Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Saturación con restos de rojo y cabrero al fondo. Fotografía de Olmo Z. 2015
Saturación con restos de rojo y cabrero al fondo. Fotografía de Olmo Z. 2015
Está el cabrero. Si me asesinan en el camino sabed que ha sido el cabrero. Buscad al cabrero, el de pies de cabrón (pezuñas hendidas. Sin cuernos). Porque ya me estoy ahogando. Porque ya me estoy volviendo orate. Será la sequedad del bosque. Lo amarillento fúnebre de la hierba -la que era verde en primavera. Fuerte contra el viento. Flexible ante la luna-. Será ese polvo que se eleva inclemente y me aprieta las fosas nasales. También los ridículos retorcimientos de las raíces arbóreas. Porque siento miedo cuando camino en la soledad de los campos, yo que tanto amé aquellas soledades y tanto alabé la frescura en las horas últimas de la luz. Ahora presiento mi muerte atravesado mi hígado por la navaja del cabrero. Sé que es el enviado de la Tiniebla y siento el natural reparo en abandonar este mundo, el único que conozco, el único que puedo amar u odiar. Que seguiré andando, lo sé. Que retomaré  un día y otro el camino, lo sé. Que hay algo en estos primeros días de septiembre que me está matando, lo sé. Que la ironía consiste en querer saberlo todo y saber al mismo tiempo que es imposible, lo sé. Cuando vuelvo sano y salvo del camino (la luz oscurece pronto. Los olores son este estío asqueroso de la meseta española, en esta España que en verano huele a mierda). Al salir al puente que no es un puente y que por pura pereza intelectual llamo puente, siento el alivio del que ha logrado zafarse de la muerte a manos del navajazo del cabrero. ¿Me dolerá? me pregunto ¿Cuánto duele un navajazo en el hígado? ¿Cuánto dura la agonía? ¿Qué será del perro? ¿Se quedará a mi lado aullando mi muerte o el cabrero, vengativo, le rebañará el cuello para que nuestras sangres se mezclen por fin en el polvo del camino y se ennegrezcan al encontrarse hierro y aire? ¿Servirá nuestro asesinato en la sierra del Guadarrama para que un narrador cante en romance moderno
 
Romance de
La muerte del cojo y su perro negro

 
-el título como muy bien pueden contar los puristas es un endecasílabo- y nazca una leyenda en ese camino que en última instancia muere en San Lorenzo del Escorial?
¡Qué funestos pensamientos!
¡Qué retablo bucólico!

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/09/2016 a las 11:18 | Comentarios {0}


He estado en la azotea del rascacielos más alto de la ciudad y sin embargo el horizonte me seguía pareciendo en exceso vertical.
He mirado hacia abajo -encaramado con toda la desolación del hombre maduro en la barandilla- y el hormigueo de una calle de ocho carriles -tráfico de hombres y máquinas- me ha sugerido Bosco.
He vuelto el oído a viejas melodías, aquéllas de la juventud y he sonreído con cierta tristeza por lo poco que he aprendido en el viaje.
Me he mirado -aún en lo alto del rascacielos más alto de la ciudad- las cicatrices de mi barbilla, la de mi mano izquierda, la del vientre, en su costado derecho, la de la corva derecha, la que recorre la tibia y aquélla que anuló para siempre el triple juego del tobillo. El viento -mi querido Bóreas- ha difundido por el aire el polvo del suelo y yo he creído soñar una vez más con alas de ángeles y vuelos de grullas.
He estado esta mañana contemplándome las manos.
He estado esta mañana acariciándome el cabello.
He recorrido con melancolía una canción de Leonard Cohen  y me ha sorprendido la liberalidad de Goethe en su Fausto.
He estado en el parque viejo, el que ya es ruinas, a las afueras de mi ciudad donde los rastrojos son festín de hormigas y quedan en un banco carcomido por las lluvias los pétalos podridos de una margarita.
He estado paseando entre restos de estatuas y junto a la representación en piedra de una Helena he recordado los versos del señor Troncoso, En tus labios brilla una sonrisa/que penetra en lo más hondo de mi ser.
La noche en lo alto del más alto de los rascacielos de la ciudad.
Las nubes malvas de los últimos días de noviembre.
El surco que el arado.
El sol a mis espaldas lagrimea en mi piel.
Sé que nunca amé en exceso al sol. Lo sé desde aquí arriba.
Ahora he de bajar. Todo acaba por cerrarse en el mundo real. Tan sólo el mundo imaginado permanece abierto siempre, sin horarios. La rueda acaba por cerrar. La fragua se apagará más pronto que tarde. La ausencia desvelará su misterio -y quedará por lo mismo cerrada a cal y canto-. La mina será inútil. El metal generará su herrumbre. El asno volverá a ser hombre tras las rosas.
Ahora he de bajar, yo que estaba en la azotea del edificio más alto de la ciudad. He de bajar y he de mirarme en el espejo que hace chaflán. Luego compraré unos torteles y volveré a recordar los días turbios de la niñez.

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/09/2016 a las 12:04 | Comentarios {0}


Documento 10º de los Archivos de Isaac Alexander. Agosto 1946. Port de la Selva.


Yo te diría, mi pseudo-Lucilo, desde esta masía vieja como el mundo que el veneno mata sin remedio. Tú sabes bien de lo que hablo, ahora que te encuentras perdido y sientes el peso de los días sobre tus hombros bien formados. Habrás oído a alguna mujer gurista hablar con conocimiento y buen gusto de la idea del veneno como apariencia de alimento y por lo tanto como dador de vida. Yo que he vivido el más largo infierno del siglo, te animaría a que no te dejes vencer por la ansiedad ni por la ira pero sobre todo me atrevería a rogarte que no otorgues tu sufrimiento a nadie sino que seas consciente de que tu sufrimiento es parte del misterio de tu vida, generado en las densas salas infernales de tu alma donde Dios es por fin su esencia, es decir, el mismísimo Satanás, el Mal sin máscara. Cuando sufras tanto como ahora sufres quédate en tu sufrimiento, aprieta los dientes, aférrate las manos y grita si es necesario o aulla si duele tanto que un sonido humano no es suficiente para expresarlo.
Sé que te falta el aire. Sé que te esfuerzas en racionalizar tu angustia. Sé que crees saber que estos días son nada en el océano del tiempo. Incluso me atrevo a atisbar en ti cierto desasimiento de ti mismo. También sé que apenas te sirve nada de lo que te dices ni tampoco te alivia las muchas acciones que llevas a cabo para no entregarte a la dosis mortal de ese veneno que alcanzaría su máxima potencia si te dejaras abatir. Por eso aunque creas que nada estás consiguiendo, has de saber querido amigo, que estás venciendo al desmayo y estás combatiendo el sufrimiento con la fuerza que sólo un hombre digno puede oponer a tan poderoso enemigo.
No te preguntes mucho. No decidas mucho. No creas haberte salvado. Hay venenos de efectos retardados y también los hay que permanecen latentes hasta que adivinan una grieta en el ánimo y por ella se filtran e intentan alcanzar tu corazón y tus pulmones y comienzan así su labor de asfixia y su enfriar la sangre. Has de estar alerta y ante todo has de perdonarte por el sufrimiento que te generas. Porque tu sufrir, querido mío, tiene un sentido. Porque tu sufrir, amigo mío, tiene un final. Y aunque tú y yo sepamos que en el fondo todo sufrimiento es inútil, hemos de valorar entonces la magnificencia de la inutilidad, la alta estima en la que la debemos de tener.
Y ahora, déjame regañarte un poco: no sabes perder y deberías aceptar de una vez y para siempre que tú no puedes ser el último. Porque te tienes por un hombre digno de ser amado como el primero y no como el último y porque tienes -porque eres joven- un orgullo que te impide disfrutar el no ser nadie para alguien (aunque ames a ese alguien o lo que es peor -para tu felicidad- que creas amarle). Cuando aprendas la belleza de ser nada, la pureza de poder ser echado a la basura y olvidado; cuando aprendas que quien domina es un miserable y que ser sumiso es empezar a vivir; cuando aceptes que nadie te debe nada y algo aún más importante que tú no debes nada a nadie porque tú no existes -sólo existe un tal Nadie- y ella no existe y yo no existo, entonces verás que el horizonte tiene muchas posibilidades, que ese único foco de luz artificial al que te mantienes unido, hipnotizado como la liebre ante el deslumbramiento de los faros de un coche, es el veneno pero no por él en sí sino por tu incapacidad para desviar la mirada y vislumbrar tras la luz cegadora de la falsa luz, los sutiles y maravillosos matices de lo en sombra.
Sufre sin acusar. Si así lo haces el sufrimiento pasará antes y descubrirás que ése es el antídoto del veneno: no acusar.
La guineu está en lo alto del camino. Me encanta esa zorra. Nunca iré a por ella. Nunca vendrá a por mí.
Y ahora sufre, mi pseudo-Lucilo, hasta agotarte. Espero que no alcance a dejarte frío y surjas de nuevo a la vida, a esta corta vida a la que tanto hacemos sufrir con nuestros sufrimientos.

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/08/2016 a las 11:48 | Comentarios {0}


Hay una mujer que quiere ser besada y se sabe que no muy lejos titilan estrellas muertas
En los mares la espuma no siempre es limpia
La boca sabe mal tras la resaca
y hay un olor en la axila que rememora tiempos de caza
El asueto se ha tomado un descanso
Lo inaudito no se oye
La plaga se está gestando a fuego lento en la garganta de una mezzo
El gris deviene en azul y éste se desmaya en blanco
La ortopedia ha decidido caminar con pies ligeros
Ven, dice la amante y deja caer el viento
El cadáver flota
La araña afila su quelícero
Montañas nevadas nos han secado
Fuisteis al oriente extremo y os cocinaron durante milenios en el gran caldero
¡Oh, cuéntales la invasión de los godos
anima esta noche con las garras de la historia
deleítalos con mil y una anécdotas
y resuelve el enigma como el asno al comer rosas se transforma en hombre!
Esculpía en lo hondo del bosque
la estructura
Dominaba en sus lindes
los contornos
y en la cima de la copa del más alto de los árboles
se desgañitaba resolviendo dameros malditos
¡Oh, arquero!
¡Oh, ballestero!
Dejadme en mis soledades
aunque el agua esté turbia y mis manos adolezcan de flacidez
No impidais que se zambulla y que sus bracitos aleteen
La noche os responderá el por qué de este ruego
La noche será la mensajera del Cielo
La noche bastarda de su padre enero
¡Ay, que me caigo!
¡Ay, la luz, la luz!
Ahora recuerdo la sensación de lengua
y recorre mi piel una saliva vieja
¡Ay, que no recuerdo!
¡Ay, castillo ciego!

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/08/2016 a las 11:36 | Comentarios {0}


Ayer escribí la última palabra a mi penúltima obra de teatro. Por lo menos es la última palabra del borrador. La palabra es Salud. Quizás acabe titulándola Apocalipsis de San Juan. Empecé a escribirla en febrero de este año y los dos primeros actos surgieron como si los llevara dentro desde siempre, tan sólo necesitaba el rigor y la tenacidad que por una cuestión de estilo, me faltan. Terminé esos dos actos en marzo y desde entonces silencio. Tan sólo por experiencia sé -y también sé por experiencia que ésta no asegura el acierto- que la creación tiene un tiempo muy suyo. Sé que existen escritores funcionarios que se levantan todos los días y de tal hora a tal hora escriben lo que, en última instancia, les asegurará una ingente producción de páginas. En mi preceptiva sólo escribo así cuando es un trabajo de encargo, un guión para televisión por ejemplo o cuando trabajaba para la revista Mía en los años noventa y tenía que entregar perfiles de personajes famosos o un cuento cada quince días. Por cierto que me dio mucha rabia cuando una amiga de la que entonces era mi mujer, me perdió todas las revistas que yo pacientemente había ido coleccionando. No eran unos perfiles demasiado buenos ni unos cuentos maravillosos, justamente se me pedía lo contrario, es decir, cuentos para que leyeran las mujeres mientras les hacían la permanente en la peluquería. Esa labor fue la que me regaló el oficio de escritor. Y la hice con gusto. Sobre todo recuerdo una serie que se llamó Cazumel y que narraba la historia de amor entre una indígena y uno de los primeros conquistadores españoles en la expedición de Hernán Cortés. Para documentarme me leí La historia de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo. ¡Menudo tocho el del buen soldado! También la experiencia me aconsejaba terminar lo empezado con la menor dilación posible. Luego he creído descubrir que ese principio rige para las narraciones llamémoslas canónicas. No así -necesariamente- para las creaciones más libres, más inconscientes. Suelo defenderme arguyendo que la primera escritura ha de ser enteramente libre, libre también en el tiempo y que es en la revisión del primer borrador donde la maquinaria técnica ha de hacer su entrada. En todo caso se corre el riesgo si una obra se deja al albur de su propio tiempo, de que o bien la idea se seque o que la continuación pierda el aire del inicio.
Apocalipsis de San Juan se quedó entre marzo y agosto olvidada, que no ignorada, en la mesa que tengo junto al ventanal. Dispongo de dos mesas de trabajo. Ésta en la que ahora escribo está de espaldas al ventanal. Es una vieja mesa que me regaló mi amiga Pilar. Una mesa que estaba arrinconada en el sótano de una almoneda y que, por sus características, siempre he pensado que perteneció a un convento de monjas de clausura; la otra, la que está junto al ventanal, estaba ya en la casa que alquilé hace ahora seis años; es una mesa bien fea, de éstas de Ikea o sitio parecido con una tablero hecho con algún tipo de plástico que sugiere cristal. En esta mesa suelo trabajar cuando tengo que utilizar documentación porque es más grande. Pues bien es en ella donde ha estado reposando la obra los últimos cuatro meses. Algunos días la cogía, la leía, escribía alguna nota al margen; incluso creo que por el mes de junio inicié el tercer acto (inicio abortado al final).
Lo curioso es que Apocalipsis de San Juan no la empecé a escribir en mi casa sino haciendo guardias este invierno en la Fundación Amyc -si cliqueas sobre el nombre podrás acceder a su página web- en donde, a parte de ser guardés a tiempo parcial, soy -junto a mi amigo el pintor César Delgado-  guía de la mejor -y me atrevería a decir que única- colección de pintura modernista catalana que hay en Madrid. Este agosto -es el tercer año- me llamaron de nuevo para ser el guardés de noche y ha sido de nuevo ahí donde ha surgido el tercer acto de la obra. Está claro que ella -la obra- se siente cómoda en la Fundación y quizá sea porque es un lugar neutro y esta obra necesita lugares sin memoria para poder hacer memoria del lugar donde transcurre la acción.
Ahora viene la técnica a ocupar el espacio de la libre creación. Espero que no la joda... a veces ocurre.
El paso Fotografía de Olmo Z. agosto 2014
El paso Fotografía de Olmo Z. agosto 2014

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/08/2016 a las 11:25 | Comentarios {0}


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