Frágiles. Sobre ellos se aposenta el cuerpo y son ellos quienes nos unen a la tierra. Se dice, muchas veces, que el lavatorio de pies es un acto de humildad de quien lo hace, yo creo más bien que es un acto de compasión.
A veces, sólo a veces, cuando el trato es delicado, cuando se toman los pies y se los mima, cuando se pulen sus aristas, cuando se quita la piel muerta y luego se ponen ungüentos que calmen la fatiga de soportar el cuerpo, se produce una conexión entre el alivio en los pies y el alivio de la voluntad.
Voluntad terca que siempre mira hacia delante. Voluntad de ser. Voluntad que domina el intelecto, la capacidad de elegir, la necesidad de descansar. Esa voluntad totémica.
Los pies, tan frágiles. Base mínima para mantener erguido el cuerpo. Articulaciones torpes. Tan frágiles que una tortura es golpear con una vara en sus plantas (que a la parte inferior del pie se la llame planta). Y por lo mismo, como Yin y Yang del ser, uno de los mayores placeres es cuando unas manos acogen los pies y los acarician y los limpian, dejan las uñas arregladas, la piel hidratada. Entonces todo dominio de la Voluntad se adelgaza y surgen como fantasmas dolores (o quizá tan sólo pesares o menos aún antiguas cuitas) que al socaire de los pies con bálsamos ungidos salen y pierden ese poder de tristeza que tienen cuando hibernan en el corazón de los hombres.
Frágiles los hombres. Tan frágiles como sus pies. Tan torpes como sus articulaciones.
A veces, sólo a veces, cuando el trato es delicado, cuando se toman los pies y se los mima, cuando se pulen sus aristas, cuando se quita la piel muerta y luego se ponen ungüentos que calmen la fatiga de soportar el cuerpo, se produce una conexión entre el alivio en los pies y el alivio de la voluntad.
Voluntad terca que siempre mira hacia delante. Voluntad de ser. Voluntad que domina el intelecto, la capacidad de elegir, la necesidad de descansar. Esa voluntad totémica.
Los pies, tan frágiles. Base mínima para mantener erguido el cuerpo. Articulaciones torpes. Tan frágiles que una tortura es golpear con una vara en sus plantas (que a la parte inferior del pie se la llame planta). Y por lo mismo, como Yin y Yang del ser, uno de los mayores placeres es cuando unas manos acogen los pies y los acarician y los limpian, dejan las uñas arregladas, la piel hidratada. Entonces todo dominio de la Voluntad se adelgaza y surgen como fantasmas dolores (o quizá tan sólo pesares o menos aún antiguas cuitas) que al socaire de los pies con bálsamos ungidos salen y pierden ese poder de tristeza que tienen cuando hibernan en el corazón de los hombres.
Frágiles los hombres. Tan frágiles como sus pies. Tan torpes como sus articulaciones.
Cuando leo palabras
que no entiendo
escucho su secreto
Miscelánea
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2013 a las 13:49 | {4}¿Vas a venir, viejo marinero? ¿Traerás en los alrededores de tu mirar los vientos y la sal?
Sabes que en mi cama tu lado es una tumba sin cerrar y cuando la brisa, en la anochecida, entra por la ventana abierta y conmueve, levemente, los piegues sin peso de la sábana, yo siento el escalofrío de la ausencia de tus brazos y la áspera y delicada caricia de tus manos asidoras de maromas.
¿Escucharé pronto la sirena cuyo sonido hizo pensar a Durrell en paridoras de planetas? ¿Escucharé pronto el quejido de las viejas cuadernas de tu nave vieja? ¿Escuchare pronto, muy pronto, tus pasos por el muelle de madera y tu voz ronca pidiendo en la taberna el trago que te devuelve a la tierra?
¡Oh, viejo y rudo marinero! ¡Oh, amante mío que convierte mis brazos en olas, mi boca en espuma y mi sexo en mar! ¡Ven, vuelve pronto, que me estoy quedando seca!
¿Oigo en la tierra tu huella? ¿Se levanta el brezo a tu paso y esparce la jara sus quimeras? ¿Maúlla la gata tu presencia? ¿Olisquea el perro el salitre de tus trenzas? ¿Se impacienta la yegua? ¿Cornea a la luna el toro tu presencia?
Rudo, varonil, mundano marinero quiero escuchar tus historias de ultramar y quiero entre tus besos que rememores el encuentro con el calamar gigante y la vez que hubiste de varar en una isla que no estaba en lo mapas y siguió sin estar. ¡Cántame, amor, las nuevas canciones de los pueblos primeros mientras mi cuerpo navega por el tuyo y accedo a tus axilas y al vello de tu pecho y a la cicatriz escondida entre el muslo y tu gónada derecha! ¡Dulce cicatriz, dulce lugar de tu semen fresco! ¡Dame a beberlo pronto, marinero, que muero en esta habitación baldía si tú no estás!
Yo no quisiera para los hijos de Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior de esta España podrida, las cuchillas.
Tampoco que el padre de Rafael Hernando, diputado en el Parlamento de la nación por el Partido Popular, fuera enterrado en una cuneta y no pudiera darle una sepultura digna. Ni quisiera que un político del Partido Popular de España, dijera de él o de cualquiera de los muchos familiares que buscan aún a sus antepasados en las cunetas que "Ahora se acuerdan de su padre o de su abuelo o de su tía porque se dan subvenciones".
Sinceramente no, no lo quisiera pero les deseo que un día sueñen lo siguiente y que además sea en un sueño en el que sueñan que se despiertan:
Jorge Fernández Díaz se encuentra ante un gran muro. Tras él están sus hijos y su mujer. Lo han perdido todo en su país. Tras ellos hay un desierto. Ante ellos una esperanza (aunque sea vana. En realidad toda esperanza es vana). En lo alto del muro hay alambradas con cuchillas. Cuchillas bien afiladas. Él y su familia están sucios. A mierda huelen. No han podido lavarse a lo largo de los tres mil kilómetros que han tenido que recorrer hasta llegar al muro coronado de cuchillas. Jorge Fernández Díaz y su familia saben que tras el muro hay agua. Agua. Sólo queda escalar el muro. Llegar a lo alto. Soportar los cortes de las cuchillas bien afiladas en las piernas, en los brazos, en la cara o en el pecho o en los cojones o en el coño de su mujer, de sus hijos y en los suyos. Sólo eso. Cortes de cuchillas en sus carnes para poder beber agua. Jorge Fernández Díaz coge a su nieta a de siete años a sus espaldas y es el primero en iniciar la escalada. Los demás le siguen. Gritos. Gritos que han de acallarse para que las fuerzas de seguridad no acudan. Y sangre. Sangre. Sangre para poder beber agua.
Rafael Hernando, en el sueño en el que sueña despertarse, es un rojo. Tiene diez años. Desde una distancia que se le hace insoportable, agarrado por los hombros por su madre a la que han rapado el pelo y violado hasta el vómito los cruzados por Dios y por la Patria, ve cómo su padre es arrastrado por los rebeldes y junto a otros doce hombres es asesinado de un tiro en la nuca. Sin pérdida de tiempo los que morirán tras los trece primeros cavan una fosa y los tiran allí, junto a un camino de tierra que con el tiempo se convertirá en carretera. En el sueño se produce un salto en el tiempo, Rafael Hernando contempla el paisaje donde su padre fue asesinado. Sabe el lugar exacto donde se encuentra. Su madre, aún viva, sólo desea que su marido sea sepultado en camposanto porque aunque roja su madre es cristiana. Entonces escucha a un hombre que es igual a él, que se llama Rafael Hernando y representa a los ciudadanos de su país, le escucha, con su misma voz y su misma sonrisa, decir con ironía y desprecio: "sólo se acuerdan de su padre cuando hay una subvención para desenterrarlos" .
Y quisiera que luego despertaran con el sudor frío del terror en sus espaldas, en su nuca y en su alma y que a lo largo del día, cuando paseara por la calle, sintiera Jorge Fernández Díaz que el estigma del inmigrante que necesita seguir viviendo, del ser humano que tiene derecho a vivir honradamente, sea donde sea, en esta tierra que es de todos, estuviera en su frente; y que Rafael Hernando creyera seguir teniendo en su boca la impronta que provoca la injusticia y que le produjera tal aliento fétido que nadie se acercara a él.
Tampoco que el padre de Rafael Hernando, diputado en el Parlamento de la nación por el Partido Popular, fuera enterrado en una cuneta y no pudiera darle una sepultura digna. Ni quisiera que un político del Partido Popular de España, dijera de él o de cualquiera de los muchos familiares que buscan aún a sus antepasados en las cunetas que "Ahora se acuerdan de su padre o de su abuelo o de su tía porque se dan subvenciones".
Sinceramente no, no lo quisiera pero les deseo que un día sueñen lo siguiente y que además sea en un sueño en el que sueñan que se despiertan:
Jorge Fernández Díaz se encuentra ante un gran muro. Tras él están sus hijos y su mujer. Lo han perdido todo en su país. Tras ellos hay un desierto. Ante ellos una esperanza (aunque sea vana. En realidad toda esperanza es vana). En lo alto del muro hay alambradas con cuchillas. Cuchillas bien afiladas. Él y su familia están sucios. A mierda huelen. No han podido lavarse a lo largo de los tres mil kilómetros que han tenido que recorrer hasta llegar al muro coronado de cuchillas. Jorge Fernández Díaz y su familia saben que tras el muro hay agua. Agua. Sólo queda escalar el muro. Llegar a lo alto. Soportar los cortes de las cuchillas bien afiladas en las piernas, en los brazos, en la cara o en el pecho o en los cojones o en el coño de su mujer, de sus hijos y en los suyos. Sólo eso. Cortes de cuchillas en sus carnes para poder beber agua. Jorge Fernández Díaz coge a su nieta a de siete años a sus espaldas y es el primero en iniciar la escalada. Los demás le siguen. Gritos. Gritos que han de acallarse para que las fuerzas de seguridad no acudan. Y sangre. Sangre. Sangre para poder beber agua.
Rafael Hernando, en el sueño en el que sueña despertarse, es un rojo. Tiene diez años. Desde una distancia que se le hace insoportable, agarrado por los hombros por su madre a la que han rapado el pelo y violado hasta el vómito los cruzados por Dios y por la Patria, ve cómo su padre es arrastrado por los rebeldes y junto a otros doce hombres es asesinado de un tiro en la nuca. Sin pérdida de tiempo los que morirán tras los trece primeros cavan una fosa y los tiran allí, junto a un camino de tierra que con el tiempo se convertirá en carretera. En el sueño se produce un salto en el tiempo, Rafael Hernando contempla el paisaje donde su padre fue asesinado. Sabe el lugar exacto donde se encuentra. Su madre, aún viva, sólo desea que su marido sea sepultado en camposanto porque aunque roja su madre es cristiana. Entonces escucha a un hombre que es igual a él, que se llama Rafael Hernando y representa a los ciudadanos de su país, le escucha, con su misma voz y su misma sonrisa, decir con ironía y desprecio: "sólo se acuerdan de su padre cuando hay una subvención para desenterrarlos" .
Y quisiera que luego despertaran con el sudor frío del terror en sus espaldas, en su nuca y en su alma y que a lo largo del día, cuando paseara por la calle, sintiera Jorge Fernández Díaz que el estigma del inmigrante que necesita seguir viviendo, del ser humano que tiene derecho a vivir honradamente, sea donde sea, en esta tierra que es de todos, estuviera en su frente; y que Rafael Hernando creyera seguir teniendo en su boca la impronta que provoca la injusticia y que le produjera tal aliento fétido que nadie se acercara a él.
Boceto
Muñeca (maraña de huesos tan precisos)
Giro entonces (en el centro de la mar)
Náusea (de ver y no ver, sometidos al vaivén y la apariencia)
Como la voluntad simple (la del ser unicelular)
Y el intelecto secundario (alma de pupa)
Sueño de la razón (o decadencia)
Planicie ve (la curva del mundo)
Una silueta que recorriera haz y envés (Bach sería)
A través de las distancias (en la duermevela una noche de otoño con el frío asomado al embozo)
Quisiera, grita (y es el silencio)
Está cerca (exclama y sabe que el último tramo está a la vista)
Y es el gozo (de haber vivido)
Y el consejo del amigo (termina lo que hayas de hacer. Queda ya poco)
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
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Tasador de bibliotecas
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/12/2013 a las 13:18 | {0}