Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Direcciones. Berlin 1957
Direcciones. Berlin 1957

XXXVIII
Siete menos cinco de la tarde
     No hay movimiento... ningún movimiento...*

     La lechuza no se asustó conmigo. Fue Aglaia, la más fiera de las gatas, quien le plantó cara y la lechuza se vio sorprendida de su audacia y enarcó una ceja como si dentro de ella Atenea nos observara.

     Buscar palabras que me vuelvan loco.**
 
Seis menos veinte pasadas de la tarde
     Me voy. Ya es tiempo. El penúltimo escalón he de pasarlo aun más adentro, aún más. Sólo para poder llegar a conocerme a mí mismo y saber si merezco el respeto que tanto he buscado. Y una vez hallada la respuesta (que será un sí o un no) me olvidaré para siempre de la pregunta y pasearé bajo las hayas de un bosque que habrá cerca de mi casa.
     Me alejo aún más. Me gusta la vida. Me gusta hinchar mis pulmones de aire y saber que ese ligero aroma de flor es un dondiego de noche y que más allá, tras el recodo en el camino, cuando se inicia la Cuesta Fuerte, lo primero que me asalta es el perfume penetrante y dulzón de la jara. Me alejo aún más. Por el sendero que lleva a lo profundo del valle, donde dicen que aún viven los lobos y donde el oso se esconde para no hacernos daño.

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Notas
* A veces me digo: te estás dejando llevar por la tradición. Discurro si es lo mejor. Sé que he de poner un ejemplo: Clarissa. Por supuesto que Isaac jamás escribió la historia de Clarissa en el orden que yo la estoy transcribiendo en la revista. Los episodios de Clarissa están muy dispersos entre todos los cuadernos. Es un claro ejemplo de su estilo de escritura. Porque escribir, también yo lo sé, es de los actos más libres que pueda ejercer un ser humano (el acto de escribir, no el resultado de lo escrito. Cuando el escritor se sienta ante su hoja es el más libre de los hombres a la hora de pergeñar su idea). Insisto: Clarissa se encuentra en los cuadernos de memorias de Isaac. La memoria de Isaac es una memoria que se deja llevar por sí misma, como si continuamente estuviera meditando y dejara que los recuerdos saltaran de uno a otro sin solución de continuidad. Así es que yo, cuando me veo reuniendo los recuerdos dispersos, me pregunto si es lo correcto o si mejor sería esperar del lector el esfuerzo de buscar cuándo, dónde apareció este personaje o, sencillamente, leer lo escrito sin relacionarlo con nada. Hay algo, en todo caso, que demuestra bien a las claras la destreza con la pluma de Isaac: no aburre nunca.
     Así es que hoy voy a seguir con textos de Isaac en los que no altero su orden. Por una vez lo hago así. Por si alguien... por si alguna vez...

** En una anotación escrita cinco años después, nos explica Isaac que cuando escribió
buscar palabras que me vuelvan loco, lo dice como el ejemplo preclaro de la poesía. Para él, como para tantos pensadores intrusos, la poesía trata de lo inefable y la inspiración para poder acceder a una metáfora que logre iluminar lo inefable -entiende por metáfora la imagen de una idea- sólo puede acudir al alma del poeta cuando éste se deja imbuir del espíritu de Dionisos, el dios cabra que cuando nos sonríe y nos mira permite que por nuestra boca -si somos rapsodas- o por nuestra escritura -si lo que somos es poetas- surjan las palabras combinadas en fórmulas extrañas que parecen traspasar nuestra razón para llegar a lo más profundo de nuestro propio Hades a nuestro Tártaro, porque esas palabras locas son las únicas capaces de atravesar los muros de acero que rodean nuestro Tártaro y a los que el ingenuo Sigmund Freud llamó de forma delicada y falsa censura.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/06/2021 a las 18:53 | Comentarios {0}


Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Mademoiselle Rose de Eugène Delacroix. 1817
Mademoiselle Rose de Eugène Delacroix. 1817

XXXVII
 
8 horas y 17 minutos
     Me digo: aliento. Levanta. Los huesos. Es la mañana y el sol entra aún con un tono dorado y suave. Sé que el calor llegará y caminaremos bajo un sol de justicia. A los lejos podría ver las huestes enemigas.

     Lo dejo ahí. En el ensueño. Alguna vez me creí con la capacidad para volver a los sueños. Creo que alguna vez lo conseguí. Desayuno un café solo. Hacía tiempo que no desayunaba un café solo. Sin azúcar. Sin leche. Sin tostadas con mantequilla. Las tostadas hechas con el pan del día anterior me recuerdan a la infancia*.
10 horas y 17 minutos
     Puntual Clarissa. Se sienta frente a mí. Está roja como un tomate. Le ofrezco un café. Me dice que todavía no toma café, añade que no sabe si tomará café nunca. Hay un momento de silencio. Ella me mira y baja la vista. Entonces dice, atropelladamente, Si quiere puedo empezar por la cocina. Es lo que suele estar más sucio. Los hombres lo dejan todo por ahí. Y luego los baños. Eso me parece a mí. Le pregunto a Clarissa si ha ido a la escuela. Me responde que poco. Me levanto. Miro por la ventana y le pregunto, Clarissa, ¿te gustaría aprender? ¿Saber, por ejemplo, cómo es el esqueleto de un pájaro o descubrir el sonido de las bramaderas, bueno, primero saber, si no lo sabes, lo que son las bramaderas? ¿Te gustaría que diéramos paseos por el bosque, a lo largo de todas las estaciones y varias veces y observáramos, tan sólo observáramos? ¿Te gustaría prepararte para no ser criada?
Clarissa se queda callada. No importa. Su mirada brilla tanto (lo intuía -la intuición es la antena que conecta a los seres afines-) que hasta tiene miedo. Le digo, Te pagaré tres horas diarias paras que aprendas lo que puedas de lo que yo te pueda enseñar.
Clarissa abre la boca, ¿Por qué? pregunta. ¿Quieres?, le respondo. Sí, dice ella. Pues entonces porque sí, ¿te parece? Vamos a empezar ya porque no sé si conoces ese dicho, por el camino de mañana se llega al de nunca. Lo primero que te quiero enseñar es algo, para mi gusto, esencial para bien vivir, que es no hacer nada, absolutamente nada.
También le hago una sugerencia: mejor que no le diga nada a nadie y sobre todo a su familia. Ella vuelve a bajar la mirada cuando contesta, Ya lo había pensado. Bien, pues manos a la nada.
1 y media de la tarde
     La nada es fértil. Tardará Clarissa en relajarse. Si es que alguna vez... alguna vez. Vendrá a casa los lunes, miércoles y viernes entre las diez y la una que es la hora en que más tranquilo está el bar. El sueldo se lo dará íntegro a sus tíos.
     Mientras paseo por la montaña con Hamlet y Donjuan, me pregunto si mi interés por Clarissa es una especie de nostalgia de paternidad. No es la primera vez que tengo este pensamiento. Me pasa con M. En realidad me pasa siempre que estoy con una mujer mucho más joven que yo. Es cierto que el atractivo sexual es una fuerza poderosa, casi irresistible para mí pero también me he visto a veces disfrutando mucho más el momento de la confidencia o del descubrimiento junto a ella de algo que le ocurre por primera vez y que a mí, por simple diferencia de años, ya me ha ocurrido varias veces; ese momento, en ocasiones, es mucho más hermoso y duradero en mi memoria que el acto amoroso que había ocurrido antes o que ocurriría después. Y también pienso si late, de forma oculta, un deseo por un cuerpo joven, desvalido que me lleva al tema de las muchachas perseguidas de la novela romántica y por eso, el primer nombre que me surgió fue el de Clarissa, como también podrían haber surgido Julia o Justine. Intento, mientras la subida me hace romper en sudor, sincerarme conmigo mismo, ver en lo más hondo de un hombre que se encuentra en su último aliento, si lo que envuelve con un aura de filantropía no es más que el deseo de amar, una vez más, la inocencia. Y no hay inocencia más palpable que la de un cuerpo joven. Quizá convivan ambas pulsiones.
5 y  37 minutos de madrugada
     Me ha despertado una lluvia muy fina que he asociado al sueño en el que M. deja caer su lluvia dorada sobre mi boca. Bebo su pis que sabe de forma muy tenue a aguacate. Respiro hondo el aire de la tierra recién mojada y antes de tomarme un café me acerco hasta la cerca que separa mi propiedad del mundo y me apoyo en ella y cierro los ojos y dejo que las imágenes del sueño vuelvan: M. me mira con ojos de serpiente y al abrir su boca su lengua bífida se pasea por mis pezones. M. me muerde, me muerde fuerte. Escucho, recuerdo el sonido en el sueño, un trueno agudo, largo en el tiempo. Ahora estoy solo. Llevo una bata de lino abierta. El vello de mi pecho se riza ante mi vista. Ahora es una risa lo que escucho. Entonces se acerca Hamlet y me devuelve a la vigilia. Tienes que volver al mundo, parece decirme con el movimiento de su cola. Vibra la lluvia. No tardará en reinar el lucero del alba.

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Es curioso porque a mí me ocurre lo mismo. Lo escribía en el capítulo 9º, entrada 166 del libro Me Acuerdo (si haces un clic sobre el título resaltado en verde accedes a todos los capítulos) que acabo de publicar en Inventario.
 

Narrativa

Tags : Escritos de Isaac Alexander Libro de las soledades Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/06/2021 a las 18:16 | Comentarios {0}


Bobalicón. 4º aguafuerte de la serie Disparates. Francisco de Goya.1815-1819
Bobalicón. 4º aguafuerte de la serie Disparates. Francisco de Goya.1815-1819

     Querría hablar con una sempiterna sonrisa en la boca. Ser vaca. ¡Qué importantes las Vacas! Los primeros templos de Mesopotamia eran al mismo tiempo vaquerías. Mejor sería decirlo al revés: las vaquerías tenían también la función de templos.

     Se ha hurgado hasta meterse bien los dedos dentro de la herida como si Tomás se hubiera introducido en Cristo y fuera el mismo crucificado quien se hurgara en el lanzazo, algo incrédulo ante lo profundo de la herida que según sus cálculos atraviesa el lóbulo inferior de su pulmón izquierdo y provoca una hemorragia y melancolía.

     Sí, son cataratas en sus ojos pero prefiere pensar, poéticamente, que lo que ve es el velo de Maya tupido. Ante la proximidad de la muerte, la apariencia se adensa.

     ¿Por qué ahora? ¿Por qué en este mes? Los sueños de la mañana se sincronizan con el sonido del motor de una lavadora y cree saberse en las tripas de un vapor, junto al émbolo que empuja los fluidos para que la rueda gire. ¿Qué rueda? ¿Qué gira? ¿Por qué esta humedad en el ano?

    Tránsitos. Del silencio a la rueca. ¡Qué hay! ¡Qué me buscas! Si pierdo el aire. Si el aire se esconde. Si la gallinita ciega. Si al corro de la patata. Si amanece se oculta. Si anochece se abre como flor carnívora. No escudriña esas frases. No se planta dionisiaco entre sus pares. No alardea. No abre su boca y muestra los dientes que despedazan la comida. Podría ser trigo limpio. Podría ser salvado. Podría carecer de encías. Podría darse parte de su desaparición.

     La tormenta se volverá cielo azul.

     Sin piedad avanza por el desierto. Su ojos se mantienen fijos en un horizonte que fluctúa. Se diría -piensa- un horizonte líquido. Sólo que la luna, atrevida en su consanguinidad con el polvo de las estrellas, surge maldita y santa entre las brumas del atardecer. Satánica y Virgen cimbrea maliciosa sus caderas.

     Ha navegado por todos los mares. Ha conocido multitud de costas. Ha pernoctado en viviendas de gentes amables y desconocidas. Ha compartido lecho. Ha sentido su piel distinta. Se ha mirado las manos varias horas. Ha dejado que las rodillas se llenen de polvo y ha producido en su cuerpo algo parecido a leche y miel (también produjo hace mucho, mucho tiempo, la voz de un ser sobrenatural).

     La duna varía. Los vientos modelan los paisajes. Una montaña se yergue en el centro de un desierto como un gran corazón roto. El oso navega sobre un trozo no muy grande de hielo. Se busca un animal herido. Se encuentran restos de un lagar.

     Sonríe. Aprieta. Sigue. Sigue. Esa anémona. Ese cangrejo. El bombón de amapola. La estirpe de los shogunes. Los exiliados. El agua fresca. La radiación termonuclear. Los últimos días del Olimpo. La rueca. 

     Dice, No me llamo. No es la voz del Hades. No es Minos dictando sentencia. Ni es Orfeo que, disimulado, se mimetiza con las rocas de la gruta que conducen a lo hondo del Mundo. Es que dice (quien sea), No, no me llamo.

     Sólo tu boca, piensa (lo piensa quien dice no llamarse); sólo tu espalda; sólo tu piel; sólo tu lengua; sólo jugar en mitad de esta ciudad en la que han desaparecido los gorriones como si Mao Tse Tung hubiera resucitado para seguir siendo el Asesino de los Pájaros, él tan poeta.

     Probará el aceite hirviendo. Se dejará engatusar por cualquiera. Llegará a su casa, ya de noche y cuando se tumbe en su cama sentirá el peso de las diez mil generaciones que le han precedido. Como si fuera flor de loto. Como si vistiera uniforme militar. Como si formara parte de una parada. O menos, simple rueda del remolque que transporta el misil.

     Nada más. Sonríe. Nada más. Se acaricia. Nada más. Se excita. Nada más. Se arrepiente. Nada más. Se duerme. Nada más. Se muere. Nada más. Resucita. Nada más. Se descuartiza. Nada más. Se eleva. Nada más. Se acuna. Nada más. Retrocede. Nada más. Se pierde. Nada más. No es nada.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/06/2021 a las 12:29 | Comentarios {0}


L'enlèvement de Felicien Rops. 1882
L'enlèvement de Felicien Rops. 1882

     Aquí todo está en orden. Veo, señora, muy lejos, una bandada de ánades que, colijo, deben de estar migrando. Formación en V. Quizás escucho parpar.

     Queda en la zona del neocórtex un regusto a humo. El silencio no puede estar navegando en los pulmones. Tampoco las voces que no cesan tras de mí...

     Me someto gustoso, señora. Si quiere me amordazo yo solo y me desamordazo tan sólo a las horas de ingerir.

     Navega la vela marina.

     ...como esos gritos, señora, de un niño que apenas levanta un palmo en la corrala de una casa de pueblo, sin las mínimas medidas de seguridad. Con lo importantes que son las medidas de seguridad. Aún más: lo importante que es la seguridad en sí. Y no sé, señora, mi ama, su seguro servidor, si escribir, señora, ama, dominatrix, la palabra seguridad en mayúsculas. Mayúscula y emascular tienen una terrible semejanza fonética...

     Señora, no, no se preocupe, no levantaré la vista; sí, sí, pensaré que es usted una mujer sans merçi, como quiere usted que así sea; sólo le pediría, le rogaría, señora, ama amantísima, si podría darme permiso para levantarme y dejar de apoyar las rodillas en este suelo de garbanzos; si podría, señora, hacer pis en soledad, señora, ama, amada oscuridad de  mis desvelos, onda que imagina una ola, surco que nunca se cavará.

     Sé que vengo del otro lugar del mundo. En ese sitio no se disimula demasiado bien y hay unos sulfuros que mantienen nuestra tez siempre amarilla. De donde vengo las murallas son de acero y se clavan cuando te acercas a ellas. Es mejor evitarlas. Es mejor no darse aires. Preferiría volver si tuviera esa opción.

     Pálpeme y vea que lo que le digo es cierto. Ya no hay musgo y palidece a ojos vista la hierba. Las sirenas tienen que estar sonando, usted lo sabe, señora, mi ama. Usted lo sabe. Déjeme llorar. Déjeme enloquecer. Permita que mis párpados adquieran la velocidad de las alas del colibrí. Sosiégueme. Apóyeme en su regazo y así, juntos, miremos la alborada, aún sin canto de pájaros, aún callada.

     Los pasos se alejan. Pasa la extraordinaria sierpe ante él, brillantes las escamas negras. Hay algo inefable en el aire. Sigue y avanza. Sigue y retrocede. Sigue y se detiene. Y porque avanza sigue. Y porque retrocede sigue. Y porque se detiene sigue. 
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/06/2021 a las 13:31 | Comentarios {0}


Galatea de Gustave Moreau. Tinta, temple, gouache y acuarela sobre cartón. ca. 1896
Galatea de Gustave Moreau. Tinta, temple, gouache y acuarela sobre cartón. ca. 1896

     Al estar suspendida del abismo. Hay una oscilación. El aire mismo. Piensa, La maldad es un punto de vista. Oscilante. Como ahora los dedos. En esta tarde de mayo. El silencio, a veces, acompaña un rato.

     Era frente a las costas del océano tenebroso. Las aguas negras del mar. ¿Cuándo? ¿Cuándo es femenino el mar? Iniciaba la redacción como quien se dejara insuflar de un aliento demiúmnico y fuera transportado por madrigueras o por esferas o a través de branas hasta las provincias últimas del noreste siberiano. Así podría empezar. Una vez. Femeninamente volviendo. El eterno retorno. El ciclo menstrual.

     La luna llena tiende a la gravidez. Sobre nosotros el cielo se adensa y adquiere tintes minerales. Podríamos ser parte de una fragua infinita de espacio y con el tiempo limitado. ¿Espacio sin tiempo? se pregunta mientras contempla el zumillo en flor y su oscilación según las en apariencia nada caprichosas ráfagas de viento.

     Al palparse el pecho izquierdo siente que volverá. Cree intuir cierta algarabía a su alrededor. Cree estar derecha, sentada, en una gran plaza pública en la que los niños juegan en los parterres de hierba y un pintor, a lo lejos, imprime la escena con la velocidad de un plenairista. Todo es un juego. ¿Por qué no de dados, Albert? Es al palparse el pecho izquierdo cuando suena el la del oboe como si la orquesta del mundo estuviera afinando casi lista para atacar el próximo minuto. Dice el director del mundo que el tempo es el de andante ma non troppo. Rebusca en los bolsillos de la falda. Piensa en la palabra faltriquera y lo relaciona de inmediato con los anteojos de Quevedo.

     Media luna sobre Estambul. En los muelles de Eminonu un hombre espera a otro hombre. Nunca volveré a Estambul. Un hombre espera a otro hombre. Se perderán por el barrio de Üsküdar y en una habitación pequeña, blanca y limpia de una pensión sin nombre se amarán con esmero hasta que el sol vuelva a dominar su mundo y obligue a los hombres a tomar un desayuno.

     A veces atisba el reverso y entonces entiende el rito. Pasea su músculo por la arena de un desierto de piedra. En la calima que hace temblar el horizonte, cree ver la figura simbólica de algo que le marcó para siempre. Sí, el sol es de justicia. Lo avanzo: ella volverá sana y salva, se dará una ducha, se hidratará la piel, se tumbará en la cama y verá una serie en la que la vejez toma carta de naturaleza.

     La huella huella la tierra. También la tierra seca por mucho que sea más leve, por mucho que dure un suspiro. Mira la huella. Al fondo parece elevarse una torre de vigilancia. Panóptico piensa. Foucault, piensa. Camina despacio. Medita mientras camina. Los oídos atentos a los movimientos entre la maleza. Los ojos perdidos en sus desvaríos. Pero es la huella que apenas huella la tierra, esa tierra seca, la cual, al final del verano, al final del verano... los días de verano.

     Minnesota como ejemplo de conquista cultural. Le gusta escuchar el crujido de la civilización occidental. Lo hace suyo. Como si cada crujido de esa formidable masa de pasado, fuera el crujir de cada una de sus más que maduras articulaciones. Asocia: quemaduras con que maduras. Conoce el sueño. Conoce que sólo aquí... No podría dejarlo... No ahora, se dice, ahora que está a punto de abandonar... Por fin.... (se emociona. Se echa las manos a la cara como si el llanto fuera inmediato. Espera. No pugnan las lágrimas por salir. No sale nada. Tan sólo es ella con las manos sobre su cara.)

     Sigue, gondolero mío, aunque Venecia se haya hundido y empiece a alcanzar ya las dimensiones legendarias de La Atlántida. Porque existió Tartessos, boga gondolero mío. Porque hay en el alba un rubor del cielo, boga gondolero mío. Porque no quiero arañarte la cerviz con mis labios ni supurar. Todo debe quedar bajo la piel. Hasta que el Sol se derrita de sí mismo y la Luna se aleje tanto de su Madre Tierra que se convierta en meteoro o se desintegre en cometa y no se someta nunca, nunca más a órbita alguna, todo debe quedar bajo la piel, gondolero mío.

     Yo te velo. Duerme tranquila. Yo te velo.
 

Ensayo poético

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/05/2021 a las 18:05 | Comentarios {0}


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