Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri


Cuando la luna crece inyecta en mis venas -como todos los meses- el veneno del teatro

 

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/04/2017 a las 17:56 | Comentarios {0}


Músculo antes de partir. Fotografía de Olmo Z. De la serie Espasmos. Fecha desconocida
Músculo antes de partir. Fotografía de Olmo Z. De la serie Espasmos. Fecha desconocida
Puedo llegar hasta la orilla verde y escuchar un blues tocado en una guitarra eléctrica
Puedo, soy, un negro de los bajos fondos de algún pueblo perdido de Louisiana y me vendo al por mayor en Canal Street
Sé decir a la luna que me enseñe las bragas y escupir lentamente la canción que nunca llegará al olvido
Puedo desenvolverme en esta mesa y aguantar la turba que crece en los cajones y aún así, aún pudiendo con todo
no puedo arrancarme la orquídea que me oprime el pecho
Puedo esconder la lámpara y aflojar todas las bombillas
Puedo no soñar con sótanos ni con casas laberínticas y me asusta cuando crecen mis uñas y no soy consciente de que el invierno pasa
Sé que el espejo miente
sé que la paja es amarilla
sé que el asfalto tiene una porción nada despreciable de alquitrán
y que el cuchillo significa algo más que una herramienta
Me siento, me sé sentir el muchacho del banjo y cuando el agua caliente cae a mi espalda algunas mañanas
establezco pronto la relación entre ese calor y un abrazo de mujer desnuda
Puedo desmayarme en el camino y cantar las notas de un viejo romance si a lo lejos he escuchado el grito de un animal al que no le deben de estar haciendo mucho bien y cuando una mujer pasa y me dice sonriendo qué agradable su canto y se aleja, soy capaz de llorar en silencio y escuchar el trino de los patos
Puedo desmelenar a un león
Puedo sacrificar mi biblioteca
Puedo sentir en mis dedos la pulsión que se ha generado en algún lugar de mi cerebro
Tan sólo no puedo arrancarme la orquídea que me oprime el pecho
Puedo barruntar esquelas y martillos
Puedo alardear de babas y tampones
Puedo mascullar tiros y sonrisas
Puedo manejar aspas, derribar tilos, amasar tinta y arrullar compactas masas de cilindros
Decido que la tarde tenga aire de jardín italiano y manejo al autor ebrio
La noche entonces se declara en huelga
La monja cuelga los hábitos en el campanario
Un coño se hunde por la colina
y grita alguien la paz del muerto
Puedo, puedo mirarlo
Puedo devanarme los hilos y hasta contarlos y dejar las tijeras sobre la mesa y mirar la palabra en el diccionario
y quemar las cenizas y abrochar con dulzura el último botón de la camisa
Tan sólo no puedo arrancarme la orquídea que me oprime el pecho
Es el ahogo al que puedo
Es la juntura a la que someto
Es la voz sin misericordia y sin clemencia de la que abjuro
O la bruja que tomó el anillo del que iba a ser embrujado y se convirtió en cigüeña
Todo este silencio es soplo de cristal
El hielo que se está desgajando de uno de los dos polos navegará por aguas tranquilas
y al cruzar el Cabo de Hornos, ¡hoy, cinco de abril de dos mil diecisiete! alguien se atravesará con un aro el lóbulo de su oreja
No voy a maldecir a las escolopendras aunque podría
Ni voy a someter a tortura el paño con el que me limpio el semen aunque podría
Ni voy a llamar al sol para que me queme aunque podría
Ni me voy a lamentar de la herida que se abrió en mi vientre aunque podría
Tan sólo no podría arrancarme la orquídea que me oprime el pecho
arrancarme la orquídea que me oprime el pecho
la orquídea que me oprime el pecho
que me oprime el pecho
el pecho
arrancarme la orquídea
tan solo no podría

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/04/2017 a las 00:11 | Comentarios {0}


Documento 14 de los Archivos de Isaac Alexander. 24 de diciembre de 1946. Port de la Selva


Todo empezó en Linz -le dije a Pepa frente a la chimenea del salón de la Masía tras haberle alabado el traje de tafetán rojo con el que se había vestido para nuestra última cena (sería la última pero no lo sabíamos) y tras haberme contado ella cómo Balenciaga había, literalmente, esculpido el traje sobre su cuerpo. Yo me había sentado en la butaca desde la que podía ver el balcón que se abría a una terraza y tras ella el mar que esta Nochebuena estaba iluminado por una fría luna llena. La oposición entre la luz azulina de la noche y los tonos rojizos del interior del salón animados por la combustión de los troncos de encina y roble y las luces indirectas de tres lámparas de pie coronadas con pantallas art-decó, promovían en mí una tensión entre el deseo de contarle la historia de Hanna y el dolor que me producía recordarla-, una ciudad al noroeste de Austria en la primavera del año 1935. Yo había ido a pasar allí unas cortas vacaciones invitado por Friedrich Schlegel, un amigo de la Universidad de Salzburgo, estudiante de Derecho y truhán nocturno con el que había agotado nuestra juventud entre estudios y juergas durante el primer semestre del curso. Yo estudiaba entonces Bellas Artes y había resuelto hacer saltar en mil pedazos el Arte volviéndome un acérrimo defensor de esa forma de pintar llamada Expresionismo. Mientras por las mañanas en el aula de la Facultad me dedicaba al aburrido arte de la copia al natural con sanguinas de modelos masculinos, por la noche recorría con Friedrich los garitos más perdularios de Salzburgo a la búsqueda de modelos femeninas que me permitieran abocetar sus cuerpos desnudos en las posturas más obscenas que la imaginación de un artista pudiera desear. Déjame llamar Odille a una joven prostituta a la que conocí en una taberna de cuyo nombre no quiero acordarme y recordar las noches en las que -mientras en la planta de abajo se escuchaban desentonados valses interpretados por una orquesta de músicos borrachos- yo dibujaba embriagado por la absenta y el opio el cuerpo desnudo de Odille desde la medianoche hasta el amanecer.

Cuento

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/04/2017 a las 10:24 | Comentarios {0}


Documento 14 de los Archivos de Isaac Alexander. 24 de diciembre de 1946. Port de la Selva


El día de Navidad había fijado la fecha de mi partida y mi anfitriona la condesa de Montmercy, mi Pepa, me propuso que la cena de Nochebuena la hiciéramos a solas con la única condición de que le contara una historia verdadera sobre mis andanzas amoriles. Yo acepté y a mi vez le puse dos condiciones: que la historia se la contaría tras haber cenado mientras bebíamos algún cognac francés o algún licor catalán y que ambos deberíamos estar vestidos de gala no tanto para hacer honor al nacimiento del Niño cuanto para homenajear con elegancia la historia que me proponía contarle. Ella aceptó de buena gana y me anunció que se pondría un traje de Balenciaga que acababa adquirir. Yo alabé su gusto pero le avisé que la ropa interior no le podría ir a la zaga. Ella rió y se encaminó a la cocina para darle al cocinero las instrucciones sobre el menú que había de preparar.

Cuento

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/04/2017 a las 15:08 | Comentarios {0}


Cabelleras de mujer en fardos de 22 kilos
Montañas de gafas
Miles de tijeras
Brochas de afeitar, cepillos de dientes, cepillos para los zapatos, ropa vieja
Los vencidos han de hacer el trabajo sucio
Arrastran los cuerpos muertos, esqueléticos hacia enormes fosas comunes
Un soldado de los vencedores llora al recordarlo sesenta años después
Los gemelos eras apreciados y enviados al Doktor
Una día y otro día
Una generación tras otra generación
Un siglo tras otro siglo
Tras la alambrada
Siempre será en blanco y negro
Siempre ¿hasta cuándo es siempre? esos nombres
Porque ¿no es lo mismo Abu Ghraib que Bergen-Belsen?
Los símbolos
La nieve. La sensación de frío siempre. Aunque fuera verano debía de existir en los campos una sensación de helor, de rigidez fría
Las miradas
No hay en el mundo nada que pueda reflejar con exactitud de matarife como refleja lo vivido una mirada
Luego
La decisión
Más tarde
El pueblo que participó en la tortura es obligado a pasear por el lugar
¡Ah, sí! Los gestos. Los pañuelos en la nariz
¿Son los actuales campos de refugiados de Hungría o es Daschau?
¿Cuánto dura siempre?
La sal en los ojos
Los agujeros en el craneo
La impudicia de un cuerpo desnudo, famélico y muerto a hombros de un hombre robusto
El cigarrillo en el descanso
La moviola
Claro que se escribieron versos

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/04/2017 a las 01:33 | Comentarios {0}


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