Por la carretera de abajo se encuentra a la mujer ya entrada en años, de una edad -eso sí- extraña e indefinida, la que corre entre los setenta y los ochenta y cinco años. A partir de los ochenta y cinco, la vejez cae de golpe y se adueña del cuerpo que le viene como un guante... o mortaja. Dice la mujer, ¡Qué día tan bueno ha hecho ! que no parece el día de todos los santos. Con este tiempo hace nada nos reuníamos allí donde los bancos, ¿sabes? nos reuníamos allí lo menos catorce, catorce éramos hace nada y mira ahora, ahora sólo quedo yo... bueno y una señora de noventa y uno que ya no se puede mover. (Pausa. Sonríe) Como dice el refrán: La Conseja ni guarda la vaca ni guarda la oveja. Sólo yo. Que eran las cinco, ahí sola con la televisión que me me he dicho, mira, te vas hasta el reguerillo y se te hacen las seis. Andando el tiempo se hace más corto y eso que ya he venido dos veces esta mañana, una al cementerio este -por el que pasamos en ese momento- y otra vez para ir al nuevo. Otros días voy al Centro pero allí todas están jugando a las cartas y a mí no me gusta, nunca me gustó, me pongo a mirar pero jugar no, desde las seis y media hasta las nueve y así el tiempo se hace más corto. Bueno, me voy hasta el reguerillo otra vez y cuando esté de vuelta ya serán las seis. Que tenga buena tarde.
Se aleja la mujer entrada en años. Es robusta y pequeña. Tiene los ojos malos. Viste una falda de tela gris y una rebeca azul. Tiene color en las mejillas, color que seguro que se ha forjado aguantando de frente los vientos que vienen de Buitrago. De las catorce que quedaban en el camino de las Eras para hacer una conseja ya sólo camina ella.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/11/2022 a las 18:06 | {0}Cuando se levantó sintió el temor propio de la despedida. Él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Ella se acercó a la cocina de carbón y la encendió como si se tratara de una mañana cualquiera y eso que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Recordó una mirada de él la noche anterior, el deseo y el cariño con el que le miraba medio pecho que sobresalía por el escote del camisón. Lo que siguió no fue especial. No podía serlo cuando él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Se despidieron en la puerta de la cocina, el día era lluvioso y la bruma no se acababa de levantar. Cuando acarició su mejilla pensó que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo. Lo miró alejarse. Se metió en la casa. Noviembre la había dejado fría. Lloró un poco sentada a la mesa de la cocina mientras sorbía a sorbos pequeños el café que recién había hecho y a cada sorbo, como una letanía, se le venía al pensamiento que él se iba al frente y probablemente no volvería a verlo.
No volvió a verlo.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/10/2022 a las 19:01 | {0}Había descubierto por la luz la llegada de la tormenta
Se le ocurrió la forma de escribir una entrada
Supo diferenciar varios tonos de verde muy cercanos entre sí
Se maravilló de las curvas de un sendero
Aceptó con llaneza un paraguas
Se alimentó de una esperanza secreta
Dijo, a quien pudiera escucharle, que iba a disfrutar la estancia
Entendió ¿para siempre? la diferencia entre responsabilidad y culpa
La tormenta se anunció a lo lejos. Corrieron rápidas las nubes. Cayó el aguacero sobre ellos. Llegaron a casa justo a tiempo
La marcha será larga
Habrá nuevos páramos cubiertos por la niebla y la escarcha
Le temblarán las piernas. Probablemente dé el paso. Nadie se inmiscuirá
Pasó la tarde
Creyó en sí mismo
Podía respirar
Se bastaba
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/10/2022 a las 20:13 | {0}Zaratustra, pobre y perseguido, profetizó la llegada de un nuevo hombre y un dios nuevo. Profetizaba el buen -y colérico- profeta por tierras de la Mesopotamia y allí fue donde lo halló la mujer que me contó esta historia, una historia, por cierto, tan corta como la vida. Me dijo la mujer: era tan sucio y tan pobre que cuando exclamó que crearía los países para destruir al hombre viejo, todos los allí congregados nos reímos. Al poco supimos que su idea empezaba a extenderse hacia el este y el oeste, hacia el sur y hacia el norte y allá donde llegaba y allá donde se formaba eso llamado país, de inmediato se producían matanzas. Así es que ni corta ni perezosa me volví a donde él estaba: una cueva miserable en mitad de la nada y allí, mientras dormía, le rebané el pescuezo por haber tenido tan nefasto pensamiento. Desde entonces Zaratustra soy yo.
Ante la nueva Zaratustra me arrodillé y rogué bendición. Ella rió y me la dio.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/10/2022 a las 18:01 | {0}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/11/2022 a las 20:08 | {0}