Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Una viandante. Séptima cita del mes de mayo.


Escuchado cuando he ido a por el pan (hace diez minutos). Una mujer vieja, pintarrajeada como una puerta.

Mujer vieja:
¡Mierda de sol que no me deja ver el móvil!

Glosa:
¿No sería más sensato (incluso sabio) decir: mierda de móvil que no se ve con el sol?


Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/05/2013 a las 12:41 | Comentarios {0}


Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Libro Tercero. Del mundo como representación. Segunda consideración. La representación independientemente del principio de razón: la idea platónica: el objeto del arte. Editado por Akal, 2011. Traducido por Rafael-José Díaz Fernández y Mª Montserrat Armas Concepción


Laocoonte y sus hijos (detalle)
Laocoonte y sus hijos (detalle)
La angustia de Laocoonte se produce cuando las serpientes Caribea y Porce emergen de las aguas y devoran a sus hijos. Laocoonte se lanza a luchar contras las serpientes y también resulta devorado. Este hecho luctuoso ocurre durante la guerra de Troya y lo cuenta Virgilio en la Eneida.

§ 46

Es evidente que Laocoonte, en el célebre grupo escultórico, no grita, y la sorpresa general, siempre recurrente, que esto causa proviene de que, en su situación, todos gritaríamos. Así lo exige también la naturaleza, pues en el dolor físico más agudo y en la angustia corporal más intensa, cuando ésta se presenta de manera súbita, toda reflexión, que en otras circunstancias podría aconsejarnos una resignación silenciosa, queda enteramente suprimida de la conciencia, y la naturaleza se desahoga gritando; con los gritos expresa a la vez el dolor y la angustia, llama a quien pueda salvarla y espanta al agresor. Ya Winckelmann echó en falta la expresión del grito, pero en su deseo de justificar al artista hizo realmente de Laocoonte un estoico que no consideraba acorde con su dignidad gritar secundum natura, añadiendo al dolor la inútil coacción de reprimir su exteriorización. Por eso, Winckelmann ve en Laocoonte el espíritu probado de un gran hombre que se enfrenta a su martirio y trata de reprimir la expresión de sus sensaciones y ahogarla dentro de sí; no prorrumpe en grandes gritos, como ocurre en Virgilio, sino que sólo se le escapan suspiros de angustia. Lessing criticó esta opinión de Winckelmann en su Laocoonte: sustituyó la razón psicológica por la puramente estética: la belleza, es decir, el principio del arte antiguo, no admite la expresión del grito. Lessing añade otro argumento: un estado totalmente pasajero e incapaz de prolongarse no debe ser representado en una obra de arte inmutable. [...]
No puedo menos de sorprenderme  de ver cómo hombres tan reflexivos y perspicaces se han esforzado tan penosamente y han ido a buscar tan lejos razones insuficientes, argumentos psicológicos y hasta fisiológicos para explicar un asunto cuya razón está muy próxima y es evidente para el espectador imparcial. [...]
Antes de cualquier investigación psicológica y fisiológica sobre si Laocoonte en su situación gritaría o no (cuestión a la que yo respondería de manera absolutamente afirmativa), hay que empezar declarando que la acción del grito no puede ser representada en el grupo [escultórico] que nos ocupa por la sencilla razón  de que su representación cae fuera del dominio de la escultura. No se puede representar en mármol a un Laocoonte que grita; a lo sumo se le podría haber representado abriendo la boca e intentando gritar sin resultado, un Laocoonte cuya voz se ahoga en su garganta, vox faucibus haesit (Virgilio, Eneida, 2, 774). La esencia, y por consiguiente, también el efecto del grito en el espectador consiste exclusivamente en el sonido, y no en estar con la boca abierta. Este último fenómeno, inseparable del grito, ha de estar motivado y justificado por el sonido que lo ha producido; entonces es aceptable y hasta necesario como característica de la acción, aunque perjudique la belleza. Pero sucede que en las artes plásticas la representación del grito  es totalmente extraña e imposible; además, la condición del grito, esa abertura violenta de la boca que trastorna las facciones y el resto de la expresión, sería realmente incomprensible; pues entonces, y al precio de muchos sacrificios, tendríamos ante nosotros el medio, mientras que el fin, es decir, el grito mismo, junto con su efecto en el ánimo, quedaría inexpresado. Es más: se produciría de este modo el espectáculo siempre ridículo de un esfuerzo fracasado.

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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/05/2013 a las 11:47 | Comentarios {0}


Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo) 1936. Escrito por Antonio Machado. Editado por Clásicos Castalia. 1985. Edición de José María Valverde.




Pag. 65

Sed modestos: yo os aconsejo la modestia, o por mejor decir: yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano. Recordad el proverbio de Castilla: "Nadie es más que nadie". Esto quiere decir cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre.
Así hablaba Mairena a sus discípulos. Y añadía: "¿Comprendéis ahora por qué los grandes hombres solemos ser modestos?".

Antonio Machado y sus mundos
Antonio Machado y sus mundos

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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2013 a las 13:56 | Comentarios {0}


Franz von Bayros. El jardín de Afrodita. Cuarta cita del mes de mayo.

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Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/05/2013 a las 17:42 | Comentarios {0}


Todo cuenta. Del pasado remoto al futuro incierto. Artículos de Saul Bellow. Traducción de Benito Gómez Ibáñez. Editado por Galaxia Gutenberg


Saul Bellow
Saul Bellow


En la época de mister Roosevelt. Artículo escrito en 1983 para Esquire

[...]  En política interior, la intuición decisiva de FDR (Franklin Delano Roosevelt, presidente de los Estados Unidos entre los años 1933-1945. Gestionó los años de la Gran Depresión) fue comprender que un presidente debe explicar las crisis a la opinión pública en los términos más claros posibles. La democracia no puede prosperar si los dirigentes carecen de pedagogía o capacidad de brindar consuelo. Cierto grado de engaño es inevitable, claro está. Hay tantas instituciones sociales basadas en la superchería que no cabe esperar que un presidente lo "diga todo". Decirlo todo es, en principio, tarea de los intelectuales. A Roosevelt le bastaba con atacar a las grandes empresas y denunciar a los malhechores acaudalados. No era un filósofo. Para sus relaciones con la opinión pública, sin embargo, podría decirse que se inspiró en Isaías: "Consolaos". Entre sus sucesores en la Casa Blanca, sólo Truman, en su diferente estilo de "que revienten", estableció una comunicación personal con los votantes. Algunos de nuestros últimos presidentes, refinados tecnócratas, se han resistido instintivamente a establecer relación personal con la opinión pública. Para Johnson y Nixon era incluso una abominación. Pero ellos no eran verdaderos dirigentes, sino políticos profesionales que operaban entre bastidores. La sola idea de hablar sin tapujos a la opinión pública les producía horror. Obligados a dar muestras de sinceridad y hacer llamamientos a la confianza, apartaban la cabeza, los ojos velados, la voz apagada. Para un hombre como Lyndon B. Johnson, plagado de poderes y secretos, inclinarse humildemente ante las cámaras resultaba aterrador. No era un Coriolano, sino un técnico de la democracia. Con esos tecnócratas en el poder, la decadencia resulta inevitable.

Invitados

Tags : Citas del mes de mayo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/05/2013 a las 10:09 | Comentarios {2}


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