Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
No, ahora no debes. Si no te picara la cabeza. Si no te ahogaras entonces sí, entonces podrías. Nada es real. Nada ha de preocuparte. Los días se siguen a los días y la única fortuna es ésa: los días que siguen a los días. No pidas más. No aspires. No tengas esperanza. No tengas la puta esperanza de los cojones. Anúlala a base de días. Déjalo todo en el haber de tu fortuna. No pises. No maldigas. Nada es por ti. Nada es contra ti. Ni siquiera la anti-lotería que te tocó ayer, ese premio gordo de las miserias. No te quejes. No hay queja. Dítelo de verdad, No hay queja y si quieres, luego, bufa, brama o simplemente esconde tu cabeza bajo la almohada. Ahora tómate el café. Pasa la tarde como desde hace tantos años escribiendo, pensando, descubriendo y no maldigas y no tengas ansias. Has podido pasar el día bajo cobijo. Has comido. Has podido moverte sin ayuda. Has tenido tu cabeza colocada en su sitio. Has tenido una conversación ¡Cágate en todo lo que quieras! No pases de ahí. La blasfemia es la más clara prueba de la religiosidad. Un pueblo que no blasfema es un pueblo que no cree. Un hombre que no blasfema es un hombre que no cree. Y tú, alma cándida, tienes la religiosidad de los hombres antiguos. Entonces blasfema, es tu derecho, es la cruz de tu dios, sea el que sea, no le pongas nombres pero si piensas en la justicia entonces crees en dios, si en el fondo de tu más honda hondura crees en la justicia es que tienes por norte la idea de dios. Entonces blasfema, blasfema e híncate de rodillas y suplica lo que no puedes conseguir por tus propios medios, sólo hasta ahí. Lo demás es hacerse peor. Lo demás es dejarse llevar por la corriente de las víctimas. Niégate. Niega a dios y entonces estarás salvado, sin esperanza, sin anhelos, sin fortuna.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2009 a las 18:10 | Comentarios {1}


será esta noche
cuando vuelva a soñar
ahora hace frío
la niebla cubre el valle
sé que un día
quizás hoy mismo
se levantará
y aparecerán las copas
desnudas de los robles
la vaca tendrá más volumen
el horizonte no estará tan cerca
sé que estás dormida
llevas puesto el camisón
la ropa interior
si yo durmiera a tu lado
estarías desnuda
mi órganos sexuales
sentirían tus nalgas
mi mano izquierda
cubriría
tu seno derecho
con las primeras luces
en un corto despertar
moverías tus caderas muy despacio
y tu sexo se inundaría un día más
para acogerme
y gozarnos
jadearemos juntos
esta noche
cuando vuelva a soñar

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2009 a las 20:28 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (5)
¡Oh, sí, lloré! ¡Cuánto! ¡Y el dolor! el dolor... Estuve muy enfermo. Por mucho emplasto que me colocó, la órbita hueca se infectó y así entre recuperación y recaída permanecí seis meses en El Hades bajo los cuidados de Caronte. Me alojó en un camarote que tenía en la proa de la barca, oculto a las miradas de los viajeros. Cuando alguien subía yo me escondía allí. Ninguno de los pasajeros sospechó que en su último viaje un ojo los espiaba. La contemplación de los que van a olvidar me enseñó -si es que lo aprendí- a mirar el alma de los hombres ¡Qué hermosos algunos al marchar hacia el Olvido! ¡Qué desesperados otros! ¡Qué aterrados los más! Caronte me había permitido mirar a través de un agujero practicado en la puertecita -con apariencia de tablón- del camarote. No sé si querréis que vuelva ya al final de la historia que dio inicio a este relato, la del hombre perdido cerca del río Leteo, porque si no fuera así podría contaros la historia de una de las pasajeras, Belinda, ¡Ah, Belinda, la Triste! Todos sin excepción pidieron, ¡Cuéntanos, buhonero, la historia de Belinda la Triste! Calmados los ánimos pidió hidromiel y una vez saciado su capricho siguió con su historia, En las costas últimas de la tierra occidental, en una ciudad llamada Tartesos, Belinda acababa de cumplir los quince años...

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/12/2009 a las 20:01 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (4)
Caronte gritó, ¡Eh, muchacho! Abrasado por la sed, seca la garganta, sólo pude responder a su llamada paseando mi lengua por mis labios. En un costado del Barquero del Río pendía un odre de cuero de cabra. Caronte se acercó hasta mí y dijo, Bebe, hijo, bebe. Y yo bebí el Agua de la Vida, no la del Olvido y bebí tanta que ya me veis, amigos, viejo como nunca se conoció a otro. Caronte me dejó beber y luego me aconsejó que me sentara bajo las ramas de una higuera. Así lo hice y pronto noté -como la planta mustia cuando cae sobre sus hojas, en la tierra que la circunda, sobre el barro de la maceta si está plantada, el agua y pronto se hace ancha, se eleva y lanza sus hojas al sol- la vida en mis músculos. Él se sentó frente a mí, de espaldas al sol, de tal forma que el contraluz me impedía ver su rostro. Lo hizo así para que tan sólo escuchara su voz. Me dijo, Hijo, no sabes cuánto siento que hayas venido a dar al Hades ¡Ay, ay, ay, ay! Estos no son buenos lugares para un joven y conste que esto que te digo va contra mi negocio. Fácil sería para mí haberte cobrado una moneda y haberte llevado conmigo hasta la otra orilla. Una moneda es una moneda y moneda a moneda puedo mantener mi barca a flote y útil el embarcadero. No las quiero para más, no creas, no atesoro, no guardo. Sí, fácil habría sido para mí. Pero, vamos, me he dicho, ¡qué caray, es un niño, aún la barba no se le cierra en las mejillas! ¿Por qué no dejarle ver un poco más dejándole al mismo tiempo ver un poco menos? No, no es ningún acertijo, es que debo cobrarte el Agua de la Vida y el precio que se paga es un ojo. El izquierdo te sacaré ¡Te dolerá tanto! Ese tu dolor te recordará el dolor que te hizo venir hasta aquí y así sabrás que es casi insoportable y huirás de él. No, no, no llores muchacho. Te dolerá y será corto. Luego yo te haré emplastos que impedirán que la oquedad de tu ojo enferme y cuando estés recuperado te haré un ojo de cristal a tu medida para que sientas siempre que la dureza no lleva a ninguna parte ¿Listo? Has de ser valiente.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2009 a las 20:15 | Comentarios {1}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (3)
El buhonero meneó la cabeza y se colocó en la órbita hueca su ojo de cristal. En el ágora aún quedábamos muchos, los alumbrantes habían prendido los hachos y un noble había mandado traer de su villa viandas para todos, ¿Alguno estuvo cerca de las aguas del Leteo? Todos callamos ante la pregunta del buhonero excepto un niño que le respondió, Y tú, ¿tú has estado? y él respondió, No me acuerdo y hasta el ágora rió. Terminada la risa continuó, Habéis de saber que el mundo no es tan grande y El Hades no está tan lejos. Muchos llegamos hasta él sin darnos cuenta. Yo estuve hace muchos, muchos años. Aun la barba no se me cerraba en las mejillas cuando sentí la necesidad de caminar. Quisieron los Dioses concederme el favor de conocer el Mal justo al principio. El mundo me recibió con la intención de despedazarme. Como un cervatillo -y sé que esta comparación os será casi imposible de aceptar ante mi aspecto montaraz y mi mirada fiera- me escondí en lo más profundo de una selva. Prefería morir por la mordedura de un áspid que por las manos de un hombre. Estuve dos noches y tres días sentado bajo un árbol monstruoso, lleno de oquedades su tronco, de negrura y habitantes su copa, de raíces como tentáculos del subsuelo. Joven aún, esclavo de mis necesidades, no pude dejarme morir ni ser muerto y la sed me devolvió a la vida, me obligó a levantarme y a buscar agua. Nunca sabré si fue fruto del cansancio pero recuerdo que de una forma inconcreta y clara seguía un sendero del bosque el cual me llevó hasta un río, el río Leteo.
No son sus aguas transparentes sino al contrario, turbias como los recuerdos. No es su fluir manso sino encrespado como la memoria cuando acecha el presente. Fueron su turbiedad y su violencia las que me salvaron del olvido pues si el río no hubiera tenido ese aspecto me habría lanzado a la orilla y habría sorbido sus aguas sin demora. Me detuve un instante, el tiempo que tardó el Barquero del Río, un tal Caronte, en salir a mi encuentro.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/12/2009 a las 11:20 | Comentarios {0}


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