Fragmento del tomo IV de la Historia de la Literatura Española de Juan Luis Alborg
Ars Poetica del preceptista alemán Johann Christoph Gottsched de 1730
El poeta debe escoger primeramente el precepto moral que desea inculcar a sus lectores. Después inventa un argumento para demostrar la verdad de su precepto. Luego busca en la Historia personajes famosos a quienes haya sucedido algo semejante y de ellos toma los nombres para los personajes de su obra con el fin de darle semejanza de realidad. A continuación busca las circunstancias concomitantes para hacer verosímil el argumento principal, las cuales reciben el nombre de episodios. Divide todo esto en cinco partes, de parecida longitud y las organiza de forma que cada una continúe la precedente; pero no debe importarle demasiado que todo esté de acuerdo con la historia verdadera ni cuáles sean los nombres de los personajes secundarios. nota a la receta de Gottsched de Juan Luis Alborg
Apéndice II La muerte voluntaria en la mitología de Grecia y Roma.
Semper Dolens. Historia del Suicidio en Occidente. Ramón Andrés. Editado por Acantilado.
Fragmento (pag. 453)
La pasión amorosa es la desesperada persecución de un fin, pero sobre todo la búsqueda de una recompensa, el encubrimiento de una necesidad impuesta por Eros y una senda para llegar a una realidad mejor. La idea del amor supone pensarnos fuera de lo que somos; la suya es una proyección idealizada de nosotros mismos y, por encima de todo, la expectativa de acabar con el mundo personal que es visto siempre como algo insuficiente. Se trata de un anhelo de desaparición en el otro, de un voluntario sometimiento del cual, en un momento u otro, nos vengaremos.
¿Era donde las manos se juntaron por primera vez? No habían aparecido los hombres que dirigen a las masas como no habían aparecido para impedir la subida de los precios de la luz para que algunos no murieran congelados o víctimas de una neumonía. Ni los empresarios privados de servicios básicos para la subsistencia que habían subido al máximo el precio de la energía cuando más frío hacía. No, no estaban presentes entre ellos los canallas del mundo la noche en que por primera vez se cogieron las manos. Tampoco pensaron en los articulistas que vocean que el mundo está mejor que nunca y para demostrarlo esgrimen estadísticas de sagradas organizaciones financiadas por los amos del mundo. Ellos se cogieron las manos en la oscuridad de una noche de enero y se miraron a los ojos con cierto temblor y cierto anhelo porque en el Orden del Alma del Mundo conviven los niños soldado y el beso en los labios bajo un mismo cielo y quizás a unos pocos metros. No les preocupaba que un hombre necio -eso es todo lo que se sabe de él hasta ahora porque el que sea poderoso no excluye casi nunca la necedad- fuera a convertirse en el presidente de la nación que más armas fabrica en el mundo porque para ellos el calor del otro conformaba en ese instante ya no sólo su pequeño mundo sino el universo todo y se buscaban la boca con la mirada y él, más tímido, no sabía cómo acercarse a esos labios que lo estaban llamando a gritos. No, no estaban presentes en aquel instante los curas y las monjas con sus gilipolleces de siempre, con su moral de sacristía y Satanás en sus entrepiernas; no estaban los curas sodomitas violando críos en los internados, reventando sus anos con sus pollas sagradas, ni monjas vendiendo los niños de muchachas perdidas con la bendición del Santo Obispo de los Cabrones porque entre ellos, en aquel instante, se generaba una corriente que tenía como cima la esperanza y como suelo lo eterno y así se miraban, se sonreían, jugueteaban con las manos del otro y las estrellas abiertas en canal ante semejante belleza, brillaban más, se enorgullecían de coronar sus cabezas jóvenes. Por el sumidero de la mierda se habían ido todos los dioses vengativos, todos los dioses rectores, todos los dioses moralizadores, todos los dioses soteriológicos, todos los dioses malignos, todos los dioses astutos, todos, todos los dioses omnipotentes, omniscientes y ubicuos porque ninguno de esos dioses podría jamás ver el deseo de ser de esos dos jóvenes. Y cuando se besaron, cuando sintieron por vez primera los otros labios, dicen, que en esa fracción de segundo, mucho más corta que el inicio de una inspiración, la angustia y el dolor de vivir desaparecieron por completo de la vida de los hombres todos y hubo en el concierto universal un quark de absoluto silencio.
Nada presagiaba ayer lo que te iba a suponer la vida. Es cierto que siempre andas ojo avizor con tus sensaciones y que los pensamientos para ti tienen la consistencia de la espuma. Cuando el azul del cielo es cristal piensas en la fragilidad de la vida. Tenías que hacer lo que haces siempre. La ritualidad que genera en el Todo la armonía. Hacerlo con la certidumbre de que ese tú (a ti te hablas en yo) tiene la gracia del número (pura abstracción, restos de contabilidad con las extremidades) y su infinitud. Lo hiciste. Te levantaste tarde tras acostarte tarde la noche anterior imbuido en la insondable sencillez del ajedrez. Sí, te hiciste el café. Sí, te fumaste el cigarrillo. Sí, seguiste con la lectura del libro que te entristece. Y como es preceptivo fuiste al bosque a pasear. Nada presagiaba nada. Quizá -pensaste más tarde- el oleaje del lago o el extraño vuelo de un cormorán que parecía escribir letras en el aire. Nada más. Te adentraste en el sendero, el que nunca es igual. Y poco a poco sin saber de dónde había venido ni por qué, la incosistencia del paso que dabas, la teoría según la cual nunca tocamos nada, la distancia infinita y las palabras empezaron a manar de ti como un torrente que ni siquiera pensaste en parar. Incluso tu perro Nilo debió de darse cuenta porque desapareció entre los matorrales y te dejó a ti solo en mitad de un mundo que empezó a cambiar vertiginosamente. No es que se oscurecieran los cielos ni que empezaran a desaparecer los árboles; tampoco el viento sacudió con más violencia tus cabellos ni el polvo del camino se levantó. Podrías asegurar que el escenario siendo el mismo en su materia se había alterado en su esencia y así los árboles, los matojos, las hierbas, los bichos parecían marcarte un línea de pensamiento que rozaba por una parte con la evidencia y por otra con el dolor y comenzaste a divagar y a sentir que así no ibas a alcanzar la paz, que hay en la pesantez del aire una señal de tu destino y que tu ceguera no te permite ver la ligereza; caminabas sin saber que estabas avanzando; caminabas entre el éter y el hierro; caminabas como el suicida que se arrima al borde del acantilado con la decisión en los pies; caminabas en una noche oscura a pleno día; caminabas con el esfuerzo propio de los cojos, con el ritmo sincopado de dos piernas desiguales y cada paso era un alejarse el éter, una lucha contra la sensación de hierro, una ausencia que volvió. De nada eras consciente. Tú caminabas y sentías el peso de la manzana en el bolsillo interior del anorak y la incomodidad del viento de cara que generaba en tus ojos -como defensa- lágrimas y esas lágrimas eran a un mismo tiempo éter, hierro, ausencia. No supiste pararlas y tu perro Nilo no aparecía aunque tú ignorabas que había desaparecido y avanzaste por el sendero de siempre que nunca es igual y llegaste al muro en el que te sientas cada día y cogiste la manzana del bolsillo interior y apareció Nilo y compartiste con él la fruta y mientras comías la congoja se iba convirtiendo en lava.
Nada presagiaba el mundo que el bosque te mostró. El silencio de las tres y veinte no lo tomaste como una evidencia. Volviste. Estallaste en ira contra tu perro. Lo regañaste por hacer lo que siempre hace. Él te miró con la mirada de los que ya saben y manso se plegó a tus gritos. Volvisteis a la casa. No pudiste comer. No tenías hambre. Hacía tiempo que no meditabas y meditaste y pronto, cuando estabas entrando en las honduras de un mantra, unas bolas verdes empezaron a salir por tus ojos y a diluirse a cierta distancia de ti en la oscuridad; sentías que cada bola verde huida es un temor que se alejaba. A media tarde te llamó tu amigo para recomendarte una idea enloquecida sobre la existencia. Seguiste su consejo y la escuchaste en un documental que hablaba sobre la mecánica cuántica y la conciencia. Y reíste a media tarde. Y pensaste de nuevo, Nada presagiaba el día de hoy. Agotado caíste adormilado en una calma que tan sólo se alteró cuando escuchaste la distancia.
Hoy escribes lo ocurrido y sientes en tus músculos el cansancio del esfuerzo que el bosque te obligó a realizar ayer. Ahora vas a volver a él.
Nada presagiaba el mundo que el bosque te mostró. El silencio de las tres y veinte no lo tomaste como una evidencia. Volviste. Estallaste en ira contra tu perro. Lo regañaste por hacer lo que siempre hace. Él te miró con la mirada de los que ya saben y manso se plegó a tus gritos. Volvisteis a la casa. No pudiste comer. No tenías hambre. Hacía tiempo que no meditabas y meditaste y pronto, cuando estabas entrando en las honduras de un mantra, unas bolas verdes empezaron a salir por tus ojos y a diluirse a cierta distancia de ti en la oscuridad; sentías que cada bola verde huida es un temor que se alejaba. A media tarde te llamó tu amigo para recomendarte una idea enloquecida sobre la existencia. Seguiste su consejo y la escuchaste en un documental que hablaba sobre la mecánica cuántica y la conciencia. Y reíste a media tarde. Y pensaste de nuevo, Nada presagiaba el día de hoy. Agotado caíste adormilado en una calma que tan sólo se alteró cuando escuchaste la distancia.
Hoy escribes lo ocurrido y sientes en tus músculos el cansancio del esfuerzo que el bosque te obligó a realizar ayer. Ahora vas a volver a él.
Canto de mí mismo Walt Witman.
Traducción de Francisco Alexander.
Colección Visor de Poesía.
31
I believe a leaf of grass is no less than the journey-work of the stars,
And the pismire is equally perfect, and a grain of sand, and the egg of the wren,
And the tree-toad is a chef-d'oeuvre for the highest,
And the running blackberry would adorn the parlors of heaven,
And the narrowest hinge in my hand puts to scorn all machinery,
And the cow crunching with depress'd head surpasses any statue,
And a mouse is miracle enough to stagger sextillions of infidels.
I find I incorporate gneiss, coal, long-threaded moss, fruits, grains, esculent roots,
And am stucco'd with quadrupeds and birds all over,
And have distanced what is behind me for good reasons,
But call any thing back again when I desire it.
In vain the speeding or shyness,
In vain the plutonic rocks send their old heat against my approach,
In vain the mastodon retreats beneath its own powder'd bones,
In vain objects stand leagues off and assume manifold shapes,
In vain the ocean settling in hollows and the great monsters lying low,
In vain the buzzard houses herself with the sky,
In vain the snake slides trough the creepers and logs,
In vain the elk takes to the inner passes of the woods,
In vain the razor-bill'd auk sails far north to Labrador,
I follow quickly, I ascend to the nest in the fissure of the cliff.
31
Yo creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo realizado por las estrellas,
Y que la hormiga es igualmente perfecta, y un grano de arena, y el huevo del reyezuelo,
Y que la rana arbórea es una obra maestra digna de los escogidos,
Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
Y que la articulación más insignificante de mi mano avergüenza a todas las máquinas,
Y que la vaca que pace con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
Y que un ratoncillo es un milagro suficiente para hacer vacilar a sextillones de incrédulos.
Encuentro que en mí se incorporan el gneis, la hulla, el musgo de largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles,
Y que estoy estucado enteramente con cuadrúpedos y aves,
Que he tenido motivos para alejarme de lo que he dejado atrás,
Pero que puedo hacerlo volver cuando yo quiera.
En vano el apresuramiento o la timidez,
En vano las rocas plutónicas envían a mi encuentro su antiguo calor,
En vano el mastodonte se oculta detrás del polvo de sus huesos,
En vano las cosas se alejan muchas leguas y toman multitud de formas,
En vano el océano penetra en las cavernas y en vano se esconden los grandes monstruos marinos,
En vano el buitre elige por morada el cielo,
En vano la serpiente se desliza a través de las lianas y de los troncos,
En vano el alce se refugia en los pasos recónditos del bosque,
En vano el cuervo marino se dirige al norte, hacia el Labrador,
Los sigo velozmente, subo al nido en la hendidura del peñasco.
Y que la hormiga es igualmente perfecta, y un grano de arena, y el huevo del reyezuelo,
Y que la rana arbórea es una obra maestra digna de los escogidos,
Y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
Y que la articulación más insignificante de mi mano avergüenza a todas las máquinas,
Y que la vaca que pace con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
Y que un ratoncillo es un milagro suficiente para hacer vacilar a sextillones de incrédulos.
Encuentro que en mí se incorporan el gneis, la hulla, el musgo de largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles,
Y que estoy estucado enteramente con cuadrúpedos y aves,
Que he tenido motivos para alejarme de lo que he dejado atrás,
Pero que puedo hacerlo volver cuando yo quiera.
En vano el apresuramiento o la timidez,
En vano las rocas plutónicas envían a mi encuentro su antiguo calor,
En vano el mastodonte se oculta detrás del polvo de sus huesos,
En vano las cosas se alejan muchas leguas y toman multitud de formas,
En vano el océano penetra en las cavernas y en vano se esconden los grandes monstruos marinos,
En vano el buitre elige por morada el cielo,
En vano la serpiente se desliza a través de las lianas y de los troncos,
En vano el alce se refugia en los pasos recónditos del bosque,
En vano el cuervo marino se dirige al norte, hacia el Labrador,
Los sigo velozmente, subo al nido en la hendidura del peñasco.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/01/2017 a las 19:26 | {0}