Leonardo da Vinci, El Corazón.
Ayer me levanté tarde (pensé, Tengo que volver a escribir ensayitos sobre los temas más dispares en la página, demasiado diario. Luego me dice otra conciencia, Escribe lo que tengas que escribir, esa es tu libertad y la de los lectores será seguir leyéndote o dejarte una temporada). La noche anterior Pedro y yo estuvimos de conversa hasta altas horas de la madrugada. Violeta dormía en casa de su prima Paula. La vida en Madrid seguía siendo amable. Hacia las dos me fui a comer a casa de mi madre.
Estuvimos Violeta y yo en el cine Capitol, en la calle Gran Vía y luego vinimos caminando hasta la calle Mayor, nuestra nueva casa. Ella estuvo a gusto. Quizá fue en ese momento, cuando la veía meterse en su cama, arroparse y quedar dormida cuando me vino a la cabeza la pregunta y su respuesta. Pero fue muy rápido, no permaneció ninguna en mi cabeza. Seguí con la rutina del día. Dormí a pierna suelta hasta la mañana del domingo sin que ni la pregunta ni la respuesta acudieran de nuevo a mí, sin recordarlas siquiera. Nos vino a buscar Tito y nos fuimos con él, Pilar y Candela a pasear por la plaza de Oriente y luego tomamos un aperitivo por las viejas calles de la ciudad y comimos en su casa y Violeta hizo sus ejercicios y luego la llevé a casa de su madre en el coche. Entonces quedé con un amigo al que no veía hace mucho tiempo y hablamos y mientras hablábamos la pregunta y su respuesta de la noche anterior volvieron a acudir pero esta vez de una forma clara y persistente.
Yo podía hablar de otras cosas y fue de hecho lo que hice pero mi cabeza y mi hígado estaban en otro sitio, estaban en esa pregunta y en esa respuesta que eran, ambas, concisas y verdaderas sólo que me producían -por esas mismas cualidades- un grado de perplejidad increíble como si me hubiera despertado de un sueño muy real, como si las razones de los seres humanos me hubieran cogido siendo mapache y una vez vuelto a mi condición humana se me hubiera esclarecido -y de ahí la perplejidad- una cuestión a la que paradójicamente yo daba la respuesta correcta con argumentos equivocados (incluso contrarios a la propia respuesta).
Me acosté la noche del domingo con esa desazón en el alma. Con la sensación de ser un ingenuo. Y así el fin de semana me trajo las evidencias de que tengo una relación preciosa con mi hija y de que soy, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.
Estuvimos Violeta y yo en el cine Capitol, en la calle Gran Vía y luego vinimos caminando hasta la calle Mayor, nuestra nueva casa. Ella estuvo a gusto. Quizá fue en ese momento, cuando la veía meterse en su cama, arroparse y quedar dormida cuando me vino a la cabeza la pregunta y su respuesta. Pero fue muy rápido, no permaneció ninguna en mi cabeza. Seguí con la rutina del día. Dormí a pierna suelta hasta la mañana del domingo sin que ni la pregunta ni la respuesta acudieran de nuevo a mí, sin recordarlas siquiera. Nos vino a buscar Tito y nos fuimos con él, Pilar y Candela a pasear por la plaza de Oriente y luego tomamos un aperitivo por las viejas calles de la ciudad y comimos en su casa y Violeta hizo sus ejercicios y luego la llevé a casa de su madre en el coche. Entonces quedé con un amigo al que no veía hace mucho tiempo y hablamos y mientras hablábamos la pregunta y su respuesta de la noche anterior volvieron a acudir pero esta vez de una forma clara y persistente.
Yo podía hablar de otras cosas y fue de hecho lo que hice pero mi cabeza y mi hígado estaban en otro sitio, estaban en esa pregunta y en esa respuesta que eran, ambas, concisas y verdaderas sólo que me producían -por esas mismas cualidades- un grado de perplejidad increíble como si me hubiera despertado de un sueño muy real, como si las razones de los seres humanos me hubieran cogido siendo mapache y una vez vuelto a mi condición humana se me hubiera esclarecido -y de ahí la perplejidad- una cuestión a la que paradójicamente yo daba la respuesta correcta con argumentos equivocados (incluso contrarios a la propia respuesta).
Me acosté la noche del domingo con esa desazón en el alma. Con la sensación de ser un ingenuo. Y así el fin de semana me trajo las evidencias de que tengo una relación preciosa con mi hija y de que soy, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.
Escrito por Violeta García-Loygorri Tinajas.
Edad: 10 años
La Reina Guirnalda con su corona de Golosinas dibujada por Violeta
Érase una vez un lugar donde sólo se comían golosinas. Este lugar se encontraba al norte de Francia pero se hablaba español. El lugar se llamaba Golosolandia.
Un día todos los niños de Golosolandia se pusieron enfermos, todos los padres de Golosolandia se pusieron enfermos y todos los ancianos de Golosolandia estaban más frescos que el agua. Era un virus muy extraño porque los ancianos y los que no tenían hijos no se contagiaban, en cambio los demás sí.
Alrededor de Golosolandia había unos pueblos como Enfermoslandia donde todo el mundo estaba enfermo; Listolandia donde todo el mundo era muy listo o Pelucaslandia donde todo el mundo llevaba una peluca. Ya te habrás dado cuenta de que no tienen nada en común, bueno, sólo una cosa: en todos esos pueblos hay médicos y como los habitantes de los pueblos eran muy amigos, los médicos de estos pueblos se acercaron a ver tal virus. Ninguno supo arreglarlo y buscaron otros médicos en Francia, cosa que no les sirvió de mucho. Así se recorrieron medio mundo, buscando médicos, hasta que no tuvieron más remedio que ir a Tenebrosolandia. Allí no existía el color por lo que cuando entraron hubo una gran admiración. Preguntaron por el hospital y les dijeron que allí no había y que si necesitaban medicinas que fuesen a la cueva de Sarpios. Sarpios era el brujo más malo de todos los malos aunque él decía que no. Les dio un bote de Axpiritolucacina con un papel en el que ponía esto: Si al tomar esto estornudáis, con vuestra vida acabáis. Firmado: Sarpio
Todos estaban muertos de miedo y dudaron mucho si cogerlo pero lo aceptaron porque no había otro remedio. Salieron pitando y llegaron a Golosolandia, comieron y se tomaron eso procurando no estornudar. Al cabo de un minuto a todos les empezó a picar la nariz. "¡Achchchciiiiis!" dijo uno. ¡Achchchchchiiiiissssss!", dijo otro y así durante cinco horas seguidas. Parecía que cantaban una canción: Achis, Achus, Achos, Achiro, Achero, Chon.
Esa noche todos dormían intranquilos por aquella misteriosa advertencia. Al día siguiente todos se despertaron normal pero verdes y muy bajitos. Al acostarse estaban un poco incómodos en la cama, pero, si supiesen la sorpresa del día siguiente ¡¡¡¡ERAN SAPOS Y RANAS!!!! Todo el pueblo se había convertido en asquerosas ranas. TODO EL PUEBLO. La reina superenfurecida le mandó esta carta a Sarpios: Si tú nos has hecho esto, yo algo peor te podré hacer. Fdo: Guirnalda, Reina de Golosolandia.
Y así se alzaron en armas (de golosinas, claro) contra ellos. Y ganaron y ya vuelven a ser ellos mismos.
FIN
Invitados
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/04/2009 a las 10:41 | {0}
Ha amanecido raro.
Con un dolor de espalda antiguo.
Tengo temor.
Uno de esos días.
Veré si lo puedo superar.
Si hago algún esfuerzo.
O si no hago nada y dejo que el día transcurra.
Aguantando.
Queda tiempo.
Queda mucho tiempo.
Ahora le toca a Violeta asumirlo.
Le será difícil.
Ya lo es.
Por eso, fundamentalmente, ha amanecido raro.
Es miércoles y me siento culpable
de todo lo que cree que ha perdido.
Y es muy complicado explicar que nada se pierde
porque nada se tiene (también me es complicado entenderlo. También me esfuerzo en entenderlo).
A lo mejor alguna filosofía oriental
tan falsa como cualquiera occidental no hay más que ver cómo se enfrentan en Tailandia.
O cómo se matan en la India.
O cómo ajustician en la China.
No conozco lugar en la tierra donde no exista la barbarie.
Luego está la literatura y los hombres que saben escribir el sentido común. Otra cosa es practicarlo.
Esta mañana del quince de abril
me hace temer.
El día gris tras los cristales sucios. La lejanía. El no canto de los pájaros. El movimiento de la gran ciudad. Las horas que van pasando y se acerca ya el momento de irla a buscar. Un poco vagabundos sin la gracia melancólica de Charlot.
Había construido algo hermoso.
Reconozco la dificultad para aceptar que ya no existe.
A mí también me cuesta.
Con un dolor de espalda antiguo.
Tengo temor.
Uno de esos días.
Veré si lo puedo superar.
Si hago algún esfuerzo.
O si no hago nada y dejo que el día transcurra.
Aguantando.
Queda tiempo.
Queda mucho tiempo.
Ahora le toca a Violeta asumirlo.
Le será difícil.
Ya lo es.
Por eso, fundamentalmente, ha amanecido raro.
Es miércoles y me siento culpable
de todo lo que cree que ha perdido.
Y es muy complicado explicar que nada se pierde
porque nada se tiene (también me es complicado entenderlo. También me esfuerzo en entenderlo).
A lo mejor alguna filosofía oriental
tan falsa como cualquiera occidental no hay más que ver cómo se enfrentan en Tailandia.
O cómo se matan en la India.
O cómo ajustician en la China.
No conozco lugar en la tierra donde no exista la barbarie.
Luego está la literatura y los hombres que saben escribir el sentido común. Otra cosa es practicarlo.
Esta mañana del quince de abril
me hace temer.
El día gris tras los cristales sucios. La lejanía. El no canto de los pájaros. El movimiento de la gran ciudad. Las horas que van pasando y se acerca ya el momento de irla a buscar. Un poco vagabundos sin la gracia melancólica de Charlot.
Había construido algo hermoso.
Reconozco la dificultad para aceptar que ya no existe.
A mí también me cuesta.
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2009 a las 10:12 | {0}
Siento el impulso de algo que no alcanzo. Pasan los días demasiado rápido. No me da el tiempo. Todo son sensaciones. Yo quisiera encajar la vida y abrazarla. Quisiera ser discreto, emocionante y comedido. O como Leonard Cohen tan lleno siempre de buenas intenciones y realismo sucio. Siento los impulsos. Siento la sangre palpitar. Intento concentrarme en la confianza, en el desapego y la continencia mental. Mesura. Pero aún no me da el tiempo. Es como si quisiera llegar a la meta. Y eso es un error. Eso es un gran error. Sobre todo porque la carrera no ha hecho más que empezar. Ahora ya es la noche y voy a fumarme un último cigarrillo antes de irme a la cama. Mi pequeña cama, en mi acogedora habitación. En el centro de Madrid, en el Madrid de los Austrias, con su aspecto de pueblón castellano, de la Castilla ardiente. El agua a un lado. Violeta cuando era niña con el pelo corto y los ojos grandes al otro lado. La cama tras de mí. De frente una pared blanca.
Hoy me he cortado los dedos con los excrementos secos de una paloma. El corazón y el índice izquierdos. Sobre todo el corazón. Estaba pegado al cristal de la ventana trasera del coche. Es el material más sorprendente con el que me he cortado jamás. No voy a buscar una analogía con los días que vivo porque no es mi intención. Es un hecho real tan absurdo en sí mismo que se explica sin más.
Un día de abril.
Hoy me he cortado los dedos con los excrementos secos de una paloma. El corazón y el índice izquierdos. Sobre todo el corazón. Estaba pegado al cristal de la ventana trasera del coche. Es el material más sorprendente con el que me he cortado jamás. No voy a buscar una analogía con los días que vivo porque no es mi intención. Es un hecho real tan absurdo en sí mismo que se explica sin más.
Un día de abril.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/04/2009 a las 00:21 | {0}A Margarita Perla
Con el idioma descocido
de los marineros
con el idioma desconocido
de los albañiles
con el idioma desconocido
de las partes internas del cuerpo
rodearte de metáforas,
metamorfosearte
en cuaderna, cabo o palo de mesana
describirte
por poleas, plomadas, baldas
acariciarte
las apófisis, las articulaciones, los hemisferios craneales.
Con el idioma de los viejos
besarte
Con el idioma de las putas
enredarte con calor de sexo
(introducción, sacudida, pérdida)
Con el idioma de los presidentes
declararte mi imbecilidad de hombre
(devaluado, inflacionado, parado)
Con mi propio idioma
y el de los míos
llevarte de aquí para allá
donde la luna se sumerje en sangre
atraerte hacia mis partes escondidas
pene, polla, pito, verga, huevos, cojones,
pendientes, lengua...
Con el idioma de mi barrio
(oscuro barrio de fascistas)
berrear nuestras locuras
Con el idioma de los árabes
las ideas impracticables.
Con todos los idiomas reunidos
lanzar un eructo tan fuerte
como el grito de satisfacción
de una monja que descubre su deseo
(¿hacia dios?)
Con mi idioma, sólo con mi idioma,
el que yo utilizo inconsciente:
torrentes, cascadas, oleadas, maremotos,
huracanes, sombras y faroles.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/04/2009 a las 22:17 | {0}
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Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/04/2009 a las 12:27 | {0}