Cuando venga, miralo de frente. Húndete en él. Abrázalo. Y luego despídelo con la mayor cortesía.
Aunque me avergüence un poco escribirlo, soy feliz.
Algo ha dejado de pasar quizá la vida que pasaba a mi lado y yo no era capaz de tomarla por la mano y acompasarme a su paso o quizá sea una especie de placer intenso por vivir lo que pasa (no lo que sucede) o por tener al menos la sensación presente del presente.
Soy feliz. No espero. De hecho no quiero esperar nada porque nada de lo que esperara sería lo que espero y de una forma natural ha llegado a mí la hora de no esperar.
Soy feliz cuando estoy triste y cuando la amargura (con la niebla) me invade.
Soy feliz cuando me levanto por las mañanas y me calzo la botas de invierno y salgo a pasear al perro cuando lo que desearía sería hacerme un café.
Soy feliz cuando descubro que la suite para violonchelo solo de Bach no casa con la musicalidad de la Antología poética que estoy preparando del poeta español Raúl Morales.
Soy feliz en esta noche, en mi soledad.
Y me digo, La felicidad es esto. La felicidad es no ser esclavo. Todo lo demás no es importante.
Escrito por Violeta Loygorri casi en sus 14 años
Si o no, tarde o temprano, esta tarde o mañana, rojo o azul; cristales que caen de repente sin saber de dónde vienen o qué los ha roto; miradas furtivas que dicen más que mil imágenes; momentos que rompen el aire; palabras que desgarran la piel, las venas, hasta llegar al corazón; raíces cuadradas, terceras, cuartas, infinitas; sueños imposibles pero a la vez más posibles que las mejores vidas; lágrimas que caen a un agujero hondo que poco a poco, sin darnos cuenta, llenamos; nubes que flotan sin rumbo, personas que merodean bajo problemas que solo existen en sus mentes; gente que hace el amor cuando olvidaron hace siglos lo que "amor" significa; dolor que parece salir de la nada pero que se convierte en tu todo; sonrisas que brillan más que la primera estrella fugaz del año, y más cortas que ésta; canciones que te recuerdan a sensaciones que en tu vida has sentido; suspiros más ligeros que el aire que mueven; mentes temblorosas que se asustan por situaciones hipotéticas; humanos que entienden la vida como una carrera en la que el que no mata, no gana; rabia contenida en un saludo seco; risas forzadas que impiden a los demás ver tu interior; susurros que resuenan en tu pensamiento más fuerte que el grito, más; besos que te hacen caer y subir de nuevo; objetos que pierdes y aparecen justo donde debían estar; pequeñas cosas que te hacen sentir durante un instante la persona más feliz del universo; mentiras a las que te acostumbras; luces que solo ves tú; diversiones privadas, secretas, únicas. Amor. Rompecabezas que acaban rotos en el suelo, piezas de nuestro ser que encontramos cuando pensábamos que eran irrecuperables; finales mal acabados; principios perfectos; poemas que nos tocan; insinuaciones innecesarias; lluvia que cae sobre nuestra cara, fresca y agradable, que hace que nos olvidemos de todo y vivamos el momento como si fuese nuestra puerta a un País de las Maravillas reservado exclusivamente para nosotros; brillos en la oscuridad; caras sonrientes en mareas de gente aburrida; adioses tristes, bienvenidas mojadas con alegría.
Czesław Miłosz. Traducido por Xavier Farré.
Me lo envía Raúl Morales.
Te lo envío a ti.
Qué día tan feliz.
Se disipó la niebla temprano, yo trabajaba en el jardín.
Los colibríes se detenían sobre las madreselvas.
No había nada en la tierra que deseara tener.
No conocía a nadie que valiera la pena envidiar.
Olvidé todo el mal acontecido.
No me avergonzaba pensar que era el que ahora soy.
En el cuerpo no sentía ningún dolor.
Al incorporarme, vi el mar azul y unas velas.

Jackson Pollock Autumn Rhythm (1950)
Él dijo: No creo en el perdón.
Hubo una pausa. Se miraron.
Él continuó: El daño hecho (admitiendo que uno le pueda hacer daño a otro) ya está hecho. Creería en el perdón si, por decirlo de alguna manera, tras perdonar, el daño sentido desapareciera, se produjera no olvido del daño sino ignorancia del mismo.
Hubo una pausa. Se miraron.
Él continuó: Si tú me pides perdón, yo podré sentir (o no) el alivio en el presente. De repente el presente se puede convertir en un desahogo. Puedo mirar tu perdón y otorgártelo (¿cómo se puede otorgar lo que no se puede dar?). Lo que no podré otorgar nunca es la ignorancia del daño. Ni a ti ni a mí.
Hubo una pausa. Se miraron.
Él continuó: No querría que equivocaras esto que te digo con el rencor porque el rencor es una ira envejecida y puede muy bien ocurrir (o es tan posible que ocurra) que no quede rencor en mí, ningún tipo de violencia, ningún anhelo de venganza (o revancha) sino que tan sólo quede de aquel acto que hoy te trae a pedirme perdón, el recuerdo del dolor y que al ser recuerdo está sujeto a las leyes falibles de la memoria. Incluso podría ocurrir que el perdón que tú me pides esté relacionado con un hecho que no recordamos de igual forma y que no tuvo (de seguro) las mismas consecuencias para ambos.
Hubo una pausa. Se miraron.
Él dijo: Así es que el perdón es más una actitud que un acto y por lo tanto no se puede pedir ni dar. Tan sólo se puede vivir.
Hubo una pausa. Se abrazaron.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/12/2012 a las 10:12 |