Como si fueras espuma, verte. Trasladarme a un lugar donde todo sea espuma y al serlo todo saber entonces que te estoy viendo. Que seas espuma. Todas las espumas.
Si fueras toda la espuma que en el mundo ha sido tendría la seguridad, sabría que algo de ti hay en ella (quizá no todo, quizá tan sólo una pompa de una espuma que se hinchó por un soplo de mistral).
A esto me dedico. Te imagino siendo leve, tú que tanto me pesas. Hoy imagino que eres espuma, mañana serás pluma y dentro de un tiempo ni éter. Vacío puro. Vacía.
Vuelo hacia ti sin alas. Con la imaginación vuelo. Con las ganas.
En el cielo rojo de esta tarde de mayo; sobre la cresta de los gallos; en la mísera lágrima de un déspota; hay en los destellos de una memoria frágil y en los dedos que se alaban por ser prestidigitadores; hay en todos esos instantes un aluvión de ti. No sé si te volveré a ver porque la vida sorprende cuando menos te lo esperas y quizás antes de que acabe estas letras haya muerto o me haya convertido en otro víctima de una dolencia cerebral. Eso tiene la vida, te escribo, a ti que un día me secreteaste el misterio del movimiento de los océanos. Eso tiene.
Ahora he de cerrarme en mí mismo, no drogarme en absoluto, mantener el control ante todo, serenarme frente a la vasta extensión roja; ahora he de cruzarme de brazos, cerrar, quizá los ojos e intentar que la mente se serene como cuando en un momento de nervios la mano de la amada coge la tuya y ese simple movimiento atempera la carrera de la sangre por la venas y anuncia que el látigo del corazón sólo es latido.
Vuelo hacia ti sin alas. Con la imaginación vuelo. Con las ganas.
Saluda a lo que haya de ser. En el saludo podría quedar un resto de cortesía. El saludo no tendría por qué ser una muestra de alegría o de esperanza. Podría perfectamente ser un saludo donde se refleje toda la angustia existencial, un saludo que inquiriera ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué apenas tengo recuerdos?
Saluda con la fe ciega en un gesto. Saluda porque sabe que es eso lo que siempre se ha hecho. Hasta a las tumbas abiertas se saluda. Saluda mientras ve los campos alfombrados de flores silvestres y sabe que son flores de un día (quizá tan sólo flores de unas horas), alimento de vacas, sostén de abejas, grandes depósitos de libaciones. Saluda sin la frente alta. Saluda con mandalas no siendo propio de su cultura semejante forma sagrada de conectar con el mundo. Saluda y se sienta y al sentarse siente el gran cansancio de llevar tantos años vivo. Saluda porque ha sido vencido y ya no le quedan fuerzas para mantener quietas las manos.
La noche no debió ser grata. Un monstruo, seguramente una de las Erinias, arañó su espalda y al despertar se ha encontrado los restos de sangre y de pellejo. Su sangre y su pellejo.
¿Deberá correr el destino de Ifigenia?
¿Saludará con una banderita blanca?
¿Saludará a la nada desde un lugar que no es nada para el cómputo en eones del destino?
¿Saludará sin llorar? ¿Saludará sin dejarse arrastrar por la perversión de la sensibilidad que se convierte en sensiblería? ¿Saludará sin ser cursi? ¿Saludará con cortesía? ¿Saludará con cortesía?
Esos han sido los mimbres del día. El esfuerzo, de nuevo, ha tenido que ver con la indulgencia. Se apacigüe el mundo suyo. Llegue la noche a su cenit. Se envuelva el rocío en niebla. Le asalte por fin la estación del ardor.
Desde lo alto, lo muy alto, lo que parece ser altura de los Dioses, los Celestiales, me asomo a mi interior y descubro que al fin entendí que vivir era esto.
Desde esa altura, ni un centímetro más ni uno menos, he descubierto que no puede existir una estatua de la Libertad. Se equivocaban Bartholdi e Eiffel. La libertad nunca, jamás podrá ser piedra y metal. Sólo la materia del agua podría materializarla; un agua sometida al influjo de la luna; un agua con un alto contenido en sal; sólo el mar puede sugerir la materia de la libertad, sólo el mar.
Desde esa altura precisa he descubierto también que el drama de la libertad es el mal y aún así, he concluido, debemos vérnosla con ella; debemos conquistarla y al someterla extirpar su cáncer.
Poco tiempo después me quedé dormido y en el sueño volví a las ciudades de occidente y pedí en un puesto callejero una ensalada de wakame.
Será el camino, el que nos lleva al Valhala donde no hay luz, ni profundidad.
Un mundo así carecería de dimensiones. Seguro que entonces podré entregarme a los Infernales para que me mezan con la versión de un tema de Vinicious de Moraes.
No es Orfeo quien me inspira, ni Homero, ni sus Musas; me inspira la hija que desapareció bajo su ansiedad un día de marzo en la ciudad de Salem en el Estado norteamericano de Oregon.
¡Ojala vuelvas, muchacha perdida! ¡Ojalá vea tu sonrisa que aparece en lo alto del camino, allá donde se reúnen los Celestiales! Hija mía, a la que no dejé en el santuario de Diana en la ciudad de Tauris para poder ganar yo una guerra causada por la belleza. Que no, que ése no fui yo. Lo diga Agamenón o su porquero.
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Ensayo poético
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/05/2022 a las 19:07 | {0}