Al borde estaba. Sobre una gran montaña de piedra pómez que flotaba, de ligera, sobre el mar. No era un náufrago. No era un ser que se había criado entre las bestias. No era un anacoreta. Sabía, de hecho, disfrutar de las artes. Sabía mirar una escultura y dejarse llevar por el esfuerzo de una mole de piedra convertida en movimiento. Sabía deleitarse con la frase: la tarde está tan bonita (escuchaba la melodía de esa frase, la maestría en los acentos colocados en su orden, cómo descansaba en la última palabra todo el festín de las cuatro primeras). Sabía entender la magnitud de una partida de ajedrez entre Mijail Tahl y Botvinik. Y estaba al borde. ¿De qué servía entonces? Sabía pronunciar el francés, el inglés, el alemán, el español, el catalán, el gallego, el portugués, el italiano, el griego, el árabe y el ruso. Sabía mirar a los ojos y emocionarse con la niebla y el páramo. Sabía dormir de pie y estar despierto acostado. Sabía cómo acariciar la piel enamorada y dejar al rastro de unas hadas el hallazgo del sendero. Sabía creer. Sabía el significado de la palabra esperanza. Y estaba al borde. Por eso dudaba.
Ahora que le venía una melodía oriental, le embargaba la emoción de un baile. Y pensaba bailar como quien piensa estrella fugaz o planeta; ahora que el viento le animaba a volar, sabía que si lo intentaba, caería sobre la llanura y sería por fin nutriente. Ahora que tenía las manos frías y había dormido de más y tarde, encontraba en su vigilia un entorpecimiento de los sentidos como si el opio hubiera inundado sus pulmones y su entendimiento. Es cierto que nada le dolía y sentía su duda como herida; es cierto que la tarde nevó y la noche cuajó y que ahora deseaba fumar la paz.
Tenía la sonrisa plácida del que medita. Tenía las rodillas inflamadas y surcos de antiguas venas se marcaban en las corvas. Tenía eccemas en las pantorrillas. Tenía enrojecidos los ojos de tan poco parpadear. Tenía la bilis pálida. Tenía en su mente el alfabeto de los árboles los cuales, tan abajo, le enviaban sus aromas. Tenía como espejo el cielo. Tenía como cielo la profundidad de la mar. Tenía como mar el sabor de sus ojos. Tenía como ojos la contemplación de sus manos. Y como manos los pies desnudos.
No estaba decidido. Porque tenía esperanza. Al recordar su nombre le vino una ráfaga de sábanas y una cuna de madera y un parque con tobogán y el estudio de los números primos y también, de forma tangencial, justo en la frontera de las visiones, atisbó una hoguera y una gran nostalgia. Imaginó ponerse en pie sobre la montaña, iniciar el descenso, atravesar el bosque de coníferas, tomar por el camino hecho, llegar hasta el pueblo, saludar a las gentes, aceptar la invitación a lavarse y mudarse, ser aceptado en el concejo municipal, ser nombrado arúspice, ocupar su cargo con todo el ceremonial, ungirse las manos y la boca, desentrañar los presagios y ser entregado al cuidado de unos niños recién venidos al mundo.
Abrió la boca y quiso decir su nombre.
Abrió su corazón y vio que no sangraba.
Se miró los antebrazos y notó cómo se desgajaban.
Elevó su cuello y cayó de espaldas.
Se quedo quieto mientras temblaba.
No era saliva sino espuma blanca.
Adoptó la postura del feto.
Se diluyó en la hierba.
Ya no dudaba.
Ahora que le venía una melodía oriental, le embargaba la emoción de un baile. Y pensaba bailar como quien piensa estrella fugaz o planeta; ahora que el viento le animaba a volar, sabía que si lo intentaba, caería sobre la llanura y sería por fin nutriente. Ahora que tenía las manos frías y había dormido de más y tarde, encontraba en su vigilia un entorpecimiento de los sentidos como si el opio hubiera inundado sus pulmones y su entendimiento. Es cierto que nada le dolía y sentía su duda como herida; es cierto que la tarde nevó y la noche cuajó y que ahora deseaba fumar la paz.
Tenía la sonrisa plácida del que medita. Tenía las rodillas inflamadas y surcos de antiguas venas se marcaban en las corvas. Tenía eccemas en las pantorrillas. Tenía enrojecidos los ojos de tan poco parpadear. Tenía la bilis pálida. Tenía en su mente el alfabeto de los árboles los cuales, tan abajo, le enviaban sus aromas. Tenía como espejo el cielo. Tenía como cielo la profundidad de la mar. Tenía como mar el sabor de sus ojos. Tenía como ojos la contemplación de sus manos. Y como manos los pies desnudos.
No estaba decidido. Porque tenía esperanza. Al recordar su nombre le vino una ráfaga de sábanas y una cuna de madera y un parque con tobogán y el estudio de los números primos y también, de forma tangencial, justo en la frontera de las visiones, atisbó una hoguera y una gran nostalgia. Imaginó ponerse en pie sobre la montaña, iniciar el descenso, atravesar el bosque de coníferas, tomar por el camino hecho, llegar hasta el pueblo, saludar a las gentes, aceptar la invitación a lavarse y mudarse, ser aceptado en el concejo municipal, ser nombrado arúspice, ocupar su cargo con todo el ceremonial, ungirse las manos y la boca, desentrañar los presagios y ser entregado al cuidado de unos niños recién venidos al mundo.
Abrió la boca y quiso decir su nombre.
Abrió su corazón y vio que no sangraba.
Se miró los antebrazos y notó cómo se desgajaban.
Elevó su cuello y cayó de espaldas.
Se quedo quieto mientras temblaba.
No era saliva sino espuma blanca.
Adoptó la postura del feto.
Se diluyó en la hierba.
Ya no dudaba.
No quise robarle el título que encabeza este relato a Stefan Zweig sólo que realmente es una carta a una desconocida porque yo a usted, amada, no la conozco. Y se preguntará usted y me pregunto yo, ¿Se puede amar sin conocer? Y yo como primera respuesta diría: se ama porque se quiere conocer. Luego, dado mi carácter analítico, podría ir enredándome en esta primera pregunta y concluir quizá lo opuesto. No pienso hacerlo en esta ocasión. Porque usted, señorita (la llamo así porque sé que es usted soltera), es para mí, en estos días, una intensa emoción, el lugar donde me refugio para sentir que el mundo va a mejorar y que pronto llegará el día en que vuelva a ver más luces que sombras.
Cuando la veo a usted, mi percepción del mundo se altera.No la busco (y sí la busco). No la persigo (y sí la persigo). No me atrevo (y sí me atrevo). Soy, en el fondo, de una timidez extraña porque si no lo digo yo, no lo diría nadie. Ya ve.
Escribo esta carta y rehuyo que usted se dé por aludida como si yo pensara que quizás algún día sus ojos pasarán por estas palabras y en ellas se sentirá usted descrita. Y tampoco me atrevo a expresarle directamente mis intenciones por el temor, antiguo, de que usted me rechazara y entonces sentiría esa agujita que se clava en los pulmones cuando un anhelo se convierte en apremio de olvido. Podría atreverme y, siguiendo los pasos del soneto de Lope de Vega, apasionarme, elevarme y lanzarme un día sobre su boca. ¡Ah, su boca, mi bella desconocida! ¡Y sus ojos! Ahora mis dedos se lanzaban a describir ambos órganos que comunican lo interior con lo exterior. La boca sobre todo. La boca. Aquí me detengo. Respiro. Releo. Ensueño. Sonrío.
En el escaso contacto que hemos tenido, yo he creído atisbar una simpatía por su parte hacia mí, incluso hubo un día en que creí que usted respondía a una insinuación mía. ¡Qué hermosa es la palabra insinuarse! ¿Sabe? Tengo un diccionario de los sentimientos y he estado tentado de cogerlo y ponerme a escarbar para ponerle a usted hermosas etimologías y descubrimientos certeros. Entonces me he dicho, no, no, hazlo con tus palabras, con tus simples requiebros, sé sincero con tus palabras y con tus propias etimologías y así inventaría que su nombre es recuerdo de viejas dinastías y su primer apellido me lanza al otoño, la estación más amada por mí, y su segundo tiene los aires de un camino junto a usted. En una larga alameda. Un ir conociéndose. No sé si usted me entiende. Para amarse más.
Busco el amor en usted. Decía el gran poeta Fernando Pessoa que escribir cartas de amor es la cosa más ridícula que se puede hacer pero que mayor ridículo es aún no escribirlas por miedo al mismo. Y en efecto, este escritor, que es de lo más grande que ha dado el siglo XX, le escribió las cartas más cursis que imaginarse pueda a su amada Ofelia (que así de hermoso era el nombre de su amor). Busco amarla a usted, amada desconocida; busco encontrarme en su cuerpo y que usted se halle en el mío; busco una orilla junto al río con las manos enlazadas (enlaçemos as maos -escribía Pessoa-); busco la cama; busco la comida; busco la risa; busco la melancolía; busco la madrugada y busco la osadía de dos pares de ojos que se miran frente a frente y se dicen, quedamente, Por fin estás junto a mí y ya te quiero.
Cuando la veo a usted, mi percepción del mundo se altera.No la busco (y sí la busco). No la persigo (y sí la persigo). No me atrevo (y sí me atrevo). Soy, en el fondo, de una timidez extraña porque si no lo digo yo, no lo diría nadie. Ya ve.
Escribo esta carta y rehuyo que usted se dé por aludida como si yo pensara que quizás algún día sus ojos pasarán por estas palabras y en ellas se sentirá usted descrita. Y tampoco me atrevo a expresarle directamente mis intenciones por el temor, antiguo, de que usted me rechazara y entonces sentiría esa agujita que se clava en los pulmones cuando un anhelo se convierte en apremio de olvido. Podría atreverme y, siguiendo los pasos del soneto de Lope de Vega, apasionarme, elevarme y lanzarme un día sobre su boca. ¡Ah, su boca, mi bella desconocida! ¡Y sus ojos! Ahora mis dedos se lanzaban a describir ambos órganos que comunican lo interior con lo exterior. La boca sobre todo. La boca. Aquí me detengo. Respiro. Releo. Ensueño. Sonrío.
En el escaso contacto que hemos tenido, yo he creído atisbar una simpatía por su parte hacia mí, incluso hubo un día en que creí que usted respondía a una insinuación mía. ¡Qué hermosa es la palabra insinuarse! ¿Sabe? Tengo un diccionario de los sentimientos y he estado tentado de cogerlo y ponerme a escarbar para ponerle a usted hermosas etimologías y descubrimientos certeros. Entonces me he dicho, no, no, hazlo con tus palabras, con tus simples requiebros, sé sincero con tus palabras y con tus propias etimologías y así inventaría que su nombre es recuerdo de viejas dinastías y su primer apellido me lanza al otoño, la estación más amada por mí, y su segundo tiene los aires de un camino junto a usted. En una larga alameda. Un ir conociéndose. No sé si usted me entiende. Para amarse más.
Busco el amor en usted. Decía el gran poeta Fernando Pessoa que escribir cartas de amor es la cosa más ridícula que se puede hacer pero que mayor ridículo es aún no escribirlas por miedo al mismo. Y en efecto, este escritor, que es de lo más grande que ha dado el siglo XX, le escribió las cartas más cursis que imaginarse pueda a su amada Ofelia (que así de hermoso era el nombre de su amor). Busco amarla a usted, amada desconocida; busco encontrarme en su cuerpo y que usted se halle en el mío; busco una orilla junto al río con las manos enlazadas (enlaçemos as maos -escribía Pessoa-); busco la cama; busco la comida; busco la risa; busco la melancolía; busco la madrugada y busco la osadía de dos pares de ojos que se miran frente a frente y se dicen, quedamente, Por fin estás junto a mí y ya te quiero.
Narrativa
Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/02/2011 a las 12:57 | {2}
Hoy no ha podido. Entonces se ha tomado dos peras. No ha hablado y los latidos han sido extraños. Hoy quisiera tener un estilo distinto. También quisiera atreverse a decir la verdad. Sólo que en vez de decirla, la gritaría. Y eso no está bien. No está bien para él. Ni para los demás. En días así ha aprendido a dejarse ir. No fuerza porque perdería. Sabe que perdería.
Le da rabia no haber podido. Y la rabia es uno de los pensamientos de la ira. Así ha transcurrido el día. Era tan grande la rabia que no dejaba entrar el aire. Llevan los pulmones regañándole todo el día. Tienen razón. Las manos están frías. Y el ánimo, el ánimo le obliga a comer peras, le lleva a la cocina a comer peras. Están muy buenas. Las come con la piel. Antes las lava. Mejor hablar de la sopa que ha hecho. Le gusta la sopa. No está, en eso, de acuerdo con Mafalda. Ahora está viendo Whose live is it anyway? dirigida por John Badham e interpretada por Richard Dreyfus. Si fuera un día en el que ha podido, lo tomaría como una lección. Sólo que hoy no puede.
Ya es la noche y no ha podido. Antes de irse a la cama se comerá otra pera, mirará su color verde, sentirá algo de grima con una sustancia química que debe de anidar en su piel porque cuando las pela, no siente esa sensación. Sí. Volverá a la cocina a la cual le ha dado un repaso porque se ha vuelto un aceptable ama de casa y no soporta los restos de aceite o un envase de plástico sin tirar en su bolsa de residuos plásticos correspondiente y todo lo coloca y no ha pasado un solo día desde que está aquí en que no haya dejado el fregadero limpio y la cocina recogida. Aunque hoy no ha podido, eso sí lo ha hecho. Lo de la cocina debe de ser bueno. Sí, sí, debe de ser bueno mantener la cocina limpia todos lo días. Y comer peras. Y hacer ejercicio todas las semanas. ¡Oh, sí, eso sí que debe de ser bueno!
La verdad es que siente muchísimo no haber podido. Algún castigo se hará. Lo tiene merecido. Quizás ya lo está haciendo. Escribiendo las manos se le calientan. Recuerda a Roberto Bolaño y su frío en la casa de Blanes, más frío que aquí, seguro, porque allí, en Girona, el frío es más húmedo y entra hasta los huesos, los cala. Lo sabe porque hace muchos años sentía ese frío en Menorca durante una temporada en la que era aún más pobre que ahora. También recuerda a una muchacha de Bilbao con la que se acostaba y luego le invitaba a desayunar. En aquel entonces sus compañeros y él no tenían ni para comer. Salían en pleno noviembre a coger hierbas de los campos y las cocían. La muchacha de Bilbao le alimentaba el placer y el estómago. Era un encanto. También lo era su novio que acabó enterándose y en vez de partirle la cabeza, se comportó como un auténtico caballero y le propuso charlar. Y charlaron. Jugaba con ellos y con uno de sus compañeros a un juego de cartas menorquín que se llama cao. Desde que él se enteró, ya no volvieron a jugar ni volvió a tomar un café caliente por las mañanas hasta llegar a Madrid. Ella era una muchacha preciosa y triste. Él era un caballero menorquín y farmaceútico. Menorca siempre tuvo mucho de inglesa. De hecho lo fue durante un tiempo. Recuerda las casas inglesas de la ciudad de Mahón... se va a tomar otra pera.
Le da rabia no haber podido. Y la rabia es uno de los pensamientos de la ira. Así ha transcurrido el día. Era tan grande la rabia que no dejaba entrar el aire. Llevan los pulmones regañándole todo el día. Tienen razón. Las manos están frías. Y el ánimo, el ánimo le obliga a comer peras, le lleva a la cocina a comer peras. Están muy buenas. Las come con la piel. Antes las lava. Mejor hablar de la sopa que ha hecho. Le gusta la sopa. No está, en eso, de acuerdo con Mafalda. Ahora está viendo Whose live is it anyway? dirigida por John Badham e interpretada por Richard Dreyfus. Si fuera un día en el que ha podido, lo tomaría como una lección. Sólo que hoy no puede.
Ya es la noche y no ha podido. Antes de irse a la cama se comerá otra pera, mirará su color verde, sentirá algo de grima con una sustancia química que debe de anidar en su piel porque cuando las pela, no siente esa sensación. Sí. Volverá a la cocina a la cual le ha dado un repaso porque se ha vuelto un aceptable ama de casa y no soporta los restos de aceite o un envase de plástico sin tirar en su bolsa de residuos plásticos correspondiente y todo lo coloca y no ha pasado un solo día desde que está aquí en que no haya dejado el fregadero limpio y la cocina recogida. Aunque hoy no ha podido, eso sí lo ha hecho. Lo de la cocina debe de ser bueno. Sí, sí, debe de ser bueno mantener la cocina limpia todos lo días. Y comer peras. Y hacer ejercicio todas las semanas. ¡Oh, sí, eso sí que debe de ser bueno!
La verdad es que siente muchísimo no haber podido. Algún castigo se hará. Lo tiene merecido. Quizás ya lo está haciendo. Escribiendo las manos se le calientan. Recuerda a Roberto Bolaño y su frío en la casa de Blanes, más frío que aquí, seguro, porque allí, en Girona, el frío es más húmedo y entra hasta los huesos, los cala. Lo sabe porque hace muchos años sentía ese frío en Menorca durante una temporada en la que era aún más pobre que ahora. También recuerda a una muchacha de Bilbao con la que se acostaba y luego le invitaba a desayunar. En aquel entonces sus compañeros y él no tenían ni para comer. Salían en pleno noviembre a coger hierbas de los campos y las cocían. La muchacha de Bilbao le alimentaba el placer y el estómago. Era un encanto. También lo era su novio que acabó enterándose y en vez de partirle la cabeza, se comportó como un auténtico caballero y le propuso charlar. Y charlaron. Jugaba con ellos y con uno de sus compañeros a un juego de cartas menorquín que se llama cao. Desde que él se enteró, ya no volvieron a jugar ni volvió a tomar un café caliente por las mañanas hasta llegar a Madrid. Ella era una muchacha preciosa y triste. Él era un caballero menorquín y farmaceútico. Menorca siempre tuvo mucho de inglesa. De hecho lo fue durante un tiempo. Recuerda las casas inglesas de la ciudad de Mahón... se va a tomar otra pera.
A medida que despierta y duerme, entra en uno y otros mundos.
Ensueña que piensa: La vigilia es UNA y el dormir es MUCHOS.
No sabe, no, si aquel rumor de agua, el pecho desnudo de la mujer que desea, la mano o el pie... no lo sabe, no.
¿Está DESPIERTO? Ya DUERME: la corriente del río, el río de la vida, la música de cientos de violas, majestuosamente entran por su OÍDO derecho; el izquierdo, DESPIERTO, no oye nada, SORDO al mundo musical de sus SUEÑOS.
Góndola entonces.
Una torre pirenaica.
El PECHO de nuevo y su boca rozando casi la areola del PEZÓN.
Muerde la lamprea la piel del niño. Varan dos ballenas en la calle ALCALÁ esquina con goya. El pintor, loco de tormento, coge la espátula y carga contra el VIENTO una pincelada MORADA y sin amor.
Se rebulle en la cama mientras piensa DEBEN SER SIEMPRE LAS SÁBANAS BLANCAS. Un rotor, una muela, una espada, un paisaje de invierno, una vela, una MISA, un cenicero en inglés ASHTRAY. Lisonjera una muñeca se desembaraza de su tisú. No tiene MieDO.
Vuelve ELLA, ¡sus OJOS, SUS ojos! Corren por la vereda. Les alcanza una EStreLLA, Remolonea la leona en su leonera. No hay CACHORROS mientras suena, una vez y OTRA, el sonido de una máquina REGISTRADORA. El SISMÓGRAFO enloquece.
Tiembla la tierra a sus pies. Coge de nuevo su mano. CORREN al revés.
Siente ENTONCES, en el beso largo en la BOCA, que los 33 pensamientos que derivan de la IRA se diluyen. A continuación empieza a ascender la esencia de la MADRE por el canal CENTRAL y los 40 PENSAMIENTOS que derivan del DESEO se diluyen.
En su corazón se han REUNIDO la esencia BLANCA y la esencia ROJA y así, cuando confluyen en él los 7 pensamientos que derivan de la IGNORANCIA, desaparecen.
Ya estoy MUERTO, se dice.
La muerte de los VENENOS alcanza la mañana. No sabe si la algarabía de los NIÑOS en el patio... no SABE si la voz de la mujer que anuncia la llegada de las TOSTADAS ... no sabe si la DISOLUCIÓN, la bella INMATERIALIDAD del mundo... todo se DILUYE... Todo... En la ÚNICa realidad lo macizo pelea contra lo que FLUYE. Los tres venenos IRA, deseo, IGNORancia vuelven a alimentar su estancia... Está AQUÍ de nuevo, de nuevo y tan viejo
Ensueña que piensa: La vigilia es UNA y el dormir es MUCHOS.
No sabe, no, si aquel rumor de agua, el pecho desnudo de la mujer que desea, la mano o el pie... no lo sabe, no.
¿Está DESPIERTO? Ya DUERME: la corriente del río, el río de la vida, la música de cientos de violas, majestuosamente entran por su OÍDO derecho; el izquierdo, DESPIERTO, no oye nada, SORDO al mundo musical de sus SUEÑOS.
Góndola entonces.
Una torre pirenaica.
El PECHO de nuevo y su boca rozando casi la areola del PEZÓN.
Muerde la lamprea la piel del niño. Varan dos ballenas en la calle ALCALÁ esquina con goya. El pintor, loco de tormento, coge la espátula y carga contra el VIENTO una pincelada MORADA y sin amor.
Se rebulle en la cama mientras piensa DEBEN SER SIEMPRE LAS SÁBANAS BLANCAS. Un rotor, una muela, una espada, un paisaje de invierno, una vela, una MISA, un cenicero en inglés ASHTRAY. Lisonjera una muñeca se desembaraza de su tisú. No tiene MieDO.
Vuelve ELLA, ¡sus OJOS, SUS ojos! Corren por la vereda. Les alcanza una EStreLLA, Remolonea la leona en su leonera. No hay CACHORROS mientras suena, una vez y OTRA, el sonido de una máquina REGISTRADORA. El SISMÓGRAFO enloquece.
Tiembla la tierra a sus pies. Coge de nuevo su mano. CORREN al revés.
Siente ENTONCES, en el beso largo en la BOCA, que los 33 pensamientos que derivan de la IRA se diluyen. A continuación empieza a ascender la esencia de la MADRE por el canal CENTRAL y los 40 PENSAMIENTOS que derivan del DESEO se diluyen.
En su corazón se han REUNIDO la esencia BLANCA y la esencia ROJA y así, cuando confluyen en él los 7 pensamientos que derivan de la IGNORANCIA, desaparecen.
Ya estoy MUERTO, se dice.
La muerte de los VENENOS alcanza la mañana. No sabe si la algarabía de los NIÑOS en el patio... no SABE si la voz de la mujer que anuncia la llegada de las TOSTADAS ... no sabe si la DISOLUCIÓN, la bella INMATERIALIDAD del mundo... todo se DILUYE... Todo... En la ÚNICa realidad lo macizo pelea contra lo que FLUYE. Los tres venenos IRA, deseo, IGNORancia vuelven a alimentar su estancia... Está AQUÍ de nuevo, de nuevo y tan viejo
¡Oh, pueblo egipcio, no te dejes regalar los oídos por todo el corifeo que ahora aplaude el que un puto dictador de los cojones haya salido vivo del país en donde a tantos mató!
¡Oh, pueblo egipcio, desconfía de los tanques, los galones e insignias (que no son más que símbolos fálicos disfrazados de jerarquía)!
¡Oh, pueblo egipcio, asume tu condición de parapeto de quienes realmente estaban urdiendo el final de Mubarak!
Las cuestiones de Oriente Medio necesitan de manos nervudas y cabezas despejadas.
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo, no eres más que grey, manada, rebaño, piara, muchedumbre, carne fresca para matar!
¡Nunca ningún pueblo venció!
¡Oh, pueblo egipcio, te hablo desde España donde la miseria se alimenta de tanto político espantoso, de tanto concejal terrible, de tanto juez antediluviano, de tanto periodista rijoso y partidista, de tanto intelectual de tres al cuarto, de tanto sol, de tanta sangría, de tanta paella y tanto fútbol!
¡Oh, pueblo egipcio, el mundo no es de los pueblos! ¡El mundo es del pastor y de los perros que dirigen el rebaño hacia el corral y el pienso!
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo! Deseaba hacer una oración y tan sólo salen de mi mente lamentaciones. Os he visto jugaros la vida (os la estabais jugando. También en Tiannanmen ¿recordáis?). Algunos habéis muerto. Ahora se está negociando a vuestras espaldas como ocurrió en esta España en la que vivo cuando a la muerte de Franco lo primero que se hizo fue pactar el perdón de tanto canalla, de tanto, tanto canalla.
¡Oh, pueblo egipcio, qué valientes sois!
Cuando llegue el desencanto -llegará pronto- no os sintáis estafados o tristes o marionetas o zafios. El mundo gira. Sólo es eso. El mundo gira.
¡Oh, pueblo egipcio, desconfía de los tanques, los galones e insignias (que no son más que símbolos fálicos disfrazados de jerarquía)!
¡Oh, pueblo egipcio, asume tu condición de parapeto de quienes realmente estaban urdiendo el final de Mubarak!
Las cuestiones de Oriente Medio necesitan de manos nervudas y cabezas despejadas.
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo, no eres más que grey, manada, rebaño, piara, muchedumbre, carne fresca para matar!
¡Nunca ningún pueblo venció!
¡Oh, pueblo egipcio, te hablo desde España donde la miseria se alimenta de tanto político espantoso, de tanto concejal terrible, de tanto juez antediluviano, de tanto periodista rijoso y partidista, de tanto intelectual de tres al cuarto, de tanto sol, de tanta sangría, de tanta paella y tanto fútbol!
¡Oh, pueblo egipcio, el mundo no es de los pueblos! ¡El mundo es del pastor y de los perros que dirigen el rebaño hacia el corral y el pienso!
¡Oh, pueblo, cualquier pueblo! Deseaba hacer una oración y tan sólo salen de mi mente lamentaciones. Os he visto jugaros la vida (os la estabais jugando. También en Tiannanmen ¿recordáis?). Algunos habéis muerto. Ahora se está negociando a vuestras espaldas como ocurrió en esta España en la que vivo cuando a la muerte de Franco lo primero que se hizo fue pactar el perdón de tanto canalla, de tanto, tanto canalla.
¡Oh, pueblo egipcio, qué valientes sois!
Cuando llegue el desencanto -llegará pronto- no os sintáis estafados o tristes o marionetas o zafios. El mundo gira. Sólo es eso. El mundo gira.
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Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/02/2011 a las 14:25 | {0}