El día sagrado ha vuelto a ser como siempre. En la lejanía de ti vive él. Como una cumbre. Playa sin arena. Mar sin sal. Tiene ante sí el polvo y quisiera disponer de la fuerza para demoler el muro. Respira hondo el animal. Se sacude la noche la oscuridad. Luz de farola. Miedo antiguo. Decían que la escarcha. Es extraño a quién se extraña. La vereda. Quizá decida a las cuatro menos veinticinco de la madrugada hacerse una leche con cacao. Una leche caliente. Tiene siempre más frío el lado derecho. O la mano derecha. Su mano izquierda parece tener más dilatadas las venas. No quiere irse a la cama. No tiembla. Ni nadie. Ha visto las dos cartas. No las ha releído. Fue prófugo pero ya se la ha olvidado. No sabe cuándo escapó. Realmente no sabe si ha escapado. Sólo sabe que ayer no existió. Es bueno el veneno. Macera el corazón el pensamiento. Los números apenas cuentan para un corazón que vive en noviembre. El echarpe produce la sensación de abrazo. El camino quedó atrás. Sometido a la evasión no piensa en nada. Se deja ir. Cometa sin hilo. Es un piano a sus espaldas. Es la posibilidad de un chelo. Con constancia recuerda a la mujer moribunda que desea ver al hombre al que amó. Escalas de madrugada. Canción sin son. Los dedos en las teclas algunas de cuyas letras desaparecieron por el uso. El uso las borró. Quizá ese sea el destino de toda canción. Dobla las piernas. Cojea como el boxeador que, en la penúltima genuflexión, tras un jack directo a la mandíbula, se torció el tobillo. Pero se levantó. Y siguió apoyado contra las cuerdas. Siguió recibiendo el castigo. Orgulloso de no ceder. Teclas. Boxeador. Canción. Leche caliente. El cuarto tras él. La cama tras él. La ausencia de la lluvia que se anunciaba. La joven que le miraba esta mañana. El anciano que se atrevió a bajar por las escaleras. Un libro vendido. Un peinado. El noble arte. No acabará contando las colillas aunque recuerde un verso que en algún momento le pareció decente. ¿Qué es? Se pregunta sin retorcerse. Hay más calma. Hay una sentencia que ha sido recurrida. Nada es aún firme. Vaga el cansancio. Acaba. No existió. Luz sin llama. Llama sin fuego. Fuego vacío.
Si alego incapacidad. Si la lluvia emerge del suelo o la neblina para diluirse aguando la acuarela. No busco. Sólo me quedo. Resistente. Me parecen mis manos vacías. No puedo negar que el camino está verde y que ayer cantaron los pájaros para mí. La carencia supone el fin del mundo. Los astros no brillaron anoche y en la madrugada sentí unos inmensos deseos de acurracarme junto a los cubos de basura para ver si el camión me recogía y me llevaba a los vertederos para soltarme allí donde perros, ratas y carnívoro cualquiera descubrirían mis restos y los despedazarían hasta saciar su ansia de carne. Es marzo y la astenia. Camino y sé que mis pulmones responden a la petición de esfuerzo. Hago lo que tengo que hacer y acudo a las pocas peticiones de mí que se producen a lo largo de los días. Decaigo. Sé que es un estado. Sé que nada es para siempre. Me sé en lo que sé de mí. Aunque "mí" sea en sí una patochada cruel del siglo XX. Fumo por deseo de lo evanescente. Me rinde el paso de los días. Ya no sueño. Sólo tengo pesadillas que me retrotraen al tiempo del inicio. En mi mente surge un pazo entre colinas gallegas cuando enero... No voy montado en una mula ni me acompaña un mayordomo; voy andando y el orvallo me cuece el alma como si fuera agua hirviente. Será la fiebre del que se anuncia a sí mismo. En la vuelta del camino me digo y surge entonces una canción de un joven que le canta a su padre la desdicha de una lucha perdida. Todas las luchas se pierden. Tan sólo se puede ganar lo que no se desafía. Es mi cuerpo desnudo en la cama entre blancas sábanas de hilo; es el frío de las noches oscuras; es la mortandad diaria de mis células y el nacimiento, cada vez más lento, de otras. Es la voz de Shirley Bassey. También en el viejo Glenn Gould. En sus dedos viejos. También en el hombre que me encuentro en la mañana llena de oscuridad y que me habla de un juicio, de un amor veterotestamentario, de una ilusión, de una cercanía y del sábado. No quiero mostrar mis pies. Ni la congoja de este viernes tiene nada que ver con las hormonas. Caminaré. Porque tiene que ser así. Porque me espera el silencio. Porque el mar lleva lejos tanto tiempo que he perdido la memoria de un horizonte que se ondula. Me vendrá bien una ducha triste y sentiré -si ocurre- cierta satisfacción si mi mente es capaz de resolver un problema de ajedrez. Luego pasará el día hasta llegar al concurso del final de la tarde en el que cuatro mujeres luchan por llevarse un premio jugoso y responderé a las preguntas que a ellas les preguntan y llegará la noche. Es aún tan temprano. Esta mañana, al despertar, sufría mi cuerpo la cercanía del infierno y la certeza de que triste es tan digno como alegre. Luego supuse una situación: era domingo, lucía el sol; en el mercado callejero paseaba y compraba una cinta de máquina de escribir a buen precio; luego era el aperitivo con los amigos y al final la tarde se convertía en un lugar común y cierta modorra. Nada será así. El viernes se levanta como yo he dormido. Me quedan las manos, pienso. Me queda el café caliente al que hoy he puesto poca leche y me ha resultado más amargo que de costumbre. Me queda cumplir con mis obligaciones y contestar con educación a unos trámites que se complican un día y otro también; me queda renunciar y sentir todo el peso de lo que yo mismo me he labrado; me queda la cita en un café de siempre para hablar de un escritor único; me queda el paso del tiempo y saber que poco a poco esa fortuna mía la he ido dilapidando como se debe hacer con todas las fortunas; me queda el bolígrafo. Un buen gesto ahora. He tragado saliva y he llorado porque estoy triste sin pónticas; estoy literalmente desterrado y a mi alrededor se producen puñaladas y se marcan asteriscos en mil y un lugares del planeta; sé que todo esto no es más que una vomitera; quizá mañana cuando lo lea lo quite y me sienta a gusto o quizá piense que es cierto que estos últimos años lo que escribo está teñido de desesperanza y me diré, cautamente, que todo desesperanza tiene como lastre su opuesta porque no puede existir sino existe la espera. El cenicero está más limpio y he limpiado la casa sin entusiasmo. Hago lo que tengo que hacer y eso me avisa de que aún no he llegado hasta el fondo. No quiero llegar al fondo. No quiero escribir el fondo. Pensé también: arce que atornilla; elevación del gris; musgo mustio; vela encendida; pasión; años; tubular; veleta; cianuro; tarjeta postal; venganza; refriega; monólogo interior con braga; aniquilación con calabacín; estreñimiento; insondable tristeza; ¡malditos epítetos!; fulgor azul a mi derecha; recomendaciones de uso; novela vieja.
Desde hace tres días cuando entro al cuarto de baño huelo el olor de un hombre que no soy yo; es el olor de un obrero que acaba de llegar de la obra y que lleva impregnado en su sudor el olor del ladrillo y el soplete. No me causa inquietud ni temor sólo pienso si quizá esté compartiendo casa con un hombre al que nunca he visto o quizá sólo comparto cuarto de baño porque en el resto de las habitaciones ese olor no existe. Incluso ayer dejé abierta la puerta del baño y el olor del obrero no se expandió, se queda ahí, en el umbral de la puerta como si no quisiera molestar.
Esta mañana, antes de salir, he dejado encima de la tapa de la cisterna un café con leche y un croissant por si quiere desayunar. Estoy deseando volver a casa para ver si lo ha hecho. Sólo así podré saber si ese olor no es tan sólo el fantasma de un cuerpo sino la huella que deja en el aire.
Esta mañana, antes de salir, he dejado encima de la tapa de la cisterna un café con leche y un croissant por si quiere desayunar. Estoy deseando volver a casa para ver si lo ha hecho. Sólo así podré saber si ese olor no es tan sólo el fantasma de un cuerpo sino la huella que deja en el aire.
Documento 12 de los Archivos de Isaac Alexander.
Este documento no está fechado.
He oído la música de tus cabellos en la almohada
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío
He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo
He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios
La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó
Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso
Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte
Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola
Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida
Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
con los ojos abiertos la he oído
y he dejado que el ala del sombrero en primavera
cubriera para siempre mi albedrío
He sentido la cadencia del cosmos
el aleteo febril del pato en su despegue
la grácil figura del camaleón en la rama
y la usura desdichada de la mona en celo
He perseguido la melodía de una canción de Leonard Cohen
en tus caderas mientras gemías frente a mí y en la penumbra
y he saboreado tu saliva en mi lengua
como si fuera la forma consagrada y líquida de un dios
La noche nunca nos fue propicia
siempre nos rehuyó
es cierto que a veces la perseguimos
como lo es también que al final huyó
Yo he visto en tus manos La Primavera
de Botticelli y Botticelli vio en mí tus manos
Yo he visto en tu vientre El Paraíso
del Bosco y el Bosco vio en mí tu paraíso
Ante todo tu voz mantendré siempre
cuando bese tu boca y roce con mis dedos tus pezones
Ante todo tu voz mantendré ante el mundo
cuando yazca por fin junto a la muerte
Ya queda poco para que el sábado muera
y sé que cuando suenen las doce en la campana de la iglesia
no podré evitar rogar a quien no creo
que me conceda la gracia de que duermas sola
Porque yo vi en tu espalda la corriente sideral y los inicios
porque yo vi en tus espacios intercostales el rostro de Lilith
porque yo toqué con mi mano nefanda el monte pelado de tu cuerpo
y le susurré a tus pies como un melisma un canto fraternal de bienvenida
Ha de esperar el fin del mundo
No hiela tanto como para que el corazón se me congele
Un ángel revolotea entre las ramas desnudas del arce
y aulla un perro blanco en las alturas
Narrativa
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/02/2017 a las 19:19 | {0}
Me lo ha mandado un amigo y desde luego si yo hubiera sido el profesor le habría puesto al alumno un 10 porque las respuestas como razonamientos son impecables.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2017 a las 03:31 | {0}