Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Dos son los pecados capitales del hombre: la impaciencia y la pereza (Franz Kafka)

La paciencia es una bebida amarga que sólo los más fuertes pueden beber (Anónimo)

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/11/2009 a las 08:14 | Comentarios {0}


Al terminar la última clase, a las cuatro de la tarde, madame L. se sintió satisfecha, el día había conseguido atraparla en su dinámica. Una muchacha de origen argelino había bailado para la clase una sevillana como ejemplo del mundo del poeta Federico García Lorca y había intuido que quizá por ahí se podría hacer algo con ellos; había visto en la atención de los muchachos la posibilidad de un futuro dentro de la escuela. A las puertas del instituto su amiga L. se acercó y le preguntó si sabía ya algo de las pruebas médicas que le habían hecho unos días antes. Madame L. sonrió e intentó evitar de este modo el gesto de preocupación y le respondió, Bueno, ya sabes, lo peor siempre es lo de menos y sin saber muy bien por qué había dicho esas palabras, se fue a su casa para preparar el equipaje y coger el tren de las seis.

Sólo durante el despegue el señor L. se puso nervioso -ya no sintió miedo-. Tenía asiento de ventanilla, junto al ala. Cuando se encontraba a 10.000 metros de altura escribió He olvidado el cargador del teléfono móvil. No me importa mucho. Apenas tengo batería. No me importa. Ya queda poco para aterrizar. Quisiera hacerlo todo con tranquilidad pero el corazón no para de palpitar con demasiada frecuencia. Descendemos. Ya casi estoy.
Madame L. le había dado al señor L. claras indicaciones de cómo llegar hasta el hotel donde ella había reservado una habitación para dos noches. Al llegar a Orly debía tomar un tren llamado Orlybal hasta la estación de Anthony y allí tomar el RER hasta la estación de Jardin de Luxembourg. Antes de iniciar el trayecto y tras haber cogido el equipaje el señor L. se tomó un café con leche y de repente sonrió.

Madame L. ya en el tren pensó, Ya debe de haber llegado. La noche había caído sobre Normandía. El tren iba lleno y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse alterar por el continuo sonido de los teléfonos móviles y las conversaciones, en su mayoría fútiles, y aún por eso, que se veía obligada a escuchar. Tanta tontería a su alrededor le impedía concentrarse en la lectura o en la simple contemplación del paso de los kilómetros. Entonces sonó su propio móvil. Lo miró. Lo cogió a su pesar. El señor L. estaba paseando por el Luxembourg. Había encontrado el hotel sin dificultad. La esperaba en la habitación. Ella llegaría a la Gare de Saint-Lazare en una hora.

El señor L. vio el atardecer de París sentado en los jardines hasta que los guardias anunciaron con un silbato su cierre. Salió al Boulevard Saint-Michel y por la rue de Sufflot llegó hasta la rue Victor Cousin, junto a la Sorbona, al lado del Panteón de los Hombres Ilustres, allí donde André Malraux pronunció un discurso emocionado al héroe de la Resistencia francesa Jean Moulin. El señor L. subió a la pequeña habitación, se tumbó en la cama e intentó dormir un rato.

Cuento

Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/11/2009 a las 20:23 | Comentarios {0}


Antes de entrar en el instituto madame L. se sentó en el banco de la parada del autobús. Ya había amanecido y el día prometía ser claro y cálido. Con la mirada perdida en el cielo recordó a la hermana del señor L. treinta y dos años antes y sonrió, sin poder evitarlo, y murmuró en español, La infanta, la pequeña infanta. Los años de su adolescencia en España, en el litoral mediterráneo, en un pueblo que acabó siendo destruido por la urbanización salvaje, fueron los que la empujaron, años más tarde, a estudiar en la Facultad la lengua española. Y también quizá, sí, quizá... Madame L. entró en el instituto y empezó la jornada. Aquel día tenía una tarea difícil, debía estimular a un grupo de alumnos abandonados de la mano de Dios; alumnos con problemas personales graves, desheredados de un mundo que prometía ofrecerles la felicidad a cambio de unas monedas cuando la felicidad, bien lo sabía ella, es un esfuerzo inmenso que nada tiene que ver con la riqueza.

El señor L. estaba preocupado. Desde hacía un tiempo las cosas le habían ido mal. En el aeropuerto, antes de partir, tuvo miedo de subirse a un avión. No sabía por qué. No recordaba que él hubiera sentido miedo a volar jamás; pensó si quizá lo que le daba miedo era que aquel encuentro no fuera lo esperado y entonces sonrió y se dijo, Pero amigo ¿aún sigues esperando? Por la megafonía se anunció la puerta de embarque y el señor L. se dirigió a ella.

Cuento

Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/11/2009 a las 10:21 | Comentarios {0}


Madame L. se levantó el viernes a las seis y media de la mañana. Aunque acostumbrada aquel día se fijó en la luminosidad que despedía el modem que le había puesto la compañía Orange en su casa, en su dormitorio, donde tenía la mesa de trabajo, bajo una ventana, con el ordenador, una impresora con escanner y una estantería con libros de lingüística y enseñanza del español. Se fijó, decimos, y pensó, A él le resultará extraño.

El señor L. se levantó a las ocho de la mañana. En realidad llevaba despierto más tiempo. Estaba nervioso. A la una de la tarde iba a tomar un avión con destino a París. Hacía años que no viajaba en avión y además el viaje tenía para él el eco de una alegoría. Hemos de decir que el señor L. huía de darle demasiada trascendencia a los hechos y cuando pensaba la palabra alegoría intentaba despojarla de todo sentido místico, alegoría en el sentido de explicación mediante el símbolo de un hecho concreto. Eso era, sí, eso era se dijo el señor L. mientras se hacía un café con leche y encendía un cigarrillo.

Madame L. mientras bebía una taza de café solo y tomaba, con cierta desgana, unas magdalenas con una base de chocolate temía que un desfallecimiento le viniera de improviso. Quería que el día transcurriera en su tempo. Quería disfrutar la plaza de Saint Martin con la figura ecuestre que se elevaba en su centro y los tilos cuyas hojas ya alfombraban el suelo de la plaza, ¡Ah, si se prohibiera aparcar los coches...! volvió a pensar, disfrutar la plaza mientras esperaba al autobús que la llevaría hasta el instituto, en las afueras de Caen, donde impartía clases de español desde hacía años. Sí, no quería que el encuentro que tendría lugar horas más tarde en París le impidiera vivir como hay que vivir, en cada minuto.

El señor L. miró a ver si lo llevaba todo. Decidió que sí (cosa que a la postre resultó falsa) y salió de la casa de Madrid camino de París. Durante el trayecto el señor L. tuvo un recuerdo vivísimo de madame L. treinta y dos años antes. El tenía diecisiete años entonces. Ella quince. Estaban juntos en la barra de un bar. Se acababan de conocer, en ese instante. Él jugaba nerviosamente con una goma. Ella le miraba y bebía una cerveza. Sus ojos eran azules. Su cabello rubio y brillante -como si fuera rayos de luz de donde el sol la toma-, su cara muy bonita.

Cuento

Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2009 a las 23:31 | Comentarios {2}


Après ton album de photos. Pour toi. Par toi.


Sobre el dolor se edifica una cresta de gallo
la cresta de gallo enhiesta flota en el río
el río fluye entre márgenes alfombradas de melenas
las melenas vuelan el aire atrapadas en las cabezas
las cabezas soportan sobre ellas el peso de las penas
las penas se despeñan por un barranco lleno de grandeza
la grandeza osa enfrentarse con una cuerda
la cuerda vibra al ritmo del Mundo y sus materias
las materias se conforman en formas sobre el dolor
sobre el dolor se edifica una cresta de poemas

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/10/2009 a las 18:59 | Comentarios {0}


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