Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Texto escrito por Olmo Z. y publicado a requirimiento mío ya que él -ingresado en un sanatorio para enfermos mentales en Acra- negaba cualquier valor al escrito. Yo le dije que el valor de los escritos me importa un ardite.


No será por el calor ni por el espesor de la locura por lo que esta tarde me he visto caminando por el Páramo. Lo atravesaba a la primera hora de la tarde de un día de invierno. Tengo la sensación de que el Páramo se encuentra en algún lugar de Europa -quizás en la Europa del sur- . No sé por qué he pensado en España y me asaltaba una palabra -como si fuera la denominación de un lugar- que probablemente sea una palabra inventada: Guadarrama. El Páramo pues estaba en un lugar que podría llamarse Guadarrama. Yo iba vestido con un anorak azul y llevaba un jersey de lana decorado con motivos de alta montaña y unas botas buenas para caminar. Creo recordar que me apoyaba en un bastón y también creo recordar que había un silencio que rompían de vez en cuando las bandadas de patos. Sin quererlo, de repente, caminando y oliendo la tarde de invierno en un lugar de Europa del sur, he imaginado una casa y en la casa una estancia con suelo de castaño y sobre el suelo de castaño tres alfombras gruesas (probablemente tres alfombras persas); esa estancia era mi estudio. También un amplio ventanal que se abría a un balcón con antigua balaustrada de piedra y que ofrecía una vista de prados verdes con una frontera de dunas y tras las dunas el mar. La estancia se completaba con una chimenea, bibliotecas en cada una de las paredes, una mesa sencilla y cómoda para trabajar y otra más alta, estrecha, de piedra con instrumental para estudiar lo ínfimo.
Mi sensación en aquella  estancia, en aquella casa era de una profunda paz y de una alegría quieta como si todo en mi vida estuviera en su lugar y sentí una plenitud aún mayor cuando se abrió la puerta y apareció ella, de nuevo ella, de nuevo juntos y escuché a lo lejos -la casa debía ser muy grande- los juegos de unos niños que probablemente fueran nuestros. Iba vestida con un jersey de cuello alto azul y unos vaqueros; calzaba unas botas de montaña y llevaba el pelo recogido en una coleta; en sus manos traía una taza con un café. Humeaba. Me besó en los labios. Se acercó al escritorio. Miró por encima lo que estaba escribiendo. Sonrió una vez más y antes de irse tan sólo dijo: Son las seis y media.
Cuando di un sorbo al café, supe que esa armonía, esa calma, venía de muy atrás y adiviné que ella y yo habíamos encontrado el equilibrio y vagamente -como si fuera un sueño dentro de la imaginación que se extendía por el paseo que hacía por un lugar de la Europa del sur- tuve la certeza de que su cuerpo y mi cuerpo seguían sugiriendo en sus encuentros la más vieja y terrenal de las pasiones humanas: el erotismo. Quizá por eso sentí cuando ella entró en la estancia, unas inmensas ganas de vivir y la casa en la que vivíamos me susurró mil encuentros, un millón de jadeos y las apacibles y profundas conversaciones que se dan entre dos seres que se aman. ¡Eso era! ¡Había amar en esa casa!
Sé que cuando atravesaba el Bosque de los Arbustos, un ciclista me sacó de mis meditaciones (de mis imaginaciones) pero volví tan rápido a ellas que no me importó detenerme -un poco más adelante- a hablar con un jinete que montaba un caballo tordo al que estuve acariciando. Cuando caballo y jinete se alejaban, yo estaba cenando con ella y los niños en la cocina de la casa; los niños estaban cansados y cenaban en silencio, ella estaba hermosa y algo en su mirada verde me recordó una aurora boreal. La noche había caído. Ululaba el búho. Se adormecía el mundo. Ella se había acostado. Yo demoré el gozo de dormir a su lado y estuve trabajando hasta entrada la madrugada en una investigación que por entonces llevaba a cabo. Lo último que imaginé en el paseo que nunca hice por un lugar que problemente se encontraba en algún país del sur de Europa fue el olor de mi mujer dormida.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/02/2016 a las 19:34 | Comentarios {0}


Bisonte, rinoceronte y hombre-pájaro. Cueva de Lascaux (17.000-15.000 a.C.)
Bisonte, rinoceronte y hombre-pájaro. Cueva de Lascaux (17.000-15.000 a.C.)
Un elemento diabólico ligado a la actividad sexual (no sólo en las grandes religiones monoteístas). En la cueva de Lascaux –en el pozo de Lascaux. Una cueva a la que hay que descender por medio de una escalera vertical. Oculta durante miles y miles de años- un hombre con cara de pájaro –o máscara de pájaro- yace empalmado ante un bisonte que tiene las entrañas colgando. Algo apartado, un rinoceronte se aleja de la escena. Esa pintura, en las paredes de la cueva de Lascaux, es una de las obras de arte más enigmáticas de la humanidad (Georges Bataille. Las lágrimas de Eros)
 
La muerte vinculada al pecado. A la exaltación sexual, es decir al erotismo. Petit morte/orgasmo. Como una ausencia. Un irse en la plena excitación sexual. La que lleva al éxtasis, a un salirse de sí mismo. Sentimiento primigenio que no busca la progenie sino la voluptuosidad en sí, el frenesí. El erotismo es la pasión en los cuerpos.
 
Caverna de los Tres hermanos. La Gruta de Isturitz.
 
Esos retorcimientos. Esa antigüedad de las Venus del magdaleniense. Ya los pechos soberanos y el sexo femenino y los sexos masculinos italofálicos. Ingenuidad y juego. Como el juego se opone al trabajo (y el hombre dicen que es hombre porque trabaja. Porque el hombre trabaja se aleja del animal y se hace hombre. Georges Bataille, Las lágrimas de Eros) el erotismo se opone al sexo animal, al mero ardor de un instante. El erotismo dilata la quemazón animal y lo expande.
 
Luego vinieron los sagrados alientos de circulación giratoria y siete pequeñas ruedas giraban mientras se libraban reñidas batallas entre los Creadores y los Destructores y también inmensas batallas por el Espacio. En la Noche del Universo no había besos. No había bocas mordiendo las bocas. No había órganos buscando olores. Ni figuras machihembradas riéndole a la luna –y sus sangres-.
 
Una estatuilla erótica en el desierto de Judea.
 
Una narración obscura. Lo arcaico.
 
De la noche infinita surgieron los abrazos con sabor a sal y a un deseo que se retrasa, una culminación que no se busca. El jadeo. La humedad.
 
¿No es castigo corporal la ausencia de posibilidad erótica en las prisiones modernas? La justicia que ya no quiere castigar al cuerpo, ¿no lo castiga de esa forma?
 
El corazón del hombre-planta
 
La Vida precede a la forma. La Vida sobrevive al último átomo.
 
Pez. Pecado. Soma.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/01/2016 a las 23:04 | Comentarios {0}


Habitación. Fotografía de Olmo Z Enero 2016
Habitación. Fotografía de Olmo Z Enero 2016
Hacia un cielo lejano (no sabría decirlo mejor. Buceo en viejas palabras. He vuelto a los diccionarios [queridos contenedores de todo lo posible del mundo] porque buscaba lo que pudiera definir [poner límites] a esto que siento algunas tardes y asi vagabundeando me he fijado [como si con ello definiera algo] en microorganismo y he supuesto en esta imaginación que escribe cuando escribe que no piensa antes de escribir sino que mientras escribe tan solo escribe, he supuesto: sobre el horizonte, en la más lejana de la montañas, se había posado como si fuera el microorganismo de un cometa un rayito de sol y también, sin dejarme ir más allá de un millar de palabras me he detenido en nueza y en un dulce hecho con pasta de harina, miel y nueces que se llama nuégado) anudado en un fin sin fin, en un lamento sin lamento, en una risa con ojos tristes. (Si suena el acordeón con tempo de vals. Si me siento inexpugnable. Si aliento la infancia sin atreverme a entrar en ella. Si recuerdo la orden del autor de no estrenar la obra hasta transcurridos veinticinco años tras su muerte. Si arden mis labios. Si nada se puede desenredar. Si lo inexplicable se deja sin explorar [o tropa de a pie; o componían una agrupación multicolor; o fuese tan infame; o niñez]. Si dejara sacudir por la última puerta. Si me mostrara tal cual soy. Si confesara el desplazamiento. Si permaneciera justo, siempre justo.
Duele el presagio, como si dijera Los trenes cruzaban Europa como fantasmas. Podría acudir al recuerdo de mi apostasía. Podría hablar de la ferocidad, sí también de la ferocidad y presentar, por ejemplo, una edición nueva de un poema viejo. Podría hablar de expansión. Podría tergirversar algún argumento. O solidificarme. Quietamente) 
Porque la tarde me emplaza un día más (como la perícopa del profeta Miqueas se ha de leer en el tiempo del Adviento). Porque la vena cava se hunde un poco más. Porque el tránsito de la sangre no se espesará hasta detenerse. Porque la mirada cansada. Porque la mano que tapa el rostro. Porque un grito ajeno hoy que no han sonado los disparos al otro lado del muro. Hoy de cielos grises, arrebatados y bellos. Hoy de carreras. Hoy de arbustos. Hoy de una actuación prodigiosa. Perimundo (cada vez más rústico, sin ganas de dormir en la noche, geórgico [mi Virgilio porque recuerdo ahora cuando leía su Eneida y sentía la imposibilidad de llegar y el desafuero del hombre {el propio Virgilio} que quiso quemar su obra por imperfecta]como si tuviera [en ensoñación kafkiana] el cuerpo largo y estrecho, con diez pares de patas y uno de quelíceros). Olor de retama.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/01/2016 a las 01:46 | Comentarios {0}


Diría que la lluvia se mojaba en ti
y que al tomar un trozo de rama húmeda y olerla
me ha llegado el olor de tu sexo
Sé que al quedarme contemplando el grupo de arbustos con sus colores de invierno
marrones y naranjas sobre un agua verde clara
he sentido la emoción de ver tu cuerpo desnudo
y aunque sé que el lirismo y el amor huyen de mí cada tanto
y que me acojo a mis canas para sentirme escéptico
no dejo de pensarte como quizá pensó el poeta persa
en la mujer que se oculta tras su velo y tras los muros del harem, en la ciudad prohibida
donde quizá alguna vez por la gracia de un efrit pueda introducirse y llegar hasta ella
y olerla y sentir en el olor de esa mujer dormida el olor a tierra de la rama húmeda
Hablaría de amor
si no fuera porque la noche avanza
y mis manos están solas
y cuando vaya a mi habitación la cama será ancha
y dormiré con mis sueños, con el camino de la tarde marcado en las botas
En el recuerdo la lluvia
unos disparos a lo lejos
el olor de la tierra
el olor de la tierra

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/01/2016 a las 00:34 | Comentarios {0}


He oído destacarse la luna (debiera estar llena como la voz alta de una mujer que canta lejanos cantos de una tierra extraña) en esta noche densa como el agua en el aire (la tortuga se ha atrincherado en su concha; la noche sobre ella es lo que queda extramuros del universo). Destaca la apariencia. Al otro lado de la calle podría darse la verdad de una figura humana. El color es un sfumato entre el naranja y el negro y aquí o allá un golpe de verde industrial; yo diría -si pudiera- que todo color industrial está fuera del tiempo como todo revelación de un hecho pasado se revestirá de cierta temperatura del color presente (me pregunto sus pasos; me pregunto mi ausencia para siempre; me pregunto su cabello allende el mar; me pregunto la verdad y la distancia; me pregunto la selva y el recodo). En la demencia de la niebla preveo el último perdón, el único. Sería el hombre que al fin ve en la persecución del mal. Sería abandonarse. No ahondar en la estupidez. Dejar que sean las horas las que encuentren los motivos y alarguen o no las vastedades. Sería entrar en la niebla como se entra en la muerte (diría que desnudo de cualquier pretensión como cuando imagino a la mujer que ha salido del bar para fumar y ha llamado al amigo tan sólo para que el amigo sepa sin que ella tenga necesidad ninguna de decirlo ni él de escucharlo que le ama) y acompañado de una vida sin adjetivos ir dejándose perder hasta llegar a ninguna parte. A ninguna parte hay que ir. No hay monstruos contra los que luchar. Ni hay luchas que puedan mantenerse más allá del último latido de un viejo corazón (podría ser en una carretera secundaria, recorrida por primera vez cuando la noche y la niebla crean en los nervios una tensión abismal y buscas unos faros rojos que quizá te puedan allanar el camino. Sabes que a los lados se extiende un mundo de colinas y matorral. Sabes que en algún momento habrás de atravesar un páramo y que luego, según crees recordar, viene una montaña de curvas cerradas y con malos peraltes). Son imposibles los aplausos y quizá sea cierto -aunque leyó que cuando todos los hombres afirmen algo sin duda alguna, ese algo será con toda seguridad falso- que el esfuerzo y el tesón contienen la semilla de la satisfacción. Pero ¿no conlleva la fortuna la cualidad del despilfarro? ¿qué fortuna que no lo sea puede admitirse como tal si no se infiere de ella que se puede entregar a manos llenas? ¿qué fortuna contiene en su esencia el ahorro? Probablemente la noche de niebla ha influido en la migraña. Me deleito en la contemplación de un anillo aunque su brillo rebote en el ojo derecho (lo rechace). También la pluma y el prisma.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/01/2016 a las 01:44 | Comentarios {0}


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