Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Hay días en que me levanto con miedo al futuro y aunque soy capaz de pensar, Temes la nada el hormigueo del terror se aposenta en mis entrañas.
Hay días en que, tras mantener una conversación con C., me siento un vago aunque sea capaz de pensar, ¿Qué es ser vago? Y pueda llegar a intuir el término contemplativo como una forma tan decente de vivir como aquélla de la persona toda acción.
Hay días que me hacen temblar.
Hay días que me hacen nadar.
Hay días que arrastran la rémora de la noche pasada como la melodía que no se logra recordar y atraviesa la espina dorsal de un minuto.
Hay días pescadores ocultos en un bosque de cortinaje sombrío.
Hay días que pienso: ¡Es enorme su afán de aprender!
Hay días en los que el varón me resulta de una desvergüenza vergonzosa.
Hay días veinticinco y días veintiseis (que es el único número que se encuentra entre el cuadrado de otro, el cinco, y el cubo de otro, el tres).
Hay días lagos.
Hay días carpas.
Hay días en los que el tiempo pasa y no logro amarrar el sentido de esta existencia y topo con un pensamiento de otro que tampoco lo encontró, cierto pensamiento estoico lejano como el alba en Borneo e infinito, infinito.
Hay días saga.
Hay días, como el de hoy, en el que quisiera desnudarme y sentir que lo que el espejo refleja no es el cuerpo de un ser humano sino la materia que compuso en su día la vida de una estrella.
Hay días universo.
Hay días caos.
Hay días cama.
Hay días alba.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/09/2013 a las 10:40 | Comentarios {2}


Desde el exilio me lo manda Isaac Alexander


¿Qué cojones es Cataluña? ¿Qué es eso que tanto se expande como un reguero de gilipollez llamado identidad/identitario? ¿Qué hostias es España? e ¿Inglaterra? ¿qué mierda es Inglaterra? y qué decir de China ¿Existe realmente China? ¿Qué eslabón de la cadena de la inteligencia se perdió para creer que existe China? ¿A qué viento se le pide el pasaporte? ¿Qué aduanas existen para los delfines cuando llegan a las aguas territoriales, pongamos por caso, entre Estados Unidos y Cuba? ¿A qué eminencia se le ocurrió llamar a un país Estados Unidos de América? ¿Quién es América? y ¿Cuba?
Eso del nacionalismo es una enfermedad. Como el fascismo es un cáncer de las sociedades. Los putos fascistas. Es una enfermedad de miedo, de cerrazón. Es una enfermedad avara.
Abramos las ventanas de una vez.
Derribemos las fronteras presas de la imaginación codiciosa del hombre.
Fuera los diseñadores de ostracismos.
Yo estoy aquí acompañado por una mulata, una mujer blanca de piel alabastrina, una negra de culo zumbón y tres indios pawnees con unos rabos dignos de elevarles un altar. Estamos fumando pipas de la paz y bebiendo vino de la tierra. Reímos. Nos gozamos. Sin putas fronteras. Sin putas identidades ¡Que les jodan!
Este aire mundano me sienta de maravilla.
Sólo quería abrazaros.

Miscelánea

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/09/2013 a las 11:29 | Comentarios {6}


Moras


La mujer que observó la tarde de septiembre y le escribió una canción, se detuvo días antes en el puente del lago Hoo-Shon cuando descubrió a dos hombres alrededor de un árbol. La pimera vez, cuando se dirigía al interior del bosque acompañada por su perra y los recuerdos de una voz que justo entonces acababa de dejar atrás (en el inicio del puente, cerca de un tilo, donde todavía la cercanía del bosque ni siquiera se podía imaginar), tan sólo los miró de paso porque la llamada del bosque era fuerte; había en su umbría la cualidad del silencio y en las aves diversas que lo poblaban la conjura de unas lenguas que, sin dudarlo, proclamaban ideas. La perra también ansiaba la espesura porque en ella se encontraría el tesoro que buscaba: un palo de madera de saúco, el protector de las almas de los niños, al que días antes había dejado semienterrado junto a una jara invadida de líquenes. Y así fue, la perra encontró el palo, la mujer escuchó la lengua de los pájaros, y lentamente se fueron perdiendo en la idealidad de la realidad y el ruido se fue acallando y tan sólo fueron pesadillas el martillo neumático, la rueda y el asfalto, el grito y la jauría humana, asoladora de ciudades.
Al llegar al lago Hoo-Shon, la mujer se sentó en la Piedra Negra y fumó; la perra bajó hasta sus aguas, dejó el palo a buen recaudo junto a las caderas de su amiga, y se dedicó a husmear los juncales. La mujer tuvo la visión de los dos hombres alrededor del árbol y se fijó (en la visión) en que ambos tenían arañazos y sangre en sus brazos y en sus piernas. Y con esa visión intuyó dos versos: Moras la tierra, baya roja, de sabor dulce/ atrapada entre ramas de espinos.
El sol estaba en lo alto. La perra tras el baño en las aguas, se había tumbado junto a ella y lamía el palo. La mujer sintió el deseo de volver. El bosque sesteaba. Cuando salieron vio de nuevo a los hombres alrededor del árbol. Los saludó y les preguntó qué hacían. Ellos le enseñaron una cesta repleta de moras y le ofrecieron llevarse las que quisiera para hacerse una mermelada. La mujer declinó el ofrecimiento arguyendo, como metáfora, el dolor que les habría causado recoger el fruto y uno de los hombres, sentencioso, le respondió: Ya sabe que el que algo quiere algo le cuesta. Ella sonrió. Se acercó a ellos, cogió una mora y se la llevó a la boca.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/09/2013 a las 09:44 | Comentarios {0}


El último sol cayó sobre la copa del olmo y la copa del olmo pareció un mar esmeralda, vertical, eso sí, y como cascada.
El aire olió a higuera y ese perfume que evoca el amarse y la frescura, trajo consigo la figura sedente del príncipe Sidharta justo antes de renacerse en Budha. Hubo en un rincón una sombra que luchaba por ser luz.
Al subir la cuesta, el perfil del último sol, en encarnizada batalla carnal con la cima de la montaña, expandía con entusiasmo y rubor unos rayos en todo semejantes al abrazo del hombre a la mujer y la cima de la montaña, robusta, ctónica, parecía rugir, en gemidos, el placer de ese abrazo en su cuerpo y gritar, en ráfagas de viento, la victoria de su cuerpo engullendo la luz.
Al bajar la cuesta una anciana aspiró su cansancio y se quedó quieta, con los ojos cerrados y las manos trémulas. No quiso abandonarse. Y no lo hizo. Resuelta se cruzó con un chico y le sonrió de veras.
Luego fue el camino por la alameda, toda sombra ya y sin embargo aún inquieta por el flujo de los vientos (¿Céfiro y Aliso?) que jugaban a encontrarse en revueltas y entradas de garajes. La suave orografía de los montes a lo lejos describió todavía que era el día y entonces, al principio superficial, como veladura blanca en el azul, surgió la luna, misteriosa y redonda, cercana en su forma a la areola, lejana en su fondo a los hombres.
Todo era maravilla: los montes mostraron radiantes sus últimos tonos; las casas sonrieron sagaces a sus habitantes; la tierra calmó la ardiente tendencia al fuego de la piedra; y los pájaros, los pájaros salieron de caza en bandadas con trinos.
Era septiembre. 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2013 a las 10:47 | Comentarios {0}


Sicigia (συζυγία)


Aquel hombre tenía la jodida costumbre de leer. Aquel hombre, digo, tenía esa jodida costumbre y le ocurría como al bueno de Quijote (curioso cuando se le quita el Don a Quijote) que lo leído se le subía a la cabeza y creía ser todo lo que leía. Si por ejemplo leía (de Schopenhauer en este caso, que a mí también me gusta, no voy a decir que no, pero en su medida y en su propia calamidad) [...] El espíritu es libre por naturaleza, no un esclavo. Sólo sale bien lo que hace por sí mismo y de grado. Por el contrario, el esfuerzo obligado de una mente empleada en estudios para los que no está capacitada, o cuando sufre cansancio, o, en general, todo esfuerzo ininterrumpido e invita Minerva (a pesar de Minerva), embota el cerebro igual que la lectura a la luz de la luna estropea los ojos. Particularmente, este embotamiento lo produce también el esfuerzo del cerebro todavía inmaduro en los primeros años de la infancia. Creo que el aprendizaje de la gramática latina y griega desde los seis hasta los doce años es la razón del embotamiento posterior de la mayoría de los eruditos. Ciertamente, el espíritu necesita de alimento, de material exterior. Pero, exactamente igual que sucede que no todo lo que comemos lo asimila pronto el organismo, sino sólo en la medida en que se digiere, y sólo asimila realmente una pequeña parte, mientras que lo restante se expulsa de nuevo, y, por eso, comer más de lo que se puede asimilar es inútil y hasta perjudicial, sucede que lo que leemos sólo en la medida en que suministra material al pensamiento aumenta nuestra comprensión y nuestro verdadero saber. Por eso dijo ya Heráclito Πολυμαθία νόον ού διδάσκει (multiscitia non dat intellectum: el saber mucho no forma inteligencia). Pero yo creo que la erudición puede compararse a una pesada armadura que, ciertamente, hace totalmente invencible al hombre robusto, pero que para el hombre débil es una carga bajo la cual se derrumba. (Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Segunda parte. La doctrina de la representación abstracta, o del pensamiento. Cap. 5º. Del intelecto desprovisto de razón).
Decía antes de la extensa cita que si aquel hombre leía esto, él se sentía de inmediato el hombre débil incapaz de soportar la férrea y pesada armadura del conocimiento y mientras cagaba se maldecía por haber leído tanto y tan a deshoras pero luego, evacuadas las dos mierdas, se olvidaba y no podía evitar volver a los libros como si éstos tuvieran una cualidad mágica, un aire de otros tiempos y otros mundos y otros seres que él (aquel hombre, digo) era incapaz de tratar de primera mano. Y así, después de sentirse humillado por el atiborramiento intelectual que en nada le había ayudado a ser mejor (o más listo), volvía (temeroso, sí, pero volvía) a tomar un libro de tapas azul claro (que tanto había atraído su atención en una librería preciosa y justa en su medida de las cosas) y al leer acerca del arquetipo: el concepto de ánima (en este caso se trataba de Jung, el volumen 9/1 de sus obras completas, titulado Los arquetipos y lo inconsciente colectivo): [...] La imagen del ánima, que prestó a la madre brillo  sobrehumano a los ojos del hijo, se va desgastando poco a poco por la banalidad de lo cotidiano, yendo a parar así a lo inconsciente, sin perder por ello su tensión ni su plenitud instintiva originarias. Desde ese momento está, por así decir, dispuesta a dar el salto y se proyecta a la primera ocasión, a saber, cuando un ser del sexo femenino hace una impresión que rompe la barrera de lo cotidiano. Entonces sucede lo que Goethe vivió con la señora von Stein y lo que se repitió en la figura de Mignon y Margarita. En este último caso es notorio que Goethe nos confió también toda la "metafísica" inherente al caso. En las experiencias de la vida amorosa del hombre se manifiesta la psicología de ese arquetipo en forma de fascinación, sobrevaloración y ofuscación ilimitadas, o en forma de misoginia con todos sus grados y modalidades, que no son en modo alguno explicables  por la naturaleza de los respectivos "objetos" sino sólo por la transferencia del complejo materno. Pero éste se forma en primer lugar por la asimilación de la madre a la preexistente parte femenina del arquetipo de una pareja de opuestos (sicigia) "hombre-mujer", asimilación que en sí es normal y existe en todas partes, y luego por una demora anormal en separar de la madre la imagen primigenia. En el fondo, los hombres no soportan la pérdida total del arquetipo. De ello surge, en efecto, un inmenso "malestar de la cultura": ya no nos sentimos a gusto en ella porque nos faltan el "padre" y la "madre". Todo el mundo sabe que la religión ha tomado siempre sus precauciones a este respecto. Pero desgraciadamente hay muchísimos que siempre plantean irreflexivamente la cuestión de la verdad, cuando se trata de una cuestión de necesidades psicológicas. Explicar "racionalmente" el camino no sirve de nada. Decía antes de transcribir tan extensa cita, que aquel hombre al leer textos como éste o semejantes a éste, se preguntaba cómo era posible que él estuviera libre por el mundo y no encerrado en una casa de locos, tratado con todo tipo de terapias, anulada su capacidad de lectura porque, claramente, él tenía esos síntomas y era ni más menos que un neurótico o más un paranoico o algún otro término psiquiátrico que mantenía su alma en vilo hasta que, ¿producto del azar?, caía en sus manos La sabiduría de la inseguridad de Allan Watts y entonces su ser se confortaba con sus inseguridades y podía mirar al mundo sintiéndose tan normal como la más normal de las personas porque hasta ese término "normal" no era sino una medida puramente arbitraria de las cosas... y así ad infinitum.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/09/2013 a las 10:15 | Comentarios {0}


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