Dice Raúl: Lo que se llama escepticismo es una prueba de desconfianza.
Dice Raúl: Todo lo que ocurre es necesario.
Hay un propósito en vivir. No es una cuestión de dioses o héroes. Existe en la conformación del Mundo una suerte de continuidad de los asuntos. Cada vida se vive con propósito.
Propósito: ("Con; Hacer; Tener; Abandonar, Desistir, Renunciar; de"). 1. "Intención". Hecho de pensar hacer cierta cosa: "Tiene el propósito de marcharse al extranjero". 2. (en pl.) Voluntad de seguir cierta conducta, calificada de alguna manera: "Tiene buenos propósitos". 3. "Objetivo". Cosa a que se aspira. (Diccionario de uso del español. María Moliner. Ed. Gredos).
Una energía oscura (la misma que existe en el Universo conocido. Lo que a continuación escribo es pura física) impele al hombre a ocultar el dolor. El dolor se enquista. Creamos de inmediato murallas defensivas contra el dolor. Por decirlo de alguna forma: encriptamos nuestra experiencia dolorosa. Y perdemos una parte esencial de nuestra experiencia vital y con ella perdemos también muchas letras de nuestro alfabeto. Y ocurre entonces que el libro de nuestra vida se vuelve ilegible y así dejamos de conocernos.
Al dejar de conocernos -por haber perdido las claves completas de nuestro ser- fiamos nuestra existencia al albur de los acontecimientos: desde la naturaleza de nuestros padres hasta el lugar de nuestra tumba. El mundo se convierte en un ser extraordinariamente poderoso que nos golpea una y otra vez en el mismo costado (el cual siempre tenemos descubierto porque no sabemos que existe) haciendo que el dolor -de no sabemos qué- nos venga una vez y otra pero al no reconocerlo, huimos de él como en la noche un sonido imprevisto empuja nuestro cuerpo hacia atrás.
Ha de producirse el milagro -porque los milagros existen- de que un día, tras el primer impulso de huir, nos quedemos parados, aunque sea tan sólo un segundo, y enfrentemos nuestra mirada a eso que nos daña y el milagro consistirá en que ese mirar de frente al dolor nos proporcionará una de las letras que desaparecieron de nuestro libro. Y si somos conscientes de que ese movimiento voluntario de ir hacia el dolor nos ha permitido empezar a leernos, empezaremos a enfrentarnos al dolor, no con afán de héroe, sino con afán de sabio y poco a poco, sin esfuerzo alguno, las letras se irán colocando en su lugar correspondiente y un día, cualquier día, en cualquier mundo, en cualquier dimensión, seremos conscientes de que sabemos leer. Y al saber leer comprendemos. Y al comprender aceptamos nuestro propósito. Y al aceptar nuestro propósito ya no nos hace falta saber. Sencillamente lo llevamos a cabo.
Dice Raúl: Todo lo que ocurre es necesario.
Hay un propósito en vivir. No es una cuestión de dioses o héroes. Existe en la conformación del Mundo una suerte de continuidad de los asuntos. Cada vida se vive con propósito.
Propósito: ("Con; Hacer; Tener; Abandonar, Desistir, Renunciar; de"). 1. "Intención". Hecho de pensar hacer cierta cosa: "Tiene el propósito de marcharse al extranjero". 2. (en pl.) Voluntad de seguir cierta conducta, calificada de alguna manera: "Tiene buenos propósitos". 3. "Objetivo". Cosa a que se aspira. (Diccionario de uso del español. María Moliner. Ed. Gredos).
Una energía oscura (la misma que existe en el Universo conocido. Lo que a continuación escribo es pura física) impele al hombre a ocultar el dolor. El dolor se enquista. Creamos de inmediato murallas defensivas contra el dolor. Por decirlo de alguna forma: encriptamos nuestra experiencia dolorosa. Y perdemos una parte esencial de nuestra experiencia vital y con ella perdemos también muchas letras de nuestro alfabeto. Y ocurre entonces que el libro de nuestra vida se vuelve ilegible y así dejamos de conocernos.
Al dejar de conocernos -por haber perdido las claves completas de nuestro ser- fiamos nuestra existencia al albur de los acontecimientos: desde la naturaleza de nuestros padres hasta el lugar de nuestra tumba. El mundo se convierte en un ser extraordinariamente poderoso que nos golpea una y otra vez en el mismo costado (el cual siempre tenemos descubierto porque no sabemos que existe) haciendo que el dolor -de no sabemos qué- nos venga una vez y otra pero al no reconocerlo, huimos de él como en la noche un sonido imprevisto empuja nuestro cuerpo hacia atrás.
Ha de producirse el milagro -porque los milagros existen- de que un día, tras el primer impulso de huir, nos quedemos parados, aunque sea tan sólo un segundo, y enfrentemos nuestra mirada a eso que nos daña y el milagro consistirá en que ese mirar de frente al dolor nos proporcionará una de las letras que desaparecieron de nuestro libro. Y si somos conscientes de que ese movimiento voluntario de ir hacia el dolor nos ha permitido empezar a leernos, empezaremos a enfrentarnos al dolor, no con afán de héroe, sino con afán de sabio y poco a poco, sin esfuerzo alguno, las letras se irán colocando en su lugar correspondiente y un día, cualquier día, en cualquier mundo, en cualquier dimensión, seremos conscientes de que sabemos leer. Y al saber leer comprendemos. Y al comprender aceptamos nuestro propósito. Y al aceptar nuestro propósito ya no nos hace falta saber. Sencillamente lo llevamos a cabo.
Querida señorita:
Hacía tanto que no la veía. No diré que me había olvidado de usted porque sería falso sólo que, durante este tiempo sin su presencia, mi ánimo la había adormecido como hace el postrer invierno cuando intenta arrasar con su último estertor las flores de los almendros en el valle del Tíetar para con ese acto, cruel a la vista, alterar el ciclo natural de las cosas; ¡oh, sí, cruel invierno que amustia los pétalos de las flores y tiñe de blanco lo que empezaba a ser un mundo multicolor, el estallido de la vitalidad de la tierra!
Yo no la había olvidado; no había dejado de soñar con sus ojos verdes y su boca grande y su cabello oscuro y sus andares cortos y sus manos pequeñas y sus amplias caderas y su pecho justo; tampoco había dejado de imaginar nuestro primer encuentro y muchas veces había ensoñado acerca del timbre de su voz: si sería aguda como aguja de pino o grave como ola grande o tendría la rasposidad -que tanto disfruto- del terciopelo o si sería una voz rota de cantante de jazz; también pensaba en qué acento tendría: si sería la música de la gallega o el esfuerzo por ser seco de una vasca o más aún la inflexión de las vocales nuevas de una catalana o la sequedad llena de erotismo de una mujer de Valladolid o el juego de la ausencias en el acento andaluz. ¿De dónde es usted, querida? Sí, en estas soledades me entretengo en imaginar sólo que en los últimos días, al no aparecer usted por ninguna parte: ni en el tren, ni en el centro comercial, ni en la calle Mayor, ni en el mercado, ni en la iglesia, ni en el bar, ni en la Gran Vía, ni en punto alguno del parque, imaginé, sufrí, al pensar que quizás usted se había cambiado de ciudad o lo que es peor, que usted había sufrido algún tipo de accidente.
El hombre es un animal que se defiende. Para eso construimos las ciudades. Para eso construimos las morales. Para eso vallamos los cementerios y para defendernos acudimos a los dioses. Defender en mi caso ha consistido en apartarla de mi pensamiento, en luchar contra usted con toda mi cobardía, en eludirla, en descomponerla cuando aparecía en mi sueño o despertaba en mi sexo una insoportable sensación de poderío. Entonces corría hacia el agua fría y calmaba mis ansias de usted mirándome el rostro.
Esta tarde todo mi esfuerzo, toda mi defensa se ha venido abajo cuando la he visto llegar con su vestido azul y corto y su rebeca en los hombros. Llevaba los labios pintados y una sonrisa de triunfo. Me ha dado la impresión de que también llevaba con usted el regusto de un hombre en su cuerpo; un hombre al que le había entregado sus manos; un hombre que le había entregado su ser. No me he sentido triste, ni celoso, ni envidioso. Créame, se lo ruego. Contemplar la belleza de una mujer satisfecha es un milagro de la naturaleza. Y ha podido más saber que está usted bien que la decepción por ser tan cobarde y no atreverme a acercarme y rogarle que siquiera me deje oír su voz.
Sigo sosteniendo que el Destino, aliado con la Felicidad y la Fortuna, ha de ponernos un día frente a frente en condiciones de igualdad. Por eso no me tomo en cuenta cuando ayer, al estar tan cerca de usted, me subió el rubor a las mejillas y todo mis sueños -que andaban dormidos- se despertaron ante el a rebato suyo.
Hoy soy feliz. Está usted viva.
Hacía tanto que no la veía. No diré que me había olvidado de usted porque sería falso sólo que, durante este tiempo sin su presencia, mi ánimo la había adormecido como hace el postrer invierno cuando intenta arrasar con su último estertor las flores de los almendros en el valle del Tíetar para con ese acto, cruel a la vista, alterar el ciclo natural de las cosas; ¡oh, sí, cruel invierno que amustia los pétalos de las flores y tiñe de blanco lo que empezaba a ser un mundo multicolor, el estallido de la vitalidad de la tierra!
Yo no la había olvidado; no había dejado de soñar con sus ojos verdes y su boca grande y su cabello oscuro y sus andares cortos y sus manos pequeñas y sus amplias caderas y su pecho justo; tampoco había dejado de imaginar nuestro primer encuentro y muchas veces había ensoñado acerca del timbre de su voz: si sería aguda como aguja de pino o grave como ola grande o tendría la rasposidad -que tanto disfruto- del terciopelo o si sería una voz rota de cantante de jazz; también pensaba en qué acento tendría: si sería la música de la gallega o el esfuerzo por ser seco de una vasca o más aún la inflexión de las vocales nuevas de una catalana o la sequedad llena de erotismo de una mujer de Valladolid o el juego de la ausencias en el acento andaluz. ¿De dónde es usted, querida? Sí, en estas soledades me entretengo en imaginar sólo que en los últimos días, al no aparecer usted por ninguna parte: ni en el tren, ni en el centro comercial, ni en la calle Mayor, ni en el mercado, ni en la iglesia, ni en el bar, ni en la Gran Vía, ni en punto alguno del parque, imaginé, sufrí, al pensar que quizás usted se había cambiado de ciudad o lo que es peor, que usted había sufrido algún tipo de accidente.
El hombre es un animal que se defiende. Para eso construimos las ciudades. Para eso construimos las morales. Para eso vallamos los cementerios y para defendernos acudimos a los dioses. Defender en mi caso ha consistido en apartarla de mi pensamiento, en luchar contra usted con toda mi cobardía, en eludirla, en descomponerla cuando aparecía en mi sueño o despertaba en mi sexo una insoportable sensación de poderío. Entonces corría hacia el agua fría y calmaba mis ansias de usted mirándome el rostro.
Esta tarde todo mi esfuerzo, toda mi defensa se ha venido abajo cuando la he visto llegar con su vestido azul y corto y su rebeca en los hombros. Llevaba los labios pintados y una sonrisa de triunfo. Me ha dado la impresión de que también llevaba con usted el regusto de un hombre en su cuerpo; un hombre al que le había entregado sus manos; un hombre que le había entregado su ser. No me he sentido triste, ni celoso, ni envidioso. Créame, se lo ruego. Contemplar la belleza de una mujer satisfecha es un milagro de la naturaleza. Y ha podido más saber que está usted bien que la decepción por ser tan cobarde y no atreverme a acercarme y rogarle que siquiera me deje oír su voz.
Sigo sosteniendo que el Destino, aliado con la Felicidad y la Fortuna, ha de ponernos un día frente a frente en condiciones de igualdad. Por eso no me tomo en cuenta cuando ayer, al estar tan cerca de usted, me subió el rubor a las mejillas y todo mis sueños -que andaban dormidos- se despertaron ante el a rebato suyo.
Hoy soy feliz. Está usted viva.
Narrativa
Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/04/2011 a las 17:59 | {0}
Iba a invitar a Noam Chomsky en su libro Poder y terror. Reflexiones posteriores al 11/09/2001 editado por RBA. Lo curioso es que al final lo que más me llamaba la atención era una reflexión sobre por qué se dedica a la lingüística. Todo lo demás (no lo he terminado, si hay alguna reflexión que realmente me impacte la pondré) de tan conocido me aburre. No lo que dice Chomsky, intelectual al que admiro, sino de lo que habla, es decir de cómo el poder -los poderosos- utiliza el terror para sus fines.
Al mismo tiempo se me incrusta en la memoria una fotografía de una niña negra muerta tras un acto de esos que tanto gustan de fotografiar los reporteros -porque saben que esas imágenes son las que les comprarán los periódicos y las que gustan de ver los lectores (imagino que para darse cuenta de lo bien que ellos están y que mejor no moverse)-. La niña está tumbada. Sangra su cara. Esta foto fue premiada. Lo curioso es que otro fotógrafo abrió el cuadro y lo que se ve es cómo frente a la niña más de quince fotógrafos, todos de raza blanca, están haciendo la misma foto. No la voy a colocar. Ni voy a poner un link para quien la quiera ver. No me interesa la imagen. Me interesa el hecho.
Al mismo tiempo siento todo lo que me ha costado nadar hoy. Hasta el largo 44 ha sido una tortura. No encontraba la respiración. Me dolían los brazos. No acompasaba el pateo. Entonces ha ocurrido que una mujer se ha puesto a nadar a mi lado y me ha prestado su cadencia. No sé decirlo de otra manera. Sólo la veía cuando giraba para iniciar un nuevo largo. Hemos hecho los últimos 16 con el mismo ritmo. La sentía a mi lado. Sentía su presencia en el movimiento agitado del agua. Ella me ha ido acelerando y al ir más rápido, ha logrado hacerme nadar más ligero.
Recuerdo la imagen de una mujer que sonríe. Está muy hermosa. Parece que tenemos toda la vida por delante. Frente a nosotros aparece un puente colgante (creo que se llama puente atirantado); tras él llegarán unas montañas. Siento también el calor de su cuerpo. Y la destrucción también la siento. Será porque ayer vi una película en la que se trataba el tema de las separaciones (aunque no lo creo. La película era forzada y su resolución demasiado fácil. En vez de verla estuve trabajando en sus errores. Muchos. No, no fue por la película). La recuerdo a menudo. Y no sé por qué (no puedo saber por qué). El recuerdo que asoma es de baja intensidad pero constante. No me lleva a locuras ni tampoco a nostalgia. Quizá se acerque más a la saudade. Y a una sensación de oscuridad que no logra romper la clara luz que el estar a su lado me produjo muchos días.
Al mismo tiempo recuerdo la historia de Hércules que Tito Livio cuenta en su primer libro de La historia de Roma desde su fundación. Cuando -tras haber robado el rebaño de bueyes a Gerión, el monstruo de tres cabezas, el cual reinaba en Iberia, al que hubo de matar y que fue el décimo de sus trabajos- llegó hasta las orillas del Tíber y tras tan fatigoso trabajo y larguísima caminata, decidió descansar sobre la mullida hierba y dar de comer a los bueyes de tan rico pasto para que también ellos se recuperasen. Cuenta el cronista que Hércules se quedó dormido y que Caco, pastor de aquella comarca, altanero de su fuerza y seducido por la hermosura de los bueyes, decidió llevarse a los mejores de ellos y para que Hércules no supiera dónde estaban los hizo caminar de espaldas, tirando de sus rabos y los escondió en una cueva. A la mañana siguiente, Hércules descubre el robo y cae en el engaño, así es que decide continuar camino y cuando se pone en marcha, algunas reses mugen al echar de menos, como suelen, a las que faltan, y lo mugidos de respuesta de las que estaban escondidas en la cueva hacen dar la vuelta a Hércules. Caco intenta cerrarle el paso a la fuerza pero cae muerto a golpe de maza.
¿Por qué Agustín de Hipona tenía tanta inquina a la imaginación de los paganos? Sí, conozco la respuesta, pero no es menos cierto que la imaginación de Agustín era también prodigiosa.
Pienso la lentitud en las maniobras. Siento mi cuerpo renovado. Alzo mi copa de vino y brindo.
Al mismo tiempo se me incrusta en la memoria una fotografía de una niña negra muerta tras un acto de esos que tanto gustan de fotografiar los reporteros -porque saben que esas imágenes son las que les comprarán los periódicos y las que gustan de ver los lectores (imagino que para darse cuenta de lo bien que ellos están y que mejor no moverse)-. La niña está tumbada. Sangra su cara. Esta foto fue premiada. Lo curioso es que otro fotógrafo abrió el cuadro y lo que se ve es cómo frente a la niña más de quince fotógrafos, todos de raza blanca, están haciendo la misma foto. No la voy a colocar. Ni voy a poner un link para quien la quiera ver. No me interesa la imagen. Me interesa el hecho.
Al mismo tiempo siento todo lo que me ha costado nadar hoy. Hasta el largo 44 ha sido una tortura. No encontraba la respiración. Me dolían los brazos. No acompasaba el pateo. Entonces ha ocurrido que una mujer se ha puesto a nadar a mi lado y me ha prestado su cadencia. No sé decirlo de otra manera. Sólo la veía cuando giraba para iniciar un nuevo largo. Hemos hecho los últimos 16 con el mismo ritmo. La sentía a mi lado. Sentía su presencia en el movimiento agitado del agua. Ella me ha ido acelerando y al ir más rápido, ha logrado hacerme nadar más ligero.
Recuerdo la imagen de una mujer que sonríe. Está muy hermosa. Parece que tenemos toda la vida por delante. Frente a nosotros aparece un puente colgante (creo que se llama puente atirantado); tras él llegarán unas montañas. Siento también el calor de su cuerpo. Y la destrucción también la siento. Será porque ayer vi una película en la que se trataba el tema de las separaciones (aunque no lo creo. La película era forzada y su resolución demasiado fácil. En vez de verla estuve trabajando en sus errores. Muchos. No, no fue por la película). La recuerdo a menudo. Y no sé por qué (no puedo saber por qué). El recuerdo que asoma es de baja intensidad pero constante. No me lleva a locuras ni tampoco a nostalgia. Quizá se acerque más a la saudade. Y a una sensación de oscuridad que no logra romper la clara luz que el estar a su lado me produjo muchos días.
Al mismo tiempo recuerdo la historia de Hércules que Tito Livio cuenta en su primer libro de La historia de Roma desde su fundación. Cuando -tras haber robado el rebaño de bueyes a Gerión, el monstruo de tres cabezas, el cual reinaba en Iberia, al que hubo de matar y que fue el décimo de sus trabajos- llegó hasta las orillas del Tíber y tras tan fatigoso trabajo y larguísima caminata, decidió descansar sobre la mullida hierba y dar de comer a los bueyes de tan rico pasto para que también ellos se recuperasen. Cuenta el cronista que Hércules se quedó dormido y que Caco, pastor de aquella comarca, altanero de su fuerza y seducido por la hermosura de los bueyes, decidió llevarse a los mejores de ellos y para que Hércules no supiera dónde estaban los hizo caminar de espaldas, tirando de sus rabos y los escondió en una cueva. A la mañana siguiente, Hércules descubre el robo y cae en el engaño, así es que decide continuar camino y cuando se pone en marcha, algunas reses mugen al echar de menos, como suelen, a las que faltan, y lo mugidos de respuesta de las que estaban escondidas en la cueva hacen dar la vuelta a Hércules. Caco intenta cerrarle el paso a la fuerza pero cae muerto a golpe de maza.
¿Por qué Agustín de Hipona tenía tanta inquina a la imaginación de los paganos? Sí, conozco la respuesta, pero no es menos cierto que la imaginación de Agustín era también prodigiosa.
Pienso la lentitud en las maniobras. Siento mi cuerpo renovado. Alzo mi copa de vino y brindo.
Vayamos despacio. No hay nada más allá que este dulce minuto con sabor a almíbar. El cielo se mantiene azul. Y las nubes son tan caprichosas. La cuesta se sube a cada paso y se desciende con cuidado para no acelerarse demasiado. La cadencia de los tambores crea un ritmo que enaltece el ansia de vivir ese único ritmo. Las caracolas también. Y el cangrejo ermitaño que, de tan solo, a veces se siente triste. Vaivén. Pulsión. Contempla al ser que te atrae. No pasa nada si no lo alcanzas. El sueño es una forma de vida y el deseo sin ansia una realización del alma. Miremos de reojo sin intentar que sea de frente. Dejemos a los duendes en su faenar pequeño y a las hadas démosles todo la importancia que se han ganado a lo largo de los siglos. El daimon tiene alas y garras y colita y cara. Se asemeja tanto al devenir que podríamos decir de él que es el propio giro del Mundo. Admiremos la posibilidad de Universos Paralelos. Sintamos las dimensiones que no podemos alcanzar. Otorguemos a lo ínfimo la posibilidad de ser y estar en varios lugares a la vez y aplaudamos que lo observado, por el mero hecho de serlo, altera su esencia. Hay en los árboles el más antiguo idioma. Hay en los bosques la fuente de la música. Hay en el abrazo la delicadeza del amor. Reconozcamos que estamos al principio de nuestra especie. Sepamos que el tiempo es aún muy corto como para obtener resultados. La crueldad habrá de desaparecer. Reneguemos de todo aquello que se consigue con esfuerzo y tan sólo ocupémonos de lo que se disfruta, de lo que se alienta con la sonrisa en la mirada y en los labios. Respiremos el aire de la mañana. La belleza es nuestra percepción, no está fuera, inalcanzable, escasa. Las notas de la guitarra. El pizzicato del violonchelo. Dos voces que crean un mundo de polifonías. Un canto gregoriano en el clarear del día. El deshielo en el arroyo. La mano sin heridas. La preocupación de la abuela por la vida de sus nietos. El fin como inicio. El inicio como fin. Miremos los cuerpos como obras majestuosas de una energía sin tiempo ni intención. Acariciemos los vientres y atengámonos a la dicha del tacto. Existe el musgo porque el norte es una opción. Y la copa del árbol destila vino. El fuego no es tan sólo combustión. La causalidad es un espejo deformado de la realidad (o de la Realidad). Y aún así acojamos con humor tan valiosas explicaciones para vivir en un mundo lleno de secretos. Como la almohada. Como el encuentro. Ámala. Ella lo recibe. Ámale. Ya lo está sintiendo. Como la algarabía de los pájaros cada mañana en el jardín de una maternidad. Habla al bebé. Sonríele. Toma su mano. Dale de beber. Y que crezca con el arce japonés a la sombra de un sol fuerte como sus dioses. Toma de la mano a Afrodita a Ares y a Hefesto, el hermoso cojo creador de la fragua. Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles y navega por el piélago donde la tierra desaparece, fin de la placa continental. Surca velero las aguas como cielos. Déjate llevar, náufrago, por el aroma del verdor. Esmeralda. Violeta. Malva. Oro. Carbono. Cinabrio. Guiso de patatas y bonito. Paladar de tu lengua. Visos de nieve. Colchón de ave. Bandadas hacia las lagunas del sur. Y la voz de la madre. Y la voz del padre. Y la voz del aya, suave como el gorjeo de la legumbre. Reconozcamos la llamada y dejemos que la paz, en la siesta, se acalore para provocar después el orgullo de una bondad en nada provocada. Y paseemos. Y nademos. Y volemos. Y sintamos un día y otro, sin desdichas. Atentos que llega la salud. Atentos que el invierno es conservación. Atentos al oído. Atentos al verso. Y siempre despacio, despacio, despacio...
Ese surco tendrá nombre. Lo llamaré: Números.
Nombrar es conocer, atreverse a decir, pedir letras al pozo sin fondo de las asuntos innombrables.
Desayunar, por ejemplo// o adquirir una ESPUELA, un rosario de cuentas sin castigo.
Julia, querida, Julia. Tus frases: estar a la cuarta pregunta// Ser más vago que la chaqueta de un guardia// Hacer de un duro seis pesetas// Ver, oír y callar.
Los poderosos llevan ejerciendo el terrorismo sobre los débiles desde el principio de la historia. Por eso fue tan llamativo el 11-S porque el poderoso Estados Unidos era de repente el objeto del terror que él mismo había propagado por todo el mundo. Por ejemplo en Corea lugar en el que destruyó a base de bombas todas las represas, quedando anegadas las tierras y las personas.
Como se habló mucho del delirio nazi pero apenas del delirio aliado y su brutal destrucción de las ciudades alemanas con sus ciudadanos dentro.
Los surcos con nombre se despojan del miedo. Uno de los nombres de Satán es el Innombrable.
La letanía de los nombres.
La construcción de las palabras.
La belleza del cambio.
La respiración.
La cadencia.
No quiero más estolas en el mundo.
Nunca me pareció el sexo tan veraz, tan sagrado, tan hermoso como cuando imagino coño o lo digo.
Nombrar la belleza.
Desparramar por las hendiduras y por las aceras, flujos de ideas, ¡Las ideas! ¡Las ideas!
No hay que llegar a
No hay que conseguir nada
No hay culpa
No hay error
No hay espadas
Ni desengaños
Ni perlas dañadas por un golpe de mar
NI lamentos
Ni amuletos
Porque podemos nombrarlos y al nombrarlos los despojamos de su poder y los convertimos en aire, tan sólo ondas.
La mañana estaba clara.
Pude maniobrar.
El puerto olía a jara.
Podía nombrar, una a una, mis emociones.
Flageolets avec clovisses ou avec d'agneau rôti.
Flageolets se dice en español verdinas.
Al nombrar todo se vuelve posible. Lo que no se puede nombrar es imposible. A veces no podemos nombrar porque sufrimos. Nombrar es conjurar el miedo.
Lo obsceno comparte con lo sagrado lo sublime, lo que se puede (o debe) alzanzar.
Al pronunciar palabras obscenas (o ideas) en realidad se está mucho más cerca del Salmo más hermoso o de la aleya más pura o de cualquier otro tipo de párrafo místico que del Infierno.
Seamos obscenos y seremos sagrados (viene a decir lo antedicho).
Nombremos.
Nombrar es conocer, atreverse a decir, pedir letras al pozo sin fondo de las asuntos innombrables.
Desayunar, por ejemplo// o adquirir una ESPUELA, un rosario de cuentas sin castigo.
Julia, querida, Julia. Tus frases: estar a la cuarta pregunta// Ser más vago que la chaqueta de un guardia// Hacer de un duro seis pesetas// Ver, oír y callar.
Los poderosos llevan ejerciendo el terrorismo sobre los débiles desde el principio de la historia. Por eso fue tan llamativo el 11-S porque el poderoso Estados Unidos era de repente el objeto del terror que él mismo había propagado por todo el mundo. Por ejemplo en Corea lugar en el que destruyó a base de bombas todas las represas, quedando anegadas las tierras y las personas.
Como se habló mucho del delirio nazi pero apenas del delirio aliado y su brutal destrucción de las ciudades alemanas con sus ciudadanos dentro.
Los surcos con nombre se despojan del miedo. Uno de los nombres de Satán es el Innombrable.
La letanía de los nombres.
La construcción de las palabras.
La belleza del cambio.
La respiración.
La cadencia.
No quiero más estolas en el mundo.
Nunca me pareció el sexo tan veraz, tan sagrado, tan hermoso como cuando imagino coño o lo digo.
Nombrar la belleza.
Desparramar por las hendiduras y por las aceras, flujos de ideas, ¡Las ideas! ¡Las ideas!
No hay que llegar a
No hay que conseguir nada
No hay culpa
No hay error
No hay espadas
Ni desengaños
Ni perlas dañadas por un golpe de mar
NI lamentos
Ni amuletos
Porque podemos nombrarlos y al nombrarlos los despojamos de su poder y los convertimos en aire, tan sólo ondas.
La mañana estaba clara.
Pude maniobrar.
El puerto olía a jara.
Podía nombrar, una a una, mis emociones.
Flageolets avec clovisses ou avec d'agneau rôti.
Flageolets se dice en español verdinas.
Al nombrar todo se vuelve posible. Lo que no se puede nombrar es imposible. A veces no podemos nombrar porque sufrimos. Nombrar es conjurar el miedo.
Lo obsceno comparte con lo sagrado lo sublime, lo que se puede (o debe) alzanzar.
Al pronunciar palabras obscenas (o ideas) en realidad se está mucho más cerca del Salmo más hermoso o de la aleya más pura o de cualquier otro tipo de párrafo místico que del Infierno.
Seamos obscenos y seremos sagrados (viene a decir lo antedicho).
Nombremos.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/04/2011 a las 11:12 | {0}