Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Ayer me invadió como todos los meses el inicio de una ansiedad. Al mismo tiempo crece la luna. Decía mi maestro Alexander (en realidad lo primero que me decía es que jamás lo llamara maestro. Me decía que los maestros suelen ser petimetres y que los mayores petimetres de entre ellos son los que jactan de ser maestros de algo. Me recordaba entonces a una escenógrafo conocido suyo que se enorgullecía de que sus alumnos en un instituto de enseñanza de artes escénicas, no le llamaban profesor sino Maestro y que le pedían que él los llamara Discípulos. Isaac Alexander le respondió que un maestro como dios manda lo primero que tenía que hacer era imponer una disciplina absurda a sus discípulos, por ejemplo prohibirles comer coles de Bruselas, y luego hacer un rito de iniciación bárbaro como cortarse delante de sus discípulos la lengua), en todo caso esa es una pequeña digresión que vendrá al caso más adelante. Decía mi querido Isaac que cómo no iba a influir en nosotros la luna si tenía la fuerza de atraer las aguas de los océanos y que me calmara y dejara que esa ansiedad o ese disgusto recorriera el camino que le tocara porque -seguía diciendo- vivir es una aventura extraordinaria y como en toda buena aventura nunca sabes lo que viene detrás así es que es mejor mantenerse alerta y dejar que fueran los paisajes los que marcaran el ritmo del paso.
Crece la luna entonces y me atormenta desde ayer la sensación de rueda. No quiero ponerme orientalista y argüir que acciones pretéritas habrán de volver con una fuerza inversa hacia su actor. Tampoco quiero describir la dureza de las ausencias ni remitirme a la fuerza del apego. Tan sólo echo de menos una sensación de sentido, de dirección, es como si la canícula me impusiera en el pensamiento un afán teleológico.
¿Para qué? es la pregunta que desde ayer me acosa (aunque como refería Alexander la datación de la aparición de emociones es muy relativa; una emoción puede estar latente y ejercer al mismo tiempo su influjo de muy diversas maneras; la primera suele manifestarse en la piel; aconsejaba o mejor indicaba que ante la inquietud me pusiera desnudo ante un espejo -a ser posible de cuerpo entero- y me examinase con calma, con alma, todas y cada una de las partes de ese órgano tan extenso y sensible y tras el examen acudiera al acto amoroso tanto en compañía como en soledad y una vez culminado dejara que la piel bendijera con su éxtasis la vida. Luego se arreaba un buen trago de cognac).
¿Para qué? es una pregunta trampa. En realidad todas las preguntas que conciernen a la ontología sólo sirven para especulaciones racionales más o menos brillantes. La respuesta a esa pregunta, a todas esas preguntas primeras se encuentra en la práctica de la meditación porque meditando, es decir: dejando que el pensamiento se libere de las censuras y aceptando que su navegación al pairo puede provocar choques contra arrecifes, se alcanza un grado de indiferencia que anula la ansiedad a la que hacía referencia al principio. Sólo que en ocasiones -humana conditio- la emoción dolorosa supera en fuerza y destreza a su antídoto y es ahí es cuando Isaac decía que habíamos de acomodarnos a ese trecho de la aventura del vivir. (Siempre decía: ¡No te olvides del adjetivo extraordinaria! porque si te olvidas anulas la paradoja, porque ¿qué hay más ordinario que la vida?).
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Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
La tirada de un dado muestra la imposibilidad de saber el estado presente del universo.
No vayas titula Yazoo uno de sus temas. Es un grupo de los ochenta. Los que seguían la senda de un grupo alemán llamado Karftwerk. Quizás Yazoo fueran un poco más comerciales, al fin y al cabo eran hijo de la mercantil Albión.
En esa incertidumbre de la tirada del dado. En ese mirar atrás y ver un ligerísima variación se basa la gran inexactitud de la teoría del caos a la que hacía referencia en El Jilguero (si clicas sobre él accederás al artículo). No son por lo tanto idénticas las vidas de los ochenta que las vidas de los diez del nuevo siglo. Esa ligera variación es lo que el hombre de occidente, aún mecanicista, llama progreso.
Veo una serie televisiva sobre jóvenes de esta añada -Euphoria- que está causando estragos en las conciencias de muchos padres (o eso dice la propaganda o crítica) y realmente si nos colocamos en la gran corriente contracultural de los años sesenta podríamos llegar a la conclusión de que la variación es mínima. Incluso si retrocedemos a los años veinte veremos que ese mundo de la psicodelia es una herencia que viene incluso de antes, que podría venir del último tercio del siglo XIX cuando los artistas, intelectuales y pueblo llano se ponían hasta el culo de absenta, láudano y opio.
En Euphoria es cierto que hay una variante que muestra bien a las claras uno de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental: la destrucción como única razón para traspasar estados de conciencia. (Otro de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental es la cuasi sacralización de la comida). Estos jóvenes de un pueblo de los Estados Unidos retratados por creadores de series que enganchen al público made in HBO, no parecen tener ni siquiera un secreto afán de trascendencia con su adicción. Sencillamente parecen desafiar a uno de los estados que más aterroriza a un joven cachorro humano: el tedio.
Esa ligera variante -como podría ser una leve irregularidad en la mesa sobre la que se tira el dado- impide conocer el estado presente del universo de esos jóvenes y al mismo tiempo puede ser la inexactitud que lleve a consecuencias deseables para este observador algo escéptico: que la humanidad se vaya por fin a la mierda y en ella se diluya y en ella desaparezca y de nosotros sólo quede un rastro marrón con aroma de vertedero.
No vayas titula Yazoo uno de sus temas. Es un grupo de los ochenta. Los que seguían la senda de un grupo alemán llamado Karftwerk. Quizás Yazoo fueran un poco más comerciales, al fin y al cabo eran hijo de la mercantil Albión.
En esa incertidumbre de la tirada del dado. En ese mirar atrás y ver un ligerísima variación se basa la gran inexactitud de la teoría del caos a la que hacía referencia en El Jilguero (si clicas sobre él accederás al artículo). No son por lo tanto idénticas las vidas de los ochenta que las vidas de los diez del nuevo siglo. Esa ligera variación es lo que el hombre de occidente, aún mecanicista, llama progreso.
Veo una serie televisiva sobre jóvenes de esta añada -Euphoria- que está causando estragos en las conciencias de muchos padres (o eso dice la propaganda o crítica) y realmente si nos colocamos en la gran corriente contracultural de los años sesenta podríamos llegar a la conclusión de que la variación es mínima. Incluso si retrocedemos a los años veinte veremos que ese mundo de la psicodelia es una herencia que viene incluso de antes, que podría venir del último tercio del siglo XIX cuando los artistas, intelectuales y pueblo llano se ponían hasta el culo de absenta, láudano y opio.
En Euphoria es cierto que hay una variante que muestra bien a las claras uno de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental: la destrucción como única razón para traspasar estados de conciencia. (Otro de los síntomas de la decadencia de la civilización occidental es la cuasi sacralización de la comida). Estos jóvenes de un pueblo de los Estados Unidos retratados por creadores de series que enganchen al público made in HBO, no parecen tener ni siquiera un secreto afán de trascendencia con su adicción. Sencillamente parecen desafiar a uno de los estados que más aterroriza a un joven cachorro humano: el tedio.
Esa ligera variante -como podría ser una leve irregularidad en la mesa sobre la que se tira el dado- impide conocer el estado presente del universo de esos jóvenes y al mismo tiempo puede ser la inexactitud que lleve a consecuencias deseables para este observador algo escéptico: que la humanidad se vaya por fin a la mierda y en ella se diluya y en ella desaparezca y de nosotros sólo quede un rastro marrón con aroma de vertedero.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2019 a las 18:16 | {0}Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Piensa esta Mosquita muerta que la crítica ha de hacerse desde el amor. Y entiendo amor, como tan bien lo definía mi maestro Isaac Alexander, como el deseo vehemente de aprehender un sujeto o un objeto. Habrá otras definiciones del amor -por lo menos hay tres más que yo recuerde y que serían las cuasi perfectas definiciones que los griegos otorgaban a este sentimiento cuyo símbolo geométrico más claro sería el de la inclinación hacia el plano-. Pues bien, también en la crítica debe de haber una inclinación hacia el plano -siendo en este caso el plano una metáfora de lo criticado-.
Un suceso en la vida de la escritora norteamericana Donna Tartt me lleva a preguntarme sobre la Tiké -que diría Eurípides-, es decir, el azar, en nuestras vidas. Donna Tartt debía de tener en su juventud grandes cualidades para convertirse en una gran escritora según los parámetros de uno de los gurús editoriales del momento -hablamos de la década de los 80 del siglo pasado- Willie Morris, hasta tal punto que con tan sólo algunas publicaciones llamémoslas menores, se le dio un anticipo de 250.000 $ para que escribiera su primera novela que se tituló The secret history . No debió hacerlo nada mal porque con el correspondiente boom mediático la novela fue traducida a 24 idiomas.
En el año 2013 y tras escribir una segunda novela, publicó The Goldfinch, El Jilguero. Con esta novela obtuvo el premio Pulitzer, el más alto galardón de las letras norteamericanas.
En esta novela me detengo y sobre esta novela quiero discurrir un poco. Para ello voy a tener presente a mi maestro Alexander, mi amor por la literatura -y la imaginación en general- y también a la gran poeta polaca Wislawa Szymborska la cual durante un tiempo fue la encargada de la sección Correo literario en una revista llamada Vida Literaria que apareció a mediados de la década de los cincuenta en Cracovia-Katowice. En esta sección la poeta hacía comentarios a los textos que enviaban sus autores con la esperanza de publicarlos en la revista -casi siempre una esperanza vana-.
El jilguero es durante mucho tiempo una buena novela. ¿Qué quiere decir que es una buena novela? ¿Qué es buena, aparte de un adjetivo? Yo diría que una novela es buena cuando cumple el designio de su metáfora y no se sale ni un milímetro de él porque -como en la teoría del caos- una pequeña indeterminación puede dar lugar a grandes inexactitudes.
Toda novela es una metáfora del mundo en el que habita su autor. Esto es una tautología, lo sé, pero es necesaria para lo que sigue. Por lo tanto el autor sabe que cuando ofrece una obra de arte al público, lo que le está ofreciendo es una metáfora sobre el sentir general que el autor considera que sabe sintetizar en una relación de hechos articulada alrededor de unos personajes. Hasta la página 550 aproximadamente, el mundo -y los personajes que lo habitan- de El jilguero cumplen como un metrónomo el designio marcado pero desde el momento en que vuelve a aparecer un personaje de la infancia del protagonista llamado Boris y la novela se desplaza hacia una historia del hampa, el designio, la metáfora, se sacrifican en aras de unos sucesos más o menos trepidantes y menos que más interesantes con respecto al pensamiento de la novela. Es como si la acción gratuita se hubiera hecho dueña de la verdadera acción hacia la que nos llevaba la autora.
Donna Tartt se declara deudora de Dickens y Stevenson. Las deudas a veces se mal pagan porque, en general, en las grandes obras de los dos autores ingleses, la acción no se desparrama -menos en Stevenson que en Dickens- y ahí está su maestría que la poeta Szymborska llama talento. Sin talento hay poco que hacer. Teniendo talento -Donna Tartt lo tiene a raudales- viene un segundo paso tan crucial como el primero: al talento hay que domarlo. Al talento hay que atraerlo hacia el arte hasta dejarlo violento y hermoso: la erupción de un volcán en una noche con nieve.
Un suceso en la vida de la escritora norteamericana Donna Tartt me lleva a preguntarme sobre la Tiké -que diría Eurípides-, es decir, el azar, en nuestras vidas. Donna Tartt debía de tener en su juventud grandes cualidades para convertirse en una gran escritora según los parámetros de uno de los gurús editoriales del momento -hablamos de la década de los 80 del siglo pasado- Willie Morris, hasta tal punto que con tan sólo algunas publicaciones llamémoslas menores, se le dio un anticipo de 250.000 $ para que escribiera su primera novela que se tituló The secret history . No debió hacerlo nada mal porque con el correspondiente boom mediático la novela fue traducida a 24 idiomas.
En el año 2013 y tras escribir una segunda novela, publicó The Goldfinch, El Jilguero. Con esta novela obtuvo el premio Pulitzer, el más alto galardón de las letras norteamericanas.
En esta novela me detengo y sobre esta novela quiero discurrir un poco. Para ello voy a tener presente a mi maestro Alexander, mi amor por la literatura -y la imaginación en general- y también a la gran poeta polaca Wislawa Szymborska la cual durante un tiempo fue la encargada de la sección Correo literario en una revista llamada Vida Literaria que apareció a mediados de la década de los cincuenta en Cracovia-Katowice. En esta sección la poeta hacía comentarios a los textos que enviaban sus autores con la esperanza de publicarlos en la revista -casi siempre una esperanza vana-.
El jilguero es durante mucho tiempo una buena novela. ¿Qué quiere decir que es una buena novela? ¿Qué es buena, aparte de un adjetivo? Yo diría que una novela es buena cuando cumple el designio de su metáfora y no se sale ni un milímetro de él porque -como en la teoría del caos- una pequeña indeterminación puede dar lugar a grandes inexactitudes.
Toda novela es una metáfora del mundo en el que habita su autor. Esto es una tautología, lo sé, pero es necesaria para lo que sigue. Por lo tanto el autor sabe que cuando ofrece una obra de arte al público, lo que le está ofreciendo es una metáfora sobre el sentir general que el autor considera que sabe sintetizar en una relación de hechos articulada alrededor de unos personajes. Hasta la página 550 aproximadamente, el mundo -y los personajes que lo habitan- de El jilguero cumplen como un metrónomo el designio marcado pero desde el momento en que vuelve a aparecer un personaje de la infancia del protagonista llamado Boris y la novela se desplaza hacia una historia del hampa, el designio, la metáfora, se sacrifican en aras de unos sucesos más o menos trepidantes y menos que más interesantes con respecto al pensamiento de la novela. Es como si la acción gratuita se hubiera hecho dueña de la verdadera acción hacia la que nos llevaba la autora.
Donna Tartt se declara deudora de Dickens y Stevenson. Las deudas a veces se mal pagan porque, en general, en las grandes obras de los dos autores ingleses, la acción no se desparrama -menos en Stevenson que en Dickens- y ahí está su maestría que la poeta Szymborska llama talento. Sin talento hay poco que hacer. Teniendo talento -Donna Tartt lo tiene a raudales- viene un segundo paso tan crucial como el primero: al talento hay que domarlo. Al talento hay que atraerlo hacia el arte hasta dejarlo violento y hermoso: la erupción de un volcán en una noche con nieve.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/07/2019 a las 14:02 | {0}Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
Cuando en España el servicio militar era obligatorio, surgió un tipo social específico: un varón joven que se negaba a ir a la mili. Algunos amigos tuve que se declararon insumisos (porque había que declararse como tal ante el Estado). El insumiso, por lo tanto, aunque atentaba contra la ley, estaba dentro del Sistema.
Imagino que con la perspectiva de dentro de doscientos años -si es que se llega a semejante distancia temporal- los cambios que se han producido en el mundo entre 1970-2019 no serán excesivamente grandes. Yo mismo me contradigo de inmediato porque -por lo menos desde mi visión apoyada en la más sesuda y científica de los historiadores- los cambios entre 1870-1919 fueron extraordinarios. Lo que será una evidencia, en todo caso, es que la aceleración del tiempo consustancial al sistema capitalista -y de hecho uno de sus cimientos- ha dado un salto extraordinario en este lapso debido al desarrollo exponencial de las computadoras y la telefonía móvil. Hoy una forma de lucha política es justamente la lucha contra la velocidad. Es decir una forma de lucha política es una reivindicación de la lentitud no sólo de palabra -que también- sino de hecho. Esta lucha política genera de inmediato una consecuencia económica: si consumiéramos más lentamente el capitalismo sufriría una severa derrota en uno de sus principales frentes de batalla: la aceleración del tiempo.
Una forma, por lo tanto, de nueva insumisión sería declararse no rápido en el consumo porque el consumismo es una Armada de la que nosotros, los consumidores, somos los soldados, o peones, y los generadores de productos nuestros mandos. La guerra actual entre los países ricos no se da entre ejércitos militares sino entre ejércitos empresariales -entendiendo por Ejército Empresarial tanto Microsoft como India, tanto Michelin como Canadá-. Véase la batalla que ha ocupado los últimos días en la prensa de todo el mundo entre el Ejército Huawei y el Ejército Estados Unidos de Norteamérica.
Ser insumiso consumidor crearía también un tipo social específico de esta época que se podría definir como una persona lenta que consume despacio.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/06/2019 a las 19:28 | {0}Mosquita muerta es el pseudónimo que utiliza Pablo Molviedro Ichaso -discípulo aventajado de Isaac Alexander- para lo que él ha titulado Crónicas del presente, una serie de artículos sobre el mundo de hoy (sea lo que sea hoy/mundo/presente/crónica)
El día de hoy se desarrolla bajo un calor sofocante. Quizá sea fruto de ese calor los recuerdos del 26 de abril de 1986 cuando en un lugar de cuyo nombre casi nadie sabía, Chernobyl, se produjo la explosión del reactor número 4 de su central nuclear. Los hechos que se desencadenaron a partir de ese momento son una muestra palpable, más: meridiana; más aún: irrefutable de que todos somos finitos y contingentes.
Escucho ayer, sin querer reproducirlo en su exactitud -cuento más bien las sensaciones que tuve-, en el programa de Ángels Barceló Hora 25 a una de sus colaboradoras -filósofa o especialista en temas de ese cariz- haciendo una loa a la palabra orgullo imagino que por la proximidad del Día del Orgullo LGTB. Me genera enfado que para reinvindicar uno de los sentidos de una palabra haya que menospreciar un sentido de otra: humildad. Vivimos tiempos extraños en los que la sobredimensión de la individualidad llega hasta extremos tan descorazonadores como que lo que antes se llamaba mestizaje ahora se llame apropiación cultural.
Hace muchos años, en una época en la que me dedicaba a la ingrata tarea de la enseñanza -ingrata porque ya entonces sabía que nada se puede enseñar aunque todo se pueda aprender- una orgullosa alumna de la bonita región de Murcia, me exigió que le explicara las claves de la comedia. Lástima que no me atreviera en aquel momento a demostrar más estupidez que la suya para haberle respondido: empiece a escribir sobre caca, culo, pedo, coño, verga y pis y poco a poco vaya volviéndose sutil. Mientras tanto siga intentando escribir la O con un canuto.
Hay una familia tóxica, una familia que es como la radiación del uranio: balas que te taladran el corazón. En conversación telefónica con mi gran amigo Pincel Crepúsculo, se seguía admirando de mi delicadeza para con esos seres con los que me tocó compartir los momentos más decisivos de la vida de un ser humano: la infancia. Me comentaba que había visto un documental en el que se explicaba la creación de patrones mentales en los niños, unos patrones que jamás podrán ser borrados. He querido comentarle cómo esa idea la trasladaba de forma magistral Steven Spielberg en su película AI (Inteligencia Artificial) y lo denominaba impronta y me hubiera gustado que hubiera visto la secuencia en la que la madre humana introduce en el niño robot la impronta para que desde el momento en el que la repita, el niño robot sienta por ese madre humana un amor abramánico.
Cuando la tarde ardía me ha llamado Tormenta en el verano que se fragua al anochecer para derramar su niñez en mis oídos. Hubiera querido estar más a su lado. Hubiera querido estrecharla entre mis brazos. Hubiera querido que cada palabra hubiera sido para ella una gotita de C.H. Luego ha llegado el sopor.
Ahora viene el paseo.
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/06/2019 a las 19:32 | {0}
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Tags : Mosquita muerta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/07/2019 a las 12:31 | {0}