Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Aprendiste a escribir con sencillez los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.
Aprendiste a leer los clásicos y a saber por qué lo eran y aprendiste más: hay clásicos que no te gustan y el disgusto está en ti.
Aprendiste a disfrutar los diccionarios y a satisfacer tu curiosidad con materias ajenas a tu labor para revertirlas más tarde en ella. Ese es afán que lleva años. Que nadie enseña.
Por eso te reconforto y te digo: te dijeron no de nuevo y has de sonreír.
Hay una muerte civil y ésta consiste en sentirte inútil para la sociedad. También hay un suicidio civil y éste consiste en hacerse inútil para la sociedad. Piénsate suicida civil.
Si quieres entretente buscando explicaciones. ¡Lo puedes hacer desde tantos ángulos! y desde cualquiera de ellos encontrarás una solución plausible, que se acomodará a tu deseo de comprender. Ahora, cuando hayas alcanzado una respuesta desde un ángulo dado, ponla en duda desde otro y verás cómo toda respuesta encierra en sí, y por definición, su pregunta posterior, es decir, no la pregunta que conllevaba esa respuesta sino que esa respuesta hace nacer otra pregunta.
No desesperes aunque en el orgullo -incluso vanidad- siempre pique el rechazo.
Ahora piensa: la vida ha sido larga y venturosa.
Ahora piensa: aprendiste a educar tu mente con un método propio y tú mismo escribiste que si la rareza no lleva aparejada la virtud, mala cosa es. Nunca fuiste un virtuoso; aprendiste poco a poco. Y ahora pregúntate: ¿aprendiste para quién? Sólo si la respuesta es: para ti, entonces podrás aceptar con ánimo la pregunta que nace de esa respuesta: ¿Quién tú? Y pregúntate también: ¿Para qué? Y ahí, en cualquier respuesta que te des, surgirá el abismo.
Vamos, sigue entregando tus horas, porque como dijo el maestro Machado, el arte es largo y además no importa.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/01/2017 a las 19:40 | Comentarios {0}


Podría ser el castillo. Desde el principio si quieres cuando es una construcción firme y sirve con honor a su función: defender las vidas de los que en su interior moran. Las aguas cercanas del pantano (incluso podría decir en aquellos inicios más lago que pantano) aún no han hecho mella en su piedra, ni siquiera se observa un asomo de verdín. Las torres abiertas. El puente levadizo cuyas cadenas no chirrían. El foso con peces y nenúfares. Parece el castillo acorde con la naturaleza que lo rodea. Y su interior, si bien oscuro, deja pasar la luz lo suficiente para que sus moradores sientan la comidad de los muros sólidos a la par que por las saeteras se filtra la claridad de las horas diurnas y las noches con luna.
¿Y la ruina del castillo? Cuando ya ha dejado de cumplir su función e incluso el pantano, antaño lago, es ahora ciénaga. Torre derruida. Luz cegada. Interior carcomido por los siglos y la termita. Foso seco. Puente levadizo sin cadenas. También entonces el castillo podría parecer acorde con la naturaleza que lo rodea.
La escalera de piedra. El gran salón con la inmensa chimenea para las recepciones, las alcobas principales, los largos corredores, los soportes en hierro de los hachos, las camas con baldaquino, los restos de tapices y alfombras junto a la mugre en las esquinas, junto a los peldaños rotos, junto a la mesa de roble podrida, junto con las panoplias vacías de armas, junto con el escudo borrado por la ruina, junto con los ecos que producen los espacios hueros.
Y puerta del huerto. Y llave de la bodega y de la alacena. Cerraduras grandes como ojos abiertos al interior de la intimidad. Grandes arcones. Baúles viejos. Y hojas de papel que sobrevuelan en paz la soledad del castillo.
Y arriba, casi intacta, en la torre del homenaje la estancia de estudio del señor nigromante. Crisol de conocimientos. Antiquísimos libros escritos en abecedarios raros; el atambor en un rincón que parece humear después de tantos siglos. Olor a sulfuro. Olor a plomo. Un kerotaxis. Un alambique. El aire de un espíritu que flota. Un espíritu viejo como la ambición.
Edad Dorada o Ruina. Plomo u Oro.
Nostalgia del castillo cuando la luna crece y la mujer sonámbula entona cantos libres en la torre albarrana. El joven soldado de guardia se esconde y la escucha hasta gozar.
Nostalgia del castillo en los días de invierno. La nieve es un espejo que no refleja el mar.
Nostalgia de su ruina, de su nunca jamás. El foso era finito. El puente levadizo no se volvió a elevar. Vacíos los salones. Vacías las alcobas excepto en una donde yace el esqueleto de una cama en el que veo, por fin, lo invisible.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/01/2017 a las 21:14 | Comentarios {0}


De José Agustín Goytisolo.
Versión musicada de Lidia Puyol y Silvia Comes.




A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas,
hablas a cada rato
de gente ya olvidada,
de calles lejanísimas
con farolas a gas,
de amaneceres húmedos
de huelgas de tranvías.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas,
cantas horriblemente,
no dejas de beber
y al poco estás peleando
por cualquier tontería,
yo que tú ya arrancaba
a que me viera el médico
pues si no un día de éstos
en un lugar absurdo
en un parque, en un bar
o entre las frías sábanas
de una cama que odies
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca...
...porque sin darte cuenta
te irás sintiendo solo
igual que un perro viejo
sin dueño y sin cadena,
te pondrás a pensar,
a pensar, a pensar
y eso no es bueno nunca.

A ti te ocurre algo,
yo entiendo de estas cosas.


 
lidia_puyol_y_silvia_comes_bolero_para_jaime_gil_de_biedma.mp3 Lidia Puyol y Silvia Comes Bolero para Jaime Gil de Biedma.mp3  (11.15 Mb)

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/01/2017 a las 14:01 | Comentarios {0}


¿Viene? La paz de espaldas. Siempre de espaldas. ¿Hay juego en la nueva fotografía? Es demasiado tarde. Viejo león. Sonríe. Hoy no has ido a la montaña. Los juegos de luces de la tarde. Enero. Miras. Vislumbras. Atiende el oído. Antigüedad y caos en cualquier civilización. Saldrás. Irás al lugar de encuentro. Tienes miedo a la embriaguez. No sospechas la turba. No sabes que el iceberg navega firme. No hay imágenes. Sulfuro. Retorta. Plomo. Sí afirmarías que existe un país llamado Canadá mientras te preguntas de nuevo por la nueva fotografía. ¿Qué lacera? ¿Qué extraña emoción? Iguales. Siempre iguales. Si no fuéramos conscientes de nuestro propio morir no tendríamos inquietud por la espera. Porque vivir es aguardar el momento de morir. ¿Porque vivir es aguardar el momento de morir? Llano el llano. A lo lejos la niebla. ¿Viste la niebla a través del rosetón de la iglesia? Niebla verde. Niebla roja. Niebla azul. No hay tregua. No debes descansar. Fija la mirada y podrás ver a la pequeña saltando a la comba. Una de las últimas combas. Verás también una larga franja de horizonte y deberás dirigirte hacia allí sin viático, ni bordón, ni esportillas. Que no te den de beber a ti, sediento. Que no te den de comer a ti, hambriento. Mantén la mirada. Es importante mantener la mirada. Los flujos y reflujos del mundo. La emanación gris de la discordia. Amuletos para poder vivir. Muletas de la razón. Acompañamiento espiritual. ¿Viene? ¿Ya llega? ¿Esperabas esta visita? ¿Te fue grata? ¿A sabor a manzana? ¿A sabor a nuez? ¿Y esa carrera? ¿Y ese viento? ¿Por qué se unía a viento la sensación de maldito? ¿Dejaste para más tarde tu labor? ¿Te empeñaste con Heidegger? ¿Dasein? ¿Daqué? Turba sientes. Campanas locas sientes. Vibración de rezo sientes. Olor de musgo sientes. Deberías partir ahora hacia la noche; enfrentarte con el animal en su terreno; medir tus pasos y oler tus huellas. Nada te lo impide. Estás sereno y el mundo se relaciona. ¿Ese ruido de automóvil? ¿Este estar despierto? El sonido de la noche en el teclado. Tus gafas pendientes de un hilo. ¿Lleva las perlas en los lóbulos? ¿Sonríe a la quimera? ¿Está la curva limpia? ¿Mantienes tus manos sin heridas? No, no te des la vuelta. La lluvia no apacigua nada. Lo sabes desde hace demasiado tiempo para venir ahora con cuentos. La lluvia no apacigua nada y además todo el día se mantuvo despejado. Sólo el frío de este sol de enero. Sólo la quietud de un día sin viento. Todas las maravillas quietas. Desde el lejano norte. Desde el angosto sur. Desde el oeste último. Desde el principio este. Mantén tus manos sin heridas. Eso es lo importante. Lo demás, lo sabes, no vendrá dado. Nadie viene dado nunca. Sólo el tiempo, te dices. El tiempo viene dado, te dices. El tiempo es ajeno a mí, te dices. Te preguntas por ese mi y tienes un atisbo de congoja. Sólo la posibilidad de que venga. Sólo la posibilidad de que ya esté aquí, pudiera, sería, potencialmente, condicionadamente. Sé prudente. No anticipes la victoria. Quizá tus cenizas generen vida. Y vuelvas de nuevo a esta condena de aguardar. Salpica con tu saliva la puerta de la terraza. Inspira hondo. Traslada esta emoción. Aparca tu mirada fija aunque siga fija, aunque cumpla su cometido de aceptar la luz. Vamos, sólo una palabra más. Un aliento más en esta noche de sábado frente a ti mismo. Solitariamente tú. A lo lejos huele a chocolate y a beso en la boca. No muerdas. No aceleres. Revoca la imagen del viejo león. Lánzate al agua de ese mar profundo y frío. No bracees. Déjate hundir. El líquido es el elemento. Despacio. Con buena letra. Así, despacio. ¿Viene? Despacio. Pregúntatelo otra vez despacio como si nadaras en aceite. Suavemente te va matando el corazón. Suavemente estás llegando. ¿Viene? Vas.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2017 a las 21:49 | Comentarios {0}


Jaime Gil de Biedma. De su libro Moralidades (1966)


quum magnus numerus Libyssae arenae
.   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores

Catulo, VII
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector -mon semblable- mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años!

Para saber de amor, para aprenderlo,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegra haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Babuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
¡oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goutée à ce mal d'être deux.

Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
              íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.

Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos más hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
                            Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren lo que han amado mucho.

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/01/2017 a las 14:58 | Comentarios {0}


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