Despojado de sentimentalismo observaba el atardecer mudo.
No quería expresar nada (como el atardecer en sí tampoco lo quiere. Lo bello del atardecer es una emoción animal no atmosférica).
Parpadeaba a un ritmo normal. Respiraba sin forzar la caja torácica. Respiraba más bien con el vientre.
No supo que en ese no estar (o en ese estar en trance de meditación) todo le atrevasaba sin quedarse nada en él.
No quiso filosofar. No podía filosofar porque había descubierto que en el pensamiento hay una falla monumental.
La tarde se iba volviendo roja.
Los patos platicaban en las tablas del pequeño embarcadero.
Los vencejos hacían sus últimas capturas y los jabalíes se acercaban al lago a abrevar.
El fin, como el de aquel día, siempre está cerca.
Hacía frio.
Las montañas a lo lejos se coloreaban de malva.
Algunas estrellas (quizás un par de planetas) ya brillaban.
Estaba sentado en el muro del dique con las piernas cruzadas, ligeramente encorvado hacia delante. Las manos las había metido en los bolsillos del anorak.
Dejo que por su mente transcurrieran frases y que el estómago le avisara de que no había comido.
La soledad de aquel espacio le llenó.
¿Y a partir de ahora qué? Fue una de las frases que asomó.
Macarrones con bonito. Fue otra
También le vino a las mientes Miguel de Molinos y de inmediato sus sinapsis lo relacionaron con el Príncipe Sidharta y con Jesucristo en el desierto.
Un águila volvía a casa.
Una encina dejó caer varias bellotas. Crujió una rama.
No muy lejos sabía que estaba la ciudad y que a la ciudad el jabalí no va.
¿Por qué? Se preguntó su mente.
Cerró los ojos. Notó más el viento helado del invierno. Recordó una reconstrucción. Se vio niño con unas katiuskas blancas. En blanco y negro se vio.
El rojo de la tarde devino en morado.
Bajó del muro del dique.
Se dijo, Volveré mañana.
No quería expresar nada (como el atardecer en sí tampoco lo quiere. Lo bello del atardecer es una emoción animal no atmosférica).
Parpadeaba a un ritmo normal. Respiraba sin forzar la caja torácica. Respiraba más bien con el vientre.
No supo que en ese no estar (o en ese estar en trance de meditación) todo le atrevasaba sin quedarse nada en él.
No quiso filosofar. No podía filosofar porque había descubierto que en el pensamiento hay una falla monumental.
La tarde se iba volviendo roja.
Los patos platicaban en las tablas del pequeño embarcadero.
Los vencejos hacían sus últimas capturas y los jabalíes se acercaban al lago a abrevar.
El fin, como el de aquel día, siempre está cerca.
Hacía frio.
Las montañas a lo lejos se coloreaban de malva.
Algunas estrellas (quizás un par de planetas) ya brillaban.
Estaba sentado en el muro del dique con las piernas cruzadas, ligeramente encorvado hacia delante. Las manos las había metido en los bolsillos del anorak.
Dejo que por su mente transcurrieran frases y que el estómago le avisara de que no había comido.
La soledad de aquel espacio le llenó.
¿Y a partir de ahora qué? Fue una de las frases que asomó.
Macarrones con bonito. Fue otra
También le vino a las mientes Miguel de Molinos y de inmediato sus sinapsis lo relacionaron con el Príncipe Sidharta y con Jesucristo en el desierto.
Un águila volvía a casa.
Una encina dejó caer varias bellotas. Crujió una rama.
No muy lejos sabía que estaba la ciudad y que a la ciudad el jabalí no va.
¿Por qué? Se preguntó su mente.
Cerró los ojos. Notó más el viento helado del invierno. Recordó una reconstrucción. Se vio niño con unas katiuskas blancas. En blanco y negro se vio.
El rojo de la tarde devino en morado.
Bajó del muro del dique.
Se dijo, Volveré mañana.
La tarde ya es la noche
El violín sube y baja como un niño que correteara por una escalera (peldaños de madera. Inmueble viejo)
Anoche el frío era tal que el asfalto era escarcha
No me cansaba de imaginar el frío que debe de hacer más allá
No guardo rencor
No me gusta la palabra rencor
No creer en Eros como un amor generoso no me resta un ápice el amar ese tipo de amor
No por creer que los actuales seres humanos somos incapaces de alcanzar la excelencia, me convierto en un misántropo
El error es tan bello como el fruto del manzano e incluso en la jerarquía de los errores hay cierta poesía (porque la poesía está dedicada en última instancia a la Diosa Araña y a la Diosa Abeja) que genera música (la más sublime de las artes para este pobre mortal que te susurra estas palabras al oído).
¿Los pecados son errores? O ¿son condición de lo humano?
¿Ha existido humano sin error? Los que adoramos como héroes alcanzaron ese honor tras errar.
En el error no hay error.
Duerme ahora; duerme entre mis brazos, así, porque tan pura es la atemporalidad del perro como el terror de sabernos fin.
El violín sube y baja como un niño que correteara por una escalera (peldaños de madera. Inmueble viejo)
Anoche el frío era tal que el asfalto era escarcha
No me cansaba de imaginar el frío que debe de hacer más allá
No guardo rencor
No me gusta la palabra rencor
No creer en Eros como un amor generoso no me resta un ápice el amar ese tipo de amor
No por creer que los actuales seres humanos somos incapaces de alcanzar la excelencia, me convierto en un misántropo
El error es tan bello como el fruto del manzano e incluso en la jerarquía de los errores hay cierta poesía (porque la poesía está dedicada en última instancia a la Diosa Araña y a la Diosa Abeja) que genera música (la más sublime de las artes para este pobre mortal que te susurra estas palabras al oído).
¿Los pecados son errores? O ¿son condición de lo humano?
¿Ha existido humano sin error? Los que adoramos como héroes alcanzaron ese honor tras errar.
En el error no hay error.
Duerme ahora; duerme entre mis brazos, así, porque tan pura es la atemporalidad del perro como el terror de sabernos fin.
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2017 a las 18:43 | {0}
El ajedrez es una fuente de placer. Ahora mismo en pestaña a parte tengo una posición que espera su solución. El rey blanco está algo aislado. El enroque parece que no le va a poder salvar del ataque con mi dama y mi caballo. Pero hay que detenerse. El ajedrez tiene una fascinante característica: toda posición encierra un misterio.
Los paseos por el campo son una fuente de placer. Caminar la tierra. Sentir la luz. Escuchar el trino de los pájaros. Mirar el aleteo de las ánades. Observar cómo se sumergen en las aguas del embalse y surgen treinta metros más allá con un pescado en la boca. Incluso el temor de que aparezca un jabalí tiene algo de misterioso -como el ajedrez- por lo atávico. El cuerpo -sobre todo el oído- está alerta. Un crujido en un arbusto, un movimiento anormal del aire, un cambio de temperatura. Y ese sentirse animal en tierra de animales; ese saber -como me ha ocurrido varias veces- que puede aparecer frente a ti un animal salvaje, hace que sienta el extraño placer del riesgo, del viejísimo riesgo que los hombres siempre hemos tenido en la naturaleza.
He fallado el problema. No he descubierto el misterio de la posición. Por engreimiento. Por soberbia. Voy a intentarlo de nuevo y antes de atacar la posición voy a decirme lo que siempre debería decirme: tranquilo. Es muy difícil y muy sencillo y porque es muy sencillo es muy difícil. Como vivir.
Han pasado tres horas. He fallado demasiados problemas ¡qué placer!
Los paseos por el campo son una fuente de placer. Caminar la tierra. Sentir la luz. Escuchar el trino de los pájaros. Mirar el aleteo de las ánades. Observar cómo se sumergen en las aguas del embalse y surgen treinta metros más allá con un pescado en la boca. Incluso el temor de que aparezca un jabalí tiene algo de misterioso -como el ajedrez- por lo atávico. El cuerpo -sobre todo el oído- está alerta. Un crujido en un arbusto, un movimiento anormal del aire, un cambio de temperatura. Y ese sentirse animal en tierra de animales; ese saber -como me ha ocurrido varias veces- que puede aparecer frente a ti un animal salvaje, hace que sienta el extraño placer del riesgo, del viejísimo riesgo que los hombres siempre hemos tenido en la naturaleza.
He fallado el problema. No he descubierto el misterio de la posición. Por engreimiento. Por soberbia. Voy a intentarlo de nuevo y antes de atacar la posición voy a decirme lo que siempre debería decirme: tranquilo. Es muy difícil y muy sencillo y porque es muy sencillo es muy difícil. Como vivir.
Han pasado tres horas. He fallado demasiados problemas ¡qué placer!
Quizá sea cuestión de encontrar un bar. Seguro que existe uno de esos bares. Ya sabes: la noche, una mesa de billar, una barra, música alta. Quizá necesito ese espacio, volver a pillar, beberme un par de rones con hielo, esperar a que aparezca. Tenía que ocurrir. El destino no es una palabra cualquiera. Recuerdo una noche. Era ya muy tarde. Una noche de reyes en Madrid. En aquellos años las noches de reyes tenían magia. Las calles estaban vacías. No pasaba un coche por la calle Fuencarral. Tampoco un taxi. Yo estaba borracho y no me sentía con fuerzas para llegar hasta mi casa andando. Vivía entonces en el Paseo de los Melancólicos. Nunca debí de dejar ese paseo. Se me ocurrió la idea de hacer dedo. Me quedé quieto en una esquina. Por allí pasaba un coche de vez en cuando. No confiaba demasiado en que parara nadie. Ya sabes: un borracho, en enero, en una calle del centro de la ciudad. Pero paró un coche. Lo conducía una mujer de mis mismos años. También borracha. Me dijo que si la llevaba a una gasolinera luego ella me llevaría a mi casa. La llevé a la gasolinera que hay en Alberto Aguilera con Vallehermoso. Cargó. Me dijo que dónde vivía. Se lo dije. Me dijo que no tenía ni puta idea de dónde estaba eso. Le indiqué. Me dijo si me apetecía meterme una raya. Nos la metimos. Me llevó a casa. Me contó antes de llegar que acababa de salir de la trena. Tenía que viajar. No sabía si iba a poder. Le dije que si quería subiera a mi casa y se tomara un café. Aceptó.
Era una mujer castigada por la cárcel y las drogas. Tenía un cuerpo agradable. Apenas se había pintado. Vestía con una minifalda de cuero negra y las medias también negras tenían carreras. Mientras hacía el café se hizo otro par de rayas. Yo puse algo de música. Me serví otro ron. Ella me dijo que dejara el café para más adelante, que le pusiera otro a ella. Lo hice. Nos metimos las rayas. Nos bebimos el ron. Le dje que parecía un Rey Mago. Rió y me dijo que más bien sería una Bruja Maga, una puta bruja, drogadicta. Le dije que no era bueno que se insultara. No es bueno que nadie se insulte. Incidí en que era un Rey Mago: me había sacado de la calle, me había traído a casa, me estaba poniendo hasta el culo, era una buena compañía. Entonces ella me contó que cuando estaba en la trena, lo que más le apetecía era que alguien le diera un masaje en los pies. Nunca le habían dado un masaje en los pies. No sabía por qué pensaba en eso en la celda. Muchas noches, decía, muchas noches lo pensaba. ¿Por qué coño pensaba yo en masajes en los pies? Ponte otro roncito que yo me voy a hacer otro par. Puse el ron. Hizo las rayas. Me puse a sus pies. Le quité las botas y le hice un masaje. Ella cerró los ojos y lloró un par de lágrimas negras. Cuando terminé, la volví a calzar. Me dijo, Podemos follar si quieres. Yo no quería follar. Le dije, No, no quiero follar pero estaría bien que te quedaras a dormir y salieras mañana. Puede haber hielo en las carreteras. Nos acostamos juntos cuando amanecía. El café se quedó frío. Ella olía a cárcel. Cuando me desperté, ya no estaba. Si la volviera a ver no la reconocería.
A veces no es más que un bar o una esquina una fría noche de reyes en el centro de una ciudad. Te quedas quieto. Más tarde sabrás que aquello era un presentimiento que sólo se reconoce cuando ha ocurrido lo presentido.
Es tarde. Ya sabes: la luz a mi izquierda, el silencio a lo largo del día, saber que no debía, la noche de reyes cerca.
Era una mujer castigada por la cárcel y las drogas. Tenía un cuerpo agradable. Apenas se había pintado. Vestía con una minifalda de cuero negra y las medias también negras tenían carreras. Mientras hacía el café se hizo otro par de rayas. Yo puse algo de música. Me serví otro ron. Ella me dijo que dejara el café para más adelante, que le pusiera otro a ella. Lo hice. Nos metimos las rayas. Nos bebimos el ron. Le dje que parecía un Rey Mago. Rió y me dijo que más bien sería una Bruja Maga, una puta bruja, drogadicta. Le dije que no era bueno que se insultara. No es bueno que nadie se insulte. Incidí en que era un Rey Mago: me había sacado de la calle, me había traído a casa, me estaba poniendo hasta el culo, era una buena compañía. Entonces ella me contó que cuando estaba en la trena, lo que más le apetecía era que alguien le diera un masaje en los pies. Nunca le habían dado un masaje en los pies. No sabía por qué pensaba en eso en la celda. Muchas noches, decía, muchas noches lo pensaba. ¿Por qué coño pensaba yo en masajes en los pies? Ponte otro roncito que yo me voy a hacer otro par. Puse el ron. Hizo las rayas. Me puse a sus pies. Le quité las botas y le hice un masaje. Ella cerró los ojos y lloró un par de lágrimas negras. Cuando terminé, la volví a calzar. Me dijo, Podemos follar si quieres. Yo no quería follar. Le dije, No, no quiero follar pero estaría bien que te quedaras a dormir y salieras mañana. Puede haber hielo en las carreteras. Nos acostamos juntos cuando amanecía. El café se quedó frío. Ella olía a cárcel. Cuando me desperté, ya no estaba. Si la volviera a ver no la reconocería.
A veces no es más que un bar o una esquina una fría noche de reyes en el centro de una ciudad. Te quedas quieto. Más tarde sabrás que aquello era un presentimiento que sólo se reconoce cuando ha ocurrido lo presentido.
Es tarde. Ya sabes: la luz a mi izquierda, el silencio a lo largo del día, saber que no debía, la noche de reyes cerca.
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Tags : Diario visual Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2016 a las 13:00 | {0}
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2017 a las 19:56 | {0}