El 27 de mayo de 1992 una depresión muy profunda me llevó a retirarme al pueblo cántabro de Suances durante un par de meses. La casa era el lugar de veraneo de la familia de la que entonces era mi mujer, Concha y que tuvo -tuvieron- la amabilidad de dejármela para que me recuperara. Estando allí, en absoluta soledad, inicié con mi padre, Antonio García-Loygorri de los Ríos, una relación epistolar que continuó -con un intervalo de cuatro años entre esta primera carta y las siguientes- hasta su muerte.
Poco antes de morir mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre no sé quién se encargó de tirar las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que el guardaba en uno de los cajones de su mesa- a la basura. Por supuesto quien lo hizo no me consultó siquiera si quería conservar las cartas. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años de edad, es decir, la edad conflictiva.
27 de Mayo de 1992
Si convenimos en que lo prometido es deuda, deuda mía será el escribirte una carta desde Suances, en este mes de Mayo, lleno de sol y de tormentas.
Me pedías al marcharme una de esas cartas bonitas, dignas de un poeta, de ese tipo de cartas que intentan la emoción del destinatario. Veremos qué nos depara ésta, así tan al principio, sin saber muy bien qué voy a contarte, ni tan siquiera sabiendo dónde me encuentro, si estoy yo aquí, si sueño...
Pero existe algo que me avisa que es cierto lo que veo: el rumor de las olas, bramido a veces, también canción de cuna; el rumor de la arena en su violentarse con el viento; el canto de la hierba dirigido por la brisa y un continuo sonido de pájaros.
Ya he subido y bajado montañas y en la arena de las cuatro de la tarde me he tumbado; ya he recibido los rayos del sol en mi piel y la espuma blanca ha salpicado mis pies; ya el silencio de estar solo me rodea, ya la calma de la dicha me adormece, las noches son tranquilas y leo.
¿Servirá para algo alejarnos de lo que nos duele? Seguro que tú con más años y más vida y más muerte conoces mejor la respuesta a esa pregunta. ¿Recuerdas algún momento de intenso vacío en la vida?: una tarde caminando camino a la oficina, una noche de borrachera lúcida, un día en el que estábamos dormidos y te nos quedaste mirando. ¿Quisiste alejarte entonces? ¿lo hiciste?
Una vieja de terrible voz aguda grita por la ventana y me desconcierta. Dejo de escribirte por ahora pero seguiré haciéndolo, compañero del alma, compañero.
Así van saliendo las palabras, como con descuido. Desde la última vez que cogí la pluma han pasado muchas cosas, por ejemplo: he mirado el cielo tumbado en una toalla sobre la arena de la playa de la Concha en Suances; mientras miraba el cielo sonaba el mar. Y hacía viento.
Todo luego ha transcurrido un poco lánguido como si me hubiera dejado caer de un guindo y un sonoro batacazo hubiera despertado a mi soñar en los suelos. Entonces he sentido el pensamiento, ese gusano roedor que en ocasiones daña al roer. Porque pensamos y nuestros pensamientos pasan sin apenas haber sido disfrutados u odiados; en ocasiones se enredan en sí mismos y tejen impacientes laberintos que respiran solos, como si estuvieran vivos, independientes de nosotros, parásitos nuestros que merodean, acechan, envilecen, engañan, lloran para después dormir tras haber cumplido la misión de haber dejado a un ser humano vacío de fuerzas, sin nada que decir, muy cansado, muy ausente. ¡Ay, pensamientos tejedores, enemigos de la felicidad!
Aún así todo está bien, padre. El universo continúa su expansión, el mundo gira y se traslada y nosotros con ellos -sin apenas darnos cuenta de que el tiempo es el tesorero de cada uno de nuestros días- vagamos por los grandes espacios, por los infinitos espacios que una supuesta mezcla casual de materiales hizo que inventáramos y descubriéramos.
Todo parece poco a veces. De repente llega un día en el que piensas si lo sueños, aquellas ideas sobre la vida un tanto positivas en exceso, parece, ahora... si los sueños, decía, no pueden dejar más que paso a una supuesta realidad más bien opaca. Mi amiga Pilar Torriente, a la que conociste en el estreno de mi obra, me dijo en cierta ocasión una frase que se me ha quedado en el alma (porque yo tengo el concepto de un algo al que se le podría llamar así): "La vida es una inmensa gama de grises". La vida, entonces, es inmensa, es cierto, pero su inmensidad tiene el límite infinito del gris; curiosa paradoja que siendo infinita la vida sólo pueda tener una infinitud gris. Y no se entienda (o no lo quiera decir yo) que lo gris sea sinónimo de mediocridad, simpleza o monotonía. Sólo que se trata de una sola gama en la mayor inmensidad de un arcoiris.
Soñar pertenece al mundo de los colores y si soñar es vivir, vivir ya no puede ser tan sólo gris.
Por la tarde. 28 de Mayo de 1992
La tarde está nublada y verde; hace hoy ese cielo norteño repleto de nubes y de luz que tanto agradecen mis ojos y mis recuerdos. Porque bajo cielos semejantes he sido dichoso y así está el cielo de Luanco bajo el que fumé un cigarrillo, el primero, junto a Antonio en lo alto de la falda mullida de una pequeña colina frente al mar; o bajo el cielo de Cudillero con su rada curva, los barcos pescadores, blancos, azules y rojos, la mujer de la taberna del puerto (la última a la derecha mirando al mar) que siempre me pareció que debía de ser una maravillosa madre y ese ser laberíntico del pueblo y su cementerio y su leyenda. Fue en Cudillero cuando por primera vez estuve solo junto al mar. O los cielos de Ortiguera bajo los que forjé una hermosa amistad (adjetivo gratuito ya que toda amistad es de por sí hermosa) con Iñaki, mi amigo excesivo, mi amigo-hermano pequeño con el que reí y disfruté la sensación de estar muy vivo, muy libre, muy querido. Hermosos cielos los del Cantábrico y este silencio que aquí se respira y este verde que tanto agradecen la mente y los ojos; hermosos cielos bajo los que apetece vivir más despacio, sin arañar a las horas hasta sus más pequeñas migajas de segundo; hermosos cielos, hermosa paz.
La vida pasa y yo me quedo contemplándola, sin ningún deseo como dicen los budistas que debe ser la buena vida; pasa y la veo pasar como veo a la ola tan cerca para luego no estar. Cantan los pájaros la primavera, el mar no muy lejos apenas llega a la arena y los acantilados toman los vientos, descansan, tras los últimos azotes del mar.
Ya muy de noche
¿Por qué te escribo a ti lo que estoy escribiendo? Pienso si será porque Angel, mi médico, me explica que la enfermedad se encuentra en la biografía de cada uno. Y buena manera de curarse será, eso ya lo creo yo, sincerándose con uno mismo, desde el principio. Y tú te encuentras en el principio de mí al igual que yo estoy en el principio tuyo. Mucha enfermedad pervive en el trecho de vida que vivimos juntos, mucho desconsuelo y mucho desamor. Los recuerdos de mi infancia son recuerdos tristes y violentos. Todo se enmarca en una gran oscuridad, tétrico el día al levantarme sabiendo que tenía que ir al colegio y tétrico su final sin saber qué sería de todos esa noche. Y sin embargo, a pesar de todo, a pesar de lo mucho que te he odiado y despreciado, siempre he sentido por ti un hondo amor porque siempre he sabido que eras un hombre bueno y tierno y sencillo. Mundo el nuestro lleno de contradicciones y de ausencias. Menos mal que a lo largo de ese inmenso túnel hubo siempre una luz, un faro, un hada nacida en La Mancha cuyo nombre es Julia y que ya es anciana; Julia ha salvado mi vida de la muerte con su amor desinteresado, con su entrega, con sus manos; sé que sin ella yo no sería valiente ni pensaría siquiera en el futuro, ni creería en el amor como en ocasiones creo; Julia es una boya, un salvavidas, la personificación de la idea de la caridad (bien entendida) ¡Qué hubiera sido de mi infancia sin sus bocadillos con tomate; qué hubiera sido de mis noches si no hubiera colocado el embozo bajo mi barbilla tras haberme besado en la frente y haberme acariciado con sus pequeños ojos dulces!, ¡Ay, la infancia, única cárcel de la que no se puede escapar!
Me voy a dormir, padre. No te entristezca lo que te cuento ni lo que te cuente. Es bueno ser sincero. Es bueno quererse.
29-Mayo-1992
Por la mañana.
¿Tendré que llegar a mayores honduras?, ¿deberé expresar con rotundidad pensamientos que fluyen a lo largo de mi vida y que en alguna ocasión he deseado que oyeras? O deberé callar, dejar que todo transcurra en la sombra del silencio. ¿Podrá alterar en algo nuestra curiosa relación? Porque curiosa es la relación familiar; en ella se juntan la obligación y el deseo; en ella nace y desarrolla la historia de los seres humanos; en ella el silencio es norma fundamental de convivencia.
¿Cómo me sientes tú a mí?, ¿En el fondo de tu corazón qué somos entre nosotros?, ¿existe un vínculo real, no impuesto?
Si fuera al fondo de mi corazón y te abriera sus puertas a ti para que lo vieras, creo que se te llenaría, a un tiempo, la vida de gozo y de tristeza; si leyeras en él la carne te herviría y darías saltos de alegría. Y todo simultáneo y todo en un segundo. Y a mí, si la acción fuera a la inversa, me ocurriría lo mismo.
¡Parece mentira que alguna vez estuviéramos desnudos y no sintiéramos pudor por nuestra desnudez!
Transcurre esta mañana de Mayo; el cielo semi-cubierto de nubes, serena la mar, la música de Händel, el sonido de unas carreras infantiles. Tengo la cabeza y la cara bañadas en arcilla; estoy verde y me encuentro gracioso. Dentro de poco os llamaré a ver qué tal andáis. ¿Sigues con tus solitarios?, ¿Recuerdas aquella canción?:
Sole, Sole, Sole, Sole
Cuánto me gusta tu nombre
Soledad;
Sole, Sole, Sole, Sole
también me gustan
todos los demás.
Desayunábamos tostadas con mantequilla. Era domingo en la mañana... fuera sopla el viento de Abril. Cuánto me gusta tu nombre
Soledad;
Sole, Sole, Sole, Sole
también me gustan
todos los demás.
3 de Junio de 1992
Por la mañana.
Nada. Por la mañana.
Por la noche.
Existe algo que quiero explicarte. Para que nos entendamos. Existe la fuerza de vivir, el coraje ante la adversidad, el empuje, los riñones, los huevos como tú dices. Y son elementos buenos para vivir pero no son los únicos. Ni son siempre ellos a los que tenemos que recurrir. Hay momentos en la vida en los que hay que detenerse y mirarlos como se mira un cuadro, como se mira, deteniéndose, un camino desconocido en la oscuridad, con la intención, secreta en ocasiones, de adivinar allá entre las sombras un resquicio de claridad, una esperanza. Momentos en la vida de desconcierto que pueden ayudarnos, más tarde, una vez ya en la calma, a ser más fuertes, más decididos, más estables.
Imagínate un mundo sin paciencia, sin meditación, sin hondura; imagina correr siempre hacia delante, sin detenerse a observar la tristeza o una lágrima que cae por tu mejilla una tarde sin que sepas muy bien por qué pero a la que sientes sin embargo muy tuya, casi antigua. Es entonces llegado el tiempo de detenerse, serenarse frente al mar, frente a espacios abiertos y limpios; es hora de mirarse desnudo, cara a cara, en soledad, sin fuerza, sin coraje, sin huevos sino con sosiego, calma, alma. Porque ya no son obstáculos los que te detienen sino tú mismo, una suerte de vacío, un poco de vértigo.
¿Qué es entonces lo que ahora intento? Quiero sincerarme con la historia de mis días, admitir mis errores, saber de los errores de los otros; quiero colocar mis ilusiones en un lugar adecuado de tal modo que el desánimo apenas si las roce; quiero vivir sin saber del mañana, sin heridas de ayer. Y reconocer mientras disfruto de la lluvia, del aroma del mar, de un sonido lejano de trueno, de un eco de gaviota, de un algo de hadas, que en ocasiones seré amable, dichoso y entrañable y que en otras destilaré egoísmo, tristeza y distancia; y reconocer la vida sin más, sin esperanzas, sino como es, tan puta y tan callada como una vieja zorra que se las supiera todas; y reconocer el momento justo en que la Rueda de la Fortuna me invita a pasar unas noches con ella.
Sé que me entiendes ahora. No son cojones lo que necesito sino descubrir en lo más profundo (o superficial porque ardua cuestión es descubrir primero el lugar donde se encuentra lo que busco) la razón de la caída de una forma que tenía de concebir el mundo.
Y lo conseguiré, ¡vive el cielo que lo conseguiré! Y tú lo verás porque tienes ojos detrás de los ojos. Quizá sea por esto por lo que te cuento a ti todas estas cosas. Porque siempre tuve ganas pero nos faltaba tiempo de lucidez y de sosiego.
Un abrazo muy fuerte. Yo también estoy contigo.
Análisis objetivo/subjetivo de una interpretación.
He llegado a la conclusión -tras una conversación con mi querida Angélica- que verdades, aún minúsculas, sobre asuntos familiares son imposibles a la par que inútiles así es que sin sentirlo en absoluto y por el momento desisto de seguir. Por cierto ¡qué alivio!
Lo que sí haré es seguir con este Tag y ensayaré sobre otras verdades porque la verdad es que la verdad me divierte.
Ensayo
Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/11/2021 a las 20:14 | {0}Análisis objetivo/subjetivo de una interpretación.
Pediría al dios débil, al acompañante, no al juez (como dice Pániker nadie puede ser amigo de su juez) que me ilumine, que me permita cierta cantidad de misticismo en la tarea que me queda por hacer porque no puedo hablar de los demás si ellos no quieren responder (podrían hacerlo, ahí está, al final de cada podcast el símbolo del diálogo para poner un comentario. Sería tan trascendente que por medio de esta canal de comunicación surgiera un encuentro. Que se produjera -por decirlo con palabras del poeta- el milagro de la primavera. No pasará. Nunca pasó. ¿Por qué habría de pasar ahora?), no sería justo. Se añade además otra dificultad y es que la memoria de lo que llamo la alta infancia -que tendría como límites desde el nacimiento hasta los ocho años- es una memoria mítica, de construcciones que tienen más que ver con los cimientos de la interpretación que con la realidad de los hechos. ¿Cómo se discurre entonces acerca de esos hechos sin quebrantar por una parte lo mítico de los mismos y por otra lo real, lo que ocurrió, lo que si confrontáramos un mismo hecho el padre y yo estaríamos de acuerdo en que así fue cómo ocurrió aunque difiriéramos en lo que supuso?
¿Por dónde empiezo? ¿Cómo inicio el análisis? Voy a colocar epígrafes a los que denominaré de una manera y luego glosaré. Por ejemplo: Denominaré Recuerdo mítico un recuerdo que con toda probabilidad no fue así.
Recuerdo mítico 1
Ya me han operado de la pierna derecha. Llevo un aparato que es un corrector para que el pie no se siga torciendo hacia la derecha. (Me quedó el pie torcido. Aún hoy los niños se lo señalan a los padres). Soy gordito. Estoy en una silla en alto y me entretengo con el sonido del envoltorio de celofán de un caramelo. Mis hermanos (no sé si el pequeño ya ha nacido) juegan en el suelo.
Glosa a Recuerdo mítico 1
Julia, nuestra tata, ya estaba en casa cuando yo nací. La contrató Teresa, mi madre, cuando nació Antonio, el mayor de los hermanos; es ella la que a lo largo de los años me contaba este recuerdo que yo tengo pero que no sé si es mío; ella me decía que así pasaba el tiempo, escuchando el sonido del celofán la tarde entera.
Esa duración me lleva a pensar que ya desde niño ¿cómo se escribe esto? ¿Escribo que mis hermanos no jugaban conmigo desde que era muy pequeño? ¿Escribo que yo no jugaba con mis hermanos desde que era muy pequeño? ¿Escribo sencillamente: desde el principio no solimos jugar? ¿Quién ejercía la parte activa y la parte pasiva de ese no jugar? ¿Por qué no jugábamos? ¿Algún adulto se dio cuenta de lo que ocurría? ¿Intervino alguno?
La muerte siega toda disyuntiva. Siempre anda cerca. Tarde comprendemos que el único argumento de la vida es morir (como tan bien expresó Jaime Gil de Biedma); por eso es vital lo que quiero ensayar. No hay un afán de ajustar cuentas y menos aún de cuestiones infantiles. Tampoco lo hay en cuestiones de la edad madura. Recuerdo la obra de teatro Largo viaje hacia la noche de Eugene O'Neill. O mi propia obra La campanilla que sigue inédita (como tantas). No busco revanchas. No busco venganzas. Busco verdades minúsculas cuyas respuestas sean -en su mayor parte- preguntas.
Esa duración me lleva a pensar que ya desde niño ¿cómo se escribe esto? ¿Escribo que mis hermanos no jugaban conmigo desde que era muy pequeño? ¿Escribo que yo no jugaba con mis hermanos desde que era muy pequeño? ¿Escribo sencillamente: desde el principio no solimos jugar? ¿Quién ejercía la parte activa y la parte pasiva de ese no jugar? ¿Por qué no jugábamos? ¿Algún adulto se dio cuenta de lo que ocurría? ¿Intervino alguno?
La muerte siega toda disyuntiva. Siempre anda cerca. Tarde comprendemos que el único argumento de la vida es morir (como tan bien expresó Jaime Gil de Biedma); por eso es vital lo que quiero ensayar. No hay un afán de ajustar cuentas y menos aún de cuestiones infantiles. Tampoco lo hay en cuestiones de la edad madura. Recuerdo la obra de teatro Largo viaje hacia la noche de Eugene O'Neill. O mi propia obra La campanilla que sigue inédita (como tantas). No busco revanchas. No busco venganzas. Busco verdades minúsculas cuyas respuestas sean -en su mayor parte- preguntas.
Ensayo
Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/11/2021 a las 12:51 | {0}Análisis objetivo/subjetivo de una interpretación.
Podemos aceptar que la realidad es inefable. No podemos con nuestros medios humanos conocer la realidad. Todo lo que un ser humano percibe es interpretación y por lo tanto la Verdad, como se dice posmodernamente, se ha vuelto líquida. Es cierto que vivimos una época líquida.
La vida sólo se puede explicar desde un espacio tiempo y esas coordenadas nos llevan, necesariamente, a la noción y percepción de la causalidad. En el espacio/tiempo la causalidad toma carta de naturaleza. Parece la vida. La única vida posible. Sólo que hay creencias, intuiciones, certezas que también nos dicen que la causalidad es mera apariencia y no sólo desde campos metafísicos o religiosos sino también desde la ciencia más pura y actual: la física cuántica, por ejemplo, que desdice la realidad en cuanto se le aplica el microscopio. La verdad entonces se vuelve un territorio cuasi mágico, cuasi cuántico; la verdad debería ser ese lugar en el que el observador y lo observado, al influirse mutuamente mediante el acto de la observación, generara una explicación objetivo/subjetiva de un hecho dado. Sólo que observar no es mirar. No puede ser mirarlo todo. Por lo menos en mi caso y si lo reduzco a mi caso no es porque crea que sea posible que haya seres humanos capaces de mirarlo todo, de observarlo todo, sino por que me parece que soy un buen sujeto de observación. Un ejemplo de mi incapacidad para abarcarlo todo: los pasos canadienses; hasta que no vi cómo unas personas abrían una puerta que se encontraba a un lado del paso, no vi esa puerta; de hecho mi perro y yo atravesábamos el paso con el máximo cuidado posible; es más cuando ayer iba con mi hija por el camino de los pasos canadienses, le dije que en uno de ellos seguro que no había puerta, seguro; cuando llegamos a ese paso Violeta me señaló no una sino dos puertas. Es cierto que yo no conocía la mecánica de los pasos canadienses y también lo es que aún no he aprendido a mirar este espacio nuevo, el espacio de las montañas y los ganados; Violeta tampoco conoce el espacio y ella sí supo ver las puertas desde el primer momento (yo le había indicado previamente mi descubrimiento en el primero de los pasos). ¿Habría visto las puertas si no se lo hubiera dicho? Este ejemplo es una analogía con lo que no soy capaz de ver a la hora de establecer un marco de verdad en la vida que he vivido; a la hora de establecer un marco de verdad con respecto a las relaciones que han buscado destrozarme -sacrificarme- muy probablemente no con el afán de destrozarme en sí sino como medio para no sacrificarse/quedar destrozados ellos (ellos: la familia, los padres, los hermanos). A la figura del chivo expiatorio me refiero. Me refiero también a lo que supone el sufrir ese papel. Me refiero también a que los que te someten a semejante papel no sean capaces de reconocerlo para a partir de ahí generar una catarsis que quizá pueda sanar. Me refiero a que es un estado que se vive en silencio. Me refiero a que es muy complejo describirlo sin caer en un exceso de victimismo y más cuando los que te sometían a ese estado no cesaban de repetírtelo. Insisto (porque lo he escrito ya más de una vez y cien veces): se crean sinapsis neuronales, circuitos de culpa y vergüenza. Escribir sobre esa verdad es muy delicado, el equilibrio entre el observador y lo observado cuando parte de lo observado forma parte del ser del observador (mecánica cuántica de las emociones); también al observar una hierba silvestre, ésta entra a formar parte del observador, ahí se encuentra el quid de la cuestión.
Este va a ser mi afán. No sé hasta dónde voy a ser capaz de llegar. Recuerdo a A., el hermano de una mujer a la que conozco hace muchos años, que publicó en la red una análisis freudiano de su vivencia familiar. He de reconocer que a mí, que conocía bastante bien a su familia y sus relaciones, me dio pudor la desnudez con que establecía las causalidades en su análisis. No sé si al ejercer mi idea de la verdad, seré capaz de trascender el pudor. Por si acaso hoy, primer día de mi sexagésimo primer año de vida, escribo cauto.
Ensayo
Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2021 a las 20:00 | {0}
La tentación de san Antonio, por Pieter van der Heyden a partir del dibujo de Pieter Brueghel el Viejo, 1556
Anoche lo escuché con claridad. Mis manos bajo el edredón. Estaba muy dormida. Soñaba con violencias en los bloques de los que, puedo escribir, salí huyendo. Mis manos bajo el edredón se movían solas, sometidas al vaivén de la pesadilla; debía ser que me estaba desangrando por los muslos. Al comenzar a despertar sentí cómo mis manos -como si fueran torniquetes- apretaban con fuerza el muslo izquierdo. Probablemente esa presión fue la que me despertó. Entonces lo escuché. Lo escuché con claridad y volví a caer dormida. Luché un instante -no sé cuánto tiempo duró eso que llamo instante- por no volver al sueño convencida, como estaba, de que caería de nuevo en la pesadilla. Así fue: vuelvo al momento en que un padre está dando una paliza descomunal a uno de sus hijos mientras los vecinos, que son amigos suyos, beben alegremente y jalean la paliza; el niño no debe de tener más de ocho años y aunque sienta una antipatía rayana con el odio por él, me parece una salvajada a lo que estoy asistiendo. Yo lo veo todo desde la sala de mi casa. Tengo cerradas las cristaleras de la ventana. Ahogados me llegan los gritos del niño, el jaleo de los vecinos, la ira del padre que incansable golpea una y otra vez el cuerpo de su hijo que se va dejando vencer y cae ya de rodillas, hecho un ovillo, las piernas ensangrentadas, el rostro desfigurado, parece que se ha hecho pis y también ha defecado; de repente el niño se queda inerme, todo su cuerpo se relaja mientras el padre lo muele a patadas y puñetazos en una interminable, infatigable paliza.
Mientras paseo pienso en la idea de renuncia. Este alejamiento va a suponer renuncias. Por ejemplo he de renunciar a poder comprar comida japonesa. En estos primeros días es lo que más echo de menos: la abundancia de productos. También me ha vuelto un deseo nuevo por fumar. Lo dejé hace cuatro años. No había sentido hasta ahora un deseo tan vehemente. Una renuncia que me tienta a renunciar a ella. Mientras paseo con las primeras luces de la mañana, siento que por la noche escuché algo con claridad pero al contrario de cuando me desperté no logró saber qué fue exactamente lo que escuché y por qué al recordarlo me recorre un escalofrío por el espinazo .
De vuelta hacia la casa vuelvo a ver a un hombre viejo que pasea con dos perros más jóvenes que él; el hombre parece emanar cierta serenidad y eso me hace mirarme a mí misma y provoca un pensamiento de palabras, No eres sabia. Eso pienso, No, no eres sabia. Ese hombre con sus dos perros me da la sensación de ser tan nuevo como yo en estos campos; ambos nos movemos como si fuéramos de ciudad; hay en él -parece- un gusto por la contemplación. Cuando le he visto estaba subiendo por la ladera -no demasiado empinada- de una colina y cada poco se detenía y miraba en rededor con notable interés. Imagino que acabaremos conociéndonos. Algún día nos cruzaremos en el camino, nos saludaremos y al poco tiempo surgirá, de forma natural, una conversación. Ambos vivimos en este pueblo que no llega a los cuatrocientos habitantes. Yo vengo de una ciudad de tres millones. ¿De qué ciudad vendrá él?
¿Qué escuché en la madrugada que me aterró? ¿Por qué no ladró Persia? ¿De nuevo seres del Anima mundi?
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2021 a las 19:07 | {0}
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Memorias
Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/11/2021 a las 13:56 | {0}