La navidad gusta o no gusta según, creo yo, cómo se vivió durante la infancia. A mí no me gusta la navidad. No me gusta la nochebuena. No me gusta el fin de año ni me gustan los reyes. No me gustan las fiestas religioso-familiares. No me gusta la religión (en cuanto creyentes de dogmas y ritos) y no me gusta la familia (como obligación de amar) y no me gustan estos días tan oscuros cuando en la cena tienes que soportar las gilipolleces de uno, un encuentro indeseado y la avalancha de una comida que no apetece. Desde el principio de la noche quiero que pasen las horas y llegue el momento de marcharse. A veces me da por pensar que hago mal con mi hija accediendo a celebrar las fiestas en familia (en realidad sólo es la nochebuena. El Fin de Año se va con su madre. A mí me toca con ella la primera mitad de las vacaciones de navidad). Sin embargo si acepto la primera frase que he escrito, he de reconocer que mi hija disfruta mucho estas fiestas, disfruta con sus primos, disfruta esperando la llegada de los regalos y cuando al fin volvemos a casa se duerme con una sonrisa en los labios. Son quizá las obligaciones de ser padre. Durante un tiempo supuse que al final, a lo mejor, a mí me acababan gustando. No es así.
Menos mal que en mitad de todo este desbarajuste de compras absurdas, adoraciones de cuento infantil, borracheras de otros y añoranzas de yo no sé muy bien qué, brilla este día 26 (muy importante por cierto en las viejas leyendas celtas y galesas y único número que se encuentra entre uno que es el cuadrado de otro -el 25, cuadrado del 5- y de otro que es el cubo -27, cubo del 3- ) que es cuando mi hija nació al mundo y ésta, en mi vida, sí que me parece una fecha para conmemorar.
Menos mal que en mitad de todo este desbarajuste de compras absurdas, adoraciones de cuento infantil, borracheras de otros y añoranzas de yo no sé muy bien qué, brilla este día 26 (muy importante por cierto en las viejas leyendas celtas y galesas y único número que se encuentra entre uno que es el cuadrado de otro -el 25, cuadrado del 5- y de otro que es el cubo -27, cubo del 3- ) que es cuando mi hija nació al mundo y ésta, en mi vida, sí que me parece una fecha para conmemorar.
Medusa de Caravaggio
Milos Amós lo observa y mira. Hay un rumor. Hay un vuelo. Hay una estela. Sobre una montaña se intuye una estaca de madera. Sobre una ladera el descender de un rebaño de madreselvas. Cierra los párpados y los abre. Mira con su espalda el muro en el que se apoya. Le viene a la memoria los inicios del recuerdo de sí mismo. Yo escribía, piensa. Un deje blanco en el cielo escribe una nube. No le tiemblan las manos y el cuerpo se ha acabado aceptando o así se lo parece. Tiene la sensación de haberse descargado de la pesada carga de la rabia. Ahora la puede ver fuera de él, tiene el aspecto de una hidra, son sus cabellos lugares de dolor, los ojos de su rabia tienen los iris llenos de colmillos, el cuerpo de su rabia se extiende hasta lontananza y sus extremidades agarran el aire e intentan estrangularlo. Sin embargo ahora no necesita un espejo para salvaguardarse, la puede mirar de frente con todo el terror que le cause y el aire lucha contra ella y se revuelve a su alrededor venteando su cabello, haciendo girar los lugares de dolor hasta que unos con otros se confunden y así van perdiendo su identidad, su fuerza.
Milos Amós hunde sus raíces en la ternura, de momento tan sólo en la palabra, pues aún es incapaz de transmitirla. Sabe sentirla cuando se la muestran pero él no sabe crearla. Quizás ahora con la rabia fuera, ante este paisaje, quizás ahora pueda contar la historia de un niño y en ese contar pueda ir destilando gotas de ternura y pueda emocionar como a él le emocionan las historias de Ana María Matute y frases suyas como aquella que dice: hay infancias más largas que la vida y al recordar la frase se le llenan los ojos de lágrimas y la rabia se esfuma.
¿Cómo he vivido hasta aquí?, se pregunta.
El sol se oculta. Milos Amós escucha los pasos de alguien que asciende el terreno abrupto que conduce al cenobio. NI por un momento ha sentido temor. Ya no siente temor. Al poco aparece el cenobita. Descubre entonces que es una mujer. La noche ha entrado en el mundo.
Milos Amós hunde sus raíces en la ternura, de momento tan sólo en la palabra, pues aún es incapaz de transmitirla. Sabe sentirla cuando se la muestran pero él no sabe crearla. Quizás ahora con la rabia fuera, ante este paisaje, quizás ahora pueda contar la historia de un niño y en ese contar pueda ir destilando gotas de ternura y pueda emocionar como a él le emocionan las historias de Ana María Matute y frases suyas como aquella que dice: hay infancias más largas que la vida y al recordar la frase se le llenan los ojos de lágrimas y la rabia se esfuma.
¿Cómo he vivido hasta aquí?, se pregunta.
El sol se oculta. Milos Amós escucha los pasos de alguien que asciende el terreno abrupto que conduce al cenobio. NI por un momento ha sentido temor. Ya no siente temor. Al poco aparece el cenobita. Descubre entonces que es una mujer. La noche ha entrado en el mundo.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2008 a las 16:46 | {0}
Antonio Llopis
No fueron muchas veces. No fue de esas amistades de a diario. Ni tan siquiera fue una amistad de muchos años (si doce años no son muchos). Sin peros ayer sentí su muerte y más si añado a ese término ese otro del suicidio. El domingo cuando entraba una parte del mundo en el invierno, él entró en la tercera parte de su vida. Se encaramó como pudo (mal hubo de poder. Era ya mayor, unos sesenta y cuatro años mal llevados. Años zarrapastrosos, años desangelados, con dejadez del cuerpo y quizá del ser desde hacía más de diez y aún así buscó con otro amigo que era lo opuesto a él un camino de conocimiento y de paz que le llevara a no dejarse perder) por las cristaleras que han puesto en el Viaducto de la ciudad de Madrid y se lanzó al vacío y llegó hasta su muerte. Poco antes le habían visto acodado en un bar de la calle Mayor de la ciudad de Madrid bebiéndose un vino tinto. Tan sólo él sabía que era el último. El bar se llama Los Alpes. El anduvo aquella noche del domingo cuando el invierno era más oscuro y más lleno de presagios que aquel invierno de nuestra desventura de Ricardo III y hablo de teatro y recuerdo a Shakespeare porque él era un hombre de teatro y de los grandes. Quizá por eso he llegado a pensar que se suicidó el primer día del invierno como un último homenaje al arte que más amó. El que se había convertido en un Ricardo III a solas con su locura, siempre vestido con un mono de mecánico, de verbo brioso e ideas brillantes. A la gente interesante la vida le suele doler. Quizá porque ven las posibilidades del vivir y se tropiezan después con la realidad de estar vivo. No sé, no sé si ni siquiera pensaba en estas cosas. No sé qué piensa un hombre cuando cruza la calle Mayor con la calle Bailén de la ciudad de Madrid, tuerce a la izquierda y se dirige hacia su personal patíbulo, hacia el segundo de su muerte por él elegido. No sé qué piensa cuando salta. Ni siquiera sé si salta cuando piensa o salta, justamente, porque ha dejado de pensar y por lo tanto ya no existe. En todo caso espero que su último vuelo haya sido gozoso. Le alabo su valentía. Ajusticiarse uno mismo no lo puede hacer un cobarde.
Ensayo
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2008 a las 15:52 | {0}
En este segundo intento (ayer empecé a escribir sobre lo mismo, estoy convencido de que lo guardé para luego seguir con él. Entonces el día arreció, vinieron de nuevo los pesares, esos que están siendo tan largos y que sin embargo por alguna razón que no alcanzo a entender deben de ser necesarios incluso buenos aunque esta última sea una noción que también se me escapa como se me escapó ayer la constancia o lo que carajo sea. Estaba, digo, pertrechándome ayer con una idea un tanto intelectual y discursiva sobre la amistad, recuerdo que empecé con algo así como la sistemática de las emociones y que en mi afán de relacionar mundos alejados quise encontrar una analogía brillante entre las gramáticas normativa y generativa y la sistemática de la amistad cuando, por ese ataque a la línea de flotación de mi ánimo, dejé de escribir. Más tarde, al volver sobre lo guardado, se había perdido y entonces pensé que quizá fuera mejor así aunque esta última sea una noción que se me escapa y arrumbé en el extremo de mi mesa el libro de Pedro Laín Entralgo titulado Sobre la Amistad y editado por Espasa-Calpe en su colección Austral en el año de 1975 en el cual bla bla bla, porque es bla bla, bla, muy interesante pero cierto también que vacuo en el sentido de que el autor no llega a la médula del sentimiento de la amistad, no sé si lo conseguirían Cicerón en su De Amicitia; sí sé -porque lo he leído- que Séneca anduvo muy cerca de dar con el pulso de semejante sentimiento y me hubiera gustado leer un tratadito de un tal Aelred de Rievaulx monje en el siglo XII titulado De spiritali amicitia. Con todo este acervo a mi espalda me resultó aburridísimo tratar la amistad a la manera de Pedro Laín, hacer una serie de referencias, tener que hablar de Kant, ¡oh, Kant, otra vez él! y ¡qué me digo de Hegel, qué me diría de Hegel! cuando desde el fondo de mí línea de flotación sentimental yo sólo quería hablar de la ternura, de la caricia del amigo, del placer de saber que está ahí; yo sólo quería tratar de la amistad como amor al otro que se traduce en la aceptación del otro; si yo sólo quería lanzar un abrazo al mundo y darle gracias porque sí sé lo que es el amor del amigo, de un amigo siempre ahí, siempre alerta, siempre abierto, de un amigo) quería emocionarme y lo he conseguido.
Ensayo
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2008 a las 13:30 | {2}Poema I
Aquel hombre lo juraba todo. Todo decía, lo juro, decía. En las sacristías –decía- lo juro, en las sacristías los he visto. Y un día en el parque. Lo juro –repetía- No podía ser. Una y otra vez. Y cada vez –lo juraba- el alma. O algo. Un vaho de alma. Si quieres. La corteza del árbol. Por poner un ejemplo, algo que nos pueda ayudar. Lo juro. Y lloraba un poco maquinalmente, pero al fin y al cabo eran lágrimas. Lágrimas sagradas –repetía de nuevo- . Lágrimas sagradas por las que lo juro. Entonces sacaba un pañuelo. Se dejaba llevar por la pereza como las caracolas. Surcos surcaban su frente cuando ante nosotros lo juraba. Y más tarde en la noche de un martes –no lo olvidaremos en la vida- estalló en las casas la risa del hombre que juraba. La risa viscosa. Seca. Casi nadie se dio cuenta de lo que significaba aquello. Luego pensamos que no quisimos darnos cuenta. Aletargados por la primavera o el calor. Tan insensatos. Tan ¿certeros?. No quisimos reconocerlo. Porque escocía demasiado. No lo supimos. Supimos que la aventura se estaba desbocando. Y aquel hombre al darse cuenta estalló en aquella risa en aquella lúgubre tarde cuando los pájaros volaban muy locos y el oeste apenas podía mantenerse en su dirección. Entonces sí lo recuerdo porque la tarde era rara. Tú estabas callada y sobre el perfil de tu oreja pendía un hilo de sol. Tú me supiste y corriste hacia mí como sabiendo que la hija terminaba y la inclinación llevaría por fin a la noche y es posible que la luna se encendiera y hubiera algo más que amor. Lo juro.
Poema II
La he mirado
y no estabas.
Luego me he ido
y no estabas.
He vuelto por si...
y no estabas.
He fumado droga
y no estabas.
No he querido volver
y no estabas.
He pensado la preposición cabe
y no estabas.
He mirado la almohada
y no estabas.
He vuelto sobre el agua
y no estabas.
He subido luego
y no estabas.
He bajado luego
y no estabas.
Y no estabas.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/12/2008 a las 18:18 | {0}
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Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/12/2008 a las 10:26 | {1}