Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Es la noche y resuena una conversación que tuviste por la tarde. No vas a detallarla. Sólo que has pensado que estás viviendo dentro del espejo. Todo lo que te ocurre no es a través de un espejo. Estás dentro de él. Te has preguntado cómo salir y de inmediato, como si la verdadera pregunta hubiera estado agazapada tras la primera, se ha preguntado tu cabeza, ¿Por qué salir? Luego ya en ti has reflexionado con otra pregunta, ¿Qué quiere decir estar dentro de un espejo? ¿Vivir un espejo? Has recordado entonces un día en que decidiste meditar frente a uno y cuando llevabas un rato y la respiración y el intento de no pensar habían vuelto borrosa tu mirada creíste ver reflejado en el espejo a un ser monstruoso que eras tú y recordaste las palabras de una anciana que en trance de morir te dijo, ¡Eres el diablo! ¡El diablo!
El diablo atrapado en un espejo del que no puedes salir. Tú ves el mundo que se mueve fuera y has de hacer el esfuerzo de colocar las cosas justo en el lado contrario a como las ves. Como cuando estabas fuera del espejo y al mirarte por la mañana en él sabías que el lado derecho de tu cara en el espejo correspondía en realidad al izquierdo de la realidad. Ahora, viviendo en el espejo, todo se conforma en reflejos: amas y vives sin amar; vives en el vacío; haces un trabajo inútil; los años pasan y parecen no pasar.
No te atreves a tocar las paredes del espejo por dentro. Las sabes frías. Podrían cortarte. Esta mañana escuchabas el Bolero para Jaime Gil de Biedma escrito por José Agustín Goytisolo en una versión musicada de Lidia Puyol y Silvia Comés y te sentías ese perro viejo sin dueño y sin cadena al mirarte desde dentro del espejo el cuerpo que acababas de lavar para sentir que toda la dejadez del mundo se limpia de un plumazo con un poco de agua y jabón.
Avanza la madrugada y en el interior de este espejo las piernas están frías.
Tómalo a bocanadas ahora. Baja al reflejo de la calle que habita en el espejo en el que vives. Llega hasta la plazoleta. La luna está creciendo tan fría como las paredes azogadas de tu mundo.
¿Por qué no dejas de escribir ya? ¿No te das cuenta que fuera del espejo las letras están a la inversa y son ya muy pocos los que están dispuestos a perder su tiempo en entender lo que no está claro desde el el principio? Recuerda por qué la palabra ambulancia se lee tan raro en las partes delanteras de los vehículos. Sólo se aclara el misterio cuando se lee desde un espejo retrovisor.
Vete al sueño que también es espejo de tu verdadero soñar. Envuelve tu cuerpo en el edredón e intenta mañana levantarte como si estuvieras viviendo en el mundo que se refleja y no en el reflejado quizás así no te asuste el vómito de sangre que tendrás tras el café.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2017 a las 02:37 | Comentarios {0}


No hay disturbio que altere el sonido de la campaña ni guadaña capaz de cortar el tallo de esa planta.
La ira se ha vuelto blanda y el cielo está tan azul que da frío.
Has salido sin tu gorra y sin los guantes; has mirado el sol de enero; has recorrido las calles como siempre; has comprado el pan al panadero campechano; has felicitado el año a un árabe sabiendo que para él el año nuevo aún no ha llegado y él, cortésmente, te ha agradecido tu deseo; has vuelto a tu casa y has iniciado la jornada.
No hay disturbio en la distancia; desear es un verbo demasiado fácil (que conlleva una acción costosa); acallar la ansiedad una labor que puede llevar toda una vida y ni aún con una vida a veces basta; desistir no es renunciar exactamente como el silencio siendo música es también su ausencia.
Ahora, cuando termines de divagar una vez más, irás a la cocina y fregarás los platos (¡cómo te gusta el fregadero vacío!); pasarás la bayeta por la encimera; te dirás que mañana limpiarás los fogones; mirarás por encima los tiradores de los armarios; verás lo que has de comprar en el supermecado y te harás la infusión que mantiene limpios los filtros de tu cuerpo.
No hay disturbio en el tiempo.
La canción sacude nostalgias. La habitación de un hotel es fría si tu mente no fantasea en ella. Como también lo es tu espalda si nunca deseaste -verbo fácil, acción costosa- conocerla como conoces tu vientre o tu pecho.
El viento del norte. La pluma cargada con tinta verde. Los restos del fumar. Una música de tango deconstruido. La lejanía. Visítala como se visita a un amigo al que le han amputado el pie. Animoso y triste. Visítala pero que sea una visita rápida. Incluso te diría que la visites y te vayas enseguida y deja que la campana se asuste; deja que el viento del Este anuncie el nuevo día.
Venga, y ahora a la cocina, a dejar el fregadero vacío como un amar dormido.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/01/2017 a las 13:14 | Comentarios {0}


Despojado de sentimentalismo observaba el atardecer mudo.
No quería expresar nada (como el atardecer en sí tampoco lo quiere. Lo bello del atardecer es una emoción animal no atmosférica).
Parpadeaba a un ritmo normal. Respiraba sin forzar la caja torácica. Respiraba más bien con el vientre.
No supo que en ese no estar (o en ese estar en trance de meditación) todo le atrevasaba sin quedarse nada en él.
No quiso filosofar. No podía filosofar porque había descubierto que en el pensamiento hay una falla monumental.
La tarde se iba volviendo roja.
Los patos platicaban en las tablas del pequeño embarcadero.
Los vencejos hacían sus últimas capturas y los jabalíes se acercaban al lago a abrevar.
El fin, como el de aquel día, siempre está cerca.
Hacía frio.
Las montañas a lo lejos se coloreaban de malva.
Algunas estrellas (quizás un par de planetas) ya brillaban.
Estaba sentado en el muro del dique con las piernas cruzadas, ligeramente encorvado hacia delante. Las manos las había metido en los bolsillos del anorak.
Dejo que por su mente transcurrieran frases y que el estómago le avisara de que no había comido.
La soledad de aquel espacio le llenó.
¿Y a partir de ahora qué? Fue una de las frases que asomó.
Macarrones con bonito. Fue otra
También le vino a las mientes Miguel de Molinos y de inmediato sus sinapsis lo relacionaron con el Príncipe Sidharta y con Jesucristo en el desierto.
Un águila volvía a casa.
Una encina dejó caer varias bellotas. Crujió una rama.
No muy lejos sabía que estaba la ciudad y que a la ciudad el jabalí no va.
¿Por qué? Se preguntó su mente.
Cerró los ojos. Notó más el viento helado del invierno. Recordó una reconstrucción. Se vio niño con unas katiuskas blancas. En blanco y negro se vio.
El rojo de la tarde devino en morado.
Bajó del muro del dique.
Se dijo, Volveré mañana.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2017 a las 19:56 | Comentarios {0}


La tarde ya es la noche
El violín sube y baja como un niño que correteara por una escalera (peldaños de madera. Inmueble viejo)
Anoche el frío era tal que el asfalto era escarcha
No me cansaba de imaginar el frío que debe de hacer más allá
No guardo rencor
No me gusta la palabra rencor
No creer en Eros como un amor generoso no me resta un ápice el amar ese tipo de amor
No por creer que los actuales seres humanos somos incapaces de alcanzar la excelencia, me convierto en un misántropo
El error es tan bello como el fruto del manzano e incluso en la jerarquía de los errores hay cierta poesía (porque la poesía está dedicada en última instancia a la Diosa Araña y a la Diosa Abeja) que genera música (la más sublime de las artes para este pobre mortal que te susurra estas palabras al oído).
¿Los pecados son errores? O ¿son condición de lo humano?
¿Ha existido humano sin error? Los que adoramos como héroes alcanzaron ese honor tras errar.
En el error no hay error.
Duerme ahora; duerme entre mis brazos, así, porque tan pura es la atemporalidad del perro como el terror de sabernos fin.

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/01/2017 a las 18:43 | Comentarios {0}


31
El ajedrez es una fuente de placer. Ahora mismo en pestaña a parte tengo una posición que espera su solución. El rey blanco está algo aislado. El enroque parece que no le va a poder salvar del ataque con mi dama y mi caballo. Pero hay que detenerse. El ajedrez tiene una fascinante  característica: toda posición encierra un misterio.

Los paseos por el campo son una fuente de placer. Caminar la tierra. Sentir la luz. Escuchar el trino de los pájaros. Mirar el aleteo de las ánades. Observar cómo se sumergen en las aguas del embalse y surgen treinta metros más allá con un pescado en la boca. Incluso el temor de que aparezca un jabalí tiene algo de misterioso -como el ajedrez- por lo atávico. El cuerpo -sobre todo el oído- está alerta. Un crujido en un arbusto, un movimiento anormal del aire, un cambio de temperatura. Y ese sentirse animal en tierra de animales; ese saber -como me ha ocurrido varias veces- que puede aparecer frente a ti un animal salvaje, hace que sienta el extraño placer del riesgo, del viejísimo riesgo que los hombres siempre hemos tenido en la naturaleza.

He fallado el problema. No he descubierto el misterio de la posición. Por engreimiento. Por soberbia. Voy a intentarlo de nuevo y antes de atacar la posición voy a decirme lo que siempre debería decirme: tranquilo. Es muy difícil y muy sencillo y porque es muy sencillo es muy difícil. Como vivir.
Han pasado tres horas. He fallado demasiados problemas ¡qué placer!

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/12/2016 a las 21:52 | Comentarios {0}


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