A veces frota las manos en los muslos antes de iniciar la tarea aunque fuera se escuchen las voces. Decisiones. Hace dos días se cumplieron los nueve años. Luego siente la vida como un continuo pasar cosas -hasta las cosas que no pasan, pasan- y respira y vuelve a sentir las letras en las teclas como teclas de un piano. Escribir también es componer música. La luz se dibuja en el atardecer y es la luz del inicio del otoño. Nunca le gustó el calor. Tiene rastros en su niñez de una sensación incómoda en las noches de verano junto al mar. Su cuerpo nunca fue feliz con el calor. Recorre con la vista los objetos del escritorio: su segunda pluma que le acompaña desde hace casi treinta años; un sacapuntas o dos pilas o unos cartuchos de tinta para la pluma, en esta ocasión tinta negra, en otras tinta azul, en otras tinta verde. También ha descubierto que la seguridad del sustento promueve amar la vida. La tarde ya declina de un hoy en el que ha escuchado una terrible discusión familiar. ¡Qué desesperación! ¡Cuánto reproche! ¡Qué removimiento de los propios instantes cuando el grito es, cuando la acusación es, cuando los ataques son demoledores, de igual profundidad y peso en ambos bandos hasta el punto de que tras la batalla no quedará en aquel campo más que cadáveres! Nadie puede vencer cuando se culpa. Sí, a veces frota las manos en los muslos antes de iniciar la tarea.
No hay en la tierra ni un pedazo de patchwork que no suponga en mi podre imaginación de mendigo, la bendita señal de un alumbramiento. De hecho abro mis piernas, cual parturienta, y veo a ver si expulso algo: un homúnculo, algo de sangre, una vena entera. Hoy, por el camino, he visto una culebra (una culebra en el camino, has de saber, es como una rama algo sinuosa; es fascinante ver como la naturaleza se camufla para salir viva un día más; he llegado a pensar que la Naturaleza -sea lo que sea ese concepto con mayúscula que ha de partir de una intuición [juego a que juego con Kant destilado por Umberto Eco]- se camufla a sí misma para seguir existiendo porque sino se devoraría). También me comían las moscas. Las moscas son seres dispuestos a comerse lo que sea como a mi me come el apetito que los sentimientos de patria ahoguen el cariño que me tienes. No hay en el mínimo firmamento que conozco nada que se compare a una acción bella (o buena) y añoro tanto no haber sido ni una cosa ni la otra que a veces pienso por qué se me deshidrata la piel si no divago.
¡Eh, amiga! ¿Me entiendes? ¿Estás ahí? ¿No sabes que tu cintura es para mí mucho más importante que la Historia de España? (no sé si lo sería más que la Historia de la Filosofía pero que la historia de españa -¡sí, sí, con minúsculas!- seguro. Vendería mis conocimientos de la historia de españa por mis manos en tu cintura unas cuantas noches sin dudarlo. No todas las noches hasta que muera. Ni siquiera la mitad de las noches hasta que muera. Ni siquiera la mitad de las noches del próximo año... por eso escribo esa indeterminación de unas cuantas noches; indeterminación por cierto que no suele entenderse como mucha cantidad. Quizá porque echo de menos mis manos en tu cintura, te digo que me importa una mierda España).
Ahora vivo la presión de la luna creciente y escucho algo de blues (no sé por qué blues como tampoco sé por qué empecé con una comparación con una patchwork. La tarde tiene estas cosas. Quizá también la pelea que ha tenido mi perro con una jabalí y que le ha supuesto un dolor más que leve en sus cuartos traseros. Él también se ha defendido y no ha sido una pelea en exceso cruenta).
Estas dosis de realidad me queman la piel.
¡Eh, amiga! ¿Me entiendes? ¿Estás ahí? ¿No sabes que tu cintura es para mí mucho más importante que la Historia de España? (no sé si lo sería más que la Historia de la Filosofía pero que la historia de españa -¡sí, sí, con minúsculas!- seguro. Vendería mis conocimientos de la historia de españa por mis manos en tu cintura unas cuantas noches sin dudarlo. No todas las noches hasta que muera. Ni siquiera la mitad de las noches hasta que muera. Ni siquiera la mitad de las noches del próximo año... por eso escribo esa indeterminación de unas cuantas noches; indeterminación por cierto que no suele entenderse como mucha cantidad. Quizá porque echo de menos mis manos en tu cintura, te digo que me importa una mierda España).
Ahora vivo la presión de la luna creciente y escucho algo de blues (no sé por qué blues como tampoco sé por qué empecé con una comparación con una patchwork. La tarde tiene estas cosas. Quizá también la pelea que ha tenido mi perro con una jabalí y que le ha supuesto un dolor más que leve en sus cuartos traseros. Él también se ha defendido y no ha sido una pelea en exceso cruenta).
Estas dosis de realidad me queman la piel.
¡Qué antigua es la tortuga! ¡Qué mozos los mamíferos! La pareja de cisnes come y navega por unas aguas coronadas de verdes.
¡Qué antigua la tortuga! Quizá lo piense porque el otoño llega a los árboles ¡Qué antiguos también! O porque ayer un pájaro que picoteaba una rama de encina me permitió observarlo. ¡Qué primordial el sonido de la madera picoteada! ¡Qué antigua la tierra! ¡Qué lozana la especie humana! ¡Aún niña! Voy a dejar que la noche ¡cuántas miles de millones de noches! me acoja un día más. ¡Qué milagrosa la rutina! ¿Estaré descubriendo, por fin, la lentitud? Voy a beber un vaso de vino tinto ¡y del sarmiento qué decir! vino de una tierra de España seca -o sobria- como su literatura. Campos de Castilla, la Vieja, ¡qué vieja es Castilla! Antigua no, pero sí vieja. Voy a mirar el declinar del sol (me siento adánico) y voy a contemplar el filo creciente de la luna por si en mis venas surge el no-paso del Tiempo.
¡Qué antigua la tortuga!
¡Qué antigua la tortuga! Quizá lo piense porque el otoño llega a los árboles ¡Qué antiguos también! O porque ayer un pájaro que picoteaba una rama de encina me permitió observarlo. ¡Qué primordial el sonido de la madera picoteada! ¡Qué antigua la tierra! ¡Qué lozana la especie humana! ¡Aún niña! Voy a dejar que la noche ¡cuántas miles de millones de noches! me acoja un día más. ¡Qué milagrosa la rutina! ¿Estaré descubriendo, por fin, la lentitud? Voy a beber un vaso de vino tinto ¡y del sarmiento qué decir! vino de una tierra de España seca -o sobria- como su literatura. Campos de Castilla, la Vieja, ¡qué vieja es Castilla! Antigua no, pero sí vieja. Voy a mirar el declinar del sol (me siento adánico) y voy a contemplar el filo creciente de la luna por si en mis venas surge el no-paso del Tiempo.
¡Qué antigua la tortuga!
Si suenan -piensa- no va a desdecir a las Campanas. Suenan, lejos. No es tiempo de a rebato. Son Campanas de boda -piensa-. Porque suenan alegres como si fuera el día de la resurrección del dios. Aquel buen hombre -piensa- al que le cayó el yugo de la divinidad. Porque la distancia es cuchillo demasiado largo y afilado -piensa-. Porque la distancia no es amarga para quien no sueña. La noche funesta alertó sus sentidos y la mañana con sus Campanas confirmó los fastos. Podría haber sido en un pueblo de un valle en el que el verdor de sus praderas se alimenta de las aguas de un río sin demasiada importancia. Un río justo -piensa-; podría haberle avisado no el repiqueteo sino el pájaro que al cantar hinchaba tanto sus pulmones que abarcaba con su canto el valle entero. Un canto así -piensa- no puede ser sino anuncio de buenas nuevas. ¿Y si no fue en un valle? -piensa-; ¿Y si la coloratura de las Campanas no se correspondía exactamente a su interpretación de la palabra boda? ¿O si su oído, marchito de espera, se había envenenado de ausencia? Y aún así si suenan -piensa- no va a desdecir a las Campanas.
Mañana por la tarde todo será nuevo -piensa-. Recogerá sus cosas y emprenderá el camino. El perro le acompaña porque es su destino y la tierra no está blanda porque no ha llovido. Mañana por la tarde arrasará con todo. Dejará su casa como si fuera un bohío y silbará una tonada de aire indiferente mientras la tierra cruje. Mañana por la tarde todo estará acabado, ni el mirlo siquiera podrá convencerla. Todo tendrá un aire solemne y de opereta como si ella perteneciera no a la épica española tan seca de prodigios sino a la épica francesa por ellos florecida. Mañana por la tarde dejará atrás las cuerdas de colgar la ropa y su imagen arquetípica de unas sábanas que se secan al vaivén del viento. ¿Imagen arquetípica de qué -piensa-? Mañana por la tarde el frío del otoño será un aviso. La muerte ya está cerca, ¡acércate a ella! ¡umbral es! ¡nueva experiencia!
Mañana por la tarde todo será nuevo -piensa-. Recogerá sus cosas y emprenderá el camino. El perro le acompaña porque es su destino y la tierra no está blanda porque no ha llovido. Mañana por la tarde arrasará con todo. Dejará su casa como si fuera un bohío y silbará una tonada de aire indiferente mientras la tierra cruje. Mañana por la tarde todo estará acabado, ni el mirlo siquiera podrá convencerla. Todo tendrá un aire solemne y de opereta como si ella perteneciera no a la épica española tan seca de prodigios sino a la épica francesa por ellos florecida. Mañana por la tarde dejará atrás las cuerdas de colgar la ropa y su imagen arquetípica de unas sábanas que se secan al vaivén del viento. ¿Imagen arquetípica de qué -piensa-? Mañana por la tarde el frío del otoño será un aviso. La muerte ya está cerca, ¡acércate a ella! ¡umbral es! ¡nueva experiencia!
¿Por qué asocia el blues con septiembre? (Cuando cayó desde un cielo abarrotado de nubes y se rompió el ala izquierda hasta el delirio, no decidió que por ser unicornio había de ser, en realidad, rinoceronte como muy bien supo inferir el señor Marco Polo)
Hay en la carretera los restos de un gato. ¿Dónde está su cabeza? ¿Dónde, dónde está su cabeza? (Por la veredita se suscita una confesión. La noción de embalsamamiento adquiere carta de naturaleza y la pasión se trastoca en fruto. No hay relincho a lo lejos. No hay cuádriga que valga. Tan sólo se escucha la voz aguardentosa de una nodriza cantándole a un niño a punto de morir una nana de despedida).
¡Valga el látigo para domarla! ¡Valga la medicina para atemperar los humores! ¡Valga la sangre menstruada para acariciar con sus coágulos la mañana! (Sobre el sofá se ha aposentado un aroma de café y vainilla. Fuera resuena agudo el capapuercos e indómita la elefante ha barritado el hallazgo del agua. No viene a cuento, lo sé, pero ella no se marchita nunca; ella no agua la fiesta; ella no se desentiende de la azalea sino que fuerte como la muralla China ha empolvado su nariz y se ha sonreído, quimérica, frente a un azogue. La ausencia ha rayado el sarcasmo. La sal era casi dulce y un puercoespín, azulado, se camuflaba como nunca entre las piedras del páramo)
Corre como mineral en marzo por la torrentera. Corre fluida. Corre y los cañaverales se mecen al compás de su carrera. Hay en la mañana un aullido de conejo y sobre la tierra se desparrama la última piel de la serpiente. Vuela la codorniz y el vencejo, aislado en el aire, suspendido para siempre, decide la dirección del mundo una vez más. (No hay en la madriguera matiz de pena. Ni surca las raíces un gusano bergantín. Quizá se manipule un poco la razón o quizá, tan sólo, sea una lágrima un poquitito falsa. Pero muy poco, como cortas y rápidas son las alas del colibrí. Hay en la profundidad del mundo una materia grasa y ella, somnolienta, ha llegado a tocarla)
Hay en la carretera los restos de un gato. ¿Dónde está su cabeza? ¿Dónde, dónde está su cabeza? (Por la veredita se suscita una confesión. La noción de embalsamamiento adquiere carta de naturaleza y la pasión se trastoca en fruto. No hay relincho a lo lejos. No hay cuádriga que valga. Tan sólo se escucha la voz aguardentosa de una nodriza cantándole a un niño a punto de morir una nana de despedida).
¡Valga el látigo para domarla! ¡Valga la medicina para atemperar los humores! ¡Valga la sangre menstruada para acariciar con sus coágulos la mañana! (Sobre el sofá se ha aposentado un aroma de café y vainilla. Fuera resuena agudo el capapuercos e indómita la elefante ha barritado el hallazgo del agua. No viene a cuento, lo sé, pero ella no se marchita nunca; ella no agua la fiesta; ella no se desentiende de la azalea sino que fuerte como la muralla China ha empolvado su nariz y se ha sonreído, quimérica, frente a un azogue. La ausencia ha rayado el sarcasmo. La sal era casi dulce y un puercoespín, azulado, se camuflaba como nunca entre las piedras del páramo)
Corre como mineral en marzo por la torrentera. Corre fluida. Corre y los cañaverales se mecen al compás de su carrera. Hay en la mañana un aullido de conejo y sobre la tierra se desparrama la última piel de la serpiente. Vuela la codorniz y el vencejo, aislado en el aire, suspendido para siempre, decide la dirección del mundo una vez más. (No hay en la madriguera matiz de pena. Ni surca las raíces un gusano bergantín. Quizá se manipule un poco la razón o quizá, tan sólo, sea una lágrima un poquitito falsa. Pero muy poco, como cortas y rápidas son las alas del colibrí. Hay en la profundidad del mundo una materia grasa y ella, somnolienta, ha llegado a tocarla)
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Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/09/2017 a las 19:55 | {0}