Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Ha escuchado el aleteo dentro de la habitación como si fuera huesos sumergidos en un líquido corrosivo.
La mañana se levanta poderosa y el aire sometido a los polvos del sur está sucio (pintado, sí, alguna vez ha establecido la misma comparación) como pintado con un difumino sucio.
Los cristales de las ventanas no están impolutos.
La voz que suena al otro lado se muestra tranquila, parece como si hubiera vivido mucho. Sin embargo no sabe que sudarán sangre y que el afán tiene algo de inútil que no acaba de despegarse del todo. Uno muere con cierta sensación de inutilidad. Piensa si será porque somos colonias de bacterias, virus y células envueltos en una membrana que forma la idea de un cuerpo. Somos ideas de cuerpos cuando somos multiversos encerrados en un compuesto que provoca casi el hermetismo absoluto.
La voz que suena al otro lado está tranquila. Lo escucha hablar y al hacerlo recuerda los años en que más se vieron, unos años de plomo, unos años que le abrieron el camino para llegar hasta aquí.
Está en un estado en el que ya no quiere saber qué pensar. Cuando se sienta en la silla incómoda, la que está en la terraza de su dormitorio y se compara con el personaje de Jeremy Irons al final de Damage de Louis Malle, cuando camina por una calle soleada de una isla del sur de Europa y lleva queso y entra en una casa bien ventilada, sin apenas muebles y abre el queso y se sirve un poco de vino y vemos que frente a él hay una foto de la Otra, de esa otra a la que se entregó para que arruinara su vida, esa Otra que podría ser una personificación de una de las tres Erinias, esa Otra que podría ser la vida, la vida herida, la Vida que nació herida, que nació detonada de la negrura del origen del mundo. Así ya no quiere saber qué se pregunta ni si tiene sentido preguntarse cualquier cosa, en este día tórrido del año 2022, en el cenit de la decadencia, con la sonrisa en lo labios y el temor a la fragilidad justo a la altura de sus hombros.
¿Será hermoso quedarse sin preguntas? 
Esa voz se muestra tranquila. Aseguraría que esa voz le está diciendo en su modulación que ya nada es capaz de hacerle mal. Esa voz quisiera dejar claro como manantial que el horror al vacío, a la irresponsabilidad, a la ignorancia ya no le pertenece, ya no habita en él y que ahora es capaz de asumirlos (el vacío, la irresponsabilidad, la ignorancia) como características propias de lo humano. Cuando escucha esa voz a través del hilo -imaginario- telefónico incluso cuando se producen interferencias, fallos, cortes momentáneos del sonido, también entonces, sabe que es imposible transmitirle la sensación de impostura que carga en su mente desde hace no sabe cuánto.
¿Estar perdido es haber encontrado? Mejor hubiera sido no haberse perdido nunca. Mejor hubiera sido no haber encontrado nada.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/06/2022 a las 18:52 | Comentarios {0}



No tengáis miedo. El invierno ha acabado. Pronto los hielos aflojaran su presión sobre el casco y sentiremos que el movimiento vuelve a ser parte de este barco.
¿Por qué no nos abrazamos, bravos compañeros que aguantamos juntos? Yo sé que la luz a veces escasea y que las galletas acabaron pudriéndose; sé que fue muy duro comerse la carne de nuestros iguales pero ése sacrificio es el que nos ha permitido llegar hasta aquí.
¿Recordáis cuando estábamos atados, de espaldas a la entrada de la gruta? ¿Recordáis los movimientos de las sombras que se reflejaban en la pared del fondo? ¿Recordáis los gemidos de un niña a la que le estaban arrancando el cuero cabelludo? ¿Recordáis el acento de los que nos salvaron?
Tanto hemos pasado que los crujidos que ahora escucho me suenan a campanas de gloria; me parecen los chirridos los de unos goznes que abrieran las puertas de un palacio en todo recubierto de sirope; el ulular del viento que atrae la lluvia es la voz de Zeus atrapando a Europa. No siento nostalgia, queridos compañeros. No quiero volver para abrazarme a nadie ni para calentarme los pies junto a una estufa mientras mis nietos se sientan a mi alrededor en el suelo para escuchar atónitos el relato de nuestra aventura. No quiero volver para que nos condecoren. No quiero volver para ver de nuevo los ojos del amor que dejé allí, no, ninguno de esos son los motivos porque tan sólo hay uno por el que quiera volver, por el que quiera brindar con vosotros y ese motivo es el hecho de producirse la vuelta. Cuando el viejo cascarón que nos ha protegido estos largos meses empiece a menearse en estas aguas frías como el infierno, entonces, sólo entonces, sentiré la emoción del deseo cumplido. Lo que venga después no importa. Lo que venga después es, sencillamente, un paso más hacia la muerte.
 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/06/2022 a las 13:24 | Comentarios {0}



La mosca en el cristal de la ventana
Aire de una frase.
Cuando siente que los Antiguos no querían lo Viejo.
El rictus en un retrato de Cromwell.
Justo esa veladura del sol. Justa ésa. No fue la anterior ni tampoco cuando lentamente la veladura se fue difuminando.
El resto de lo que nunca recordará.
Así se le viene.
El olor de la tierra húmeda (que tiene un sustantivo que no es tan hermoso como ese nombre unido a ese adjetivo).
La honda respiración.
El mantra sentido en su ausencia de sentido.
Vino en un instante de una serie televisiva.
O cuando hierve el huevo en la cacerola.
En los ojos del perro viene.
En el olor de la higuera viene.
En el agua por el cuerpo viene.
Al cerrar los ojos tras contemplar en la oscuridad del mundo la luz muerta de la luna.
En los violines que Haydn entristece en la sinfonía número 49.
También en Jimena Amarillo cuando rompe con la muchacha de leggins de leopardo.
Por el trasluz del aceite de oliva.
Porque es la hora de comer.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2022 a las 13:44 | Comentarios {0}



Ayer la fiebre fue alta. Aún así salió al camino y subió las pendientes tendidas que le llevaban hasta su puesto en el mercado. Atendió su clientela -la mayoría mujeres porque su especialidad eran las bragas y sostenes de saldo- y entre ella estuvo Soledad, la hija de la Magdalena, una muchacha rubia y corpulenta con unas pantorrillas que daba gloria verlas. Rondaba ya los veinticinco  años y decían en la aldea que nunca se casaría, que ella había querido ir para monja pero su madre, la Magdalena -mujer de profundas creencias ateas- le había amenazado con cortarle los pechos si se acercaba con semejantes intenciones a un convento. Eso decían. Probablemente no fuera cierto.
Terminada la jornada, el hombre recogió sus mercancías y se volvió por donde había venido. Había empezado a caer una lluvia fina, hasta cierto punto agradable porque el día había sido de calor, un calor inusual para el mes de abril en el que estaban. Cuando el hombre llegó al cruceiro, se desvió por el camino de la izquierda, el que llaman de los Bandoleros porque se interna en un bosque en el que, según cuentan las crónicas antiguas del abate Gelmión, fueron atracados muchos viajeros. No, no era ése el camino que había de tomar el vendedor de prendas íntimas de mujer para volver a su casa. Mojado y sudoroso, con fiebre y temblores, no quería perderse su encuentro semanal con Soledad. Una gruta era su alcoba.
El vendedor debía doblarle en edad pero un tiempo antes -ni ella ni él recuerdan con exactitud la fecha- una frase de Agustín -que así se llama el mercader- tras venderle unas bragas de algodón con puntilla, generó entre ellos una simpatía que con el tiempo se convirtió en deseo, más tarde en amor y al final en sexo. Las bragas costaban doscientas pesetas y a ella le faltaban unas monedas. Agustín le dijo, Llévatelas, muchacha, que ya habrá tiempo para que pagues lo que resta y si no lo hay, así Dios lo habrá dispuesto y no voy a ser yo quien discuta con él lo que deba o no deba ser.
Soledad le espera al fondo de la cueva como una diosa antigua. Hacen el amor entre candiles. Luego él, mientras ella se lava en una fuente subterránea, se fuma una cachimba de tabaco holandés. Ella sale antes. Un poco más tarde sale él. Con el tiempo justo para que la noche no le sorprenda por el camino. Hoy tiembla un poco por la humedad y por la fiebre. Como siempre, al salir le agradece al buen Dios que, el día aquel de hace no sabe cuánto tiempo, a aquella muchacha de hermosas pantorrillas le faltaran unas monedas para poderse comprar las bragas con puntilla.
 

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/06/2022 a las 17:45 | Comentarios {0}



La puerta de entrada está en el dolor en el páncreas. Desde ese dolor (que se manifiesta algunas tardes cuando el pesar se aposenta en la parte izquierda del abdomen y se convierte en una finísima aguja en ese lado de las tripas) se abre el nuevo mundo en el que ya no existirá, en el que no habrá metáforas, ni paisajes que describir un día cualquiera.

Dejará de existir el color de la infinitud: el pardo verdusco.

La puerta de entrada se encuentra también en la absoluta percepción del canto de los pájaros que aúna la belleza de sus trinos con la crueldad de su aviso; ésa es una puerta de entrada natural, que apenas se puede decir, que sólo se puede escuchar.

La puerta de entrada es descubrir un camino nuevo que aparenta en todo ser un vestigio de la Edad Dorada sólo que, en el alma del caminante -ya entrado en años, la espalda aún recta pero con cierta carga en los hombros que recuerdan los pesos que hubo ya de soportar-, se cierne la alerta de que la tragedia se encuentra en la misma esquina que lo cómico. Aún así el caminante, metódico en su esperanza, se interna por el camino nuevo y decide disfrutarlo como si no hubiera vivido nada, como si no hubiera aprendido hace ya demasiado tiempo que los caminos hermosos dependen en buena medida de la vida que se esconde por ellos. La vida se esconde de la vida. Eso aprendió el caminante por los caminos.

Quizá sea llegado el tiempo de permitir que la fina aguja que es el dolor del páncreas de sus tripas, le abra en canal y desgarre del todo sus órganos vitales y permita que por la boca salga todo el vómito germinal y que en su propio principio encuentre su final. Porque los caminos son hermosos. Porque ayer descubrió que el árbol enorme era un abedul y que en algún tramo de un riachuelo que serpentea entre un bosque de robles, hay una poza que cubre por entero a un perro.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/06/2022 a las 12:22 | Comentarios {0}


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