deja la hierba sin segar que crezca despeinada y si llegan las palomas y la cagan y si los animales se la comen déjala
no permitas que las manos se eleven hacia los cielos y rueguen porque primero estaban los dioses de la tierra y sus preces
os ahogaréis y mientras caen vuestras cabezas tras el umbral del agua alguien sonreirá para sus adentos y pensará que se jodan
si el universo se expande y no hay nada sino él ¿hacia donde se expande? ¿qué es aquello donde se expande?
¡oh calma esta cabeza atormentada estos pulmones atosigados estas tripas rebeldes este sexo sin nombre ni dirección calma la trepanación calma la ausencia y sus lágrimas calma las caries que horadan la tarde y enloquece por demás a las aves y sus víctimas no no te detengas así no te detengas y sigan sonando los acordes y no se detengan los alfareros ni las ruecas dejen de girar y los asfódelos se queden en las páginas de quien los imaginó ven y vete ven y no vuelvas vuelve y no te vayas quédate y corre y muerde con la fragilidad de la yugular!
en el viejo bar el pianista se mece a merced de una melodía
al puerto llega la última cantante
el niño ha dejado de meter lombrices en el bote
se acicala la canalla antes de iniciar la jornada
muere en silencio la penúltima estrella mirando el universo al fondo a la izquierda
sí sí sí me quedaré sentado y tan sólo me levantaré cuando la rata haya acabado con los tendones de mi pie
deja al árbol
deja al anillo
deja al café
deja al bureau
deja al botón
anuncia la buena nueva a tu puta madre pero a ella no le digas nada ni se te ocurra acercarte que no sepa el aire que estás vuelve entonces por donde has venido
deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja deja
Ocurrió ayer. Digamos que la tarde estaba muriendo y añadamos el desvelo de unos patos al fondo del lago. Quiso arriesgar en una curva y no lo hizo. Quiso beber y emborracharse y no lo hizo. Quiso también recurrir a una viejo adagio para sonreír y no lo hizo. Temió las palabras gruesas que el día anterior había escrito, esa moral de sacristía que anida aún en un rinconcito de sus sinapsis. Las temió poco rato, es cierto. Las temió como se teme el ágape.
Digamos para terminar de dibujar las circunstancias que aparcó el coche tras el camino de tierra, bajo unas encinas que protegieran de los últimos rayos de sol la carrocería de su coche. Digamos también que cuando enfiló la carretera hacia E.E. (nos permitimos en este momento el dejar en iniciales el nombre del pueblo como homenaje a los antiguos escritores naturalistas del siglo XIX) aceleró con una urgencia desacostumbrada en él y pensó, Así el tiempo pasa más rápido y se vio, en esa aceleración, en el día 30 de agosto tras haber comido una tortilla de patatas y una ensalada de tomates y vive: ...entonces se miran y se cogen de las manos. Él, dulcemente, la conduce hacia el dormitorio. La cama está hecha, cambiadas las sábanas. Huele a limpio y a hombre. Ella acaricia su cabello travieso, lleno de rizos y de lisuras, y le detiene en el umbral de la puerta y le pide un abrazo fuerte y quedarse un rato quietos. Lo hacen. Sus bocas se encuentran mientras sus manos recorren con una paciencia de siesta la espalda del otro. Al mismo tiempo, dirigidos por un mismo deseo, se separan y dan los últimos pasos hasta la cama. Él la abre. Ella se empieza a desnudar. Él le dice si no le importaría quedarse en ropa interior. Ella calla. Él se desnuda y ella le pide que no se quite los calzoncillos. Se tumban. A través de las lamas de la persiana la luz de la tarde se oscurece. Se miran. Se acercan. Recuerdan la piel. Y se buscan las nalgas... En el desvío vuelve a la carretera que conduce al lago. Se fija en una torrecilla y el vuelo, vigilante, de un águila ratonera. Su perro olisquea el camino y por mucho que los expertos aseguran su falta de memoria, recuerda el paseo que tanto le gusta, el paso por el puente, las aguas a ambos lados, el inicio del sendero, las jaras, los palos, los árboles, las riberas del lago y sus juncales.
Digamos que iniciaron el paseo cuando aún hacía calor. No estaba el sol ya alto, de hecho parecía querer tumbarse, más pronto que tarde, sobre la cima del monte. El perro corrió por la pasarela de la represa (lo llamaremos puente y pasarela; lo llamaremos lago y represa según el impulso poético o prosaico que sintamos en cada párrafo) hasta el sendero. Feliz daba saltos, se aceleraba a sí mismo, no sabía en qué matorral detenerse, cuál de todos los palos era el ideal para su éxtasis hasta que por fin encontró uno que se componía de dos ramas, largo y pesado. Fue hasta él y se lo enseñó. Él logró quitárselo y se lo lanzó lo más lejos que pudo. El perro corrió, corrió, corrió y cuando volvía con el palo, él vivió una ráfaga de la tarde del 30 de agosto próximo y desde esa ráfaga, no estando realmente allí, se lo volvió a lanzar pero esta vez no hacia el sendero sino hacia la maleza, hacia los juncales, hacia la orilla del lago.
Digamos que no creemos en la casualidad, que lo casual pertenece a lo fenoménico y por lo tanto sujeto a la contingencia humana. Aclaremos también que el no admitir la casualidad como vehículo de lo inexplicable o lo cuasi milagroso, no nos lleva, en absoluto, a considerar mágico o trascendente lo que acontece de forma que el suceso y el proceso parezcan, en un instante, un solo ser, una sola circunstancia.
Dicho esto volvemos al momento en que él, desde otro espacio/tiempo, lanza en el paseo por el lago un palo a su perro pero no en línea recta, como ya dijimos, sino hacia la ribera, justamente a su derecha. Corre el perro. Busca. Tarda en volver. Él lo llama. El perro no vuelve. Él se adentra en la espesura, se abre paso con cierta dificultad hacia el ribazo y cuando está llegando vislumbra, entre ramajes y verdura, al perro revoloteando alrededor de una pareja semidesnuda: la mujer se sube las bragas mientras mira en rededor y coge con premura unos shorts; él se ajusta el cordón de un bañador que no logra disimular, en absoluto, el acúmulo de sangre en su sexo. Ambos están gozosos. Desde una distancia prudente, él llama a su perro, quien al verle tan cerca decide obedecer. Le regaña, sonríe, desanda el camino y piensa en tomarse una cerveza en el restaurante que se encuentra en la orilla opuesta. Antes de llegar a la pasarela, la pareja que se amaba entre juncales le adelanta y él recuerda del próximo 30 de agosto una imagen: Él se ha girado y ella se ha pegado a su espalda. La mano de ella juguetea con su miembro amorcillado, guerrero que descansa tras la primera batalla, y aspira su olor. Acerca su boca a su oreja y le susurra: Cuando te haga daño, perdóname.
Digamos para terminar de dibujar las circunstancias que aparcó el coche tras el camino de tierra, bajo unas encinas que protegieran de los últimos rayos de sol la carrocería de su coche. Digamos también que cuando enfiló la carretera hacia E.E. (nos permitimos en este momento el dejar en iniciales el nombre del pueblo como homenaje a los antiguos escritores naturalistas del siglo XIX) aceleró con una urgencia desacostumbrada en él y pensó, Así el tiempo pasa más rápido y se vio, en esa aceleración, en el día 30 de agosto tras haber comido una tortilla de patatas y una ensalada de tomates y vive: ...entonces se miran y se cogen de las manos. Él, dulcemente, la conduce hacia el dormitorio. La cama está hecha, cambiadas las sábanas. Huele a limpio y a hombre. Ella acaricia su cabello travieso, lleno de rizos y de lisuras, y le detiene en el umbral de la puerta y le pide un abrazo fuerte y quedarse un rato quietos. Lo hacen. Sus bocas se encuentran mientras sus manos recorren con una paciencia de siesta la espalda del otro. Al mismo tiempo, dirigidos por un mismo deseo, se separan y dan los últimos pasos hasta la cama. Él la abre. Ella se empieza a desnudar. Él le dice si no le importaría quedarse en ropa interior. Ella calla. Él se desnuda y ella le pide que no se quite los calzoncillos. Se tumban. A través de las lamas de la persiana la luz de la tarde se oscurece. Se miran. Se acercan. Recuerdan la piel. Y se buscan las nalgas... En el desvío vuelve a la carretera que conduce al lago. Se fija en una torrecilla y el vuelo, vigilante, de un águila ratonera. Su perro olisquea el camino y por mucho que los expertos aseguran su falta de memoria, recuerda el paseo que tanto le gusta, el paso por el puente, las aguas a ambos lados, el inicio del sendero, las jaras, los palos, los árboles, las riberas del lago y sus juncales.
Digamos que iniciaron el paseo cuando aún hacía calor. No estaba el sol ya alto, de hecho parecía querer tumbarse, más pronto que tarde, sobre la cima del monte. El perro corrió por la pasarela de la represa (lo llamaremos puente y pasarela; lo llamaremos lago y represa según el impulso poético o prosaico que sintamos en cada párrafo) hasta el sendero. Feliz daba saltos, se aceleraba a sí mismo, no sabía en qué matorral detenerse, cuál de todos los palos era el ideal para su éxtasis hasta que por fin encontró uno que se componía de dos ramas, largo y pesado. Fue hasta él y se lo enseñó. Él logró quitárselo y se lo lanzó lo más lejos que pudo. El perro corrió, corrió, corrió y cuando volvía con el palo, él vivió una ráfaga de la tarde del 30 de agosto próximo y desde esa ráfaga, no estando realmente allí, se lo volvió a lanzar pero esta vez no hacia el sendero sino hacia la maleza, hacia los juncales, hacia la orilla del lago.
Digamos que no creemos en la casualidad, que lo casual pertenece a lo fenoménico y por lo tanto sujeto a la contingencia humana. Aclaremos también que el no admitir la casualidad como vehículo de lo inexplicable o lo cuasi milagroso, no nos lleva, en absoluto, a considerar mágico o trascendente lo que acontece de forma que el suceso y el proceso parezcan, en un instante, un solo ser, una sola circunstancia.
Dicho esto volvemos al momento en que él, desde otro espacio/tiempo, lanza en el paseo por el lago un palo a su perro pero no en línea recta, como ya dijimos, sino hacia la ribera, justamente a su derecha. Corre el perro. Busca. Tarda en volver. Él lo llama. El perro no vuelve. Él se adentra en la espesura, se abre paso con cierta dificultad hacia el ribazo y cuando está llegando vislumbra, entre ramajes y verdura, al perro revoloteando alrededor de una pareja semidesnuda: la mujer se sube las bragas mientras mira en rededor y coge con premura unos shorts; él se ajusta el cordón de un bañador que no logra disimular, en absoluto, el acúmulo de sangre en su sexo. Ambos están gozosos. Desde una distancia prudente, él llama a su perro, quien al verle tan cerca decide obedecer. Le regaña, sonríe, desanda el camino y piensa en tomarse una cerveza en el restaurante que se encuentra en la orilla opuesta. Antes de llegar a la pasarela, la pareja que se amaba entre juncales le adelanta y él recuerda del próximo 30 de agosto una imagen: Él se ha girado y ella se ha pegado a su espalda. La mano de ella juguetea con su miembro amorcillado, guerrero que descansa tras la primera batalla, y aspira su olor. Acerca su boca a su oreja y le susurra: Cuando te haga daño, perdóname.
Miscelánea
Tags : Agosto 2013 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/08/2013 a las 17:33 | {0}
¿Dónde estaba la señal? Cuando habla atiende esa llama cerebral, esa intuición a priori, la descarga eléctrica que despierte la atención del mamífero. Cuando escucha, Te echo de menos hay una conexión directa entre su oído, su cerebro y su verga. Entonces sonríe y la tarde adquiere la consistencia de las olas (undosa tarde/ gime en mi oído su gemido/ y jalea con el vuelo de los vencejos/ la humedad y su pubis.)
Hay en el aire de esta mañana el peso del calor y la música de un músico canadiense que se arruinó dos veces; una constelación de estrellas invisibles por el azul se desplaza de nuevo hacia su origen; la agonía del segundo anterior ha dejado de tener interés; el olor suyo invade el salón. ¿Son esas las señales? Entonces se dice: esta mañana sugerí en el paseo de las nueve y media al perro que gruñía tras la verja que debía mover más el rabo y cuando me acercaba a la vuelta de la esquina, donde los gatos toman el sol, me sorprendió la cercanía de la encina y la sobriedad de sus labios. Luego tuve el impulso de sentarme y juguetear con una lata de cerveza vacía. Sólo cuando vi acercarse a la mujer con mellizos recordé que ya no era un niño y que nunca más iría montado en cochecito. En calle de los Pijos recordó a su hija y una imagen que ella había escrito: Bajo la luna llena la nevera con cadáver se hundió en el lago. Así era por mucho que la noche anterior, en conversación, las cuitas de los hombres surgieran y fueran latigazos al corazón y camas solas y paseos y faros y desdenes y carencia y fin y ¡ay!
Ahora ha vuelto y al mirar el tiempo lo ha descubierto capicua. Va a estudiar otra lengua. Va a alimentar al sauce japones. Va a desear que las nubes que parecían venir del norte se vayan asentando para que quizás esta nueva tarde, esta tarde única para siempre, irrepetible y no eterna (nada podrá ya ser eterno), la tormenta se haga oír y el perrillo, ancestral en sus miedos, se meta bajo la mesa, con las orejas pegadas y gachas a la espera de que el horror de los truenos abandone el pueblo y todo vuelva a ser como antes, cuando el cielo no amenazaba con resquebrajarse y caer a pedazos sobre el mundo.
Hay en el aire de esta mañana el peso del calor y la música de un músico canadiense que se arruinó dos veces; una constelación de estrellas invisibles por el azul se desplaza de nuevo hacia su origen; la agonía del segundo anterior ha dejado de tener interés; el olor suyo invade el salón. ¿Son esas las señales? Entonces se dice: esta mañana sugerí en el paseo de las nueve y media al perro que gruñía tras la verja que debía mover más el rabo y cuando me acercaba a la vuelta de la esquina, donde los gatos toman el sol, me sorprendió la cercanía de la encina y la sobriedad de sus labios. Luego tuve el impulso de sentarme y juguetear con una lata de cerveza vacía. Sólo cuando vi acercarse a la mujer con mellizos recordé que ya no era un niño y que nunca más iría montado en cochecito. En calle de los Pijos recordó a su hija y una imagen que ella había escrito: Bajo la luna llena la nevera con cadáver se hundió en el lago. Así era por mucho que la noche anterior, en conversación, las cuitas de los hombres surgieran y fueran latigazos al corazón y camas solas y paseos y faros y desdenes y carencia y fin y ¡ay!
Ahora ha vuelto y al mirar el tiempo lo ha descubierto capicua. Va a estudiar otra lengua. Va a alimentar al sauce japones. Va a desear que las nubes que parecían venir del norte se vayan asentando para que quizás esta nueva tarde, esta tarde única para siempre, irrepetible y no eterna (nada podrá ya ser eterno), la tormenta se haga oír y el perrillo, ancestral en sus miedos, se meta bajo la mesa, con las orejas pegadas y gachas a la espera de que el horror de los truenos abandone el pueblo y todo vuelva a ser como antes, cuando el cielo no amenazaba con resquebrajarse y caer a pedazos sobre el mundo.
Miscelánea
Tags : Agosto 2013 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/08/2013 a las 10:53 | {0}
¿Fue por la súplica que Siringa hizo a las náyades para que la convirtieran en caña ante el acoso de Pan?
¿Es la tristeza de la flauta de caña lo que se entromete en este día de agosto?
¿O la perfección en las proporciones entre cobre, estaño, antimonio y plata para la construcción de una campana?
¿Hay continente oculto?
¿Por qué saber que el tiempo también es finito como la vida de la rosa o la del sicomoro, produce esa sensación de nostalgia por la infinitud?
Saber que todo es representación, que nada es conocido en sí. Buscar en la pasión por entender un sentido a las siete y cuarto de esta tarde.
También será el cansancio del esfuerzo (tan útil a las articulaciones).
¿Es la tristeza de la flauta de caña lo que se entromete en este día de agosto?
¿O la perfección en las proporciones entre cobre, estaño, antimonio y plata para la construcción de una campana?
¿Hay continente oculto?
¿Por qué saber que el tiempo también es finito como la vida de la rosa o la del sicomoro, produce esa sensación de nostalgia por la infinitud?
Saber que todo es representación, que nada es conocido en sí. Buscar en la pasión por entender un sentido a las siete y cuarto de esta tarde.
También será el cansancio del esfuerzo (tan útil a las articulaciones).
Ayer él hubiera escrito lo siguiente:
"Hay en mí el microscopio. Una lente agranda lo pequeño. Diría si fuera él: lo que no existe. En la contemplación de un fenómeno natural extraigo la savia de esto que escribo si lo hubiera escrito. Al no escribirlo. Al decidir no escribirlo nunca, siento que hay en mí el microscopio.
Desoigo las voces que me enseñan una longitud extraordinaria y afirmo, con los conocedores, que la música tiene un 99% de matemáticas. Que caiga luego la tormenta o que la bandada de grullas tenga el latido de un amor es algo que en absoluto puedo soñar.
He atado mis manos a las suyas. He subido la cuesta que conduce a lo alto y desde allí, con esta desarmonía mía, he gritado un nombre propio y doce comunes. El resultado ha sido un río y doce formas de pez.
La noche me llevo a su pecho.
Como no he querido desviar la realidad de su curso natural, todo es una recta (con el peligro que conlleva toda recta) infinita (entiéndase este adjetivo de la forma más absurda posible. Por mucho que me esfuerce soy incapaz de imaginar el infinito. De hecho soy incapaz de imaginar dos millones de kilómetros. De hecho soy incapaz de comprender que en mi interior se distribuyen unos 120.000 kilómetros de arterias y venas). Quizá por eso decido dibujar como una línea recta la realidad y junto con los sabios norteamericanos rechazo la geometría euclidiana y algunas cuantas cosas más.
En este punto y aparte, se descubrió el culo sucio de la luna.
Y en este otro la crueldad de un sol que se está destruyendo a sí mismo.
Es cierto que hubiera querido acudir -si hubiera escrito lo que no voy a escribir- a unas imágenes muy bien estudiadas por Joseph Campbell, en las cuales se demuestra el terror de los hombres a su propio planeta. Todo es tierra.
Afirmo, en cambio, (y esto sí lo escribo) que la luz de la mañana ha sido clara y que el llanto del niño a las siete y media me ha sacado de un sueño al que creía tener derecho (evidentemente el niño no era consciente ni de mí, ni de mi sueño, ni de mi derecho. O no tan evidente. No, no tan evidente) y cuando la realidad ha cambiado he sentido unas inmensas ganas de estar.
Heráclito no era tan majo. En el fondo él se dolía de que todo fluyera. Él pertenecía a la clase dominante (la que quiere que todo permanezca).
Los bolígrafos están tumbados.
El libro de inglés se expresa en su idioma.
El café se contiene en los límites de la taza.
La madera de la mesa aguantará un día más.
La pantalla de la lámpara se duele de ser gris.
El ratón roe.
El cuadro es rectangular.
Las paredes empiezan a mostrar la suciedad del blanco (referencia al sucio culo de la luna en la arquitectura prêt-a-porter).
Los pasos del animal vuelven a ser cautos.
A lo lejos se oyen las risas de seis mujeres.
Son las once.
En Moscú los bípedos hacen deporte.
Y parece que mañana existirá*".
* Nota del transcriptor de lo que él hubiera escrito ayer: Para la de la foto no. Le quedaba un piso para morir.
"Hay en mí el microscopio. Una lente agranda lo pequeño. Diría si fuera él: lo que no existe. En la contemplación de un fenómeno natural extraigo la savia de esto que escribo si lo hubiera escrito. Al no escribirlo. Al decidir no escribirlo nunca, siento que hay en mí el microscopio.
Desoigo las voces que me enseñan una longitud extraordinaria y afirmo, con los conocedores, que la música tiene un 99% de matemáticas. Que caiga luego la tormenta o que la bandada de grullas tenga el latido de un amor es algo que en absoluto puedo soñar.
He atado mis manos a las suyas. He subido la cuesta que conduce a lo alto y desde allí, con esta desarmonía mía, he gritado un nombre propio y doce comunes. El resultado ha sido un río y doce formas de pez.
La noche me llevo a su pecho.
Como no he querido desviar la realidad de su curso natural, todo es una recta (con el peligro que conlleva toda recta) infinita (entiéndase este adjetivo de la forma más absurda posible. Por mucho que me esfuerce soy incapaz de imaginar el infinito. De hecho soy incapaz de imaginar dos millones de kilómetros. De hecho soy incapaz de comprender que en mi interior se distribuyen unos 120.000 kilómetros de arterias y venas). Quizá por eso decido dibujar como una línea recta la realidad y junto con los sabios norteamericanos rechazo la geometría euclidiana y algunas cuantas cosas más.
En este punto y aparte, se descubrió el culo sucio de la luna.
Y en este otro la crueldad de un sol que se está destruyendo a sí mismo.
Es cierto que hubiera querido acudir -si hubiera escrito lo que no voy a escribir- a unas imágenes muy bien estudiadas por Joseph Campbell, en las cuales se demuestra el terror de los hombres a su propio planeta. Todo es tierra.
Afirmo, en cambio, (y esto sí lo escribo) que la luz de la mañana ha sido clara y que el llanto del niño a las siete y media me ha sacado de un sueño al que creía tener derecho (evidentemente el niño no era consciente ni de mí, ni de mi sueño, ni de mi derecho. O no tan evidente. No, no tan evidente) y cuando la realidad ha cambiado he sentido unas inmensas ganas de estar.
Heráclito no era tan majo. En el fondo él se dolía de que todo fluyera. Él pertenecía a la clase dominante (la que quiere que todo permanezca).
Los bolígrafos están tumbados.
El libro de inglés se expresa en su idioma.
El café se contiene en los límites de la taza.
La madera de la mesa aguantará un día más.
La pantalla de la lámpara se duele de ser gris.
El ratón roe.
El cuadro es rectangular.
Las paredes empiezan a mostrar la suciedad del blanco (referencia al sucio culo de la luna en la arquitectura prêt-a-porter).
Los pasos del animal vuelven a ser cautos.
A lo lejos se oyen las risas de seis mujeres.
Son las once.
En Moscú los bípedos hacen deporte.
Y parece que mañana existirá*".
* Nota del transcriptor de lo que él hubiera escrito ayer: Para la de la foto no. Le quedaba un piso para morir.
Miscelánea
Tags : Agosto 2013 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/08/2013 a las 10:14 | {0}
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Miscelánea
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/08/2013 a las 10:29 | {0}