Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
A Florián le despiertan las carreras de unos niños en el piso de arriba. Está vestido. Tiene frío. Se levanta sin rémora de pereza, se mete en la ducha y entra en calor. Cierra las ventanas. Se hace un café. Se queda en la cocina ensimismado con un calendario con fechas marcadas del mes siguiente. Entre ellas el cumpleaños suyo. Piensa Florián, Quizá ya tenían mal la memoria. Sale de la cocina. Mira el día a través del ventanal del salón. Está nublado. Cuando ya se ha despertado coge el teléfono y responde una a una a todas las llamadas del día anterior. Luego llama él a una agencia inmobiliaria para iniciar los trámites de la venta de la casa. Una agente queda en pasarse esa misma tarde para tasarla.
Florián está en medio del salón. Mira los objetos, los cuadros, los libros, las alfombras, las lámparas. Se dirige a algunos. Los toca. Empieza a hacer lo mismo por toda la casa. En la habitación de sus padres abre el armario. Mira las ropas de ambos. No mira en los cajones de la ropa interior. Al apartar un abrigo de su padre, en el suelo del armario, al fondo, ve una caja de zapatos de Pepe Albadalejo. Recuerda aquel par de zapatos que tanto le gustaban a él y a su padre. Se inclina para cogerla. La coge y le extraña el peso. La abre y encuentra que toda la caja de zapatos está llena de cintas de video.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/04/2010 a las 12:58 | Comentarios {0}


Lo primero que hace Florián es irse al teleférico de la ciudad. Cree que es un buen homenaje. Es un día entre semana de un mes no muy dado a que la gente suba en un teleférico. Se encuentra solo en la cabina. Hace el trayecto solo. No se emociona.
Lo segundo que hace es volver a casa. A la casa de sus padres mejor dicho. A la casa vacía de sus padres. No había vuelto por ahí desde hacía seis años. No los veía desde hacía dos. No pensó nunca que la siguiente vez que los viera estarían muertos. Sí pensó que uno de los dos podría morir. Eso siempre se piensa -se decía a veces-. Pensar en un accidente es casi un oximorón. Nunca pensó en un accidente.
Florián reconoce el olor de la casa y de sus cosas. Abre todas las ventanas. Se hace un café. Se sienta en su sillón de siempre y pone la televisión. Así transcurren seis horas llenas de llamadas de teléfono. No contesta a ninguna. En la televisión ve una competición de deporte extremo, tres telediarios, una retransmisión en diferido de una carrera de Fórmula 1, un programa de entretenimiento, un documental sobre la desertificación de Suecia y una película.
Lo tercero que hace es apagar la televisión, tumbarse en la cama y quedarse dormido.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/04/2010 a las 19:04 | Comentarios {0}


Ideas. Historia intelectual de la humanidad.
Peter Watson


Secular
Pietro Pompanazzi (1462-1525) es un ejemplo representativo de la filosofía del Renacimiento. Este pensador concluyó que el aristotelismo no podía demostrar que el alma tuviera una existencia independiente, y aunque no negó la inmortalidad de ésta, señaló que el problema era irresoluble y que, por tanto, un sistema ético basado en recompensas y castigos después de la muerte carecía de sentido. En su lugar, sostuvo que era necesario construir un sistema vinculado a esta vida. La recompensa de la virtud es la virtud misma mientras que el castigo del vicioso es el vicio. (pag. 629)

P.S. Toda la obra de Pompanazzi fue enviada a la hoguera y quemada por orden de la autoridades religiosas. Él logró salvarse del mismo destino gracias al cardenal Pietro Bembo, amigo suyo y admirador del pensamiento pagano.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/04/2010 a las 20:06 | Comentarios {0}


He salido de mí. De esta ausencia de todo. El mundo se ha desprendido como si fuera la piel mudada de una serpiente. Miro a los hombres y sus costumbres con la distancia de un gusano. Me alejo de sus conversaciones de café, de sus saltos absurdos, todos con red. Hay días en los que la certitud me absorbe y me quedo quieto, en una contemplación estúpida de lo que no merece la pena ser contemplado. Escucho los consejos que nadie ha pedido y me resultan de una vacuidad insultante. Siento la vergüenza que el otro (el que se dedica a aconsejar) no está sintiendo. Me regaño a mí mismo y me digo que el gusto que siento por la masturbación debe tener su correlato en la paja mental. Pajas mentales, me digo. Expulsión de pensamientos en absoluto certeros, sin fin, sin trayecto. El día avanza desde muy temprano entre el silencio y la decepción. Como la lluvia y los cielos muy grises que se descargan con una premura casi triste.
Me ensimismo con una competición deportiva. Abogo por la distancia como arma. Pasan las horas rápidas y necesito dormir mi quietud cuando la tarde se vuelve clara y los pensamientos siguen estancados. Despierto. Me ducho. Salgo a la calle. Miro las caras de las gentes y la belleza de algunas mujeres (me siento patético con esta constante búsqueda de otro cuerpo que me aguante). En la Plaza Mayor encuentro una escena bellísima: un hombre toca el acordeón, dos mujeres violines, y una pareja baila el viejo madrigal francés que los músicos interpretan. El gesto de la joven que baila es de una delicadeza antigua. El del joven con el que baila de una compostura caballeresca. Envidio esas manos que se están cogiendo, esos cuerpos que al unísono se mueven en un aire que en todo les pertenece. La sonrisa que ella le dedica. El gesto que él atesora para ella. Tanta belleza me duele.
Entro en el cine y veo una película moderna. Me aburro mucho con tantos muertos que se levantarán cuando la toma termine, con tantas explosiones controladas, con tantos primeros planos y colirio en los ojos. Me aburren los comentarios de los espectadores y los gestos de asco cuando una mano se introduce en los intestinos de un cadáver que no está muerto. Me dan ganas de gritar. Me dan ganas de protestar. Pero sé que es porque el mundo me ha abandonado. Porque soy un puto gusano.
La noche ha caído. Recorro el mismo camino. Hablo por teléfono con mi madre y me agrada su conversación. Entro en un bar. Me tomo un bocadillo de calamares y un par de cervezas. Crece la luna, como un cuchillo sarraceno, sobre nuestras cabezas. Sigo en mi silencio. Estoy en la habitación que de prestado ocupo. Me beberé una cerveza y leeré un rato.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/04/2010 a las 22:38 | Comentarios {0}


Estulticia: Locúra, bobería, necedad y falta de juicio. Es voz latina y de poco uso. Lat. Stultitia Palom. Mus. Pict. lib. 4 cap. 2 Cierta especie de estultícia y descuido digno de grave reprehension, es desvelarse los hombres en cultivar la hacienda que han de dexar à sus hijos.. Cast. Solorz. Donair. Prolog. Sin más que tu agudeza, tu estultícia.

Necear. v. n. Decir necedades ò porfíar neciamente en alguna cosa. Es formado del nombre Necio. lat. Ineptire Pic. Just. f. 274 Y todo lo demás que en tales ocasiones se suele necear.. Villeg. Erot. Od. 31. Solo con gracias a nosotros vengas/ y no con discreciones/ que es dulce el necear en ocasiones.

Necedad S. f. Ignorancia total de las cosas, en quien debía o podía saberlas. Lat. Ignorantia, Fatuitas Boc. de Or. cap. 5 Mejor es la ceguedad que la necedad, cá por la ceguedad témese hombre de caer en el foyo, è por la necedad témese de caer en la muerte. Quev. Fort. Tiene repartidas la necedad por los hombres estas infernales cláusulas: quien dixera, no pensaba, &c..

Necedad: Se toma también por el dicho ù hecho fuera de razón, nacido de la ignorancia de las cosas, ù de las circunstancias de ellas. Lat. Ineptia. Lor. Arcad. f. 179. Haciendo alarde de tus flaquezas, la que pudiera mas de sus necedades. Cerv. Quix. tomo 2 cap. 39. El haberse casado con un Caballero tan gentilhombre, y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad, en verdad que aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa..

Necedad: Se toma asimismo por imprudencia, terquedad o porfía. lat. Imprudentia. Temeritas.

Bajo la sombra de este peligro, caminar es arriesgado. El camino se tuerce cuando asoma la necedad en sus veredas.
Piénsese: es la noche. Dos hombres están sentados. Uno frente al otro. En sus gestos se adivina la edad y todas las arrugas que ello conlleva. Arrugas de ánimo.
O: Una mujer desea a un hombre. Están en una cocina. Apenas se escucha el mundo fuera. Todo está dentro en ese instante de esas vidas.
Piénsese: Uno de los hombres le dice al otro, Y a ti te falta todavía algo esencial. Importantísimo. Te falta ser un cínico.
Esa noche transcurre. La vida pasa en esos alardes. Demasiado, piensa uno de los hombres, el que según el otro todavía no es cínico. Lo suficiente. Lo suficiente.
Las contradicciones pueden no ser necesariamente necias. Pero hay mucha necedad en las contradicciones.
No se puede alardear de humilde si la soberbia surge a cada rato. O el orgullo que es una soberbia burguesa.
No se puede alardear de libre si el deseo no se satisface con alegría. Incluso más, con encanto. Satisfacer el deseo con encanto.
Inmaduros. Egoístas. Agrestes (no sé por qué me surge este concepto). Asolados.
Piénsese: El hombre que no es cínico se llama D. y el hombre que aconseja serlo se llama Q. D. mira a Q.. Quisiera ser sincero. Quisiera poder hablar. Siente la furia de la lluvia en los cristales. Tras él. Al mismo tiempo siente una paz fuerte. Una paz que tira de él hacia dentro. Decide seguir escuchando.
O: la mujer se afana en una larga discusión sobre el sentido de la oportunidad y se alarma por unas valoraciones del hombre acerca de su interés por ella.
La necedad es un abismo. No tiene suelo. Se puede llegar hasta lo más intestino y dar vueltas en una explicación de las cosas, en un sucederse los sucesos que puede llegar a cegar ese resquicio de verdad que asoma siempre en nuestra lengua cuando estamos mintiendo. La necedad se alimenta de ausencias. Se alimenta de hambre.
Piénsese en la inseguridad de D. y Q.. Sobre la noche el temor asoma. No dejar al silencio que tome las riendas. Callarse. Mantener el silencio como arma defensiva. Ni siquiera necesitar morderse la lengua. Nada hay que decir. Todo sería necio. Porfíar neciamente es dañarse seriamente el hígado, piensa D. y también piensa, ¿Qué me pasa? ¿por qué he vuelto a perder el don de la indiferencia? ¿Cuántas veces habré de aprender lo mismo? ¿por qué me sigue mirando con esa miserable superioridad? ¿cómo no soy capaz de transmitirle mi perplejidad? Q., por su parte, aturdido de impaciencia y soberbia habla de que cuando él eligió a D. como amigo. Más: le eligió como discípulo y Q. mira fijamente a D. y continúa su escalada argumentando que aunque D. nunca lo hubiera reconocido él -Q.- fue su maestro.
O: la mujer que se llama Ll. sabe que no podrá dejarse llevar. Mira al hombre T. mientras muerde un pastelillo y sabe que no podrá llegar a él. Sólo si él se mostrara. Sólo si él se arriesgara. La baraja por la mano. Estrategias dirán los benditos estúpidos. Necedad pensarán los escépticos de sí mismos.
Necean los dos ejemplos. Nada se consolida. El tiempo se aburre sobremanera en esos falsos aproach. Llega la llaga hasta el estómago. Alguien quiere terminar la tarde de domingo y sumergirse en un baño de agua.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/04/2010 a las 11:19 | Comentarios {0}


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