El cenobita era una mujer. Milos Amós se presentó, curiosamente para él, con otro nombre, se hizo llamar Isaac Alexander. El nombre le salió de la garganta sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Ella sin quitarse la capucha que cubría todo su rostro respondió, Mi nombre es Cristeta, si le parece a la hora de la cena nos volveremos a ver. Y la cenobita desapareció en el cenobio dejando a Milos Amós con dos dudas: ¿a qué hora se cenaba?, ¿quién haría la cena? Porque como hombre moderno Milos sabía que las obligaciones del hogar podían tener belleza y más desde que un amigo le había leído unas líneas sobre la poética del espacio y él se había asido a ellas para disfrutar quitando el polvo... cuando quitaba el polvo, cuando tenía una casa, cuando tenía una familia y vivía en una ciudad. Quiso quitarse esos recuerdos (que en en realidad no eran tales porque no recordaba ni los lugares de donde quitaba el polvo, ni la casa que los habitaba, ni la familia a la que perteneció ni la ciudad donde vivió. Sólo recordaba los hechos pero no las circunstancias de los mismos) y cuando se dio cuenta de que no los eran volvió a las dudas y se encontró como perdido hasta que oyó la voz de la cenobita que le avisaba que la cena estaba lista y Milos se oyó gritando, ¿Dónde está el refectorio? (dijo refectorio en honor a Cristeta y al cenobio) y la respuesta le vino de seguido, Siga todo el pasillo hasta el fondo y luego gire a su derecha. Así lo hizo Milos.
El refectorio estaba iluminado tan sólo con dos cabos de vela. En una tosca mesa de piedra había cuatro cuencos, dos vasos y una jarra de agua. La cena se componía de arroz y verduras. Cuando llegó Milos, Cristeta no estaba. Cuando apareció la cenobita, Milos se dijo, ¡Maldita sea! Cristeta no llevaba la capucha y su rostro, al mostrarse en la luz, era de tal belleza que Milos quiso huir y arrancarse los ojos. También había cambiado su hábito y ahora vestía uno más ceñido y dicho ceñimiento mostraba unas formas que, sin razón aparente, encendió de golpe todos los impulsos sensuales de Milos Amós ¿Es esto obra del infierno? se dijo para sí ¡Maldita sea!, se repitió. Cene, Isaac, cene, le dijo Cristeta y Milos, hipnotizado, cenó.
El refectorio estaba iluminado tan sólo con dos cabos de vela. En una tosca mesa de piedra había cuatro cuencos, dos vasos y una jarra de agua. La cena se componía de arroz y verduras. Cuando llegó Milos, Cristeta no estaba. Cuando apareció la cenobita, Milos se dijo, ¡Maldita sea! Cristeta no llevaba la capucha y su rostro, al mostrarse en la luz, era de tal belleza que Milos quiso huir y arrancarse los ojos. También había cambiado su hábito y ahora vestía uno más ceñido y dicho ceñimiento mostraba unas formas que, sin razón aparente, encendió de golpe todos los impulsos sensuales de Milos Amós ¿Es esto obra del infierno? se dijo para sí ¡Maldita sea!, se repitió. Cene, Isaac, cene, le dijo Cristeta y Milos, hipnotizado, cenó.
En estos días
una canción de Neil Young
habla de un muchacho que pesca,
de un avión que pasa.
Quizás hable también de una estela.
En estos días
el lago está de tan azul frío,
sobre él se desliza
callada una piragua.
Quizás al anochecer sea más rojo.
En estos días
el alboroto es más sutil,
se diría absorto en sí mismo
o al acecho.
Quizá se palpa lo hondo de sus hígados.
En estos días
el mirlo picotea el jardín,
las urracas concilian en las antenas,
un gusano huye de su fin.
Quizá mañana todo vuelva, sí.
una canción de Neil Young
habla de un muchacho que pesca,
de un avión que pasa.
Quizás hable también de una estela.
En estos días
el lago está de tan azul frío,
sobre él se desliza
callada una piragua.
Quizás al anochecer sea más rojo.
En estos días
el alboroto es más sutil,
se diría absorto en sí mismo
o al acecho.
Quizá se palpa lo hondo de sus hígados.
En estos días
el mirlo picotea el jardín,
las urracas concilian en las antenas,
un gusano huye de su fin.
Quizá mañana todo vuelva, sí.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2008 a las 18:59 | {0}
La navidad gusta o no gusta según, creo yo, cómo se vivió durante la infancia. A mí no me gusta la navidad. No me gusta la nochebuena. No me gusta el fin de año ni me gustan los reyes. No me gustan las fiestas religioso-familiares. No me gusta la religión (en cuanto creyentes de dogmas y ritos) y no me gusta la familia (como obligación de amar) y no me gustan estos días tan oscuros cuando en la cena tienes que soportar las gilipolleces de uno, un encuentro indeseado y la avalancha de una comida que no apetece. Desde el principio de la noche quiero que pasen las horas y llegue el momento de marcharse. A veces me da por pensar que hago mal con mi hija accediendo a celebrar las fiestas en familia (en realidad sólo es la nochebuena. El Fin de Año se va con su madre. A mí me toca con ella la primera mitad de las vacaciones de navidad). Sin embargo si acepto la primera frase que he escrito, he de reconocer que mi hija disfruta mucho estas fiestas, disfruta con sus primos, disfruta esperando la llegada de los regalos y cuando al fin volvemos a casa se duerme con una sonrisa en los labios. Son quizá las obligaciones de ser padre. Durante un tiempo supuse que al final, a lo mejor, a mí me acababan gustando. No es así.
Menos mal que en mitad de todo este desbarajuste de compras absurdas, adoraciones de cuento infantil, borracheras de otros y añoranzas de yo no sé muy bien qué, brilla este día 26 (muy importante por cierto en las viejas leyendas celtas y galesas y único número que se encuentra entre uno que es el cuadrado de otro -el 25, cuadrado del 5- y de otro que es el cubo -27, cubo del 3- ) que es cuando mi hija nació al mundo y ésta, en mi vida, sí que me parece una fecha para conmemorar.
Menos mal que en mitad de todo este desbarajuste de compras absurdas, adoraciones de cuento infantil, borracheras de otros y añoranzas de yo no sé muy bien qué, brilla este día 26 (muy importante por cierto en las viejas leyendas celtas y galesas y único número que se encuentra entre uno que es el cuadrado de otro -el 25, cuadrado del 5- y de otro que es el cubo -27, cubo del 3- ) que es cuando mi hija nació al mundo y ésta, en mi vida, sí que me parece una fecha para conmemorar.
Diario
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/12/2008 a las 10:26 | {1}
Medusa de Caravaggio
Milos Amós lo observa y mira. Hay un rumor. Hay un vuelo. Hay una estela. Sobre una montaña se intuye una estaca de madera. Sobre una ladera el descender de un rebaño de madreselvas. Cierra los párpados y los abre. Mira con su espalda el muro en el que se apoya. Le viene a la memoria los inicios del recuerdo de sí mismo. Yo escribía, piensa. Un deje blanco en el cielo escribe una nube. No le tiemblan las manos y el cuerpo se ha acabado aceptando o así se lo parece. Tiene la sensación de haberse descargado de la pesada carga de la rabia. Ahora la puede ver fuera de él, tiene el aspecto de una hidra, son sus cabellos lugares de dolor, los ojos de su rabia tienen los iris llenos de colmillos, el cuerpo de su rabia se extiende hasta lontananza y sus extremidades agarran el aire e intentan estrangularlo. Sin embargo ahora no necesita un espejo para salvaguardarse, la puede mirar de frente con todo el terror que le cause y el aire lucha contra ella y se revuelve a su alrededor venteando su cabello, haciendo girar los lugares de dolor hasta que unos con otros se confunden y así van perdiendo su identidad, su fuerza.
Milos Amós hunde sus raíces en la ternura, de momento tan sólo en la palabra, pues aún es incapaz de transmitirla. Sabe sentirla cuando se la muestran pero él no sabe crearla. Quizás ahora con la rabia fuera, ante este paisaje, quizás ahora pueda contar la historia de un niño y en ese contar pueda ir destilando gotas de ternura y pueda emocionar como a él le emocionan las historias de Ana María Matute y frases suyas como aquella que dice: hay infancias más largas que la vida y al recordar la frase se le llenan los ojos de lágrimas y la rabia se esfuma.
¿Cómo he vivido hasta aquí?, se pregunta.
El sol se oculta. Milos Amós escucha los pasos de alguien que asciende el terreno abrupto que conduce al cenobio. NI por un momento ha sentido temor. Ya no siente temor. Al poco aparece el cenobita. Descubre entonces que es una mujer. La noche ha entrado en el mundo.
Milos Amós hunde sus raíces en la ternura, de momento tan sólo en la palabra, pues aún es incapaz de transmitirla. Sabe sentirla cuando se la muestran pero él no sabe crearla. Quizás ahora con la rabia fuera, ante este paisaje, quizás ahora pueda contar la historia de un niño y en ese contar pueda ir destilando gotas de ternura y pueda emocionar como a él le emocionan las historias de Ana María Matute y frases suyas como aquella que dice: hay infancias más largas que la vida y al recordar la frase se le llenan los ojos de lágrimas y la rabia se esfuma.
¿Cómo he vivido hasta aquí?, se pregunta.
El sol se oculta. Milos Amós escucha los pasos de alguien que asciende el terreno abrupto que conduce al cenobio. NI por un momento ha sentido temor. Ya no siente temor. Al poco aparece el cenobita. Descubre entonces que es una mujer. La noche ha entrado en el mundo.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/12/2008 a las 16:46 | {0}
Antonio Llopis
No fueron muchas veces. No fue de esas amistades de a diario. Ni tan siquiera fue una amistad de muchos años (si doce años no son muchos). Sin peros ayer sentí su muerte y más si añado a ese término ese otro del suicidio. El domingo cuando entraba una parte del mundo en el invierno, él entró en la tercera parte de su vida. Se encaramó como pudo (mal hubo de poder. Era ya mayor, unos sesenta y cuatro años mal llevados. Años zarrapastrosos, años desangelados, con dejadez del cuerpo y quizá del ser desde hacía más de diez y aún así buscó con otro amigo que era lo opuesto a él un camino de conocimiento y de paz que le llevara a no dejarse perder) por las cristaleras que han puesto en el Viaducto de la ciudad de Madrid y se lanzó al vacío y llegó hasta su muerte. Poco antes le habían visto acodado en un bar de la calle Mayor de la ciudad de Madrid bebiéndose un vino tinto. Tan sólo él sabía que era el último. El bar se llama Los Alpes. El anduvo aquella noche del domingo cuando el invierno era más oscuro y más lleno de presagios que aquel invierno de nuestra desventura de Ricardo III y hablo de teatro y recuerdo a Shakespeare porque él era un hombre de teatro y de los grandes. Quizá por eso he llegado a pensar que se suicidó el primer día del invierno como un último homenaje al arte que más amó. El que se había convertido en un Ricardo III a solas con su locura, siempre vestido con un mono de mecánico, de verbo brioso e ideas brillantes. A la gente interesante la vida le suele doler. Quizá porque ven las posibilidades del vivir y se tropiezan después con la realidad de estar vivo. No sé, no sé si ni siquiera pensaba en estas cosas. No sé qué piensa un hombre cuando cruza la calle Mayor con la calle Bailén de la ciudad de Madrid, tuerce a la izquierda y se dirige hacia su personal patíbulo, hacia el segundo de su muerte por él elegido. No sé qué piensa cuando salta. Ni siquiera sé si salta cuando piensa o salta, justamente, porque ha dejado de pensar y por lo tanto ya no existe. En todo caso espero que su último vuelo haya sido gozoso. Le alabo su valentía. Ajusticiarse uno mismo no lo puede hacer un cobarde.
Ensayo
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2008 a las 15:52 | {0}
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Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/12/2008 a las 16:41 | {0}