21h 38m
Es importante tener en cuenta la idea de velocidad o cuando menos la de un movimiento continuo para entender la Época en la que nos encontramos. Hasta el siglo XX la quietud existía y esa cualidad del vivir le imprimía otra esencia. Ahora se muere mucho más rápido como se vive mucho más rápido. Incluso las muertes provocadas pasan rápidas como ha ocurrido con el vuelo comercial ucraniano abatido -por equivocación ¿Cómo le explicas a los deudos semejante dislate? ¿Cómo se ataca un avión comercial y se destroza la vida de cientos de personas si no miles como si lo ocurrido no fuera más que una cuestión de alta política?- por misiles iraníes. Hay días en los que la loca de la casa -así llamaba la mística española Teresa de Ávila al alma- y que hoy, modernamente, llamamos mente (como ya dije en algún otro sitio de esta extensa revista digital que cumple este año los 12), se adueña hasta de los colores de la mañana. Todo tiende a ella y ella tiende a dejarse derramar en una melancolía que no tiene ni ton ni son -como toda buena melancolía-. Intento oponerme y pronto recuerdo que no debo hacerlo. Recuerdo más, recuerdo que unos días atrás estaba eufórico y hace ya muchos años que relacioné un exceso de alegría con un inmediato exceso de pena. Todo se resume en química.
Esa química que genera los sueños. Vienen y se van rápidas figuras que han habitado esta madrugada esa parte de mi vida y a las que no puedo nombrar. Cuando no se puede nombrar, cuando no da tiempo a nombrar el pensador se pone nervioso. Hoy estoy nervioso y entonces busco actividades que confirmen mi estado histérico. También con los años, he conseguido ser consciente de ello y entonces dejo de hacer esas actividades que suelen ser además actividades con las que gozo si me salen bien y con las que sufro si las hago mal. Hoy quiero hacerlas mal por lo tanto he dejado de hacerlas.
Algunas tardes, sobre todo en invierno, cuando ya ha caído la noche y salgo a pasear con Nilo, las calles por las que paso me parecen un decorado teatral y las personas con las que me cruzo personajes. También en el paseo soy consciente de que busco desplazar a Nilo mi frustración (una frustración que ha surgido de ningún sitio; una frustración que no es más que descompensación química) y también al primer gesto violento -tiene que haber un gesto- se me hace consciente ese deseo de hacer mal para sentirme con justicia mal. Lo evito. La consecuencia es que me habita el mal, dejo que esté en mí y tan sólo espero que la descompensación que se inició con la euforia de hace unos días, se vaya equilibrando. Hasta entonces respiro hondo y tengo congoja.
No es el frío que ha hecho estos días, ni la contemplación de la nieve en las cumbres de las montañas o quizá coadyuven a este estado de ánimo aunque en verdad crea que todo es una cuestión de redes neuronales que de alguna manera satisfacen una necesidad vital que desconozco y que por una paradoja que tampoco llego a explicarme me anima a seguir vivo, a permanecer vivo un día más. Por ejemplo cuando me digo, no, no cuando me digo, sino cuando me asalta el siguiente pensamiento: No quiero suicidarme por nadie, quiero suicidarme por mí.
El escritorio. Abro la obra de teatro que he de preparar y piensa mi loca de la casa, Trabajar te hace bien y para fatigarme acompaño mi labor con Las variaciones Goldberg interpretadas en dos momentos distantes de su vida por Glen Gould -una versión más atosigante, la de su juventud; la otra más dulce, interpretada en su vejez, poco antes de morir-.
Ahora tengo que ser consciente de que es jueves.
248.- Cuando la mujer mostró su desnudez bajo la luz de la luna, el tiempo se volvió infinito.
249.- La desesperación genera curiosidad.
250.- El monje, el antiguo monje del budismo japonés, salió ileso de un bosque de sanguijuelas. Fue su narrador -Kiouya Izumi- quien me devolvió -por enésima vez la vuelta- el amor por la literatura.
251- Tengo la sensación, no sé si certera, de que las Bellas Artes se tienen que practicar primero para poder entenderlas después mientras que la Literatura se tiene que entender primero para poder practicarla después.
252.- No me refiero a un entendimiento racional y sí me refiero a una práctica manual.
253.- Lo erótico consistió en cómo se soltó la melena de la mujer al desprendérsele la horquilla.
Los aforismos que van desde el nº 248 al nº 253
-y que se compendian bajo el título de Aforismos (24)-,
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista
18h 07m
Elevo o desciendo desde mi absoluto ateísmo una plegaria. Plegaria que tiene como receptoras, en primer lugar, a diosas y santas ya sea Bastet la egipcia, Izanami la japonesa, Ishtar la babilónica, Gea la griega, Mariam la judía, Greta Thumberg la sueca y tantas que me llevaría miles de años poder escribir el nombre de Todas.
Yo el Ateo, Yo el Descreído, Yo el Irracional, Yo el Materialista imploro su perdón en estos primeros días del año 2020 -año datado a partir del nacimiento de un tal Jesucristo que, con toda seguridad, tuvo alma de mujer- por mis inmensos defectos frutos todos de mi condición humana; quiero pedir perdón ¡Oh, Queridas Diosas mías! por ser tan cojo y haber llevado el camino de mi vida con un balanceo impropio de un ser humano cabal. Si hubiera nacido espartano, ¡qué hermoso hubiera sido cuando desde el monte Taigeto sin rito ni solemnidad ningunos me hubieran lanzado al abismo para quedar convertido en tierno alimento de alimañas y gusanos!
Qué razón, ¡Oh, Santas! tenían los humanos que me despreciaban en la infancia empezando por mis padres y mis hermanos y más tarde por los sacerdotes y compañeros del colegio católico donde me educaron cuando me hacían ver lo que soy: un despreciable cojo que quiso aspirar a ser tratado como si su tara no implicara una inferioridad. Yo tampoco perdonaré a los que llegada la juventud me trataron como a un igual y menos aún a las mujeres que accedieron a acostarse conmigo teniendo como tenía atrofiadas las piernas, deforme la columna vertebral e inútil el cuello.
Este es el menor de mis defectos y sin embargo creo que de él nacen muchos de sus hermanos mayores y así Yo el Ateo, Yo el Descreído, Yo el Irracional, Yo el Materialista quiero rogar vuestro perdón por mi egotismo.
Yo el Ateo, Yo el Descreído, Yo el Irracional, Yo el Materialista imploro su perdón en estos primeros días del año 2020 -año datado a partir del nacimiento de un tal Jesucristo que, con toda seguridad, tuvo alma de mujer- por mis inmensos defectos frutos todos de mi condición humana; quiero pedir perdón ¡Oh, Queridas Diosas mías! por ser tan cojo y haber llevado el camino de mi vida con un balanceo impropio de un ser humano cabal. Si hubiera nacido espartano, ¡qué hermoso hubiera sido cuando desde el monte Taigeto sin rito ni solemnidad ningunos me hubieran lanzado al abismo para quedar convertido en tierno alimento de alimañas y gusanos!
Qué razón, ¡Oh, Santas! tenían los humanos que me despreciaban en la infancia empezando por mis padres y mis hermanos y más tarde por los sacerdotes y compañeros del colegio católico donde me educaron cuando me hacían ver lo que soy: un despreciable cojo que quiso aspirar a ser tratado como si su tara no implicara una inferioridad. Yo tampoco perdonaré a los que llegada la juventud me trataron como a un igual y menos aún a las mujeres que accedieron a acostarse conmigo teniendo como tenía atrofiadas las piernas, deforme la columna vertebral e inútil el cuello.
Este es el menor de mis defectos y sin embargo creo que de él nacen muchos de sus hermanos mayores y así Yo el Ateo, Yo el Descreído, Yo el Irracional, Yo el Materialista quiero rogar vuestro perdón por mi egotismo.
19h 10m
Sé que en muchas almas late un sueño inquieto: el delirio del hombre que sueña que vive. Esta mañana por el camino en brumas cantaban los patos su eterna migración. El mundo entero -el pequeño mundo que un hombre puede abarcar con su mirada- estaba sometido al imperio azulino de la bruma que adquiría tonos más oscuros si se interponía la copa de un árbol o más fino el matiz aún si lo que se interponía era las ramas desnudas de un fresno. Todo era silencio. Todo era tierra húmeda y entonces he sentido cómo esa tierra, sometida al embrujo de las aguas condensadas en el aire, empezaban a moverse como si bajo ellas, en lo que podría llamar su epidermis, miles de serpientes reptaran para en cualquier momento surgir de la tierra y devorarme a dentelladas y ponzoñas. Sí, mi corazón ha latido más deprisa y he caído de hinojos y he extendido los brazos y os he rogado, ¡Oh, Diosas! que mi suplicio fuera rápido, certera la dentellada, fulminante el veneno y que mis defectos me fueran perdonados y me fuera dado ver como última imagen de mi vida en esta tierra -y signo de vuestro perdón- alguno de vuestros divinos, santos coños.
Para L. a quien tanto echo de menos
Nacer y morir, ¡qué cerca están ambos límites! ¡qué largo fue el trayecto del uno al otro! Apenas me fijé en algo que creí cierto, ya la muerte me nublaba el entendimiento y caía sobre la dulzura blanca de unas sábanas de juventud ¿o era arena el soporte en el que nuestros cuerpos se fueron enlazando hasta quedar convertidos en la mezcla perfecta entre las luces del fin de la noche y las primeras del inicio de la mañana? Fuimos amanecer y noche a un mismo tiempo. Fuimos lo que se quedó olvidado en un paisaje por donde la Historia nunca pasó. Agradecidos así. Enlazadas las manos tras habernos fatigado tanto el uno en el otro. Los ojos cerrados. Los labios entreabiertos. Líquidos los sexos. Alborotados los cabellos. Sosegadas las respiraciones. Oían nuestros oídos el mismo canto de las primeras aves, los pasos últimos de los animales nocturnos o sus aleteos, así el sapo, así el murciélago; oían también la levedad del agua al llegar a la orilla y el mínimo influjo de la luna en lo más alto de su majestad. Enlazadas nuestras manos, al compás nuestros pulsos; tu vientre y el mío; tus alvéolos y los míos; tus fosas nasales y las mías. Bocarriba. Dispuestos a ser fusilados por el rayo de luz de Helios tras su aparición en el cielo.
Temo este pulsar el día y no entenderlo. Lo llamaría si pudiera nombrarlo porque si pudiera nombrarlo de alguna forma lo cabalgaría. Nombrar es cabalgar los pensamientos. Me gustaría escribir en portugués, volver mi cara hacia el Tenebroso y no girarla nunca más. Nunca tierra adentro. Nunca la Castilla seca, mesetaria, donde pacen las ovejas y mueren los hombres de miseria.
Temo la escarcha –extensión de cuchillo frío por los campos- y su blancura me hace estremecer como si a su tacto mi piel se volviera loca y comenzara estúpidamente a sudar sangre.
Temo mi carrera coja, mi soledad, los rezos con los que me sorprendo en la madrugada cuando me sacan del dormir en el que me encontraba. Era una celda. Era el fin del mundo. Era una estaca en mi corazón.
Temo la mirada que se pierde tras la cruz. La mirada más allá del monte. La mirada más allá del chiste. La mirada que se encauza hacia delante, siempre hacia delante. A lo lejos un letrero luminoso donde se puede leer, HACIA DELANTE, SIEMPRE HACIA DELANTE. No lo quiero leer. Quisiera girar mi cuello rígido. Mirar hacia la izquierda donde está el camino que conduce al infierno. Temo el infierno. Quiero el infierno. Ahogarme eternamente. Quemarme eternamente. Ausencia quiero.
Temo la llanura desde la que contemplo el fin del mundo.
Temo la mano de mi madre cuando se la lleva al pecho.
Temo la consonancia de los versos.
Temo la calavera que extraje de un osario un día de verano en la baja infancia.
Temo el castigo de los demonios tocados con alzacuellos.
Temo la sonrisa de la mujer que me va a amar durante pocos años.
Entonces me digo, Ha llegado el momento. Inventa las palabras. Cabalga sobre ellas. No dejes que las lunas te dominen como dominan las mareas. Deshazte de las lunas y vuela. Llega hasta el sol y deja que éste te arda hasta quedar convertido en partícula de magma, viajero sin consciencia por el universo, sin palabras en tu no-cerebro.
Temo la escarcha –extensión de cuchillo frío por los campos- y su blancura me hace estremecer como si a su tacto mi piel se volviera loca y comenzara estúpidamente a sudar sangre.
Temo mi carrera coja, mi soledad, los rezos con los que me sorprendo en la madrugada cuando me sacan del dormir en el que me encontraba. Era una celda. Era el fin del mundo. Era una estaca en mi corazón.
Temo la mirada que se pierde tras la cruz. La mirada más allá del monte. La mirada más allá del chiste. La mirada que se encauza hacia delante, siempre hacia delante. A lo lejos un letrero luminoso donde se puede leer, HACIA DELANTE, SIEMPRE HACIA DELANTE. No lo quiero leer. Quisiera girar mi cuello rígido. Mirar hacia la izquierda donde está el camino que conduce al infierno. Temo el infierno. Quiero el infierno. Ahogarme eternamente. Quemarme eternamente. Ausencia quiero.
Temo la llanura desde la que contemplo el fin del mundo.
Temo la mano de mi madre cuando se la lleva al pecho.
Temo la consonancia de los versos.
Temo la calavera que extraje de un osario un día de verano en la baja infancia.
Temo el castigo de los demonios tocados con alzacuellos.
Temo la sonrisa de la mujer que me va a amar durante pocos años.
Entonces me digo, Ha llegado el momento. Inventa las palabras. Cabalga sobre ellas. No dejes que las lunas te dominen como dominan las mareas. Deshazte de las lunas y vuela. Llega hasta el sol y deja que éste te arda hasta quedar convertido en partícula de magma, viajero sin consciencia por el universo, sin palabras en tu no-cerebro.
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Narrativa
Tags : Apuntes Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/01/2020 a las 21:38 | {0}