Somos un sueño imposible que busca la noche (Canción popular)
Interpreta Alexander Nehamas en su ensayo El Arte de Vivir la trayectoria del filósofo Foucault como un ir de la crítica negativa de la Ilustración y la imposibilidad de un Yo hacia la creación de un Yo (un sujeto) como obra de arte (...) luego fue pasando el día y la frase quedó ahí. Un inicio abortado. Esta entrada es un aborto. Diseccionemos: altavoces, plataforma, negro, prisma (o cuarzo), cable, chaqueta blanca, verde, agenda, seis cajones, una película sórdida, un borracho, la latencia del corazón, las uñas, nadie, dos ruedas, la luz sí, Joan Brossa, el arte hablado, las cuentas, los recuerdos, la esperanza, una decisión, el picor, el olor de las sábanas, Polibio, Hegel en God & Gun Sánchez Ferlosio, volver, septiembre, conferencia sobre la verdad, Agamenón vuelve tras más de dos mil años y se despista, ¡qué impresionante ¿Quién teme a Virginia Woolf? Edward Albee! quería hablar de Albee, hablé de Albee, el vino, él vino (sólo una tilde), diseccionado, en la noche, poliuretano, sé que no te gusta, la ventana, las hojas/otoño, casí, dos días, la barandilla, una madre con su hija, dos ruedas, una cocina oxidada en la ladera, tierra quemada, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo?, las manos, la pata derecha, la negra, los fuegos, hay un disturbio, escribí antes disturbio, sabía escribir disturbio, ahora se calma, también, al final... hay que salir.
¿Qué enfermedades pueden existir en el cuerpo más graves que estas dos, la aflicción y el deseo? Cicerón. Disputaciones tusculanas. Libro III
Derivación a árbol. Perteneciente a la Serie fotográfica Espasmos de Olmo Z. realizada en fecha desconocida
¡Cómo bramaba! Era un quejido apenas velado. Diría que el alma se alzaba en la ladera... si en el alma creyera. La constelación se armaba con una panoplia compuesta de elementos de tipo defensivo (casco, krános; hombrera, epibraxiónion; coraza, thórax; protección del antebrazo, epipêkhÿon; ventrera, mitra; escudo, aspís —generalmente redondo—; muslera, paramérídion; greba, knemis; tobillera, episphÿrion; y protección del pie, epipodíon) y de armas ofensivas (lanza, dóry, de unos 2 m. de longitud; y espada, xíphos, de doble filo). Como una Atenea armada iba. Como una Atenea la recordaba sólo que en lo alto. En lo alto el último mes cuando agosto era una cárcel de cristal y verde. ¡Cómo sollozaba el viento! ¡Cómo se encrespaban las olas en el pantano! ¡Cómo el olor del fango se hacía hiriente mientras la tarde moría en brazos de la noche y el camino se oscurecía a marchas forzadas con el peso de las armas en el cuerpo todo! ¿quién no aceptaría que todos los insensatos están locos como tan bien lo expresó Diógenes Laercio? Y quién en su cordura no aceptaría las palabras de Ennio cuando asegura un alma enferma siempre se equivoca y no es capaz ni de soportar ni de resistir; nunca deja de sentir deseos. ¿Quién no entiende que para el hombre que cruza el ponto en una barquichuela los sentimientos no existen? ¿Quién no aceptaría que el hambre deja de lado las miserias sentimentales y que la necesidad es el mayor enemigo del poeta? ¿Quién no acepta que la madre que ve a su hijo ahogarse tras escapar de una guerra tiene mucho más peso que Atenea vestida para matar y no ser muerta? ¿Cómo no aceptar estas cuatro paredes como el templo del hombre? ¿Cómo -dímelo tú- que asomabas al anochecer como si fueras a tragarme? ¡Oh, fiera! ¡Oh, inmensa! Me dejaré las uñas largas para arañarte. Me afilaré los dientes para morderte. Preparé mis músculos abdominales para encajar tus golpes aunque Donald Trump consiga ser presidente de los Estados Unidos y Rita Barberá se quede tiesa en el escaño del grupo mixto una tarde en el Senado. Desafiaré tu resplandor, firme sobre mis piernas inestables por mucho que exista un paniaguado llamado Pedro Sánchez o cabalgue por las calles destruidas de Damasco un muchacho con una sonrisa rebosante de estupidez. Que me haré fuerte. Que me haré indemne por mucho que siga de ministro Jorge Fernández Díaz o que Putin haya instaurado en el antiguo imperio ruso la ley de la omertá. Y quiera el cielo que no me invoques, ahora que te enseñoreas del orbe y lanzas tu ojo blanco -completo y con manchas- sobre este planeta aislado donde sucumbimos de palabra y obra y los delfines mantienen corteses conversaciones y el milpies se queja de uno y la obrera quisiera ser reina por un día y el día quisiera mañana probar a ser noche. ¡Qué grande estabas! ¡Qué hermosa eras! ¡Cómo me dueles!
Estoy releyendo una novela que empecé a escribir hace ahora cuatro años. Es francamente buena. No desde mi opinión -que siempre lo sería- sino desde la distancia que permite juzgarla sin pasión. Tiene soltura, ritmo e interés. La novela se llama Yo no existo -si cliqueas sobre su nombre en verde podrás escuchar una grabación que hice del principio de la novela en mayo de 2012-. Tiempo después escribí a lo largo del mes de agosto del año 2014 un serial publicado en este blog cuyo tag es Colección -si quieres leerlo se encuentra a la derecha de la página en la sección llamada Seriales- cuyo protagonista es un personaje llamado Olmo Z. que siguió escribiendo en Inventario hasta que hace unos meses huyó del manicomio de Acra donde estaba recluido. Aquel serial lo reuní en relato largo -o novela breve- al que titulé El Guardés y la colección y que dediqué a L. -una mujer que se lo merecía por lo mucho que me animó. Tanto que parecía Misery-. Este año 2016 he escrito una obra de teatro entre Febrero y Agosto que se titula La Campanilla y de la que hablé en este blog en un artículo llamado Apocalipsis de San Juan (reflexiones sobre preceptiva) -si cliqueas sobre su nombre podrás leerlo-.
Desde hace tres días vengo imaginando una fusión. Es la sensación de que tanto Yo no existo como El Guardés y la colección y La Campanilla forman -en distintas formas literarias- el todo que andaba buscando y cuyo título sería (se me ocurrió ayer por la tarde mientras paseaba) Yo no existe. Tú, no digamos ¿nosotros?
He paseado hoy por el campo intentando desasirme de un sueño de la tarde y la forma de conseguirlo ha sido volver a la construcción de esta novela. No, de esta novela no, de esta pieza que reúne géneros para crear una sensación hiperrealista como si la vida -si pudiera ser contada- se compusiera de muchos géneros, cada uno de los cuales tiene sus reglas, reglas que curiosamente no excluyen regla alguna de ninguno de los otros.
Luego he pensado regalarme un vino y me he ido hasta el Mercadona de Los Arroyos cuando el sol declinaba y unas nubes en todo malvas velaban la faz ya casi orgullosa de la luna. El vino se llama Dama de Toro. Lo he comprado también por el nombre y he pensado si alguna vez se hará un vino que se llame Caballero de Vaca.
Desde hace tres días vengo imaginando una fusión. Es la sensación de que tanto Yo no existo como El Guardés y la colección y La Campanilla forman -en distintas formas literarias- el todo que andaba buscando y cuyo título sería (se me ocurrió ayer por la tarde mientras paseaba) Yo no existe. Tú, no digamos ¿nosotros?
He paseado hoy por el campo intentando desasirme de un sueño de la tarde y la forma de conseguirlo ha sido volver a la construcción de esta novela. No, de esta novela no, de esta pieza que reúne géneros para crear una sensación hiperrealista como si la vida -si pudiera ser contada- se compusiera de muchos géneros, cada uno de los cuales tiene sus reglas, reglas que curiosamente no excluyen regla alguna de ninguno de los otros.
Luego he pensado regalarme un vino y me he ido hasta el Mercadona de Los Arroyos cuando el sol declinaba y unas nubes en todo malvas velaban la faz ya casi orgullosa de la luna. El vino se llama Dama de Toro. Lo he comprado también por el nombre y he pensado si alguna vez se hará un vino que se llame Caballero de Vaca.
Documento 11º de los Archivos de Isaac Alexander. Septiembre 1946. Port de la Selva.
Tú conoces, amigo mío, el olor de la higuera en septiembre, ese olor dulce que se extiende en su derredor y que prende en el alma de los hombres un deje de ventura. Lo que quizá no conozcas es la intimidad de la flor del higo -pues ésta existe- sólo que en el interior del fruto, de tal forma que a nuestros ojos es hurtada.
Déjame decirte entonces Septiembre y Luz que Declina ahora que la guineu se ha tumbado en lo alto del camino y me miran sus ojos amarillos con la ternura que destila tras haber saciado su deseo de carne. A lo largo de las colinas que rodean la masía -más allá la mar- la vida brota y se encamina a su morir. No hay queja, querido mío, ahora que me aconsejas que vuelva a la ciudad y ocupe mi lugar en las tertulias de la tarde. No hay queja en mi negativa sólo que he decidido pasar el otoño junto a la condesa Montmercy, mi Pepa, la cual me ha hecho un sitio en su cama para cuando queramos gozar la brisa del otoño enzarzados en la vieja batalla del amor. Quizá no debiera hablarte de la condesa y mi yo, tú que vives desalado las cuitas del desamor y sin embargo creo que hacerte saber que los cuerpos se siguen encontrando en las noches catalanas, te hará bien, tú que me confiesas tu hastío y me juras una fidelidad absoluta a ti mismo y una castidad que ni un cartujo juraría. Porque perder es también uno de los alicientes del juego. Porque en el dolor está el gozo. La apuesta siempre ha de ser fuerte. Por eso te conmino a que no apuestes por la muerte. Sal a los campos de Castilla donde seguro que en algún jardín alguien delicado habrá plantado una higuera que ya en el mes que estamos en vez de higos dará brevas; siéntate y apoya la espalda en el muro -que sea al atardecer, que sea con viento leve-; cierra los ojos y espera a que el aroma de la higuera atraviese tus sentidos y déjate llevar, amado amigo, por la alusiones que plantea; no cercenes la alegría/ de la tarde que alborea; no maldigas la experiencia y luego, sí, luego, si quieres, vete al café donde discutiréis sobre los hechos de los otros sólo que tú estarás bendecido por la flor del higo. Aire de la higuera nacerá de tus palabras y ya verás cómo -Nirvana que siempre se espera- una mujer alegre te mirará -con la sonrisa que yo ahora siento en los ojos ambarinos de la guineu, allá arriba, en lo alto de la cuesta, saciada de carne-dispuesta a entablar contigo la vieja batalla del amor.
Déjame decirte entonces Septiembre y Luz que Declina ahora que la guineu se ha tumbado en lo alto del camino y me miran sus ojos amarillos con la ternura que destila tras haber saciado su deseo de carne. A lo largo de las colinas que rodean la masía -más allá la mar- la vida brota y se encamina a su morir. No hay queja, querido mío, ahora que me aconsejas que vuelva a la ciudad y ocupe mi lugar en las tertulias de la tarde. No hay queja en mi negativa sólo que he decidido pasar el otoño junto a la condesa Montmercy, mi Pepa, la cual me ha hecho un sitio en su cama para cuando queramos gozar la brisa del otoño enzarzados en la vieja batalla del amor. Quizá no debiera hablarte de la condesa y mi yo, tú que vives desalado las cuitas del desamor y sin embargo creo que hacerte saber que los cuerpos se siguen encontrando en las noches catalanas, te hará bien, tú que me confiesas tu hastío y me juras una fidelidad absoluta a ti mismo y una castidad que ni un cartujo juraría. Porque perder es también uno de los alicientes del juego. Porque en el dolor está el gozo. La apuesta siempre ha de ser fuerte. Por eso te conmino a que no apuestes por la muerte. Sal a los campos de Castilla donde seguro que en algún jardín alguien delicado habrá plantado una higuera que ya en el mes que estamos en vez de higos dará brevas; siéntate y apoya la espalda en el muro -que sea al atardecer, que sea con viento leve-; cierra los ojos y espera a que el aroma de la higuera atraviese tus sentidos y déjate llevar, amado amigo, por la alusiones que plantea; no cercenes la alegría/ de la tarde que alborea; no maldigas la experiencia y luego, sí, luego, si quieres, vete al café donde discutiréis sobre los hechos de los otros sólo que tú estarás bendecido por la flor del higo. Aire de la higuera nacerá de tus palabras y ya verás cómo -Nirvana que siempre se espera- una mujer alegre te mirará -con la sonrisa que yo ahora siento en los ojos ambarinos de la guineu, allá arriba, en lo alto de la cuesta, saciada de carne-dispuesta a entablar contigo la vieja batalla del amor.
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/09/2016 a las 12:36 | {0}
Fantasma de olor amado 8. Perteneciente a la Serie fotográfica Espasmos de Olmo Z. realizada en fecha desconocida
Deserta a veces de sí mismo. Una constante azul era hoy y un verso que no llegaba a alejandrino. Escribió silvas... escribía silvas. Las silvas insuperables de Juan de Ávila.
Deserta sí y quisiera no aceptar principios que rigen los destinos de tantos: si te aferras, pierdes.
Es el aire y la cadencia.
Cuenta Heródoto el encuentro entre el rey lidio Creso y uno de los siete sabios de Grecia, Solón. Quiere Creso que Solón le confirme que él -Creso- es el hombre más feliz entre los hombres pero Solón habla antes que de él de un tal Telo de Atenas; Creso insiste en la convicción de que el segundo hombre más dichoso del mundo conocido será él según el sabio Solón pero tampoco es él en esta ocasión sino Cléobis y Bitón hermanos de las tierras de Argos. Creso se siente ofendido y le espeta al sabio su ofensa por no considerarle el más dicho entre los dichosos y oponiéndole además no a grandes reyes o influyentes sacerdotes o eximios artistas sino a simples particulares y responde Solón, con toda cortesía, que no se ofenda pues sólo podrá saber si él, Creso, ha sido el más feliz entre los felices tan sólo cuando acaben sus días.
Contingentes y finitos. Fragilidad. Deserta de sí mismo, sí, a veces deserta de sí mismo. Hoy parecía que iba a desertar una vez más. Hay algo en el aire, se ha dicho. Hay una nostalgia antigua, se ha dicho. A lo largo de la mañana la respiración se le atragantaba en los pulmones altos. Ha estado a punto de desertar. De hecho ha empezado la mañana desertando de levantarse temprano. Y luego la respiración que le ahogaba, ahí arriba, ahí, ahí arriba. No sabe quién de los muchos que habitan en él, le ha hecho meter la toalla, las zapatillas, las gafas, los tapones, el gel, (el champú se le ha olvidado) y la crema en la mochila y le ha llevado a la hora de siempre -las dos y media de la tarde- a la piscina municipal; no sabe quién de los que habitan en él, le ha introducido en el agua y ha vuelto a sentir la diferencia de densidad del agua entre la piscina de este verano y la que ahora usaba como ya le ocurrió hace dos años. En ésta -ha pensado- floto más. Cuando ha iniciado la tanda a espalda, quien le había traído a la piscina -uno de los muchos que habitan en él- le ha abandonado y ha vuelto a sentir el mismo ahogo en los pulmones altos y ha creído que iba a morir ahogado y ha decidido dejar la piscina. Todo ocurría en el décimo largo. Ya se iba. Ya desertaba de sí. Y entonces él, estaba vez era Él que también habita en él, le ha susurrado al corazón, Vuelve a nadar, querido mío. Nada despacio. Muy, muy despacio. Disfruta la cadencia de un brazo y otro brazo. Disfruta del agua. Disfruta de la flotación. Acalla. Nada ocurre y todo está pasando. Nada, amado mío. Nada. Ha vuelto a nadar y ha conseguido calmar la respiración en su nado.
Deserta a veces, sí.
También piensa en Solón y en las costas de Lidia.
Deserta sí y quisiera no aceptar principios que rigen los destinos de tantos: si te aferras, pierdes.
Es el aire y la cadencia.
Cuenta Heródoto el encuentro entre el rey lidio Creso y uno de los siete sabios de Grecia, Solón. Quiere Creso que Solón le confirme que él -Creso- es el hombre más feliz entre los hombres pero Solón habla antes que de él de un tal Telo de Atenas; Creso insiste en la convicción de que el segundo hombre más dichoso del mundo conocido será él según el sabio Solón pero tampoco es él en esta ocasión sino Cléobis y Bitón hermanos de las tierras de Argos. Creso se siente ofendido y le espeta al sabio su ofensa por no considerarle el más dicho entre los dichosos y oponiéndole además no a grandes reyes o influyentes sacerdotes o eximios artistas sino a simples particulares y responde Solón, con toda cortesía, que no se ofenda pues sólo podrá saber si él, Creso, ha sido el más feliz entre los felices tan sólo cuando acaben sus días.
Contingentes y finitos. Fragilidad. Deserta de sí mismo, sí, a veces deserta de sí mismo. Hoy parecía que iba a desertar una vez más. Hay algo en el aire, se ha dicho. Hay una nostalgia antigua, se ha dicho. A lo largo de la mañana la respiración se le atragantaba en los pulmones altos. Ha estado a punto de desertar. De hecho ha empezado la mañana desertando de levantarse temprano. Y luego la respiración que le ahogaba, ahí arriba, ahí, ahí arriba. No sabe quién de los muchos que habitan en él, le ha hecho meter la toalla, las zapatillas, las gafas, los tapones, el gel, (el champú se le ha olvidado) y la crema en la mochila y le ha llevado a la hora de siempre -las dos y media de la tarde- a la piscina municipal; no sabe quién de los que habitan en él, le ha introducido en el agua y ha vuelto a sentir la diferencia de densidad del agua entre la piscina de este verano y la que ahora usaba como ya le ocurrió hace dos años. En ésta -ha pensado- floto más. Cuando ha iniciado la tanda a espalda, quien le había traído a la piscina -uno de los muchos que habitan en él- le ha abandonado y ha vuelto a sentir el mismo ahogo en los pulmones altos y ha creído que iba a morir ahogado y ha decidido dejar la piscina. Todo ocurría en el décimo largo. Ya se iba. Ya desertaba de sí. Y entonces él, estaba vez era Él que también habita en él, le ha susurrado al corazón, Vuelve a nadar, querido mío. Nada despacio. Muy, muy despacio. Disfruta la cadencia de un brazo y otro brazo. Disfruta del agua. Disfruta de la flotación. Acalla. Nada ocurre y todo está pasando. Nada, amado mío. Nada. Ha vuelto a nadar y ha conseguido calmar la respiración en su nado.
Deserta a veces, sí.
También piensa en Solón y en las costas de Lidia.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2016 a las 13:40 | {0}