Monólogo para una sola voz y varios sonidos
Un despacho a medio colocar. A la derecha del espectador una puerta que da a un jardín que se pierde en un paisaje de montaña.
Un tablero sobre dos caballetes con recado de escribir. Una máquina de escribir Olivetti lettera 47. Un portátil Mac.
Cuatro estanterías llenas de libros.
A la izquierda del espectador varías cajas aún sin desembalar.
Cae la tarde.
FERNANDO:
No, no me pliego. Las nubes no podrán conmigo. Eso me digo. Esta mañana me lo he dicho. Alguien corría por la ladera de una de las montañas a las que nadie puso nombre. No puedo acostumbrarme. Es olor de tierra seca. Olor de mierda que es al fin y al cabo. No puedo acostumbrarme a ella. Inspiro. Por los grandes ventanales contemplaba el paisaje de las cumbres del mundo. No puedo aislarme aún. Sé que el tránsito no puede esperar. Por eso no me pliego. Un ejercicio de paciencia. Acuarela aguada. Días de nieblas. Por ellos navegaré. Ácido sulfúrico ha atravesado alguna circunvolución. Caminar es eso. No rendirse. Irse para volverse. No es mirar atrás y tampoco exactamente mirar hacia delante. Caminar con vuelta tiene ese precio. No me puedo plegar. Muchísimas noches la emoción es intensa. Podría intentar mirarme desde fuera. No lo intento. Una vez lo hice. Era muy joven. Me salí de mi cuerpo. Llegué hasta el techo. Decidí si lo atravesaba o no. Sentí que si lo atravesaba podría perderme y no podría volver. Me quedaría vagando, en mente, por los aires de Madrid. No lo atravesé. Decidí quedarme entre los muros de la habitación donde dormía y que era al mismo tiempo almacén de cuadros y habitación para escribir. Eso ocurrió en la calle Amor de Dios. Éramos jóvenes. Vivía en el taller de mi amigo pintor. Vivía entre sus cuadros. Tenía su olor a trementina. Entonces, quizás entonces, me habría plegado como lo hice al no dejar a mi mente que atravesara el techo. Será ausencia de temeridad. No me pliego aún. Sé que está al caer el día en el que empiece a recordar el atardecer en el que he de morir. Cuando eso ocurra quizá me pliegue. Abandone la lucha. Me quede sin armas y probablemente sin esperanza que es la peor de las esperas porque ilusiona. No ha llegado aún. No me veo ahí. No estoy escondido. Camino de frente por las mañanas. Juego con mi perro y él también divaga. Hacemos nuestros quehaceres, nos sometemos a juicio, curioseamos el mundo para poder más tarde cobijarnos en nuestro hogar, algo frío es cierto pero no por eso menos hogar. No me pliego porque no desdeño el recuerdo del musgo que me lleva a mi padre los días del invierno cuando íbamos a los montes del Pardo para cogerlo y colocarlo en el gran belén que construía cada año. ¡Qué gran belenista fue mi padre! Por eso no me pliego. Tienen que existir emociones semejantes.. Una emoción que dulcifique el gesto incluso que haga dudar. Ahora anochece pronto y las nubes se mantienen silentes en un espacio abierto y oscuro. No me pliego, no. No abandono. Mañana lo haré de nuevo. Juro que mañana lo haré de nuevo. Por amor. Por valentía. Por abundancia. Por sabrosura.
Se hace la noche.
Fernando se prepara un pipa de marihuana.
TELÓN
Desgarrado por un desamor que no le corresponde, sometido a un ensueño constante que bordea la pesadilla, se sugiere remedios que le llevan desde el vuelo hasta la profundidad del océano.
Decide en el camino de la mañana cuál es el nombre del color que lucen las hojas de un roble que se resiste a quedarse del todo desnudo. Piensa si es más marrón o más naranja y qué marrón entonces y qué naranja. Esa es la mañana. Esas son las decisiones de la mañana mientras en las tripas el desgarro se va haciendo grande y la música suele resultar extraña y busca, en soledades muy calladas, la explicación a ese desamor que no le corresponde.
Será también la lluvia. Los cielos cubiertos desde hace semanas. Será el otoño y su delicada dulzura que en ocasiones se ve alterada por la llegada de los vientos del norte que arrecian en la calleja de los pobres.
Será el lógico examen de conciencia. Mirarse frente a frente. Sentir que algo, sí, algo...
Diciembre. Los últimos días del otoño.
Piensa justo antes de dormir, ¡Qué faena!
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/12/2022 a las 19:33 | {0}No es el invierno. Es la mueca del tiempo que se va estirando y contrayendo. No el abrazo. No la broma. Lo que da calor. Lo que es calor. Es el frío, piensa, que sube como el que produce la cicuta. Un frío de abajo arriba, un frío que marca distancias con lo vivo. También con la serpiente. Con ella también. Como Jacques quisiera ser bufón en el bosque. Como Jacques quisiera que su desencanto lo abocara a la contemplación pura pero de momento ha de contentarse con la observación de sus excrecencias. No dejar de tener frío. No combatir ese frío que es la muerte que camina por su interior. Soportar la tentación del cuerpo que anhela vivir y ordena que busque una manta. No cubrirse. Salir al monte. Cumplir la llamada del suicidio honroso. Discurrir desnudo bajo la helada un último adagio: la vida es un cuentecillo frío.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/12/2022 a las 20:33 | {0}Borde en lo alto. El azul del cielo corona una idea muy vieja del mundo. Los ocres parecen más quietos si los observa sentado. Apenas mueven el aire los mugidos de las vacas. Ayer, sin ir más lejos, lo movió más el manantial.
El sol ilumina su perfil. Un comentarista a lo lejos. La sombra de un insecto recorre la mesa y a veces pasea por la hoja.
No dejarse ir (se describe). Ser consciente de... Evitar. Fluir. El sol como fuente de calor. Los cielos se nublan. Las montañas superpuestas (¿los montes?). Una masa de árboles en el centro de la imagen y en la parte inferior -si fuera un cuadro- geometrías humanas, colores metálicos, un interior.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/12/2022 a las 19:37 | {0}Se encaminó por la calle de todos los días hacia el bar donde solía desayunar desde que su hija se había ido a vivir a Irlanda. Se había arreglado como todas las mañanas con un maquillaje ligero (el justo para que borrara la fatiga del rostro); vestía con cierta elegancia como si en ella -que era mujer humilde- quedaran restos de tiempos más holgados. Cuando entró en el bar, la camarera -una emigrante americana que tenía el don de la sonrisa- la saludó y sin preguntar empezó a prepararle su desayuno: café con leche, largo de café y muy caliente acompañado con una tostada de pan de molde con mantequilla y mermelada de albaricoque. Desayunó. Durante el desayuno tuvo un par de respiraciones raras, como si de improviso le faltara el aire y tuviera que inspirar fuera de tiempo. Pagó. Se despidió. Salió del bar. Se dirigió al metro. Bajó. Esperó en el andén como todas las mañanas desde hacía tantos años. La única diferencia fue que cuando el tren estuvo a su altura ella se tiró bajo sus ruedas y quedó partida en dos, del todo muerta.
Cuento
Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/11/2022 a las 19:40 | {0}
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Tags : Saturnales Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/12/2022 a las 19:25 | {0}