Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Basado en la conferencia que Karl Popper pronunció en la universidad de Tubinga en mayo de 1982 y tras ver un documental sobre la gira que hiceron Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.
Con pedazos de Jenófanes, Sócrates, Montaigne, Voltaire y Einstein.


Conocer el mundo de los hombres es darse cuenta de que en todas partes somos en todo semejantes. Las costumbres particulares no son más que máscaras de hombres, no los hombres.
Conocer el mundo de los hombres es aceptar que todos somos también necios y todos un día u otro nos equivocamos y tan sólo una virtud, la tolerancia, nos permite entender la necedad del otro y las propias (lo que nos lleva a la modestia que es también virtud).
Conocer el mundo de los hombres es apreciar en lo que vale -y es mucho- la presencia de unos artistas en un hospital donde niños muy enfermos y sus padres los acogen con la esperanza de un día más y con la emoción de escuchar en la letra que cantan, los sentimientos que tienen y que son a un mismo tiempo de lucha, deseperanza, temor y audacia. Y que esos artistas que son famosos sigan cantando sin luces que oculten a su público, sino con luces de neón en un salón de actos y que puedan ver así como un padre llora de cansancio y de futuro.
Conocer el mundo de los hombres es tolerar el mundo de los hombres.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/01/2015 a las 23:56 | Comentarios {2}


En la altitud medí las cantidades; sonaba en aquel momento un diapente y esa consonancia perfecta simuló por un momento la suerte del mundo; en mi rebotica compuse con los mejores dátiles, la más sabrosa de las carnes de membrillo, vino tinto austero, esencia de mirra y aloes un emplasto que confortó el hígado de mi amada, quitó sus cámaras ardientes y arredró los vómitos que a lo largo del día había sufrido; diaforética sequé sus sudores con una gasa y tomé su mano hasta que se quedó dormida; en la altitud sopesé los síntomas de la enferma y decidí que al despertar le haría tomar un electuario de diapruno a base de ciruelas del mismo nombre, cañafístola, tamarindos y ruibarbo  para ablandarle en su primer despertar los humores y cuando hubiera despertado de esta forma suave le daría diamargaritón caliente a base de perlas hechas polvo para fortificar tanto su corazón como su cabeza como su estómago y de cuya composición quitaría por sabio consejo de Dioscórides, Avicena más tarde y por último el gran Laguna la planta tapsia la cual es semejante a la cañaheja aunque tiene más delicado el tallo y menor la simiente; las hojas son como las del hinojo y en cada una produce una copa en todo semejante a la del eneldo, y en ella una flor amarilla; su raíz es por dedentro blanca y por fuera negra, grande, aguda, vestida de una gruesa corteza de la cual se saca un licor utilísimo en medicina porque tiene la virtud de calentar y desecar vehementísimamente. Así es que de su composición la quitaré no vaya a ser que le ocurra como a la muy afamada Turqueta, mujer admirada en la corte de Roma, la cual al beber el compuesto hecho con raíz de tapsia  murió de cien mil espasmos, vascas y paroxismos. Y por terminarla de curar con la cadencia de un alejandrino, si volviera el catarro y la ronquera, le ofrecería, como si la Musa Erato fuera, jarabe de cabezas de blanca adormidera.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/01/2015 a las 21:46 | Comentarios {0}


Definiciones tomadas del Diccionario de Autoridades 1ª Edición. Año 1732


El recaudador de impuestos de Pieter Brueghel el Joven 1630
El recaudador de impuestos de Pieter Brueghel el Joven 1630
Apuntes
Decimos dar y damos. Aunque a veces ese dar lleve consigo una tensión que va más allá de lo dado.

Debe de haber en el dar una alegría caprichosa, un presente vivo; la turbia sensación de préstamo debe desecharse como se desecha en el beso el espacio entre las bocas.

Exultante podría ser el término. Diría que la lluvia daba alimento a la tierra; diría que al darle las manos le dio el aliento; diría que al dar la bienvenida pudo dormir tras el largo viaje; exultatio.

Podré aplicar el ungüento en la herida.

Podré someterme al armisticio y renegar de las guerras; dar la paz podré.

Dar lugar para nosotros. Apretarnos. Recogernos. Estrecharnos en algún sitio. Ir con la dicha del dador. Ir sin báculo. Ir despacio. Subiremos, escribo, por aquella ladera tras la cual se encuentra el sol. Lugar para sentarnos. Lugar para escuchar la música de Telemann. Lugar recóndito. Lugar refugio. Lugar ámbar sin espadas y sin dagas.

¡Dar luz!

Dar fuerzas cuando cae la noche y el invierno amenaza fuera y va entrando por los resquicios de las puertas y todo lo va enfriando menos ese dar fuerzas: tus brazos entre los míos, el olor de tu cabello, la cadencia de tu cadera, el botón de tu goce, el calor entre nosotros, la noche serena, la noche acalorada aunque el invierno por los resquicios de puertas y ventanas nos rodeé.

Dar gloria y sentir turbulencia. Se fue fraguando en la estratosfera. Se fue haciendo grande y verde. Se fue acercando. Se fue deslizando. Se quedó a nuestros pies y esperó el primer gemido.

En el espacio dar.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/01/2015 a las 13:08 | Comentarios {0}




Este es un ruego a mis lectores de los Estados Unidos de América.

El 29 de diciembre de 2014 las páginas de Inventario fueron visitadas 3.418 veces fundamentalmente desde los Estados Unidos de América.

El 1 de enero de 2015 las visitas fueron 3.393 también desde los Estados Unidos.

Y este es mi llamamiento o ruego: ¿Podría alguno de los lectores (o varios) que tanto han visitado mis páginas escribirme un comentario a este post sólo para saber a quién/quiénes debo tal honor?.

Gracias de antemano.


 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2015 a las 17:55 | Comentarios {2}


13 de enero de 1966
En el circuito cerrado de la sangre del paciente en la cama 6 de la sala 4ª del piso 3º, la muerte ha entrado. Ese hombre va a morir y no lo sabe. El jefe de planta doctor J., nos ha prohibido a todo el personal médico y auxiliar que en ningún caso se le diga a paciente alguno que la esperanza ya no existe. Yo miro al hombre cuando le pongo la cuña y no puedo evitar pensar mientras observo, por el rabillo del ojo, el esfuerzo que comienza a hacer para defecar, que esos excrementos son sus últimos excrementos, que ese esfuerzo es de sus últimos esfuerzos y que esa vergüenza que siente por cagar en la sala, impedido como está para levantarse, y la que sentirá más tarde cuando vuelva para retirarle la cuña y limpiarle, debería gozarla porque apenas le queda tiempo para sentirla; la muerte se une en esta mañana de enero con la vida que late en mí. Sé que estoy embarazada y sé que voy a abortar. Dos muertes se unen. Me gustaría decirle al paciente de la cama 6: Escucha, amigo, tú has vivido. Estuviste paseando cogido de la mano de tu padre por algún parque; viste el mar; viste pájaros y los escuchaste cantar; además has tenido hijos que no te quieren mucho, que se sienten aburridos e incómodos cuando vienen a las horas preceptivas de visita; tuviste un trabajo; tuviste aficiones; fuiste consciente de ti; en cambio el ser que empieza a latir en mis entrañas nunca verá la faz del mundo; para él todo será mi interior; si pensara creería que es pez, se llamaría a sí mismo pez; el ser que hay en mí no caminará sobre sus piernas ni abrirá sus ojos al mundo y se sorprenderá con los payasos, no le gustarán los payasos como me gustan a mí. Así es que, paciente de la cama 6, no te quejes. Eso le diría si el jefe de planta no nos lo tuviera prohibido. Así es que al volver y recoger su cuña y asearle le hablo de que hoy tiene menos fiebre y eso suele ser una buena señal y él sonríe y me agradece que le hable y tenga la capacidad de no expresar con un gesto de asco o de náusea el olor hediondo que desprenden sus deposiciones.
A la hora del almuerzo me encuentro con Danila. Estoy fumando y miro por la ventana. Es cierto que estoy pálida. Me pregunta qué me pasa. Le digo que estoy preñada. Danila me propone hablar fuera. Acepto. Me vendrá bien hablar. Además ella puede hacerme el legrado. Mejor en casa, pienso. Cuando salimos noto a Danila sensible con mi embarazo y cuando escribo sensible quiero decir casi cursi y si no escribo cursi desde el principio es porque el adjetivo no cuadra con Danila; antes de que pueda transmitirle mi decisión me hace saber que la tendré para lo que necesite, que ella será su segunda madre si hace falta; me dice que si U. no se quiere hacer responsable de la paternidad entre nosotras sabremos criarlo; luego pone un gesto triste y se calla algo y ese algo yo no quiero saberlo en ese momento por mucho que su gesto esté pidiendo a gritos que le pregunte. Miro el reloj. Le digo que tengo que subir. Me hace ver lo casual de que me haya tocado en la sala de prenatal justo cuando me he enterado de que estoy preñada; le contesto que le he pedido a nuestra jefa el traslado y me lo ha concedido; hubiera querido añadir que nunca estaré en esa sala, que jamás tendré hijos, que detesto a esos seres indefensos, aulladores y perdidamente enamorados y temerosos de sus mayores porque recuerdo lo mucho que me imponía mi padre, lo mucho que respetaba a mi madre, a ella que no sentía el más mínimo respeto por sí misma; porque sé que fuera como fuera el recién nacido, creería a lo largo de toda su vida deberme algo y yo no podría evitar ejercer ese poder sobre él; lo haría, sí, lo haría porque hay algo rematadamente humano en esa obediencia a los papeles: primero niña, luego joven, luego adulta, luego vieja, luego muerta y cuando niña obediente, cuando joven  hembra, cuando adulta madre, cuando vieja abuela y cuando muerta difunta. Así es que he callado mis intenciones y he pensado durante un momento si sería capaz de hacerme el aborto yo misma; enfermar una semana; soportar el dolor; y también he pensado que no he pensado en U. para hacerlo, él que es médico; no he pensado en U. en ningún momento y por un instante ha sobrevolado en mi espinazo un arrebato de temor como si ese hombre pudiera convertirse del día a la noche en mi enemigo y he creído saber que los amores suelen tener esos desenlaces quizá por lo mucho que una se desnuda ante el otro.
Al volver a la sala 4ª del piso 3º me he acercado a la cama 6, el paciente tenía los ojos cerrados y espasmos en su respiración; le he puesto la mano en la frente, me he acercado a su oído y le he murmurado, Usted está a punto de morir. Si tiene algo que poner en orden hágalo. No diga que se lo he dicho, se lo negarán y a mí me buscará un problema.

Narrativa

Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/12/2014 a las 18:41 | Comentarios {0}


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