Querido:
Por la mañana soñarás un museo, las paredes viejas, los cuadros viejos, no lo harás bien. Desayunarás un café con leche con unas tostadas con mantequilla. Mirarás a través del ventanal del salón el paisaje de la montaña, hermoso y ocre iluminado por las nubes con anchas pinceladas grises. Recordarás. Saldrás con tu perro al paseo matutino. Hoy decidirás subir por el camino que lleva hasta el pinar. Te sentarás a medio camino y sabrás que estás dentro de las nubes. El paseo durará hora y media. Bajaréis a eso de las una. No tendrás pereza. Cogerás el coche. Irás hasta la gasolinera. Pasarás por el supermercado. Comprarás cabecero de lomo y unas aceitunas. Volverás a casa. Comerás unas lentejas a la riojana de lata porque has decidido no cocinar hoy. Te quedarás un rato viendo snooker. Saldrás de nuevo con tu perro en el paseo corto de la tarde. Llueve la nube mientras dais la vuelta. Meditarás justo media hora. Te escribirás después esta carta de felicitación. Habrás de mantener la calma. Estás casi seguro de que lo conseguirás porque 62 es, al fin y al cabo, lo infinito.
Querida Julia,
Hoy cumples 108 años. Creo que son más de quince los que llevas ya al otro lado de la laguna. Quiero que me creas cuando te escribo que nada me gustaría más que contarte hermosas historias de la tierra para luego ir estrechando semejante vastedad hasta llegar a contarte historias hermosas de mi tierra entendida ésta como mi ser. A veces las personas, tú bien lo sabes, estamos tristes porque ocurren tristezas. La mayoría de la gente quiere huir de ellas. En occidente la obligación de estar bien se convierte cada vez más en una pesada carga. Yo defiendo la tristeza si es sensato estar triste. La tristeza como forma de estar en el mundo. La tristeza como forma de vivir en el mundo. Este año, Julia, he estado y he sido triste. Aún lo estoy y creo que lo estaré para siempre porque será sensato estarlo y porque lo único que me queda para poder seguir es decirme que es sensato lo que siento, que no me he vuelto loco, que no es injusto. Este estado de tristeza en nada quita que haya momentos de una felicidad grande. Yo no puedo vivir en un mismo y constante estado de ánimo. Me dice César que también tendrá que ver el metabolismo con estos picos que tengo porque he de decirte que he tenido momentos de una gran exaltación feliz. Vivo en un sitio muy hermoso. Nuestra cultura que es una cultura del ver tiene aquí un lugar privilegiado donde extasiarse. De la tristeza empiezo a hablar y de inmediato huyo de ella. Porque sigue siendo inconveniente hablar de estas cosas. Porque no quiero nombrar. Si te hablo de mí te diría que mi tristeza proviene de mi representación de mundo. Yo sé -y de verdad lo sé- que lo que discurro de lo que ocurre no es lo que discurre. Lo que pasa no es lo que me pasa. El observador altera lo observado, ya nos lo dice la mecánica cuántica que es, para que tú me entiendas, la física de lo minúsculo que resulta que no se comporta igual que la física de lo mayúsculo con lo que, al fin y al cabo, lo que nos ocurre es lo mismo que ocurre entre lo minúsculo y lo mayúsculo en relación con su física. Sé que ante los mismos hechos hay muchas formas de relacionarse con ellos (no quiero escribir el verbo reaccionar. No quiero escribir la frase: ante los mismos hechos hay muchas formas de reaccionar porque la reacción es una única forma de relacionarse con un hecho -dentro de esa forma por supuesto que se abre un nuevo abanico de posibilidades pero no con respecto al hecho sino con respecto a la forma de la reacción-).Es ahí, en esa relación entre el observador y lo observado, donde en el último año el estado más constante ha sido el de la tristeza. Disculpa, querida Julia, si me desahogo un poco contigo. Recuerdo tu estoicismo manchego cuando me aconsejabas en la niñez. Quisiera que por el aire me llegara un hálito de esos consejos.
Me he detenido un rato. He hecho unos cuantos problemas de ajedrez. Hoy no se ha dado bien. Tampoco se ha dado bien el coche. El día ha sido nublado. Ya ha caído la noche. Siento mucho que me envenenaran tus preferencias. No sabes cuánto lo siento. Ni siquiera he aprendido algo tan elemental como la inutilidad de la comparación. Empiezo a entender la fragilidad que sentías los últimos años de tu vida. Tú la sentiste justo al final. Siempre fuiste una mujer decidida. Me siguen gustando los días grises y verdes con toques aquí y allá de ocres. Ojalá en el pasado que vivimos en común haya conseguido hacerte sentir bien. Yo he de seguir aún en esta orilla. Todavía no he aprendido que no es para siempre. También es cierto que hoy he dormido poco. La lluvia en este ocho de noviembre no llegó a caer.
Cuando el hombre volvía en su velero desde Livorno a Roma se sentía henchido de orgullo como la vela lo estaba por el viento. Sus ojos miraban más allá del horizonte. Sabía que su proyecto estaba a punto de culminar. Su socio salió de la cabina y se puso junto a él, en la proa. Dijo, Dos mascarones para un mismo barco y le ofreció un vaso de chianti. Ambos hombres brindaron y rieron. El hombre primero le comentó a su socio que estaba deseando llegar a Roma para ver a su esposa y contárselo todo. Ambos sabían que era la última oportunidad. Ambos habían diseñado el farol hasta el último detalle. Todo lo habían previsto. El socio le preguntó, ¿También habíais previsto que yo no aceptara participar? El hombre le miró y el socio no necesitó escuchar la respuesta. Fue justo en ese momento cuando a sus espaldas restañó el primer rayo en el cielo que súbitamente había ennegrecido como si se hubieran metido en las fauces de un inmenso oso. El socio, aterrado, miró al hombre que hacía poco estaba henchido de orgullo y le gritó, ¿Y esto lo teníais previsto? La ola se llevó al hombre. Lo levantó como si fuera una hoja de un árbol caduco en otoño. El socio creyó verlo una última vez entre las olas. Poco más tarde él también moriría ahogado. Pasó la tormenta. Sobre la mar en calma flotaron los restos del naufragio.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2022 a las 19:40 | {0}¡Oh, Marción! Aún hoy nos preguntamos cómo tuviste la idea de crear una nueva Biblia. Luego olvidamos la pregunta e intentamos ubicar en el tiempo los sucesos. ¿Cómo podríamos entender lo mágico si no fuera por ti, Marción? Más tarde matizamos (somos mucho de matizar. Nos pasamos los años haciéndolo. Hemos llegado a creer que somos el matiz que antecede al matiz de mañana el cual nos niega en parte, nos cercena algo de lo que éramos; matizar, decimos, matizar es velar y al velar algo se oculta, algo queda fuera de la mirada; y ese matiz de mañana a su vez será velado -será en parte ocultado- por el siguiente, ¿hasta el infinito?) o, mejor, empezamos a acotar lo que nosotros podemos intuir que sentían por mágico las personas que habitaban Mesopotamia en el siglo II d.e.c. ¿Nos queda algo de su percepción de lo mágico?
Al salir lo he olvidado todo. Luce el sol. El cielo está muy azul. Siento la inquietud que causa la toma de una decisión. Intuyo que no habrá respuesta o yo no seré capaz de percibirla. Mientras camino discurro mucho. Discurro sobre el significado de la responsabilidad y lo que ese significado influye en el devenir y lo moldea. Respiro el aire que está muy limpio y también es azul. Me detengo para ver el planeo de un halcón y la carrera acompañada de ladridos del perro como si así le hiciera saber al halcón que él no es alimento para sus polluelos ni para él. Asciendo. Miro el viaducto a lo lejos que hoy se ve diáfano. Une laderas de gargantas.
Dime tú, Marción, cómo llegaste a pulir el cristianismo, el cual, tras de ti, dejó de ser primitivo. Verduras con huevo y tacos de jamón. Algo de la tarde entretenido. Venir aquí. Salir y contemplar el rosa de unas nubes con el blanco de la luna y colegir que es una buena imagen para representar el frío. El sol declina enfrente. Queda sólo una nube gris y amarilla. El hombre mayor quita hierbajos. Pasa el padre con sus dos hijos pequeños. La escalera a oscuras.
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Epistolario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/11/2022 a las 18:24 | {0}