querer volver a sentir lo que ya no existe hacer una exaltación de la muerte como cuando vuelve a nosotros un recuerdo o su huella o cuando escuchamos un nombre que asociamos a una etapa una etapa muerta exaltación de la muerte de la putrefacción extrañamente no sé una calle y una mano o una playa con vaca donde ocurría algo donde ocurría algo muerto un avión una ensenada una marisma cualquier lugar al que añadamos una emoción asociada o el futuro de una espera la agonía porque llegue ese momento esa luz esa victoria todo eso conforma la perversión cuyo significado alcanza mucho que una simple cuestión sexual ahora juego al ajedrez en una sala que se llama café donde no te juegas nada no te juegas el elo ni te juegas la estima sencillamente juegas casi siempre pierdo casi siempre me divierto antes cuando jugaba con elo que es la puntuación en ajedrez sentía le perversión del orgullo cuando ganaba y la perversión de la humillación cuando perdía porque perder al fin y al cabo es morir algunas escuelas de filosofía moral abogan por vivir el presente quizá sea para evitar la continua perdida la continua muerte que todo lo pervierte porque la perversión turba el orden y la costumbre aferrarse al pasado o al futuro es aferrarse a la muerte yo sé que ahora mi hija está con su amiga y que mi amigo posiblemente esté en su estudio y mi otro amigo se encuentre dormido yo sé que el lago sigue allí y que están naciendo muchas bestias y que los plastas esperan el día para cumplir con sus funciones yo sé que el arce japonés se encuentra a gusto y que el cachorro que ahora dormita sufrió en el momento de su nacimiento lo que todos hemos sufrido yo sé que un hombre se está desnudando yo sé que un niño está muriendo y en el desierto en cualquier desierto hay una lucha soterrada por vivir un día más nada debería ser posiblemente más que eso hasta ahí deberíamos llegar como cuando la amiga se convierte en espejo de las mayores calamidades y todo parece a punto de desvanecerse para siempre y queda a lo lejos la necesidad abrumadora de entenderlo todo de olvidarlo todo y surge en la frialdad de una sala de montaje el más bello final que jamás hubiera imaginado porque la inspiración es verdad que suele pillarle a uno trabajando surge de improviso porque estaba latente porque no estaba pervertida con expectativas o con antecedentes porque no había efectos y causas había la magia de lo presente lo realmente imposible de ser analizado esta noche me he bebido una botella de vino y no estoy borracho lo he ido mojando con un poco de queso y un poco de embutido y unas pocas aceitunas de cuyo nombre no puedo acordarme estoy liando un cigarrillo y escribo frente a la televisión donde una señorita muy sonriente me enseña su culo ante el decorado de la barra de un bar el llanto de los deportistas ha estado antes y el viento tras el día caluroso refresca la casa recuerdo y pervierto este presente que no añade ni resta una gota de sabiduría al movimiento del universo se han pedido liberaciones nuevos rumbos se han hecho ritos se han derramado lágrimas todo transcurre a la velocidad de la luz estornudo escribo 4 pienso en el movimiento Dadá y coloco mi mano izquierda entre mis muslos el cabello negro se ondula al viento de un ventilador lentamente se baja las bragas las escaleras conducen al techo el final es un suspiro que lanza al mundo el prana que previamente fue inspirado
Antes el espacio se había vuelto azul y unos cuervos habían cantado la siguiente canción(traducida del cuervés): "¡Oh, tierras del norte, las muy mullidas,/ desde que os abandoné por las más secas tierras del sur/ siento en mi garganta la sequedad/ del amante abandonado cuando en su boca/ queda la última palabra de amor que no pudo ser dicha./ ¡Oh, tierras, tierras del norte! las muy añoradas/ las que a cada ausencia, lanzan sobre sí una niebla/".
Entonces todo parecía un diseño de alguien a quien muy antiguamente llamaron Dios. La palabra diseño unida a la palabra Dios produjo un tono malva en la nube que pasaba por cima del lago. Dos patos, lentos como el mundo, abrían las aguas con formas palmípedas; caía el polen y decían versos los juncales.
Después fueron los olores del atardecer y una carretera flanqueada de olmos y chopos con fondo de pinos.
Entonces todo parecía un diseño de alguien a quien muy antiguamente llamaron Dios. La palabra diseño unida a la palabra Dios produjo un tono malva en la nube que pasaba por cima del lago. Dos patos, lentos como el mundo, abrían las aguas con formas palmípedas; caía el polen y decían versos los juncales.
Después fueron los olores del atardecer y una carretera flanqueada de olmos y chopos con fondo de pinos.
Iba a escribir sobre un torbellino de perros y lagunas
Iba a escribir sobre la ausencia y la magnitud de los poderes
Iba a escribir, si quería, sobre la dulce sombra de un pecho
o sobre la nota que teje en lo alto un sonido de araña
Iba a escribir la turbulencia, la asiduidad, la torpeza, el ansia, el vuelo, la loza, la sierra, la labia
del hombre que sabe detenerse ante sí mismo y no reprocharse nada
Iba a escribir acerca de tiranos, reyezuelos, ególatras, caimanes, playas, desiertos placeres que abundan tan poco (o escasean tanto)
Iba a escribir sin esconderme, a brazo partido, luchando contra la lucha, a favor de la quietud, consciente de todos los síndromes de abstinencia que atesoro
Iba a escribir, ¡Tengo el mono y lo estoy viviendo!
Iba a escribir, ¡Alabadas sean las faldas y las medias!
Iba a escribir, La tormenta se alejó bramando y dejó en nosotros el abrazo
Iba a escribir, La tarde está tan bonita...
Paul Delvaux
¡Un escenario! Al fondo el patio de butacas, vacío como un rey, oscuro como el deseo de morir en brazos de una Muerte bella y salvaje (All that Jazz).
Un escenario de noche, con sus luces azules que caen sobre el suelo de madera. Las calles que son cortinones. El foro negro y tras él la tramoya de luces. En el centro del escenario la luz cenital blanca que crea el círculo de un claro de luna.
Claro de luna...
Una mujer (que es una actriz, que es un personaje, que es otro tiempo, que es otro espacio -un lugar en una selva de hace más de un siglo-, que es una historia que se repetirá cada vez que se retome) de espaldas al patio de butacas (vacío como un rey) se sienta en una silla alta, bajo el claro de luna, frente a un micrófono. Cierra los ojos y suavemente comienza a interpretar los susurros, gemidos, risas y jadeos de una mujer que hace el amor.
En la esquina del fondo, a la izquierda del espectador, el director de escena escucha y mira el arte de amar.
Hay algo tan íntimo y sobrenatural en ese espacio vacío, ocupado por los sentimientos sonoros de una mujer, que el hombre que mira siente que es una de las escenas más hermosas de su vida.
Ella termina su interpretación. Abre los ojos. La luz de la noche azulina en la selva de Borneo cubre su rostro. Parece cansada y algo feliz.
El patio de butacas, vacío, aplaude hasta enloquecer.
Todo es silencio.
Un escenario de noche, con sus luces azules que caen sobre el suelo de madera. Las calles que son cortinones. El foro negro y tras él la tramoya de luces. En el centro del escenario la luz cenital blanca que crea el círculo de un claro de luna.
Claro de luna...
Una mujer (que es una actriz, que es un personaje, que es otro tiempo, que es otro espacio -un lugar en una selva de hace más de un siglo-, que es una historia que se repetirá cada vez que se retome) de espaldas al patio de butacas (vacío como un rey) se sienta en una silla alta, bajo el claro de luna, frente a un micrófono. Cierra los ojos y suavemente comienza a interpretar los susurros, gemidos, risas y jadeos de una mujer que hace el amor.
En la esquina del fondo, a la izquierda del espectador, el director de escena escucha y mira el arte de amar.
Hay algo tan íntimo y sobrenatural en ese espacio vacío, ocupado por los sentimientos sonoros de una mujer, que el hombre que mira siente que es una de las escenas más hermosas de su vida.
Ella termina su interpretación. Abre los ojos. La luz de la noche azulina en la selva de Borneo cubre su rostro. Parece cansada y algo feliz.
El patio de butacas, vacío, aplaude hasta enloquecer.
Todo es silencio.
Fabian Marcaccio
Misericordia: s. f. Virtud, que aficiona y inclina al ánimo, para que se duela y compadezca de los trabajos y miserias ajenas.
El día se puede levantar y dejarse seguir.
Las expectativas no conducen a ningún lugar (y menos aún al lugar previsto).
Yo buscaba un encuentro y he encontrado una soledad sin fondo como si un enterrador se hubiera vuelto loco cavando la tierra para un ataud.
No sé si buscaba el aplauso (el enterrador)
Impecable: adj. de una term. Incapaz de poder pecar.
El día deja regueros
¿Me hubiera podido levantar? ¿Levantar el puño? ¿O levantar el beso?
¿Qué importa?
¿Viene la desazón porque ya tendría que estar muerto? (Todos los mayores de cuarenta años deberíamos estar muertos)
¿Seré capaz cuando la enfermedad me amenace la vida, de abandonarme a ella? ¿De morir en ella?
¿No es suficiente ser impecable en esta vida como para necesitar una trascendencia que nos alivie de la injusticia ciega, de la ciega barbarie, de la humanidad humana? ¿No es suficiente?
Empecedor: s. m. La persona o cosa que daña, perjudica y hace mal à otro. Es voz antiquada.
Es cierto que el daño. Es cierto. El día es capaz de dañar las vísceras.
¡Claro que lanzo mis dardos! ¡Claro que soy capaz de hacer llorar!
El viento a veces se vuelve huracanado. La tormenta de arena enturbia la vista y el veneno y las pasiones alardean en mi lengua haciéndome capaz de herir sin sangre, de matar sin remordimiento, de acabar de una vez para siempre en mitad de una Plaza una amistad cimentada con mimo a lo largo de muchos años. Soy un asesino.
Muerte: s. f. La división y separación del cuerpo y el alma en el compuesto humano; ò el fin de la vida, ò cessación del movimiento de los espíritus y de la sangre en los brutos.
El día muere cada día.
La muerte se muere muchas veces.
A veces en una despedida los domingos por la tarde.
O en una mirada que lo muere todo.
Se muere la ilusión.
Se muere la muerte de la ilusión.
La esperanza no es más que una muerte dilatada.
Nácar: s. m. La concha en que se cría la perla. Tómase frequentemente por lo interior de ella, que tiene un color vivo y respladeciente, blanco, con alguna mezcla de encarnado.
Y yo volaría por encontrarla. Y la abrazaría. Y sería capaz de arrancarme los dientes. Y sería capaz de desahogarme hasta quedar puro secano. Y me elevaría. Y encendería cirios. Y sería el bulto que muestra la sombra. Y sería el cuchillo que se quiebra en la piedra. Y sería la válvula marina de las profundidades. Y alcanzaría las fosas Atlánticas. Y sería busto. Y sería mármol. Y sería dueño de mis ataduras. Y sería espectro. Y sería homúnculo. Y sería arena. Y sería esperma. Y sería flujo. Y sería la raíz y la copa. Y sería la antorcha y el sonido del viento. Sí, sí. Yo volaría por encontrarla y me dejaría, fundidas mi alas, cual Ícaro amorfo gestado en el vientre de mi propio corazón, caer.
El día se puede levantar y dejarse seguir.
Las expectativas no conducen a ningún lugar (y menos aún al lugar previsto).
Yo buscaba un encuentro y he encontrado una soledad sin fondo como si un enterrador se hubiera vuelto loco cavando la tierra para un ataud.
No sé si buscaba el aplauso (el enterrador)
Impecable: adj. de una term. Incapaz de poder pecar.
El día deja regueros
¿Me hubiera podido levantar? ¿Levantar el puño? ¿O levantar el beso?
¿Qué importa?
¿Viene la desazón porque ya tendría que estar muerto? (Todos los mayores de cuarenta años deberíamos estar muertos)
¿Seré capaz cuando la enfermedad me amenace la vida, de abandonarme a ella? ¿De morir en ella?
¿No es suficiente ser impecable en esta vida como para necesitar una trascendencia que nos alivie de la injusticia ciega, de la ciega barbarie, de la humanidad humana? ¿No es suficiente?
Empecedor: s. m. La persona o cosa que daña, perjudica y hace mal à otro. Es voz antiquada.
Es cierto que el daño. Es cierto. El día es capaz de dañar las vísceras.
¡Claro que lanzo mis dardos! ¡Claro que soy capaz de hacer llorar!
El viento a veces se vuelve huracanado. La tormenta de arena enturbia la vista y el veneno y las pasiones alardean en mi lengua haciéndome capaz de herir sin sangre, de matar sin remordimiento, de acabar de una vez para siempre en mitad de una Plaza una amistad cimentada con mimo a lo largo de muchos años. Soy un asesino.
Muerte: s. f. La división y separación del cuerpo y el alma en el compuesto humano; ò el fin de la vida, ò cessación del movimiento de los espíritus y de la sangre en los brutos.
El día muere cada día.
La muerte se muere muchas veces.
A veces en una despedida los domingos por la tarde.
O en una mirada que lo muere todo.
Se muere la ilusión.
Se muere la muerte de la ilusión.
La esperanza no es más que una muerte dilatada.
Nácar: s. m. La concha en que se cría la perla. Tómase frequentemente por lo interior de ella, que tiene un color vivo y respladeciente, blanco, con alguna mezcla de encarnado.
Y yo volaría por encontrarla. Y la abrazaría. Y sería capaz de arrancarme los dientes. Y sería capaz de desahogarme hasta quedar puro secano. Y me elevaría. Y encendería cirios. Y sería el bulto que muestra la sombra. Y sería el cuchillo que se quiebra en la piedra. Y sería la válvula marina de las profundidades. Y alcanzaría las fosas Atlánticas. Y sería busto. Y sería mármol. Y sería dueño de mis ataduras. Y sería espectro. Y sería homúnculo. Y sería arena. Y sería esperma. Y sería flujo. Y sería la raíz y la copa. Y sería la antorcha y el sonido del viento. Sí, sí. Yo volaría por encontrarla y me dejaría, fundidas mi alas, cual Ícaro amorfo gestado en el vientre de mi propio corazón, caer.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/05/2012 a las 00:01 | {0}