Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Vino dispuesto a la ceniza armado con hachos.
Cree  que hubo un tiempo de navegaciones con rumbo constante con afán de norte.
Vino desnudo y se fue vistiendo poco a poco y con cada prenda aumentaba la vergüenza.
Las manos mantenía abiertas hasta que se gafaron y quedaron los dedos contraídos como si a través de ellos corriera constante corriente eléctrica.
Vino sin parpadear apenas. Eran sus ojos grandes y sus pestañas cortas. Miraba aún con brisa. Creía ver a través de la niebla.
Vino dispuesto a amar los cuerpos como se ama la sangre y se entregó a ello y sentía en cada encuentro que el fin  se acercaba, que bastaba un beso para romper el cielo, que una caricia sola compendiaba el tiempo.
Vino para quedarse y se fue yendo como han de hacer -siempre y por honradez- los vagabundos, aquéllos que no saben que una patria vale un mundo.
No fue suficiente unos labios que pronunciaron unos cuantos nombres misteriosos; no lo fue el canto templado del mirlo aquel invierno en que deseó con toda la fe de que fue capaz ser sedentario. No supo descifrar la cuenta y menos aún sus resultados. No quiso cerrar los ojos y permanecer dormido, entregado para siempre a brazos y olvido.
Vino cantando (lo juran muchos).
Vino jocoso aunque temblara.
Vino ambulante.
Sabemos que no vino para quedarse.
Aseguramos que fue infiel hasta perderlo de vista.
Nos complacemos en su marcha y lo echamos de menos.
Una mujer dice que dijo: Yo sé la campana y el vino bueno; yo sé la navaja y la maduración del hierro; yo sé la tierra y el salvaje hallazgo de la madreperla; yo sé dije y sé pendiente; yo sé muralla y bosque sagrado; yo sé grulla y pasos perdidos.
Otra mujer dice que dijo: Vendrá la piel cuando llegue enero.
Un niño creyó entender que decía: Coge la comba. Salta sin moverte del sitio. Cada vez más alto salta. Más cerca de la luna cada vez. Más allá de ella en algún momento y, alejado de su atracción, vaga.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2014 a las 12:27 | Comentarios {0}


1.- En los años 80 del siglo pasado Miles Davis acudió invitado a la Casa Blanca. Al verlo Nancy Reagan, a la sazón esposa del presidente Ronald Reagan, le preguntó: ¿Y cuáles han sido sus méritos para ser invitado a la Casa Blanca? Miles Davis le respondió: Bueno, he cambiado el curso de la música tres o cuatro veces a lo largo de mi carrera. Y añadió:  ¿Y usted qué méritos tiene aparte de haberse follado al presidente?

2.- Un dirigente comunista (hoy sería chavista) le comentó a Olof Palme -en aquel entonces era presidente de Suecia- que el programa de su partido era acabar con todos los ricos de su país. ¡Qué curioso! -dijo Palme- El nuestro es el contrario: queremos acabar con los pobres.

Ensayo

Tags : Sincerada Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/10/2014 a las 11:52 | Comentarios {0}


Cuando la lluvia cayó sobre los arces y el suelo se enfrió hasta el delirio, la suerte se quedó como estancada en los labios contritos del testigo; y la mano; y las ramas; y un olivo que llegó hasta aquellos paisajes traído en pico de albatros desde el confín extraño de los sueños; cuando los dos mundos se encontraron y la shimenawa, la cuerda augusta de paja sintoísta, se asemejó en todo a la dura cruz de los cristianos, entonces, entonces, quise que el suelo se empapara y quedara mojado para siempre y naciera musgo entre mis dedos y mis gónadas florecieran como kiwis -verdes como el alma del cielo, verdes como el murmullo del viento- y deseé al mirar la dicha y las gotas que hubiera un lugar cercano -sin nombre y sin raíces; sin putrílago y sin huesos; sin verdades ni hipótesis- donde las muchachas bailaran alrededor del árbol Mayo y también las viejas se movieran como ramas de sauce y los muchachos rodearan a las jóvenes y lanzaran sus pies -jirones de una niebla que se va rapidamente diluyendo- hacia sus pantorrillas macizas, lindas como el insecto detenido en la gota ámbar; y al llegar la noche; y al despuntar Venus; y en el centro del día; y cuando la tarde y en el ocaso; ensoñado; vestido; con todos mis dedos; con toda la vida rugiendo y rugiendo; con todas las aves; con todos los martes; con la lluvia siempre; en otoño siempre, siempre, siempre

Ensayo

Tags : Sincerada Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/10/2014 a las 10:53 | Comentarios {2}


No quiera esto que me hierve, arder (o sí lo quiera, es lo que realmente se ventila en esta noche de octubre cuando la luna ¿llena? está oculta por las nubes -hermosísima la gran nube que al atardecer se mantenía por cima de las montañas dejando entre ella y las cimas una franja de un azul claro casi pálido- y ahora se respira el olor de lo húmedo con frío mientras escucho a Debussy en sus Preludios del Libro I y bebo de un vino joven de la Ribera del Duero) como le pudo ocurrir al orador atheniense Demócrates el cual era hijo de hermana de Demóstenes. Enviado con otros por embaxador al rey Philipo, después de haber dado su embaxada y recebido respuesta apacible les dixo (el rey Philipo a los embajadores) en qué podía dar él gusto a los athenienses. Demócrates atrevidamente le respondió, en que te ahorques. ¡Ah, si se ahorcaran!, me digo y también me planteo una especie de gran violencia social, un estallido, una algarada si se quiere, un asalto, una vendetta. Ha llegado un punto (sólo que no sería un punto que compusiera espacialmente un lugar pequeño en el tiempo sino que sería un punto que abarcara cien años, que surgiera como nacimiento de ese punto en la primera guerra mundial y que desde entonces se hubiera vuelto visible en la ignominia de los gobernantes, en su prepotencia, en su codicia y en su perversidad) en el que al quitarse la careta ha surgido la faz monstruosa de todos ellos; como si se hubiera descorrido el velo de Maya y ahora los viera y ya no me provocaran indiferencia sino un gran malestar. Una sensación de revolución francesa y guillotinas por las calles, una gran limpieza a sangre y fuego que dejara el solar sin malas hierbas y pudiera cuando menos abrirse paso la posibilidad de una mata de tomates. Luego pienso y recapacito y me sosiego y hablo de la luna nublada o de la belleza de un paisaje y recuerdo a Demónides. Pedótriba. Era coxo y tenía los pies zopos, y habiéndole hurtado los çapatos echó una maldición al ladrón rogando a los dioses que le vinieran bien a sus pies, porque serían tan malos como los suyos. Lo cuenta Caelio en su Tardae o Pasiones Chrónicas libro 7, en el capítulo 3. Porque ya uno empieza a plantearse, seriamente, la ira. Llega un momento en que esa especie de santidad a lo Buda no cabe en un alma medianamente introducida en el mundo en el que vive. Llega un día en que una frase más de un impresentable más puede ser la espita que abra el canal de las pasiones y cierre durante un tiempo el de las razones. En un diálogo que escuché el otro día en la serie Good Wife, una mujer le dice a un hombre, Se ve que no sabes lo que es cabrear a una mujer. Ahora lo vas a saber. A los gobernantes parece que se les ha olvidado lo que es cabrear a un pueblo. Adormilados como estamos por la propaganda de los medios de comunicación, aislados con las nuevas formas de comunicación social, parecemos borreguillos sesteando mientras los cabrones y las cabras se pegan la vida padre a base de nuestro sufrir; hay una indecencia, una tan clara demostración de poder que quizá sea llegado el momento de devolverles parte de su moneda; sea llegado el momento de hacer saltar por los aires ese punto que se está haciendo demasiado pesado, casi, casi se está convirtiendo en un agujero negro que absorbe toda nuestra energía para regocijo y deleite de unos pocos. Palabras de ira, me digo. Nada se resuelve, me digo, poniéndose bravo, sin embargo recuerdo una anécdota personal que contradice este espíritu apaciguador y es la siguiente: Durante mi infancia hube de ir a un colegio de curas; de esos años surge mi talante anticlerical y otras muchas cosas; en aquellos años -los sesenta y setenta del siglo pasado- estos hijos de puta vestidos con sotana se dedicaban a dar palizas a sus alumnos un día sí y otro también. Entre los seis y los doce años hube de soportar esta dictadura ejercida por hombres sin corazón, muy cortos de entendederas y con manos largas. Una mañana, justo antes del recreo de las once, yo estaba en la clase de Historia leyendo a media voz la lección. El hermano Berasategui -a esos cabrones había que llamarles hermanos- de la orden del Sagrado Corazón, se me acercó, me quitó las gafas y me cruzó la cara con un tremendo bofetón. Sonriendo me dijo, Lee en bajo. Yo no pensé cuando me levanté y le dije, La próxima vez que me pongas una mano encima te meto una hostia que te estampo contra la pizarra. La clase me miró asombrada. Todos esperaban que ese mierda volviera a pegarme. Se acercó y tartamudeando me dijo, Sal de clase ahora mismo. Yo me senté y sin mirarle siquiera seguí leyendo mi lección de historia a media voz. No dijo más. Fui expulsado del colegio del Sagrado Corazón. Fue ira. En ocasiones la ira es tan fuerte que detiene la mano del que te machaca. No hace falta ni que le mires porque sabe que un solo movimiento en falso provocaría una lucha a vida o muerte, ni más ni menos. Ese día, a la edad de doce años, estaba dispuesto a morir por mi dignidad. Creo que nunca he vuelto a estar dispuesto a tanto. ¡Audaz infancia!

Ensayo

Tags : Sincerada Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/10/2014 a las 00:30 | Comentarios {0}


La llaga se hincha cuando la lluvia se acerca. No hay sueño suficiente, ni alarma que acune, ni lágrima extrema, ni salto cuántico, ¡cuando amaba conocer lo cuántico! ¡cuando buscaba incansablemente en lo pequeño! Nada hay en esta noche que me aquiete. Más bien es lo contrario. No puedo dejar de volver a la historia del cruel Mecencio, rey de los Thirrenos. ¿Por qué vuelvo a esa historia? ¿Por qué escribe sobre ella Virgilio? ¿Por qué el consuelo se convierte en fuente de discordia? Dejar este mundo tendrá por lo menos el alivio de abandonar las incógnitas porque intuyo que la nada como el todo son absolutos. Me gusta esta hora y el sabor del vino. Me gustan mis dedos sobre el teclado y el sonido de las teclas. Me gusta el sonido de las pisadas de los perros y la especie de hierbabuena que ha crecido en la maceta donde vive el arce. Hay en la existencia sensible. Hay. En esos lugares remotos del ser, donde no se enjuicia el gusto o el disgusto, ahí no puede acceder un hombre como Mecencio. Ya lo cuento. Dice así: Despreciador de los dioses. Tyrano cruelíssimo. Por lo qual los suyos se le rebelaron y él se ubo de pasar a Turno en el tiempo en que se traía guerra con Aeneas, el qual en un encuentro le mató juntamente con su hijo Lauso. Virgilio lib. 10. Entre otros géneros de crueldad que usaba era atar un hombre vivo con el cuerpo de otro muerto para que con el mal olor y tristes abraços, muriese encarcavinado -quiere decir encarcavinar henchir la cabeza de un mal olor pestilencial, qual lo suele haber en las carcavas [carcava es una hoya grande o zanja que suelen hacer las avenidas impetuosas de agua en la tierra, o la que se hace de propósito en el campo para echar los cuerpos muertos de los animales o los hombres. Puede ser palabra sincopada de Carne y Cava] fuera de los lugares, donde echan las inmundicias y los animales muertos como perros, asnos, rocines. Viene del latino Fretore, offundere, obturbare. Y encarcavinado se puede entender como el que está con pesadumbre en la cabeza por este mal olor-, es decir: muriese apesadumbrado.
[Escribe Virgilio:
Quid memorem infandas caedes quid facta tyranni/
Effera? Dü capiti ipsius genirique reservent/
Mortua quim etiam iungebat corpora vivis/
Componens manisbusque manus atque oribus ora/
Tormenti genus, et sanie tabeque fluentes/
Complexu in misero longa sic morte necabat.


Y traduce:
¿Para qué voy a recordar las nefandas matanzas,/
para qué mencionar las crueles hazañas del tirano?/
¡Que los dioses las reserven para él y su estirpe!/
Pues hasta unía los cuerpos de los muertos con los vivos/
juntando mano con mano y boca con boca -tal género de tormento-/
y así, con el flujo del pus y la sangre corrompida,/
en este triste abrazo, los mataba con una lenta muerte.
(VIII 483-488)]
Tanto mal podría limpiar la lluvia. Tanta desazón en estos tiempos perversos desde su inicio hace ya 100 años. ¿Cómo han permitido que se vea tan claramente su perversidad? ¿Será cierto que la historia se repite y que estamos en un nuevo bienio negro que se alargará si nada lo remedia hasta cuatro? ¿Será cierto que esa ola de buenismo logrará al fin modelar nuestras mentes hacia el bien? ¿Qué es el bien? ¿Y no enmarca tanta corrección un manto de moral conservadora? ¿No estamos abrazados a un muerto que se pudre en nuestra boca y nos inocula sus miasmas? ¿Por qué dicen que el pesimismo es un pensamiento reaccionario? ¿Por qué no se puede ser pesimista sin tener como horizonte un pasado que fue mejor? ¿Ser pesimista, digo, con la vista en el presente? No con la vista de los periodistas. No con la mirada de los que opinan a todas horas en cualquier sitio. Pesimista al sentir el abrazo del muerto. Del muerto que nos mata con su muerte y del que no podremos separarnos si no es con un supremo acto de violencia.

Ensayo

Tags : Sincerada Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/10/2014 a las 00:00 | Comentarios {0}


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