Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
El mismo día en el que el joven al que llamamos Olmo descubrió la oquedad cubierta por las aguas en el acantilado de la izquierda mientras recogía lapas, ocurrieron dos hechos más de singular importancia para esta historia.
La primera ocurrió a la caída de la tarde. Hasta entonces el día había transcurrido dentro de la normalidad -si podemos aplicar este sustantivo al hecho de encontrar a un joven de veintiún años en la más absoluta soledad, viviendo en una cueva y sin apenas medios de subsistencia- porque si bien a Olmo se le podría tachar de estrafalario o directamente de anormal por vivir en las condiciones en las que vivía, lo cierto es que tenía una rutina digna de Emmanuel Kant. Así es que digamos que cuando veía que el sol declinaba, él solía dar una vuelta por el bosque excepto cuando tenía necesidad de ir a por agua. En ese caso subía por el sendero hasta lo alto del monte y allí tomaba un camino que llevaba directamente hasta la casa abandonada con su pozo. La tarde a la que nos referimos Olmo fue en busca de agua. Llegó hasta el pozo. Llenó el bidón -de cinco litros- y regresó. La luna aquel día estaba llena. Y aquí hay que dar a conocer una característica de la personalidad de Olmo: no amaba la luna llena y -él lo sabía- la luna llena no le amaba a él. Siempre que la luna llena se hacía dueña del cielo a Olmo le entraba un nerviosismo lunar, su respiración se alteraba y sus pensamientos podían rozar la obsesión; también se alteraba su sueño y sus sueños se convertían en pesadillas. En ocasiones Olmo le hablaba a la luna llena y le solía decir éstas o parecidas palabras, ¡No me jodas esta noche, zorra! ¡Enséñale a otro tu culo! Eres sucia y lo sabes. Eres poderosa y lo sé. Por eso sólo te pido que sencillamente nos ignoremos. Cosas así hablaba Olmo con la luna y la luna parecía responderle éstas o parecidas palabras, ¡Jovencito, nunca te librarás de mí! Porque mi blancura impura te pone cachondo y quisieras follarme toda la noche hasta quedar dormido para que yo rielara sobre ti. Cachorro de hombre, haré contigo lo que quiera cuando quiera. Esta noche, por ejemplo, te haré soñar con un coño dentado al que tú te sentirás atraído y no podrás evitar que te desgarre el sexo cuando, incauto, vengas a mí y creas que puedes poseerme. Hombre necio como todos los hombres. Deberías aprender que una mujer jamás es poseída. Cosas así hablaba la luna con Olmo. Y en esta inquietud se encontraba Olmo de vuelta a su cueva cuando ocurrió el primer hecho singular y fue que -surgida de la nada. Aparecida como fantasma. Espectral y linda- una gata se cruzó en el camino de Olmo; una gata negra de ojos grandes y verdes. Olmo se asustó y pegó un grito. La gata se sentó frente a él y maulló dulcemente. La noche estaba cayendo pero aún a lo lejos los colores del atardecer de septiembre añiles, naranjas y rosas luchaban por permanecer. Olmo se recompuso y rodeo a la gata para seguir su camino. La gata le seguía. Olmo le dijo, Seguro que tienes hambre o sed porque compañía no te hace falta. Decía mi abuela que los gatos no tienen dueño, los gatos tienen casa y riendo añadía y las gatas más aún. Olmo se calló y la noche era cuando llegaba a la cueva. Entró y encendió una vela. La gata se quedó en el umbral moviendo -como si fuera sierpe- su cola. En una cáscara de coco Olmo le puso agua. En una piedra lisa le puso algo del arroz con lapas. Luego encendió el fuego y se hizo un té. La luna reinaba sobre el cielo cuando Olmo salió para tomarse el té y fumarse un cigarrillo antes de irse a dormir. Hasta entonces la gata se había mantenido en el umbral en la misma posición, con el mismo movimiento de la cola. Olmo se apoyó en la pared del acantilado y maldijo la luna llena. La gata ronroneó y se acurrucó a su lado. Olmo no la acarició pero la dejó estar. Empezaba a hacer frío. Era finales de septiembre.
El segundo hecho singular ocurrió cuando Olmo llevaba unas horas dormido. El viento se había levantado. Sonaba el mundo batido por el viento y las olas parecían haberse desperezado y ahora llegaban hasta la arena como un tumulto que fuera creciendo. Entre el tumulto y el batir del mundo, Olmo empezó a oír -a medida que se despertaba- una canción en la voz de una mujer. La luna iluminaba la entrada de la cueva y la silueta de la gata -sentada de nuevo en el umbral, de espaldas a él- se recortaba; parecía el conjunto un dibujo de Hugo Pratt. A Olmo le costaba despertar. O más bien Olmo no sabía si estaba despierto. Lo único que parecía estar en completa vigilia era su sentido del oído. Las olas, el viento y la voz de la mujer que canta le inundaban y al mismo tiempo le paralizaban. Y así, paralizado y escuchando, se volvió a quedar domido.
Despertó cuando la luz del día había amanecido. A sus pies la gata dormía. Olmo se levantó. Tomó el cuaderno y escribió:
 
Canción de la Mujer
No te distraigas muchacho.
Mi boca se ha hecho ancha.
Mi corazón se estrecha.
No te distraigas muchacho
la barca sólo vendrá una vez

No escribió más. No sabía si aquellas palabras las había pronunciado la mujer que había cantado la noche anterior. No sabía si la noche anterior una mujer había cantado.

Cuento

Tags : Marea Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/06/2016 a las 23:52 | Comentarios {0}


El joven se dedica a su oficio artesano. Está en la playa. Desnudo. La cala está desierta. Recuerda los días de verano cuando estaba llena de jóvenes iguales a él. Recuerda el sonido de los diferentes idiomas y el sabor a sal en el cuerpo de una muchacha austriaca un anochecer. Mientras labora ve bajar por el sendero a una pareja de guardias rurales. Ambos llevan escopetas colgadas del hombro y pistolas al cinto. También son jóvenes. Llegan hasta él y le hacen preguntas acerca de dónde viene, cuánto tiempo lleva en la isla, cuánto piensa estar. Él les invita a sentarse y a fumar un cigarrillo. Ello se sientan y fuman. El joven responde. Uno de los guardias le indica dónde se encuentra el cuartelillo por si necesita algo y le avisa de que llega la tramontana. Haciéndole un saludo militar la pareja se marcha.
El joven -al que llamaremos Olmo- decide coger lapas de la roca para añadir a su arroz. Se ata un redecilla al muslo y toma su navaja. El agua turquesa y calmada ya empieza a estar fría. Nada Olmo hacia el acantilado de su izquierda y empieza laboriosamente a despegar las lapas y mientras lo hace el tiempo pasa, la vida sigue, el mundo gira, las galaxias se mueven y se acercan unas a otras, puede que alguien esté atravesando un agujero de gusano; es seguro -en todo caso- que alguien ríe y alguien llora mientras él recolecta lapas a lo largo del acantilado y se detiene cuando descubre una oquedad apenas cubierta por las aguas del mar. Olmo se sumerge y descubre que la oquedad es una entrada al interior de la montaña.

Cuento

Tags : Marea Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/06/2016 a las 12:27 | Comentarios {0}


Érase una vez un joven que se enamoró de la desnudez y del mar. Fue tanto su enamoramiento que se fue a vivir a una isla y en la isla encontró una cala y en la cala una cueva que se hallaba en la ladera de un monte que iba a morir al mar. El joven se dedicó la primera mañana a recoger paja y piedras y con ellas se hizo un lecho. La paja la cubrió con una vieja tela que siempre llevaba consigo. Era una tela que tenía bordado el árbol del Mundo. Era una tela de color azul. En un rincón -cerca de la boca de la cueva- hizo un hogar donde poder cocinar su alimento. Todo su alimento era arroz integral y té. El joven volvió a salir y recogió leña que amontonó al fondo de la cueva. Su equipaje era un saco de dormir, una muda, dos camisetas, dos pantalones -uno corto y otro largo-, un jersey, un chubasquero, dos pares de zapatillas, un tubo de dentífrico, un cepillo de dientes, un botiquín de primeros auxilios, un espejillo, un cuaderno, dos plumas y dos tinteros -uno de tinta azul y otro verde-, dos libros: La Biblia de Jerusalem y la Historia Natural de Plinio, un bidón para el agua, una navaja, una cuchara de madera, un manojo de velas, un telar para hacer pulseras de hilo, hilos de varios colores, tabaco de liar, papelillos y cerillas. El joven dejó la ropa dentro de la mochila, fue sacando los demás enseres y los distribuyó por el espacio de la cueva que tendría unos seis metros desde la entrada hasta el fondo por cuatro metros de pared a pared. Cuando hubo terminado de hacer la distribución bajó -por un sendero- hasta la cala. El día se había hecho corto y ya era la tarde. Una tarde de septiembre, en una isla del mediterráneo. El joven desnudo era bello porque lo bello de los jóvenes es su juventud. Tenía los cabellos largos y castaños. Su piel estaba bronceada. Sus ojos eran grandes, oscuros. Su boca se dibujaba nítida. Su torso era muy delgado. Su sexo se aposentaba cálido entre sus muslos; unos muslos que como fuste de columna empujaron con delicadeza las aguas del mar. El joven se bañó. La cala miraba a poniente. Antes de que anocheciera se acercó a las ruinas de una casa donde había un pozo. Sacó agua. La vertió en el bidón y volvió a su cueva. La primera noche cayó y un mundo de estrellas cubrió la naturaleza: el joven cocinaba su arroz, las olas lamían la arena, una brisa dulcísima interpretaba sonidos en árboles, matorrales, caminos y piedras. Tras cenar dedicó un rato a su labor de artesanía y fabricó en su rudimentario telar seis pulseras de hilo. Fumó un cigarrillo en la entrada de la cueva, intuyendo el mar -la luna era nueva-, buscando las constelaciones que conocía, afinando su oído para ubicar a la cigarra que cantaba.

Cuento

Tags : Marea Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/06/2016 a las 12:36 | Comentarios {0}


Para quien quiera saber
el alma se me ha descompuesto en varias ocasiones
Magníficas descomposiciones, todo hay que decirlo
Con unos olores sutiles a pie de atleta
y unos dolores que inmovilizan el giro

Para quien quiera saber
el alma se corrompe si el cuerpo no la alimenta
Quisiera cantar melismas gratos 
o agitar como trovador el aire con mi zanfoña
Quisiera ver el último torbellino del maelström y ser yo quien cae hacia el abismo y escucharme cantar desafinado como ya hizo Joao Gilberto cuando innovó la samba con la bossa nova y al introducir acordes de jazz creyeron los puristas que el buen señor desafinaba

Para quien quiera saber
el alma a veces se fagocita;
a veces el alma no se atreve
y cae dormida, desmembrada como la otra tarde en la que  mis dedos recorrieron las teclas como si fueran las de un piano, en realidad eran las de un piano y me resultó precioso cómo sonaba el gran ser

Para quien quiera saber
voy vestido de blanco
y he recorrido el camino con la cabeza alta, mirando al frente y así he visto los colores de esta tarde ya en la agonía de la primavera; en el cielo las nubes; en el aire los insectos; en el suelo pisadas, huellas, rastros, pistas de bicicletas.
Tengo el sueño de la madrugada
Hay un herido
El amo anda escondido por los montes
Alguien empieza a hilar
Todo lo dicho era cierto

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/06/2016 a las 23:55 | Comentarios {0}


Sobre el Exilio interior hablaba y una muy querida lectora me comentó que lo hice extrañamente. Escribir como se habla, era lema de la preceptiva de Juan de Valdés. Hay días en los que construyo el relato sobre varias fuentes. Imagina, querida, que tengo sobre mi mesa varios libros y en mi mente bulle una idea -por ejemplo exilio interior-; esos libros alimentan esa idea y como si invocara el espíritu de las palabras, se produce una sinergia entre las páginas que señalo al azar y la idea que quiero desarrollar. Así a veces construyo el relato. Me parece forma adecuada a la vida: azar escrito, dedo que señala, confluencias.

Supongamos la palabra paganus que en su significado original quiere decir: habitante de un pago. Cómo luego va derivando hasta su significado de infiel se debe a causas absolutamente ajenas al origen. ¿Si no hubiera triunfado el cristianismo en la Roma partida se habría llegado a ese significado último? ¿Si San Agustín no hubiera optado por un latín cercano a la gentes, el latín que se habla en su tiempo, desdeñando el latín clásico o puro, querría significar hoy pagano infiel?

Dicen que las lenguas romances provienen del latín llamado vulgar. Grandes lingüistas rechazan esa idea e incluso se preguntan a qué se refieren -quienes defienden esa idea- con el adjetivo vulgar.

También hay quienes defienden la españolidad de los Sénecas, Marcial, Lucano. Como si España ya fuera esencia, substancia en los tiempos de la Roma Imperial. Exuberancia cordobesa, dicen.

Hoy construyo sobre retazos. No quiero tejer urdimbre que una los párrafos (por eso establezco entre ellos un doble espacio en blanco). Sin embargo creo que un hilo invisible (o inasible) los une. Un hilo que yo desconozco como desconocía la estrecha unión que entre la altura del diapasón chino y mi estado de ánimo existía el domingo 12 de junio de 2016.

Hoy construyo deconstruido.

Hay algo de ausencia en la construcción y restos de tartesos.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/06/2016 a las 12:51 | Comentarios {0}


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