Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Décimo día


He amanecido cansado. He dormido poco. Al llegar a mi casa me he puesto a trabajar. Luego he comido poco y he dormido un rato. He vuelto a mi trabajo. He nadado. He hecho la ronda. He cenado y me he venido aquí abajo. En un rato dormiré.
Cuando estoy en mi casa me da la sensación de que siempre estoy en mi casa y cuando estoy aquí tengo la misma sensación.
Hoy el día es así, sin mucha intención.
No he podido concentrarme, es lo que produce la obsesión. La obsesión tiene una curiosa paradoja que cuando puedes contarla de inmediato amaina. La obsesión para que pueda surtir todo su efecto necesita la intimidad absoluta con su presa.
Sé el poco interés de lo que cuento hoy. Pero quiero mantener esta disciplina. 

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/08/2014 a las 23:13 | Comentarios {0}


Noveno día


Yo tuve un gran amor por mi madre. Mano a mano a lo largo de dieciocho años nos dio para conocernos. Dicen de ella que fue una buena enfermera aunque algo fría (quizá por la atormentada alma polaca que hace que sus habitantes tengan mucho cuidado en expresar sus sentimientos por miedo a la invasión). A mí me parece que en ocasiones la profesión de mi madre invadía el ámbito personal y creo que, de alguna forma, marcó durante muchos años mi relación con las mujeres. Sobre todo a partir de un día en que no se por qué acabamos en la calle Aerschot donde unas mujeres hacían la calle. Yo tenía ocho años y asistí a una escena que me dejó sorprendido: un hombre maduro, sucio y sin afeitar se acercó a una mujer, se dijeron dos frases y él le tocó directamente el coño. Ella rió y cogiéndole por la solapa de la vieja chaqueta lo metió en un hotel de mala muerte. A los pocos pasos no pude evitar preguntarle a mi madre quiénes eran aquellas personas que se comportaban así en plena calle, a plena luz del día. Y ella sin alterarse lo más mínimo y sin acelerar o aminorar el paso me contestó: A los hombres os gusta meternos el pito por la vagina, os gusta tanto que algunas mujeres se ganan la vida vendiendo su coño. El sexo, hijo, es el motor de la historia y estas pobres mujeres, a las que se les llama putas, son una válvula de escape de ese motor. Tú, sin que lo sepas, me quieres meter el pito a mí, quieres hacerme tuya. Yo me quedé perplejo, me detuve y con una mirada implorante le dije, Mamá te juro que yo no te quiero meter nada y menos eso. Te lo juro. Y mi madre como si yo no le hubiera dicho nada siguió su discurso pedagógico, Se llama complejo de Edipo y se llama así por una historia griega de hace muchos años en la que un chico acaba metiéndole el pito a su madre sin saber que era su madre. Ahí yo metí baza y le contesté bien rápido, Ah, pero si no lo sabía entonces no vale. Mi madre me acarició el cabello y sin responderme continuó hablándome, No es nada malo querer copular con la madre, es una aspiración natural, sólo que nosotras tenemos que impedíroslo y haceros ver que no por meternos el pito os vais a poner a la altura de vuestro padre. Ahí yo me quedé perplejo y siguiendo un elemental razonamiento infantil le contesté, Pero mamá si yo no tengo padre… Y ella, siempre mirando al frente me contestó, Razón de más. De hecho, cuando os hacéis mayores y os dais cuenta de que a la madre no vais a poder meterle el pito, os pasáis media vida buscando a una mujer que se nos parezca. 

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/08/2014 a las 23:35 | Comentarios {0}


Octavo día


Puedo bailar y quedarme quieto y recordar una tarde invierno cuanto todo era más fácil; puedo ensoñar la melodía que me llevara a la multitud sabiéndome yo en la isla y aunque a lo lejos se vislumbren las luces de la ciudad, la calma me ancla aquí; ha ocurrido que cuando mi ronda nocturna se me han saltado las lágrimas ante la situación que estoy viviendo y no por un afán de exclusividad sino por tener la belleza al alcance de la mano y disfrutar la posibilidad de detenerme ante, por ejemplo, un cuadro de Renoir y sí es porque es un cuadro de Renoir pero también no es porque sea un cuadro de Renoir sino porque es un cuadro que a mí me produce un sentimiento de exaltación de la vida y es ahí, parado ante ese cuadro, pintado por un hombre viejo, con artritis en las manos, cuando descubro que amo el arte porque me produce siempre un sentimiento de exaltación de la vida, que el arte me lleva siempre a un disfrute de la vida que no me lo suele otorgar la vida propia, la propia vida.
Puedo detenerme, hojear una revista o entretenerme en la contemplación del reflejo de la naturaleza en las aguas; puedo contemplar el sol entre los árboles y el extraño rostro de una nube tercio payaso, tercio osito, tercio calavera y sentir en el espinazo el terror que siempre me causaron los payasos y las calaveras y recordar que cuando mi madre me llevaba al circo –a ella le encantaban las pollas diplomáticas y los números circenses- siempre que aparecían los payasos yo me echaba a llorar de una forma incontenible hasta el punto que mi madre optó por salir a fumarse un cigarrillo cuando se anunciaba su actuación.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2014 a las 23:20 | Comentarios {2}


Séptimo día


El calor de agosto enloquecía a los perros en la antigua Roma.
Meredith se jactaba de tener los mejores muslos de la provincia. Yo se los vi un día y vive dios que los tenía.
Hace muy poco Alemania se vestía de nazi.
Hace algo más los españoles y los portugueses exterminaron entre los siglos XVI-XIX a 150 millones de indios (cada uno con su nombre y su historia personal).
He tomado decisiones en mi trabajo de guardés.
Es cierto que tengo sed y un par de zumos.
Me llamo Olmo y nací en Tirana de una madre aficionada a chupar pollas diplomáticas y de un padre que según me contaba mi madre había sido agregado cultural de la embajada española. De resultas de los cual escribí una pieza teatral titulada Tirana no es la capital de Albania la cual tuvo una escasa repercusión; tan escasa fue que no salió de las paredes de un salón donde hice una lectura dramática tras pasar un día con una diarrea colosal.
Espero una revolución.
Andrés se jactaba de su éxito con las mujeres hasta que se casó con la más hija de puta (según él, claro). Una vez que se hubo separado, me acerqué un día por su casa -la de su ex-mujer- para ver si yo tenía también éxito con las mujeres. Soy un puto perro sarnoso.
Es evidente -por más que sea una hipótesis- que el sexo lo inventó la mujer.
El silencio envenena mi culo. Así de claro lo digo y ¿cómo lo envenena?
Es como si tuviera una Myseri a mis espaldas que me obligara a escribir una línea más, sólo una más. Yo que ejerzo de guardés en un museo modernista (y algo más).
Tenía que hacerlo.
Era el séptimo día y ¿quién soy para descansar al séptimo día?

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/08/2014 a las 23:29 | Comentarios {0}


Sexto día


Dice Spinoza que algunos han pretendido que Dios no se revela a hombres tristes e irritados; pero tal opinión es quimérica porque Dios reveló a Moisés irritado contra Faraón el espantoso exterminio de los primogénitos. Luego sigue con otros hombres también tristes o irritados a los que Dios habló como Caín o Ezequiel o Jeremías o Miqueas (que por cierto nunca le predijo nada bueno a Acab). Y dice Spinoza que el estilo de las profecías variaba con el grado de elocuencia de cada profeta y termina su razonamiento -después de haber narrado varios ejemplos de diferentes estilos proféticos- Si todo esto quiere pesarse, seguramente deduciremos que Dios carece de estilo propio y que según el grado de instrucción y el alcance del profeta a quien inspira, es elegante o grosero, lacónico o prolijo, severo o confuso.
Al ser mi nombre Olmo, he sentido siempre la tentación de tener bien hundidos los pies en la tierra y al ser esto así -o al querer que sea así- siempre he pensado que mis pies encuentran en su camino hacia la consecución del alimento, todo tipo de nutrientes y a ninguno hago ascos y ese no hacer ascos a cualquier nutriente que se me presente me convierte, de alguna forma, en un ser también sin estilo propio más bien adquiero el estilo de lo que me alimenta y si el alimento de turno tiene matices ocres me convierto en ocre o si por el contrario lo que me alimenta es rico en metano huelo espantosamente mal. Tengo de alguna manera algo de un hombre sin atributos porque el atributo define y soy, por definición, indefinido al depender por entero del nutriente del que me alimente para poder subsistir; un día puede ser vender loterías en un mercado, otro puede ser dirigir una programa de radio, o también hacer encuestas en un tren por la noche y acabar magreándome con una pasajera, a eso de las tres de la madrugada, entre Zaragoza y Lérida, con un frenesí que no dejaba lugar para las preguntas de la encuesta, incluso alguna vez me atreví con el peonaje para subsistir unos cuantos meses. Si como argumenta Spinoza uno de los atributos de Dios es no tener estilo, yo podría muy bien decir que estoy hecho a semejanza suya. Ahora soy guardés en un museo con unas obras de arte de una delicadeza mayúscula y he de andar con alarmas y rondas y riegos y he de llevar un teléfono a todas partes por donde vaya y como soy un guardés sin estilo si por ejemplo me despiertan por la mañana a una hora intempestiva no sé comportarme como un guardés sino como un hombre recién despertado que no entiende nada de lo que le están contando.

Narrativa

Tags : Colección Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/08/2014 a las 22:41 | Comentarios {0}


1 ... « 217 218 219 220 221 222 223 » ... 459






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile