te levantaré temprano si lo quieres. Prometo devolverte entero y consecuente y cuando ponga fin a tu aventura has de saber que será de una vez y para siempre. Te prometo lealtad y los dos nos entendemos y si he de machacarte lo haré con entusiasmo y si de darte vuelo te miraré sonriente desde tierra mientras tú te elevas y no eres Ícaro aunque yo sea Dédalo.
Respira. No vuelvas a la cama y cierres los ojos. Hay mucho que admirar en este día en el que me permito cogerte por la solapas y sacudirte un poco. Y estáte seguro de que la calma es atributo de valientes.
O de cómo hay que dejarse ser, sin preguntarse demasiado; abrazarse a sí mismo; tenerse una compasión fuerte; saber que la condición primera de la vida es la fragilidad; soportar con humor alegre lo que no se entiende y dejar que quien sabe -aunque no lo sepa- nos guíe ya sea una burra, ya una brizna de miés, ya el ocaso, ya el sueño, ya el pacto.
La burra de Balaán
22Cuando iba (se refiere a Balaán de camino con los jefes de Moab), se encendió la ira de Yahvé y el Ángel de Yahvé se puso en el camino para estorbarle. Él montaba la burra y sus dos muchachos iban con él. 23 La burra vio al Ángel de Yahvé plantado en el camino, la espada desenvainada en el mano, y la burra se apartó del camino y se fue campo traviesa. Balaán pegó a la burra para hacerle volver al camino. 24 Pero el Ángel de Yahvé se puso en un sendero entre las viñas, con una pared a un lado y otra al otro. 25 Al ver la burra al Ángel de Yahvé se arrimó a la pared y raspó el pie de Balaán contra la pared. Él la pegó otra vez. 26 Volvió el Ángel de Yahvé a cambiar de sitio, y se puso en un paso estrecho, donde no había espacio para apartarse ni a la derecha ni a la izquierda. 27 Vio la burra al Ángel de Yahvé y se tumbó, con Balaán encima. Balaán se enfureció y pegó a la burra con un palo. 28 Entonces Yahvé abrió la boca de la burra, que dijo a Balaán: “¿Qué te he hecho yo para que me pegues con ésta ya tres veces?”. 29 Respondió Balaán a la burra: “Porque te has burlado de mí. Ojalá tuviera una espada en la mano; ahora mismo te mataba.” 30 Respondió la burra a Balaán: “¿No soy yo tu burra, y me has montado desde siempre hasta el día de hoy? ¿Acaso acostumbro a portarme así contigo?”. Respondió él: “No.” 31 Entonces abrió Yahvé los ojos de Balaán, que vio al Ángel de Yahvé, de pie en el camino, la espada desenvainada en la mano; y se inclinó y se postró en tierra. 32 El Ángel de Yahvé le dijo: “ ¿Por qué has pegado a tu burra con ésta ya tres veces? He sido yo el que ha salido a cerrarte el paso, porque éste es para mí un camino torcido. 33 La burra me ha visto y se ha apartado de mí tres veces. Gracias a que se ha desviado, porque si no, para ahora te habría matado y a ella la habría dejado sin vida.” 34 Dijo entonces Balaán al Ángel de Yahvé: “He pecado, pues no sabía que tú te habías puesto en mi camino. Pero ahora mismo, si esto te parece mal, me vuelvo.” 35 Respondió el Ángel de Yahvé a Balaán: “Vete con esos hombres, pero no dirás nada más que lo yo te diga.” Balaán marchó con los jefes de Balac.
22Cuando iba (se refiere a Balaán de camino con los jefes de Moab), se encendió la ira de Yahvé y el Ángel de Yahvé se puso en el camino para estorbarle. Él montaba la burra y sus dos muchachos iban con él. 23 La burra vio al Ángel de Yahvé plantado en el camino, la espada desenvainada en el mano, y la burra se apartó del camino y se fue campo traviesa. Balaán pegó a la burra para hacerle volver al camino. 24 Pero el Ángel de Yahvé se puso en un sendero entre las viñas, con una pared a un lado y otra al otro. 25 Al ver la burra al Ángel de Yahvé se arrimó a la pared y raspó el pie de Balaán contra la pared. Él la pegó otra vez. 26 Volvió el Ángel de Yahvé a cambiar de sitio, y se puso en un paso estrecho, donde no había espacio para apartarse ni a la derecha ni a la izquierda. 27 Vio la burra al Ángel de Yahvé y se tumbó, con Balaán encima. Balaán se enfureció y pegó a la burra con un palo. 28 Entonces Yahvé abrió la boca de la burra, que dijo a Balaán: “¿Qué te he hecho yo para que me pegues con ésta ya tres veces?”. 29 Respondió Balaán a la burra: “Porque te has burlado de mí. Ojalá tuviera una espada en la mano; ahora mismo te mataba.” 30 Respondió la burra a Balaán: “¿No soy yo tu burra, y me has montado desde siempre hasta el día de hoy? ¿Acaso acostumbro a portarme así contigo?”. Respondió él: “No.” 31 Entonces abrió Yahvé los ojos de Balaán, que vio al Ángel de Yahvé, de pie en el camino, la espada desenvainada en la mano; y se inclinó y se postró en tierra. 32 El Ángel de Yahvé le dijo: “ ¿Por qué has pegado a tu burra con ésta ya tres veces? He sido yo el que ha salido a cerrarte el paso, porque éste es para mí un camino torcido. 33 La burra me ha visto y se ha apartado de mí tres veces. Gracias a que se ha desviado, porque si no, para ahora te habría matado y a ella la habría dejado sin vida.” 34 Dijo entonces Balaán al Ángel de Yahvé: “He pecado, pues no sabía que tú te habías puesto en mi camino. Pero ahora mismo, si esto te parece mal, me vuelvo.” 35 Respondió el Ángel de Yahvé a Balaán: “Vete con esos hombres, pero no dirás nada más que lo yo te diga.” Balaán marchó con los jefes de Balac.
Anchas son mis manos, espalda de Hércules son. No pienso vomitar en el último instante porque reconozco mi negligencia. Sólo me entusiasma la calma en la mañana, la contemplación de las nubes que invaden el cielo con su apariencia gris y el verde que florece como si hubiera estado esperando su oportunidad al acecho del sol, soportándolo; tan sólo un pensamiento, un aire de jueves, una piscina bien iluminada, un libro que promete descubrir esencias nuevas, un poste, una articulación, la vida de una almeja sumergida en agua fría con sal; sólo me entusiasma la combinación y más su descubrimiento y el sudor una tarde jugando en el cuerpo de una mujer; me entusiasma decir, Hola, mi amor y también, Gracias, amigo y también, Hija mía; reconozco que no podré; reconozco que he de irme y que esta certeza me lleva a ponerme en forma, a caminar a buen paso, a sonreír a todo, a respirar con calma mientras intuyo que los buenos dioses me están esperando con su aliento fresco del alba en verano; confieso que no nací, me nacieron; confieso que no morí, me murieron el desgaste de los huesos, las muchas respiraciones, la lenta reproducción de las células, la cada vez más espaciosa cadencia de las horas, el tumulto, mi desesperación, mi incongruencia, mi desobediencia, mi anhelo y mi fe.
Anchas son mis manos, son palas del remo que surcan el ponto en busca del Vellocino de oro. Argonauta soy y mi nombre es Nada y no desfalleceré hasta superar la fuerza del Coloso de Rodas y no desfalleceré hasta convencer al artista Epeo que no construya el caballo que habrá de suponer la caída de Troya y lucharé denodadamente a favor de los jóvenes y su asistencia a los conciertos y lucharé, desde mis sueños, a favor de un beso en los labios dado con la intensidad propia de los recién humanos y lucharé también, hasta el último aliento, por la calma en la mañana, por la sábana fresca, por el respeto al dedo meñique, por la audacia del héroe y por la posibilidad -sagrada- de que no llegue a realizar su tarea y no por ello, nadie, nadie, le arrebate su condición de tal.
Anchas son mis manos y han sangrado hasta desvanecerse como tan bien hacen los pintores del renacimiento en sus sfumatos; anchas y pedigüeñas; anchas y fuertes; anchas y soledad alrededor de sí mismas; anchas y diosas de tres pechos; anchas y trote; anchas y alameda. Quizá cuando me ausente, eche de menos la anchura de mis manos o el relieve de la vena cefálica o el borde de las uñas que siempre me sugirieron las garras del ave de presa (o el buitre).
Reconozco que no he de pedir perdón porque desde hace tiempo no creo en él, tan sólo fío en el conocimiento de los otros la evidencia de que los agravios siempre causan remordimiento.
Hace frío. La grisura. A lo lejos se podría atribuir a un sonido la cualidad de olla sobre arena. Música. De espaldas al mundo. He vivido. Estoy.
Anchas son mis manos, son palas del remo que surcan el ponto en busca del Vellocino de oro. Argonauta soy y mi nombre es Nada y no desfalleceré hasta superar la fuerza del Coloso de Rodas y no desfalleceré hasta convencer al artista Epeo que no construya el caballo que habrá de suponer la caída de Troya y lucharé denodadamente a favor de los jóvenes y su asistencia a los conciertos y lucharé, desde mis sueños, a favor de un beso en los labios dado con la intensidad propia de los recién humanos y lucharé también, hasta el último aliento, por la calma en la mañana, por la sábana fresca, por el respeto al dedo meñique, por la audacia del héroe y por la posibilidad -sagrada- de que no llegue a realizar su tarea y no por ello, nadie, nadie, le arrebate su condición de tal.
Anchas son mis manos y han sangrado hasta desvanecerse como tan bien hacen los pintores del renacimiento en sus sfumatos; anchas y pedigüeñas; anchas y fuertes; anchas y soledad alrededor de sí mismas; anchas y diosas de tres pechos; anchas y trote; anchas y alameda. Quizá cuando me ausente, eche de menos la anchura de mis manos o el relieve de la vena cefálica o el borde de las uñas que siempre me sugirieron las garras del ave de presa (o el buitre).
Reconozco que no he de pedir perdón porque desde hace tiempo no creo en él, tan sólo fío en el conocimiento de los otros la evidencia de que los agravios siempre causan remordimiento.
Hace frío. La grisura. A lo lejos se podría atribuir a un sonido la cualidad de olla sobre arena. Música. De espaldas al mundo. He vivido. Estoy.
Miscelánea
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/09/2014 a las 10:37 | {2}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/09/2014 a las 10:46 | {2}